XII

En el número 13 bis de la calle Azul.

MORCOL

Digno guardián de este inmueble, ¿se encuentra en casa el Sr. Chamissac-Piéplu?

PORTERO

No, señor.

MORCOL

¿Dónde podría encontrarlo, digno guardián de este inmueble?

PORTERO

El señor Chamissac-Piéplu cena en el Café Inglés.

MORCOL

Voy corriendo.

En la calle.

MORCOL (corriendo con los codos pegados al cuerpo)

¡Y ahora vamos al Café Inglés! Cada paso me acerca más a ese lugar de lucro, de lujo, de lujuria encopetada donde se hacen y se deshacen las fortunas de los señoritos jóvenes y de los viejos barones verdes, disipadas —las fortunas— en manos de las cortesanillas y de las semi-mundanas de las camelias. Ese lugar donde se comen trufas con paté, caviar con lentejas, codornices en lata, ostras de Ostende rociadas con vino de Tokay y aguardiente, sin olvidar el champagne que fluye en olas deletéreas y vaporosas de reservado en reservado. El lugar donde se consuman y se consumen los adulterios más famosos. El lugar donde los reyes pervierten a las púdicas costureras que no obstante están necesitadas de afecto. El lugar donde los príncipes rusos, entre otros, acuden a despilfarrar su encanto eslavo al mismo tiempo que sus rublos de oro. ¡Pardiez! Cómo corro. Ni siquiera estoy jadeando.

Llega al Café Inglés y quiere entrar.

EL PORTERO GRANDULLÓN

¡Atrás, plebeyo! No manches con tu sudor nuestros prestigiosos terciopelos.

MORCOL (haciendo sonar su bolsa)

Tengo mis buenos escudos.

EL PORTERO GRANDULLÓN

Qué más da la riqueza cuando no se tiene clase.

MORCOL

Pero…

EL PORTERO GRANDULLÓN

¡Atrás, plebeyo!

MORCOL

Bueno, bueno,…

Se aleja murmurando:

—Será preciso valerse de astucias.

El portero grandullón no lo oye a causa de una ligera sordera.