VIII

Un Círculo. Hondos sillones. Conversaciones.

JACQUES

Parece que Goncourt ha legado su fortuna —considerable— para fundar un premio destinado a recompensar la mejor obra de ficción del año.

JEAN

Qué más da el dinero; nos basta la gloria.

JACQUES

¡Oh! La gloria… a veces siento lejanos efluvios de ella cuando asomo la nariz a la ventana de mi tebaida de marfil… efluvios lejanos… lejanos…

JEAN

Has alcanzado la posteridad.

JACQUES

Se me leerá dentro de medio siglo, no antes.

JEAN

Yo seré reconocido en vida y tú cuando mueras.

JACQUES

Entre nosotros y ya que ningún periodista nos escucha, me digo a veces que la posterioridad está bastante lejos. Con todo, la posteridad es la posteridad; algo es algo.

JEAN

¡Bah! La posteridad es la nada. Por mi parte prefiero cobrar mi gloria por adelantado. Qué más da que mi nombre figure en la Historia de la Literatura francesa de algún futuro Brunetiére. Prefiero un artículo elogioso de Jules Lemaitre o de Anatole France.

JACQUES

En pocas palabras, sobre gustos…

JEAN

Non est discutandum. Dejemos, pues, ahí nuestros puntos de vista que difieren pero que no tienen sino un simple valor subjetivo, si es que hay tal valor, y dime, mi querido Jacques, qué hay de tu trabajo.

JACQUES

Bueno, prosigo la redacción de mi novela.

JEAN

¿Cuál es el tema? Algo me contaste el otro día pero me resultó un tanto oscuro.

JACQUES

No tiene tema.

JEAN

¡No tiene tema! ¡Eso sí que es asombroso!

JACQUES

Quisiera transmitir la impresión del color malva.

JEAN

Sigue; has logrado sorprenderme.

JACQUES

Si hubiera querido transmitir la impresión del violeta, hubiera escrito una novela sobre el medio eclesiástico. Por ejemplo, sobre un sacerdote ambicioso que anhela el episcopado y quizás hasta el papado. Uno que espera convertirse en primer sumo pontífice francés.

JEAN

Que viste de blanco, no de violeta.

JACQUES

De ahí que lo dejara correr. También hubiera podido escribir sobre la vida de un geólogo especializado en el estudio de las amatistas; o bien sobre un botánico especializado en el de las berenjenas.

JEAN

¿Y por qué el malva?

JACQUES

En primer lugar, es un color moderno y moderno es lo que quiero ser.

JEAN

¿Qué es eso de un color moderno?

JACQUES

Ni siquiera figura en el Littré, donde sólo se menciona el sustantivo que designa una planta o bien una gaviota.

JEAN

Es cierto, no es un adjetivo que se use comúnmente. ¿Y cómo es, según tú, ese color moderno?

JACQUES

Un violeta muy pálido.

JEAN

Pocos objetos, naturales o artificiales, son de ese color.

JACQUES

El cielo, a veces, cuando se prepara una tormenta o cuando el crepúsculo se apresta a apagar el sol. Lo que escribo es una novela aérea, por no decir celeste.

JEAN

Pero ¿no habrá nada más aparte del malva?

JACQUES

Adulterio.

JEAN

¡Adulterio! Un tema trillado donde los haya, si se me permite. En cualquier caso, todos nosotros, los novelistas de este siglo que toca a su fin, hablamos de adulterio. Ya empieza a ser agotador. ¡Yo mismo no hago otra cosa! Me decepcionas. Deberías elegir otro asunto, menos finisecular.

JACQUES

Sí, pero mi adulterio será malva.

JACQUES

He ahí algo que se sale de lo común.

JACQUES

Eso espero.

JEAN

¿Y ya tienes al personal bajo control? ¿El marido… la mujer… el amante?

JACQUES

Por supuesto. El marido es el maestro herrero Polydoro de Rubézieux; la esposa se llama Vitalia, y su apellido de soltera es Dupont, pero desciende de barones, de grandes del reino. Y el amante es el jovencísimo Adalbert de Chamissac-Piéplu. Amante, quiero decir futuro amante, porque de momento está todo por hacer.

JEAN

Y a este Chamissac-Piéplu ¿lo pusiste en marcha hace mucho?

JACQUES

Cuarenta y ocho horas.

JEAN

¿Y cómo te lo imaginas?

JACQUES

1,76, cabellos castaños, nariz recta. Y, naturalmente, tiene los ojos malva.

HUBERT (hundido en un sillón cercano ha escuchado toda la conversación)

No hay duda; éste es el ladrón. Tengo que avisar a Morcol. Aunque Ícaro no tiene los ojos malva.

JEAN (a Jacques)

¿Y dónde vive?

JACQUES

Es evidente. ¿No lo adivinas?

JEAN

En la calle Azul.