XXXVI
Hubert fumaba un partagás mientras pensaba en la manera de continuar su novela; podía dedicar algunas páginas suplementarias a Maitretout y a su hija Adélaïde, pero una vez lo hubiera hecho no se iba a quedar de brazos cruzados durante tres años. Pensaba, pues, en alguna otra solución cuando llamaron. En efecto, esperaba a la señora Champvaux para la hora adulterina. Hubert va a abrir. En el umbral de la puerta se perfila un cochero.
COCHERO
¿Y bien, burgués, que le parecerían unos cuantos latigazos?
HUBERT
Vuelvo a decirte, querida, que no me gustan lo más mínimo los latigazos. No soy un sádico.
COCHERO (reprendiéndole)
Un masoquista.
HUBERT
No nos vamos a pelear por una cuestión de significantes. ¡Entra!
El cochero entra y hace restallar su látigo. Se quita el sombrero; naturalmente, es la señora Champvaux.
SEÑORA CHAMPVAUX
¿Te sigo gustando disfrazada de cochero?
HUBERT
Te aseguro que son imaginaciones tuyas. Sólo porque una vez…
SEÑORA CHAMPVAUX
Sin embargo, aquello despertó tu deseo.
HUBERT
Oye, no sé de qué deberías disfrazarte hoy. Tengo noticias muy preocupantes.
SEÑORA CHAMPVAUX
¿He venido en balde?
HUBERT
Me temo mucho que sí, querida. Figúrate que la policía se ha llevado a Ícaro.
SEÑORA CHAMPVAUX
¿Para qué?
HUBERT
Para que haga su servicio militar. Ni siquiera había pensado en eso.
SEÑORA CHAMPVAUX
¿Y cuanto tiempo dura la broma?
HUBERT
Tres años.
SEÑORA CHAMPVAUX
¿Vas a estar así durante tres años?
HUBERT
Tal vez más si le da por hacer una prórroga.
SEÑORA CHAMPVAUX
Pues ya me avisarás cuando la cosa vaya mejor. Es una pena que me haya puesto mis botas y mi macfarlán.
Sale haciendo restallar su látigo.
Hubert bebe distraídamente un dedo de porto.
HUBERT (de repente, dándose una palmada en la frente)
¡Por qué no voy al cuartel de Reuilly!