LII
El doctor Lajoie aconseja un poco de bicarbonato de soda.
—¿Nada más, doctor?, pregunta el achacoso. Me han dicho que la antipirina… o las píldoras Pink…
—¡Eso es! Eso es lo que se consigue con la divulgación médica y con la publicidad farmacéutica que se exhibe no de manera insidiosa sino a carretadas en los diarios e incluso en los semanarios. Ahí es donde hemos ido a parar: ¡los enfermos quieren curarse ellos mismos! ¡Ya sólo falta que quieran recetarse a sí mismos!
—Entonces, doctor, usted cree…
—El bicarbonato de soda es un medicamento milagroso que, en dosis moderadas, le dará el mejor resultado. Tome también un poco de tisana, pero sin excederse.
Cuando el valetudinario se hubo marchado, el doctor Lajoie fue a verificar que no quedase nadie en la sala de espera. Estaba seguro de que era así, pero como era de temperamento ansioso, tenía necesidad de verificarlo por última vez. Después de haber dado la vuelta a su despacho en el sentido de las agujas del reloj y luego en sentido inverso, entreabrió la puerta y vio a Surget.
DOCTOR
¡Usted por aquí! No le he oído entrar.
SURGET
Como no me abrían, tiré de la clavijita y la puerta se abrió.
DOCTOR
Mi gobernanta ha ido a consultar a un curandero de provincias y su sustituía se marcha a las cinco, pero esto no debe interesarle especialmente. ¿Qué malos vientos le traen?
SURGET
Como se suele decir, no sé a qué santo encomendarme.
DOCTOR
Siéntese, querido amigo, le escucho.
SURGET
¿Ha curado a Hubert Lubert?
DOCTOR
¡Me jacto de ello! Mientras espera el regreso de Ícaro, continua su novela con los personajes secundarios: es uno de mis mayores éxitos. A tal punto lo he curado que ya no le veo el pelo, lo que me hace perder dinero. Pero, bueno, no me va de eso. ¿Ha pensado alguna vez, querido amigo, en esta paradoja? Si los médicos no fueran auténticos discípulos de Hipócrates, según su juramento, ¿no les convendría alargar las curas indefinidamente?
SURGET
Doctor, discúlpeme, pero sus problemas me resultan de poca ayuda por el momento, preferiría exponerle los míos. O, mejor dicho, el mío.
DOCTOR
Le recuerdo que mi digresión ha sido provocada por su pregunta: «¿Ha curado a Hubert Lubert?». Pero dígame, le escucho.
SURGET
Pues bien, me encuentro en la misma situación. Mi personaje principal ha desparecido.
DOCTOR
Haga que lo busque Morcol.
SURGET
Como se suele decir, hic jacet lepus. No quiere trabajar más. Es una verdadera catástrofe.
DOCTOR
No tanto. No ha encontrado a Ícaro; ¿por qué piensa que hubiera encontrado al suyo?
SURGET
Muy cierto, no lo había pensado. Qué buena cosa, el sentido común. Como se suele decir, es la cosa más repartida del mundo.
DOCTOR
Sí, lo que quiere decir que hay porciones grandes y pequeñas.
SURGET
¿Y yo tenga una pequeña? ¿Es eso lo que piensa, doctor?
DOCTOR
En absoluto, en absoluto.
SURGET
Gracias. Así pues ¿qué me aconseja?
DOCTOR
Haga como su colega Hubert Lubert. Prosiga la misma novela con los otros personajes o, si no, empiece otra.
SURGET
Qué idiota, su consejo…
DOCTOR
El sentido común habla por mi boca. Dicho esto ¿quiere que le convenza mediante un tratamiento adecuado?
SURGET
¿Qué tratamiento?
DOCTOR
Usted se tiende ahí, sobre el diván, y me cuenta cualquier cosa.
SURGET
Yo no soy de los que van contando cualquier cosa. Sé lo que quiero decir cuando digo algo y quiero decir lo que tengo que decir. ¡Decir cualquier cosa!
DOCTOR
Bueno, cuénteme un sueño…
SURGET
Qué idiotas, los sueños. Por otra parte nunca sueño. Como se suele decir, he puesto toda mi imaginación en mis novelas y ninguna en mis sueños.
DOCTOR
Entonces cuénteme un acto fallido.
SURGET
Haber robado a Ícaro, que me ha traído muy mala suerte.
DOCTOR
Nosotros, los protoanalistas, no llamamos a eso un acto fallido. Eso es un acto cumplido que falló.
SURGET
¿Y qué significa ese vocablo: protoanalista?
DOCTOR
Ese significante designa una nueva profesión que adjunto a la de matasanos que hasta el presente era mi único significado. Gracias a la práctica que hago de ella, le ayudaré en su búsqueda de un modo u otro, pero para ello debe tenderse sobre el diván.
SURGET
¡Un momento! Como dijo alguien, el tiempo es oro: deme el oro de la reflexión.