XLVI

Ícaro se sienta en un banco y mira a los gorriones picotear las briznas de hierba y pelearse. No pensaba en nada cuando a su lado se sentó un señor de aspecto grave y con sombrero de copa. El señor sacó del bolsillo de su chaqueta un sobre, lo abrió y se puso a echar granos a los pajarillos que se aglutinaban en ocasión del festín. Cuando hubo vaciado el sobre, el señor hizo una bola con él para volver a ponérselo en el bolsillo, aunque los alados no se habían dispersado aún, quizás con la esperanza de una ración suplementaria. El señor encendió entonces un modesto puro con todas las precauciones del caso, echó algunas bocanadas hacia el cielo y volviéndose hacia Ícaro dijo:

—Ya lo ve, me recompenso a mí mismo. Soy bueno con los pajarillos y conmigo.

ÍCARO

Sí, señor.

EL SEÑOR

¿Usted no les da de comer a los pajarillos?

ÍCARO

No se me había ocurrido, pensaba que se las arreglaban solos. Para ser franco, no había reflexionado sobre el asunto.

EL SEÑOR

¿Ha reflexionado sobre otros problemas?

ÍCARO

Sobre el problema del automóvil, por ejemplo. Soy del gremio.

EL SEÑOR

Usted corre con su época.

ÍCARO

Eso es muy gracioso.

EL SEÑOR

No ha sido a propósito. ¿Pero a lo mejor le extraña que le dirija la palabra? ¿Acaso le parezco indiscreto?

ÍCARO

Nada más lejos de lo que pensaba.

EL SEÑOR

¿A lo mejor me ha tomado por un pederasta?

ÍCARO

¿Qué es un pederasta?

EL SEÑOR

Sancta simplicitas, dejémoslo correr. Para serle franco, si le dirijo la palabra es porque siento que usted es, cómo lo diría, un cofrade… un colega…

ÍCARO

¿A usted también le interesan los automóviles?

EL SEÑOR

De ningún modo.

ÍCARO

También sé montar en bicicleta.

EL SEÑOR

No, no, no se trata de eso. Me refería a su manera de existir.

ÍCARO

Es muy simple.

EL SEÑOR

Sospecho que usted…

ÍCARO (Levantándose)

¡Se equivoca!

Huye corriendo.

El señor también se ha levantado y sigue a Ícaro. No tarda en alcanzarlo. Corre a la misma altura que Ícaro, que no consigue dejarlo atrás. Es como si ninguno de los dos se moviera.

EL SEÑOR

¡No hay nada que temer! ¡No tengo nada contra usted!

La carrera improvisada prosigue.

EL SEÑOR

Se lo aseguro. No tengo malas intenciones.

La carrera improvisada prosigue.

Así hasta que Ícaro se encuentra sentado en un banco idéntico, con el señor a su lado.

EL SEÑOR

Lo he adivinado en seguida. Usted se ha marginado en este margen.

ÍCARO

El hecho es que… ¿Cómo ha podido adivinarlo?

EL SEÑOR

Yo mismo estoy en la misma situación.

ÍCARO

Creía que era única.

EL SEÑOR

Siempre nos imaginamos eso pero, de hecho, nunca somos los únicos. También yo, señor, he abandonado al escritor que me acogía en su texto, porque ése es su caso ¿verdad?

ÍCARO

Sí, señor.

EL SEÑOR

Pues también es el mío.

ÍCARO

¿Cómo se llama su autor?

EL SEÑOR

Surget.

ÍCARO

Le conozco. Es uno de los amigos del mío. Le ha jugado una mala pasada al escamotearme, aunque no me ha conservado por mucho tiempo.

EL SEÑOR

No lo sabía. Sin duda, eso habrá sido antes de que yo existiera. Aquí donde me ve, señor, no tengo más de diez días, sí señor, diez días. El Sr. Surget se puso conmigo hace unos diez días y ya ve la edad que tengo. Me ha dado un pasado bastante aceptable. Nacido en Rodez el 18 de abril de 1855, cursé decentemente mis estudios en el instituto de Cahors y después en el de Orleáns, donde perdí mi acento meridional. Fui bachiller en letras con una calificación de notable, tras lo cual me orienté hacia la carrera de redactor en un ministerio donde hice maravillas, puesto que, a su debido tiempo, me convertí en el jefe de la oficina. Hasta aquí, me dirá usted, no hay razón para rasgarse las vestiduras, pero la cosa se tuerce en el momento en que me caso. Me casa, más bien dicho, y no hace falta que le diga quién lo hace. Y me casa con una mujer cruel, un ama de casa lúbrica y una adúltera venenosa. Me engaña. Sí, señor, me engaña. Me importa un pepino, pero es aquí donde las cosas se ponen feas, porque el Sr. Surget quiere que cometa un crimen. Lo ha manejado todo de un modo muy hábil y un buen día —si puede llamarse así— la habría hecho picadillo, ésa es la palabra, porque la habría liquidado a cuchilladas, algo bastante siniestro. Alto ahí, dije yo, de ese agua no pienso beber más. En primer lugar, es algo que desapruebo en sí: no se mata a una mujer, por más que nos joda; por otra parte, nunca se sabe adonde puede llevarnos una cosa así. No me apetece subir al cadalso para entregar mi cabeza. Yo también he cogido mis bártulos y el portante y aquí me tiene, dando de comer a los gorriones, un gusto con el que me adornó el Sr. Surget.

ÍCARO

¿Hace mucho que se fue?

EL SEÑOR

Esta mañana mismo.

ÍCARO

¿Qué piensa hacer?

EL SEÑOR

Volver a mi oficina en el ministerio.

ÍCARO

El Sr. Surget lo pillará.

EL SEÑOR

No lo había pensado.

ÍCARO

Sin contar con Morcol, que debe seguirle la pista.

EL SEÑOR

¿Morcol?

ÍCARO

Un detective especialista en pesquisas. Lo tengo pisándome los talones. Ya me echó la mano encima, pero me escapé otra vez.

EL SEÑOR

¿Entonces no debo regresar a mi ministerio?

ÍCARO

No se lo aconsejo.

EL SEÑOR

Eso es maravilloso, pero… ¿dónde voy a vivir?, ¿dónde me alojaré?, ¿de dónde sacaré el dinero?, ¿cómo subsistiré? No había pensado en todo eso.

ÍCARO

Yo puedo encontrarle trabajo en mi taller. ¿Qué sabe hacer?

EL SEÑOR

Cocinar. Se me da realmente muy bien y el Sr. Surget nunca lo puso en duda.