XIII
De nuevo frente al Café Inglés.
Una joven y un joven aparecen en la puerta.
EL PORTERO GRANDULLÓN
¡Alto jóvenes! ¿Os dejaré entrar?
BA
¿Por qué no deberías dejarnos entrar, grandullón?
EL PORTERO GRANDULLÓN
¿Sois dignos? No os conozco.
BA
Ya me conocerás, porque vuelo con alas propias y subiré muy arriba en el cielo de la popularidad. Y me acompaña un joven de excelente familia, consagrado también al destino más brillante.
EL PORTERO GRANDULLÓN
Eso lo dice usted.
BA
¡Venga! Déjanos entrar, grandullón. Tenemos escudos en el bolsillo y ¿acaso no estamos elegantes?
Pasa seguida de Ícaro, que lanza una sonrisa tímida al Portero Grandullón.
EL PORTERO GRANDULLÓN
Una elegancia muy reciente. En fin, qué no habrá que ver y oír en este oficio. En este oficio estamos de algún modo asomados a una ventana que da al mundo, un mundillo singular, a saber, el mundo de la juerga. Dale que te pego. Veo pasar la juerga delante de mis narices, conozco todos sus misterios, todos sus secretos, todos sus recodos, pero un día también yo, cuando haya hecho fortuna y saneado mi economía, volveré a estos sitios convertido en un príncipe ruso harto de caviar, tendré una pelliza de castor y unas botas de astracán, iré forrado como un oso y seré copioso como una propina y conoceré la alegría y las fatigas de las noches locas, las mismas que actualmente, como espectáculo, más bien tienden a asquearme. Sea como sea, miremos pasar esta vida a lo grande, perfumada, que a veces descarga en mi mano los maravedíes de la vanidad.
UN JOVEN
Hola, grandullón, ¿es éste el Café Inglés?
EL PORTERO GRANDULLÓN
Sí, señor, éste es.
JOVEN
En ese caso, voy a entrar.
EL PORTERO GRANDULLÓN
Con lo forrado de libras esterlinas que está, a juzgar por su aspecto, las puertas se abrirán solas…
Cosa que hacen (con la ayuda de una mano humana).
El joven entra.
MAÎTRE
¿El señor ha reservado?
JOVEN
El señor Jacques ha reservado una mesa a mi nombre.
MAÎTRE
¿Tendría la amabilidad de recordarme a qué nombre?
JOVEN
Chamissac-Piéplu.
MAÎTRE (inclinándose)
Señor… Por favor…
Chamissac-Piéplu se sienta a una mesa. En la mesa de al lado se encuentran BA e Ícaro, a los que acaban de servir un plato de ostras de Ostende. Se oye un ruido de olitas.
MAÎTRE
El señor desea… el señor espera… el señor quiere… al señor le apetece…
CHAMISSAC-PIÉPLU
¿No podría hacer que pare ese ruido?
MAÎTRE
¿Qué ruido, señor?
CHAMISSAC-PIÉPLU
¿No lo oye?
MAÎTRE
Sólo oigo, señor, las conversaciones alegres y tintineantes, la vajilla que rima con los cubiertos y, coronándolo todo, los cíngaros que zangarrean la melodía de moda.
CHAMISSAC-PIÉPLU
Qué maître más estúpido: me refiero al ruido que hacen esos individuos con sus ostras de Ostende.
MAÎTRE
Señor… realmente… no le entiendo…
CHAMISSAC-PIÉPLU
¡No me entiende! Esta sí que es buena. ¡No me entiende! Pues debería entender, amigo mío. Venga, haga callar a esos ostrófagos con sus lamelibranquios.
MAÎTRE
Señor… si el señor me permite…
CHAMISSAC-PIÉPLU
No permito…
MAÎTRE
Si el señor me permite… me autoriza… No oigo ningún ruido… apenas un chapoteo de olitas que, en mi opinión, no puede importunar al señor… al contrario, podrían evocarle el aire marino, la salud, el alta mar…
CHAMISSAC-PIÉPLU
Es demasiado. Vamos a ver.
Se levanta y va hacia la mesa de al lado.
CHAMISSAC-PIÉPLU (dirigiéndose a Ícaro)
Señor, le ruego que interrumpa el estruendo de las ostras en sus conchas, no puedo soportar ese alboroto.
BA (a Ícaro)
Atízale.
ÍCARO
Quizás podríamos discutirlo antes.
BA
Nada de discusiones con semejante estantigua.
ÍCARO
¿Y cómo se hace?
BA
Lo abofeteas.
Ícaro da una bofetada a Chamissac-Piéplu.
CHAMISSAC-PIÉPLU
Es de buena ley, lo reconozco. Señor, aquí tiene mi tarjeta.
ÍCARO
Gracias (la guarda en el bolsillo sin leerla).
CHAMISSAC-PIÉPLU
¿Y usted no me da la suya?
ÍCARO
Es que no tengo.
CHAMISSAC-PIÉPLU
¿No tiene tarjeta de visita? No sé si quedará bien que me bata con usted.
Aparece un señor de gran barba.
SEÑOR DE GRAN BARBA
Me presento: marqués de Locrom. En cuestiones de honor no hay otro mejor. ¿Qué más queda por decir? Tengo testigos a mano y se batirán ustedes en duelo de inmediato.
ÍCARO
No voy a interrumpir mi cena por tan poca cosa.
CHAMISSAC-PIÉPLU
No veo cómo… en plena noche…
SEÑOR DE GRAN BARBA
Se batirán a la luz de las antorchas. Señores, síganme.
BA
Ve, amor. Te esperaré. Como nunca te has batido en duelo, tienes toda la suerte de tu parte.
ÍCARO
Bueno. En ese caso…
BA (sola)
Qué muchacho más encantador. Lo amo, es cierto. Va a matar a ese gentilhombre con una bala impecable. En nuestra época el duelo es una costumbre tan admitida como en los tiempos de los Tres Mosqueteros. Sin duda es el éxito de esa famosa novela lo que, tras una o dos generaciones, ha vuelto a poner de moda el duelo. En la época de la Revolución no se practicaba. Robespierre no se batió en duelo con Danton. También se dice que los militares retirados son responsables de la renovación de esta costumbre. A mí personalmente me parece que es más bien por los Tres Mosqueteros. En fin, resumiendo, en cualquier caso nosotras las mujeres debemos resignarnos a este uso bárbaro. Nuestro príncipe encantador corre el riesgo de volver atravesado o machacado, por un quítame de allá esas pajas, muchas veces más muerto que vivo. ¡Ícaro! ¡Pero si es Ícaro! Iba a decir ya, pero no hubiera sido muy amable.
ÍCARO
Sí, heme aquí. Una historia curiosa, curiosa.
BA
¿Lo has matado?
ÍCARO
No. Escapó.
BA
Cobarde.
ÍCARO
Un coche de punto esperaba fuera: el marqués empujó hacia dentro al conde Fulano y ¡arre cochero! El conde Fulano parecía debatirse: quizás no fuese una fuga sino un secuestro.
BA
Me parece un poco sospechoso. En cualquier caso, degustemos nuestras ostras de Ostende.
Ruido de olitas.