LXV
ÍCARO (canturreando)
En los instantes fortivos
Todos los hombres deportivos
Con sus cabellos ortivos
Interrumpe su esfuerzo, puesto que la lengua no le provee como rima nada más que chivos y no ve la manera de incluir esa palabra en su cancioncita, si bien el Sr. Maîtretout le ha enseñado que puede utilizar rimas fáciles como esquivos, muy fáciles como abortivos, incluso asonantes como caídas, o para sorprender aún más, poner un final de verso con palabras como concordia o misericordia. Paró en seco y se puso a examinar los alrededores y vio entonces unos críos que jugaban con una cometa. Ese objeto aún no figuraba entre sus experiencias; le interesó mucho. Era una cometa bastante vulgar con una larga cola aderezada con tiras de papel, cuya razón de ser Ícaro no supo encontrar. Ella, la cometa, ondeaba a bastante altura en el cielo y el niño que sujetaba la cuerda corría, iba, venía y el rombo seguía desde el aire los desplazamientos erráticos que le marcaban la brisa y la fantasía de su guía pueril. Ícaro admiró la simplicidad de la ingeniosa máquina y la elegancia del aéreo movimiento en la ceruleidad de la atmósfera. Se quedó ahí hasta que el juego tocó a su fin.
Entonces volvió a la ciudad.