Notas Parte 3
[1] Sé que no gustará lo que voy a escribir. Pero es una confesión y no quiero tragármela. Chapeau a la derecha política y militar norteamericana. En un mundo en que la evidencia de la primacía del Mal es indiscutible, ellos la encarnan mejor que nadie. Me llevó tiempo creer en el autoatentado a las Torres. Uno es argentino y está moldeado por las visiones conspirativas de la historia. Pero era tan desmedido lo de las Torres. Tan demencial. Ya no lo veo así. Veo la necesariedad del hecho. Veo que lo necesitaban. Y cada vez creo más (o por completo) que son capaces de cualquier cosa con tal de atrapar sus objetivos. Es tan enorme el rédito militar y político que los halcones han conseguido con ese acontecimiento (un punto que da inicio a una nueva etapa de la historia, que no es parte de ningún decurso necesario, sino una ruptura cuyos antecedentes se pueden rastrear pero no la explican ni ocurrieron para prefigurarla) que ya es imposible no encuadrarlo como un «Pearl Harbor» del siglo XXI, agrandado hasta lo imposible por su televisación en directo. Es el primer acontecimiento histórico-universal que la humanidad observa en el momento en que ocurre. El CM-I es capaz de cualquier cosa cuando se propone llevar a su país a la guerra. Saludo esa gigantesca locura. O esa, maldad impenetrable. Si se proponen acabar con la «bondad» en este mundo, lo están consiguiendo. Si se proponen el triunfo del mal, también. No, no voy a decir que son el anti-Cristo o Satanás. Pero sí —como humanista, como defensor de los derechos humanos, de la vida— considero que están cerca de convertirse en una de las grandes figuras del Mal. El Mal es matar al Otro. Ellos lo hacen mejor que nadie y frenarlos es (ya) casi imposible. Probablemente sea cierto: han colocado, en el centro de la Tierra, una bomba capaz de destruirla. Probablemente, también, sea cierto: tienen bases en el espacio donde recluirse. ¿Suena poco creíble? También sonaba poco creíble que ellos habían volado las Torres. Hay un libro de Graham E. Fuller, ex Vice Chairman de la National Intelligence Council en la CIA, cuyo título dice lo suficiente: A World Without Islam. Es de agosto de 2010. <<
[2] Luis Alberto Moniz Bandeira, La formación del imperio americano, Norma, Buenos Aires, 2007, p. 673. Supongo que «el espectro del terrorismo» es una errata. Hitler implementó «el espectro del comunismo». También el de la ambición financiera de los judíos, que se comerían a Alemania ante la impericia de los puros arios para los sucios negocios. Y la venganza del Tratado de Versalles. Las tiranías de Hitler y de Stalin son comparables, pero sólo eso. Hasta hoy no se ha conseguido elevar a Stalin a la figura impecable del Mal, algo que nadie le discute a Hitler. <<
[3] Voltaire, Diccionario Filosófico, Akal, Madrid, 2007, p. 501. <<
[4] Eisenhower señala tres guerras en que Estados Unidos tomó fuerte participación. De las dos primeras (en especial de la segunda) salió fortalecido. De la tercera, no. Las dos primeras son las llamadas «guerras mundiales». La de 1914-1918. Y la de 1939-1945. La tercera es la de 1950-1953, la de Corea. Aquella en la que no intervino fue la de Francia e Indochina, que culminó con el gran triunfo anticolonialista de Dien Bien Phu, donde el genio militar estratégico del General Giap destrozó al ejército mercenario francés. Fue entre 1950-1953. <<
[5] Traducción exclusiva al español de SEPA para el diario El Peso, www.diarioelpeso.com. <<
[6] Difícil saberlo. Ike respaldó a McCarthy. Su vicepresidente fue Richard Nixon. Y Woody Allen, en Annie Hall, interpreta a un stand-up comedian de nombre Alvy Singer. En uno de sus monólogos narra su encuentro con una chica. Ella es muy bonita. Empiezan a salir. Él dice a la audiencia: «Yo quería hacerle lo que Eisenhower le hizo al país». <<
[7] Esto sucede en nuestro país. Al punto que un rabino propuso reemplazar —en el Himno Nacional— la palabra libertad por la de seguridad. El concepto es nefasto. Pero —ignoramos si lo advirtió— ese religioso dio en un punto álgido de la condición humana. Todo avance de la seguridad se lleva a cabo sobre una devaluación de la libertad de los ciudadanos. Sucede que muchos ciudadanos se sienten tan «inocentes» que no se preocupan por la libertad. Tienen la que necesitan para las mínimas cosas que hacen. Que se preocupen por el avance de la seguridad los «delincuentes» o esos «zurdos» que escriben en diarios «zurdos» o publican libros «zurdos». Ellos, con tener sus motos resplandecientes, sus autos cero, sus lugares VIP, sus exquisitos lugares de veraneo y sus universidades privadas nada tienen que temer. Los pobres, pobrecitos: ¿cuándo tuvieron seguridad? <<
[8] El 15 de septiembre de 1973, cuatro días después del golpe en Chile, me encontré en un bar de la calle Independencia con mi profesora Guillermina Camusso. La Facultad de Filosofía y Letras estaba, ahora, ahí, en la calle esa, Independencia. Con Guillermina habíamos hecho un inolvidable seminario de un año de duración sobre Sartre y la Crítica de la razón dialéctica. Me dice: «¡Vamos, José, no me lo niegue! Allende es la imagen que tenemos de un líder revolucionario. Alguien que se queda junto al pueblo. Que no se escapa. Que muere en su patria y por su causa». Guillermina no era peronista, apoyaba algo a la Jotapé, pero creía que estábamos equivocados sobre el líder al que adheríamos y por cuyo regreso militábamos. Yo le contesté la respuesta que teníamos elaborada para ese tema específico. No sé si se la dije con mucha convicción, pero sé que era la que le tenía que decir. «Profesora, Perón había visto los horrores de la Guerra Civil española y eso lo había impresionado mucho. No quiso repetirlos aquí». Con los años, cuando pienso en Allende y en Perón, creo que este último pudo haber resistido. Pero, sobre todo, me resulta inimaginable que Allende se fuera a exiliar a la España de Franco. Menos aún que Franco lo aceptara. Al que esta reflexión le parezca «gorila», le aclaro que —como muchos otros compañeros— tengo derecho a decir lo que realmente pienso sobre Perón. No en vano —tácticamente o no— lo defendí durante tantos años. Más aún: escribí libros para defenderlo. Cada época reinterpreta el mundo. También uno —a través de los años— lo hace. Lo importante es no cambiar en lo esencial. Tiene que haber una permanencia. Dentro de ella uno puede cambiar. Cuando quiebra la permanencia, se traiciona a sí mismo y a todos. <<
[9] «La muerte de su mujer, con la que tuvo tres hijos, en abril de 1940 dinamitó la moral del presidente y se mantuvo recluido en su departamento varias semanas. Su salud empezó entonces a caer en un pozo. El 20 de junio fue a un acto por el recién instaurado Día de la Bandera y contrajo una fuerte gripe, que junto a su diabetes, la que padecía desde antes de asumir en su cargo, lo obligaron a tomarse una licencia. Esta enfermedad lo dejaría totalmente ciego tiempo después. Ramón Castillo asumía en forma provisional la presidencia. El negociado en la venta de los terrenos hizo que Ortiz presentara su renuncia desde su domicilio, en agosto de 1940. No obstante, la Legislatura rechazó la renuncia con un aplastante 170 a 1. El único voto a favor fue del senador Matías Sánchez Sorondo. En febrero de 1941, Ortiz, en cama, publica un manifiesto en el que afirma su postura en contra del fraude y sostiene las posibilidades de reasumir en sus funciones. Ante esto, una comisión formada por el Senado evalúa el estado de salud de Ortiz con resultados negativos y decide que no puede reasumir la presidencia en su estado. En el comienzo del verano del 41, Estados Unidos, a través de su Departamento de Estado, envía a la Argentina al prestigioso oftalmólogo español Ramón Castroviejo para que evaluara la salud del presidente. Estados Unidos estaba interesado en que Ortiz retomara sus funciones ya que no estaba de acuerdo con el neutralismo de Castillo. El oculista español llegó al país en mayo, tiempo después llegó a la conclusión de que su enfermedad era irreversible y fue así como en junio de 1941 Ortiz presentó su renuncia a la primera magistratura. Un año después, el 15 de julio de 1942, el presidente moría a causa de una afección cardíaca» (www.historiaparatodos.com. ar). <<
[10] Hemos tratado el tema largamente en la segunda parte, la dedicada a la culocracia. Algo lo repetimos aquí. Y volvemos a citar esa frase que tanto nos ampara: «Lo que se repite se piensa dos veces». ¿Cómo no la iba a decir un filósofo que se repite incesantemente, aunque de un modo distinto cada vez? Me refiero a Heidegger. <<
[11] Se hizo una remake importante en 1986. Pero el film de Corman es el que se ha convertido en materia de «culto» para los cinéfilos de todo el mundo. O de casi todo. El señor Corman ha tenido mucha suerte. La película la hizo con tres dólares. Pues, el señor Corman, como dice Peter Bogdanovich en un documental que le dedicaron, es «un avaro compulsivo». Si lo sabré yo. Cuando en Francia se hizo una nueva versión de Últimos días de la víctima, él tenía los derechos por una segunda mala, muy mala versión que había hecho. Cuando Héctor Olivera tuvo la gentileza de decirle si podía devolverme esos derechos, Corman se negó aludiendo que la película no había recaudado lo suficiente. Para compensar semejante catástrofe me pidió 3000 dólares, a depositar en un Banco de Filipinas. Qué importa: él, se supone, descubrió a Coppola, Scorsese, Joe Dante, John Landis y otros. Los descubrió cuando no tenían un dólar en el bolsillo y los contrató por dos dólares para hacer películas con él. El olfato de la avaricia es infalible. En fin, no tengo nada contra el señor Corman. Esas películas que —a comienzos de los sesenta— hizo sobre los cuentos de Poe con Vincent Price y Boris Karloff y Basil Rathbone no estaban mal y las vi con placer. <<
[12] El perfecto ejemplo de esta situación trágica y sin duda paradojal es el notable film Warlock (1959), de Edward Dmytryk, que se estrenó en la Argentina con el título de El valor del miedo y en España con el de El hombre de las pistolas de oro, algo más incómodo. Es un western adulto, filosófico y apela a cuestiones éticas extremas. El reparto era de lujo: Richard Widmark, Henry Fonda, Anthony Quinn y Dorothy Malone. Los cinéfilos no han logrado aún rescatarlo para los tiempos presentes, pero podría arriesgarme a decir que, luego de High Noon, es el western más adulto y complejo de la historia del género. Además, la relación entre Fonda y Quinn es claramente homosexual. Quinn enloquece cuando Fonda lo deja de lado y —borracho y rabioso— lo enfrenta. Fonda mata a Quinn. Lo coloca en la mesa del billar del saloon y le prende fuego. Obliga a todos a cantarle una especie de réquiem. Aparece Widmark (cuyo personaje realiza una transición fascinante, ya que era parte de la banda y los abandona para aceptar el puesto de sheriff del pueblo, situación que lo enfrenta a Fonda) y le exige a Fonda que abandone el pueblo al día siguiente. Fonda no sabe si creerle. Sabe que lo nombraron sheriff, pero ¿se animará a enfrentarlo? Desconoce hasta qué punto Widmark se ha tomado en serio su rol. Apenas lo nombran, va al rancho de los siniestros pandilleros, entra y les dice que no vuelvan a ir al pueblo, que ahora el sheriff es él. Alguien le clava un puñal en la mano que apoya sobre la mesa. El dolor es terrible. Lo golpean, lo patean. Widmark, sangrando, se levanta y va hacia la puerta. Desde ahí les dice: «Insisto: no vayan al pueblo mañana». Sale, sube a su cabalgadura. Lo alcanza uno de los maleantes, que lo quiere. Le pregunta si está loco, que lo van a matar, por qué hace eso. Widmark responde: «Soy la ley». Esto, también, es Estados Unidos. El culto del coraje unido al de la ley. Este tipo, —Gannon se llama en el film— se volvió loco. Lo nombraron sheriff porque nadie se animaba a serlo. Aceptó y ahora es «la ley». Y va a tener todo el coraje que sea necesario para imponerla. Aún con su mano derecha —la del revólver— destrozada. Esta visión del surgimiento del héroe inesperado, del que se transforma porque la ley se lo pide, porque su conciencia se lo ordena, es típicamente norteamericana. Es la visión imperialista del hombre imperialista. El que pinta —en los westerns— la frase: «Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer». Eso nadie lo dice. Ya se sabe. Un hombre, si tiene que ser un héroe, tiene que serlo y sin duda lo será. La frase también se expresa de otro modo que es, en rigor, el mismo, ya que hacer es lo mismo que ser. Uno es lo que hace. Y lo que hace lo hace ser. De modo que: «Un hombre tiene que ser lo que tiene que ser». El credo del cowboy —figura emblemática del destino manifiesto— se lo dice Shane (Alan Ladd) al niño Brandon de Wilde en la escena final de Shane, el desconocido: «Crece fuerte y justo». <<
[13] Hay otra lectura más fascinante. Desliguemos a Ahab de las Torres Gemelas. Su pierna perdida sería, entonces, su Pearl Harbor o sus Torres Gemelas. Sería, digamos, esa injuria, esa terrible ofensa que Estados Unidos siempre ha requerido para arrojarse a sus guerras de conquista o de retaliación, que también son de conquista. La pierna de Ahab que Moby Dick se ha devorado es, para él, lo que Pearl Harbor para Roosevelt o lo que las Torres para Bush. <<
[14] Herman Melville, Moby Dick o la ballena blanca, Sudamericana, Buenos Aires, 2009, p. 267. Utilizo la traducción de Enrique Pezonni, que tal vez sea la mejor aunque no faltan otras con la imprescindible seriedad que tal empresa requiere. <<
[15] Edward W. Said, Cultura e imperialismo, Anagrama, Barcelona, 1996, p. 445. <<
[16] Ibid., p. 445. <<
[17] Thomas Bender, Historia de los Estados Unidos, Siglo XXI, Buenos Aires, 2001, pp. 199 y 200. <<
[18] Herman Melville, ob. Cit., p. 681. <<
[19] Hay cientos de traducciones del If. Si se empieza a compararlas todas ninguna nos dejará satisfechos. Elegí una y la retoqué, saqué y agregué levemente un par de cosas. Busquen ustedes la suya. Además, no lo transcribí completo. <<
[20] Martin Heidegger, Caminos de bosque, Alianza, Madrid, 1995, p. 207. <<
[21] Jeremy Bentham, El panóptico, Quaranta, Buenos Aires, 2005, p. 15. <<
[22] Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI, México, 1999, pp. 203-205. <<
[23] No se decía shampein. La chica Caniggia se habría horrorizado. Pero no por mucho tiempo, ya que habría sido, como lo fue su madre, un impecable personaje protagónico de la era menemista. Esto demuestra que Tinelli —con tal de subir su rating— llevaba otra vez a las pantallas de la tele viejas temáticas de los desagradables tiempos del menemismo, con su ética del todo vale, del éxito y el exhibicionismo. <<
[24] José Pablo Feinmann, Ignotos y famosos. Política, posmodernidad y farándula en la Nueva Argentina, Planeta, Buenos Aires, 1994, p. 14. Las bastardillas son nuestras. <<
[25] Gilles Deleuze y Felix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, Valencia, 2002, pp. 13 y 14. Buscando ser aún más claros, escriben: «Cuando Glenn Gould acelera la ejecución de un fragmento, no sólo actúa como virtuoso, transforma los puntos musicales en líneas, hace proliferar el conjunto». De donde concluimos que Gould introduce pasajes rizomáticos en sus interpretaciones. O, si hablamos en términos políticos, pasajes democráticos. Se aleja de lo Uno y exhibe un despliegue de lo Múltiple. Gould, así, es un pianista democrático. ¿Qué les pasa a los intelectuales con Glenn Gould? Es un pianista canadiense que vivió entre 1932 y 1982, cincuenta años. Tenía todos los tics del artista genial y eso debe ser parte del culto que se le brinda. Pero ¿qué sentido tienen sus interpretaciones de piezas monumentales dedicadas a la orquesta y no al piano? ¿Qué importa si se sienta encorvado, casi quebrado en dos, y a nivel del teclado? Nadie, jamás, tocó así. ¿Así se debe tocar? ¿Vivieron entonces en el error Horowitz, Richter, Rubinstein o Argerich, por citar sólo algunos gigantes? Su versión del N.º 1 de Brahms es desvaída. Para eso le hizo la vida imposible durante los ensayos a Leonard Bernstein. Se lo glorifica por su ejecución de las Variaciones Goldberg. Thomas Bernhard le dedicó su novela El malogrado. Gould era el genio y Alfred Brendel el malogrado. No es que me guste Brendel, pero no me parece un malogrado. Gould toca abrumadoramente las Variaciones de Bach. ¿Es para tanto? ¿Se puede ser el gran pianista de una sola obra, o casi? Además, cuando uno escucha la grabación de Gould, no sólo escucha la música de Bach, ¡también tiene que escuchar la cantata-Gould! El canadiense se canta toda la partitura. Pero ¿quién se cree que es? Un genio, desde luego. ¿Cómo no aceptarle que cante la partitura? Una pregunta a los autores de Mil mesetas: ¿Los pasajes que Gould acelera se detectan en el teclado o en su voz? ¿Acaso en ambos niveles simultáneamente? En fin, espero tratar este tema en Allegro con brio, escritos sobre música, mi —espero— próximo libro. Entre tanto, seguiré escuchando la sonata en si menor de Liszt por Argerich, las sonatas de Scarlatti por Horowitz o el Concierto para piano y orquesta N.º 2 de Brahms en la gloriosa versión de Sviatoslav Richter. Una duda: Gould, ¿era un virtuoso? <<
[26] Ibid., p. 21. <<
[27] Con plena y lúcida deliberación, ignoraron los esfuerzos de Sartre en la Crítica de la razón dialéctica por desarrollar la idea de una dialéctica que nunca cerraba, que jamás totalizaba, que no tenía aufheben, que era —aunque Sartre no lo menciona— hermana de la Dialéctica negativa de Adorno. Jamás un pensamiento fue tan traicionado como el de Sartre en medio de las borrascas postestructuralistas. Aún habrá que hablar de esto. La totalidad no es totalitaria, señores. Lo es cuando cierra. Pero no cierra nunca. En Sartre, siempre existe la praxis del sujeto libre para impedir que nada cierre, que nada se cosifique. Hasta el grupo, al que unifica el juramento como presencia de lo práctico-inerte, fracasa por la libertad de los agentes prácticos. Todo el aparato conceptual que subyace en la Critique implica que la enajenación es real. Que el sujeto cae en ella. Pero que puede superarla. <<
[28] Julian Assange, Cypherpunks, Planeta, Barcelona, 2013, p. 48. <<
[29] Ibid., p. 62. <<
[30] Ibid., p. 69. <<
[31] Ibid., p. 166. <<
[32] Ibid., p. 167. <<
[33] Qué poco se oye esta palabra durante nuestros días, ¿verdad? ¿Es que el futuro murió, es que ya no hay futuro o acaso hay un pudor de hablar sobre algo tan errático, tan poco, no sólo conocido, sino imaginado? El futuro exige siempre un horizonte abierto y una confianza en las fuerzas históricas capaces de trazarlo. Aquí, el elemento nuclear es decisivo. Estamos inmersos en una historia cuyos protagonistas están armados con elementos de tal poder de aniquilación que el miedo a un desencadenamiento de cualquier conflicto se ve como definitivo, sin retorno. Además (y esto cualquiera lo sabe y lo teme, se haya acostumbrado o no a ese temor), el quiebre de la bipolaridad de la Guerra Fría ha diseminado el poder nuclear. Antes sólo dos lo tenían. Ahora, ¿cuántos? ¿Y cuál es el nivel de racionalidad o de responsabilidad de quienes poseen tan destructivos armamentos? Escaso, demasiado escaso como para esperar que el futuro venga y penetremos en él. <<
[34] Julian Assange, ob. Cit., p. 167. <<
[35] Ibid., p. 168. <<
[36] Ibid., las cursivas son nuestras. <<
[37] «Estados Unidos reaccionó con decepción pero también con furia por la decisión de Rusia de otorgar asilo temporal a Edward Snowden, después de que Washington pidiera reiteradamente en las últimas semanas a Moscú entregar al informante estadounidense. El fiscal general norteamericano, Eric Holder, incluso aseguró públicamente a Rusia que Snowden no tenía por qué temer ser torturado en Estados Unidos. Todo fue en vano. Moscú prefirió no hacer caso al pedido de Barack Obama, y esto justo antes del viaje previsto del mandatario estadounidense a Rusia. ¿Volverá la Guerra Fría entre ambos países?». (La Capital, agosto de 2013). La última frase es apenas una expresión del periodismo de nuestros días. Todos saben que la Guerra Fría no puede volver. No, al menos, del mismo modo. Y que es absurdo tomar el «caso Snowden» para empezar a agitar ese fantasma. Hoy sonaría más racional un conflicto nuclear en que Rusia tomara parte en contra de Estados Unidos que un revival de la Guerra Fría. Pero la cuestión Snowden fue insolentemente utilizada en contra de Suramérica. Lo que por aquí —con perdón— llamamos una tocada de culo. Esa unidad conceptual y beligerante que forman el Complejo Militar-Industrial y el poder mediático no ve con buenos ojos lo que pasa en Suramérica. La humillación a Evo Morales fue deliberada. Lo acusaron de cobijar en su avión presidencial al traidor Snowden. De ahí a tratarlo con descortesía, de ahí a frenar su vuelo, de ahí a ver en él casi a un delincuente que encubre a un traidor a los intereses del Imperio había un paso. Ese paso se dio. ¿Cómo no iba a darse? Las potencias occidentales saben que no importa, después, tener que pedir disculpas. Las disculpas son asuntos de esas maquinarias de amables hipocresías en que se ejercitan hasta la más sofisticada perfección los diplomáticos de todas las cancillerías del mundo. Era fácil para los racistas de los países europeos, blancos y con tantos siglos de cultura a sus espaldas. ¿Y Evo, quién es Evo? Un indio al frente de un paisito sin importancia. De súbito, Suramérica se unió en el reclamo. CFK llamó a Correas y le dijo: «Rafa, ¿es posible esto? No lo podemos admitir». Las potencias occidentales —queda dicho— pidieron las correspondientes disculpas, pero el daño estaba hecho. Eso piensan de nosotros. ¡Si supieran lo que nosotros pensamos de ellos cuando hacen esas canalladas! <<
[38] In the Valley of Elah —aquí se estrenó como La conspiración— es un notable film escrito y dirigido por Paul Haggis. Hay una conmovedora interpretación de Tommy Lee Jones, una impecable de Charlize Theron y Susan Sarandon —cuya presencia es insoslayable en un film como éste— tiene dos escenas que resuelve con su gran jerarquía. Todo es de gran jerarquía, del más alto nivel y terriblemente doloroso. «Señor —le dice un soldado a Tommy Lee Jones— hay que tirar la bomba». <<
[39] En mi programa de radio suelen, jodonamente, tomarme el pelo porque digo algunas frases en inglés. Al final me cansé y les dije: «Ustedes cárguenme nomás. Pero háganme caso. Aprendan inglés. Aprendan, sobre todo, a decir: “¡No disparen!”. O sea, “Don’t shoot! Please, don’t shoot! I’am not a terrorist. Just an inocent sudaca. Want a coffee?”. <<
[40] También esto puede ocurrir en otra parte. En la calle, digamos. Alguien quiere comer algo sencillo, es mediodía, tiene que seguir su trabajo, vende productos medicinales, seguros, tiene que hacer algo de tiempo antes de su próxima entrevista. Quiere averiguar dónde comer algo rápido. Pregunta y le dicen: “¿Ve ese aviso de Coca-Cola? Camine media cuadra más. Ahí hay un aviso de Kellogg’s. Del lado de enfrente, va a encontrar un McDonald’s. Si quiere tomarse un café, a media cuadra pusieron un Starbucks». Así, la ciudad está simbolizada por los signos del poder. Cuya característica central es remitir a sus pares en la cadena significante. En suma, ¿qué nos dice esa remisión de Coca-Cola a Kellogg’s, de Kellogg’s a McDonald’s, de McDonald’s a Starbucks? Algo simple y poderoso: los signos del poder remiten a los signos del poder. <<
[41] Desde mis años de estudiante, mis relaciones con la lingüística, la semiología, el positivismo lógico, la filosofía de la Ciencia y el Círculo de Viena no fueron buenas. Tampoco, luego, gozó de mis simpatías Jacques Lacan. Donde veo los conceptos de significante, significado, sentido, siento que eso va por un lado y mi sensibilidad por otro. Soy —en un grado altísimamente relevante— un escritor de ficciones, de novelas, de literatura. Y creo que —cuando menos— uno bueno. Seguramente no me darán ni el Cervantes ni el Nobel pero mis novelas han sido siempre bien aceptadas, incluso desde la primera, y a veces pienso que sobre todo ésa, Últimos días de la víctima. Escribo con mucho placer y pasión ensayos y literatura de ficción. (Considero literatura a los ensayos. ¿Acaso no es literatura Facundo? En mis últimos emprendimientos ensayísticos —acaso sobre todo en éste— he mezclado las dos formas para dejar en claro esta situación). No me gusta definirme. Pero es posible que sea un humanista romántico que mira el mundo en situación, desde Suramérica. No van a encontrar jerga en mis escritos. Detesto las jergas. (Aunque acabo de escribir en la anterior nota al pie la frasecita «cadena significante». Pero son muy pocas las que se encontrarán en todo el texto). Comprendo que los lacanianos se esfuerzan por demostrar que el plus de goce es la plusvalía marxista, pero ya tengo la plusvalía marxista. Si uno le va a decir a un obrero que eso que el patrón le quita de su salario se llama plus de goce, no va a entender nada y hasta es posible que se enoje con uno porque él no encuentra ningún goce en eso que hace en la fábrica de la mañana a la noche. Cuando lo hace, ya que cada vez hay menos fábricas. De modo que —sin inventar una nueva jerga— he intentado expresar eso que los semiólogos intentan pero con otras fórmulas, creo más comprensibles. Ojalá lo haya logrado. Foucault es —en esto— mi hermano de sangre. Cuando le preguntaron por qué no utilizaba los conceptos de la filosofía de la ciencia, del empirismo lógico, del Círculo de Viena, contestó muy sereno: «Porque desconozco casi todo eso». Y con esa gracia que lo llevaba gloriosamente a disfrazarse de Carmen Miranda cuando visitaba Brasil, remató: Nobody is perfect. La frase con que Billy Wilder cierra la mejor comedia jamás filmada: Some like it hot; Una Eva y dos Adanes en la Argentina, Con faldas y a lo loco en España. Si llamo primera forma comunicacional a lo que otros llamarían significante es porque si escribo significante me comprometo con toda la jerga lacaniana y con el Curso de lingüística general de Ferdinand de Saussure. Para colmo (y no podía ocurrir de otro modo), Lacan tiene una interpretación distinta del concepto significante que Ferdinand de Saussure. Lo siento. Como le dice Malkovich a Michelle Pfeiffer en una escena espléndida de Las relaciones peligrosas: It’s beyond my control. (Está más allá de mi control). Y también diré como Foucault: Nobody is perfect. <<
[42] Sigmund Freud, El malestar en la cultura, ob. cit., pp. 84 y 85. Las cursivas son nuestras. <<
[43] Thomas Hobbes, De Cive. Elementos filosóficos sobre el ciudadano, Alianza, Madrid, 2000, p. 45. <<
[44] Rubén Ríos, Pensamiento y laberinto, texto inédito. <<
[45] Sigmund Freud, El malestar en la cultura, ob. cit., p. 87. <<
[46] Ibid., p. 88. <<
[47] Ibid., p. 64. <<
[48] Ibid., p. 65. <<
[49] Ibid. <<
[50] Martin Heidegger, Introducción a la metafísica, Nova, Buenos Aires, 1959, p. 76. <<
[51] Darío Capelli, El Ojo Mocho, Otra vez, N.º 2-3, primavera-verano de 2012-2013, p. 24. <<
[52] La utilización de esa fábula absurda que busca exhibir otra cara, una más, de la indiferencia, la crueldad y —por supuesto— el asesinato que los judíos propinaron a Dios en la persona del Cristo, olvida que malinterpreta la figura del profeta de Nazareth. Si Jesús le pidió agua a un judío y éste se la negó, no le faltaban judíos para refrescarlo ya que todos quienes lo seguían eran precisamente eso: judíos. Además, que Jesús, en medio de su padecimiento, condenara a alguien a la errancia no parece compadecerse con su figura. Primero, no se menciona el episodio en el Nuevo Testamento. Segundo, Jesús no es un profeta de la condena. Es el profeta del amor. Si ese judío no le hubiese dado agua, lo habría perdonado. Los que le negaron el perdón fueron los jerarcas inquisitoriales de la Iglesia. Encontraron una buena historia para acentuar su odio al judío. La historia se prolongó a lo largo de los siglos. Hasta hay, en el siglo XIX, un grabado de Gustave Doré que expresa la escena. Como Doré era un genio, su trabajo es impresionante. Incluso consigue darle al judío impiadoso un aspecto lóbrego y cercano a un arrepentimiento imposible, dado que ya es tarde. En todo caso, no se ve en él a alguien orgulloso de lo que ha hecho. Bien podría ser Judas. La célebre novela de Eugène Sue, —El judío errante— elige el folletín antes que el antisemitismo. <<
[53] Darío Capelli, ob. Cit., p. 29. <<
[54] Ibid. <<
[55] Ibid., p. 31. <<