XXXV

ÍCARO

¿Qué temo? ¿Cómo ocultarme? ¿Qué será de mí? Todo me empuja a la avenida de la Grande-Armée, donde podré satisfacer mi gusto por el ciclismo y el automovilismo. Esas bicicletas endiabladas, esos chuf-chuf bólidos arrastran mi alma hacia el progreso. ¡Al demonio con las neurastenias, las neurosis y las nostalgias de los escritores contemporáneos! ¡Miremos al porvenir! ¿Qué quiere de mí el Sr. Lubert? Que me arrastre por una existencia melancólica salpicada de amores decepcionantes o fúnebres, de estancias en mullidos y polvorientos apartamentos donde me consumiré pensando en que mi alma podría haber lucido, si hubiera osado, las mejores galas. Tal vez me hubiera batido en duelo, pero es más probable que hubiera vagado junto a los lagos italianos, a la sombra de cipreses cloróticos. Pero lo que me interesa es más bien la mecánica racional, desde la caída de los cuerpos graves hasta la cerrajería. ¿Qué hacer? Sí, todo me empuja hacia esa avenida de la Grande-Armée, no muy lejos de ese Bois de Boulogne donde me dejé atrapar por la malicia de aquella mujer y la astucia del detective. Bien es cierto que el Sr. Lubert debe creer que estoy en el cuartel de Reuilly. ¿Habrán confesado los otros su robo y mi nueva fuga? Lo ignoro, pero nadie creerá que soy tan tonto como para volver al barrio donde fui apresado. Vamos pues y a lo mejor encuentro trabajo, porque las monedas de BA están a punto de acabarse a causa de su larga ausencia, que me entristece mucho.

Se dirige hacia la avenida de la Grande-Armée.

Un mecánico manipulaba el motor de un automóvil. Ícaro se le acercó.

—¿No tendría usted un trabajo para mí? —le preguntó.

—¿Conoce el trabajo?

—Aprenderé. Ya he visto muchas veces cómo se manejan estas máquinas.

—¿Sabe montar en bicicleta?

—No, señor. Nadie me ha enseñado.

—Pues entonces empiece por la bicicleta y luego venga a verme para el automóvil.

—Pero, señor, ¿cómo voy a aprender a montar en bicicleta?

—Hay una escuela en la esquina de la calle Belidor.

—¿De pago?

—Naturalmente.

—Me quedaré sin dinero si lo gasto allí.

—Haga lo que juzgue oportuno.

Ícaro lo juzga. Aprende a montar en bicicleta.