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El mundo como «imagen» del sujeto
¿Qué debemos hacer cuando en un libro nuevo debemos tratar un tema que ya tratamos en otro? No podemos remitir al lector al «otro» libro pues acaso no lo tenga, sería insensato que lo comprara sólo por un pasaje. ¿Qué debemos hacer cuando sabemos que ese tema tiene que estar también en este libro, aun cuando lo hayamos tratado antes? Y sobre todo: ¿qué debemos hacer cuando tenemos la íntima convicción de no volver a tratar ese tema con tanta justeza como ya lo hicimos? ¿Somos dueños de nuestros textos? Sí. ¿Nos estaremos plagiando a nosotros mismos? Es posible. Pero no es menos cierto que es en beneficio de los lectores. Antes lo hicimos —creemos— bien. Ahora —estamos seguros— no lo haremos tan bien, acaso porque en este momento no lo tenemos «entre dedos» o «en la punta de los dedos». De modo que nos sacudiremos los prejuicios de encima y procederemos a citar un texto que en el pasado dio cuentas de un tema importante que necesitamos esté presente en estas páginas. Nos referimos al texto de Heidegger La época de la imagen del mundo. Su lectura es imprescindible. Nos acercamos a nuestros tramos finales y nuestro punto esencial es el sujeto y su dominación por el poder mediático. Esta dominación cunde hoy en América Latina. El poder mediático es el arma de la derecha. Diremos hacia dónde vamos: el mundo —hoy— es más que nunca la imagen del sujeto capitalista triunfante. Del sujeto mediático y bélico. Hacia dónde nos lleva ese triunfo nadie lo sabe. La historia se desliza sin red. Ningún sujeto redentor podrá salvarnos. Ni el proletariado industrial de Marx. Ni la ciencia positivista. Ni el ex Tercer Mundo. Ni el neoliberalismo de los monopolios, que sólo ofrecen marginación, injusticia, hambre. Ni el fundamentalismo terrorista. Ni el Dios de las religiones. Ni el dios de los profetas mediáticos, de los evangelistas de plástico, falsarios, charlatanes. Nada. América Latina, pese a todo este panorama apocalíptico, presenta ciertas hendijas de libertad. En la Argentina retorna la militancia de los jóvenes, más sabia, con la historia trágica que tienen detrás y que los lleva a desdeñar el camino de la violencia. También en Brasil, en Ecuador, en Bolivia, en Uruguay, en Venezuela. Pero será difícil. El Imperio, por medio de la tesis de la «Guerra contra el Terror», intervendrá (¿o no lo anuncia descarnadamente el concepto de guerra preventiva que largara Bush?), donde le plazca, no bien considere que el des balance de sus intereses ha ido más allá de lo tolerable. El enemigo no es interno. Es global. El Imperio —hoy— sólo concibe una estrategia bélica global.
Aquí va el texto sobre La época de la imagen del mundo. Está dicho en primera persona pues escribimos ese libro como si fueran clases. Se basaba, es cierto, en varios cursos que habíamos dado pero fueron publicados en Página/12 como fascículos y luego como libro. No se trata de desgrabaciones ni nada semejante. Lo escribimos como si le habláramos a un auditorio que habría de ser el del diario y luego el de los lectores de La filosofía y el barro de la historia. (No lo pondremos entre comillas pues deseamos sea considerado parte de este trabajo).
Entramos ahora, necesariamente, en uno de los textos más brillantes de Heidegger. Tanto, que Deleuze lo utiliza en sus análisis sobre cine. Se trata de La época de la imagen del mundo. Las conceptualizaciones de Heidegger acerca del poder sometedor de la subjetividad moderna no parecieran detenerse. Creo que se sorprenderán ustedes cuando vean todo lo que nos proponemos extraer de aquí. Sólo un adelanto: no olviden el eurocentrismo de Heidegger y de todos sus intérpretes y de toda la filosofía europea. Heidegger, en su análisis sobre Descartes, está hablando del sujeto capitalista europeo. El sujeto capitalista del centro del mundo. Con ese sujeto Europa no sólo sometió los entes a la subjetividad capitalista. También sometió los entes ultramarinos. Inglaterra en la India. En Irlanda. En China. Los holandeses en sus colonias. Portugal. España. ¿Es lo mismo un Dasein de la India que un Dasein británico? ¿No es con la subjetividad conquistadora del sujeto cartesiano que Inglaterra conquistó las islas de ultramar y los territorios de India, de África y Asia? Heidegger, al analizar al sujeto de Descartes como el surgimiento del método y la técnica del capitalismo, se preocupa por la devastación de la tierra (por lo que será luego levantado por los ecologistas) y por el olvido del ser. No se preocupa por las relaciones entre los entes humanos. ¿Cómo habría de hacerlo si arroja sobre el hombre todas estas calamidades? Hay entes y entes. Hay entes (me refiero al Dasein en tanto ente humano) propietarios y entes no-propietarios. Heidegger pasa por encima de estas cuestiones. En el texto en que ahora entraremos embiste fatalmente contra toda posible antropología. De modo que quedará refutada (por este Heidegger) mi propuesta acerca de Ser y Tiempo: que es una antropología existenciaria. ¿Pero en qué mundo «cae» el Dasein cuando cae en el mundo de lo ente dominado por la subjetividad del tecno capitalismo?
Sigamos. El texto La época de la imagen del mundo es una conferencia que Heidegger pronunció el 9 de junio de 1938. Entre los textos anteriores (los que cité y —creo— trabajé del Nietzsche) hay un pasaje claramente nacionalsocialista, volveremos sobre él a su debido tiempo, pero demuestra que en todo texto de Heidegger, en cualquier momento, surge el nacionalsocialismo, ya que el autor era, sin más, nazi. Lo que no debe detenernos en el estudio de su pensamiento a riesgo de no entender la filosofía contemporánea.
El mundo como imagen. ¿Qué será eso? ¿Imagen de quién? Desde luego: del sujeto de la modernidad. «Toda la metafísica moderna, incluido Nietzsche, se mantendrá dentro de la interpretación de lo ente y la verdad iniciada por Descartes (…). El hombre se convierte en centro de referencia de lo ente como tal»[120]. Aquí está en juego el humanismo. El ataque de Heidegger al humanismo no esperó a la Carta sobre el humanismo. Los textos de su monumental Nietzsche son cursos de 1935 a 1940, y son los pensamientos que Heidegger fue elaborando luego de Ser y Tiempo y hasta más allá de su experiencia nacionalsocialista. De esa experiencia había extraído esta decisión: sacar al hombre del medio. También la había extraído de lo que, para él, fue el motivo del inacabamiento de Ser y Tiempo. Aunque hablara luego de «insuficiencia de lenguaje», el motivo por el cual Heidegger abandona la escritura de Ser y Tiempo es porque la obra se le había transformado en algo que no era su propósito: no era una ontología del ser, era una ontología trascendental del Dasein. No había superado al neokantismo. Para nosotros, ése era el mérito de la obra: que era, como dijimos, una antropología existenciaria, pero nosotros buscamos otra cosa. Para alguien, como Heidegger, que tenía entre sus planes una liquidación del humanismo, que su gran obra se le presentara como una apertura del ser a partir de una apertura de la naturaleza del hombre, era intolerable.
Lo que plantea claramente La época de la imagen del mundo es la cuestión del humanismo. «¿Qué es eso de una imagen del mundo?», se pregunta Heidegger[121]. Heidegger intenta una primera respuesta a esta cuestión de la imagen del mundo: «Imagen del mundo, esencialmente entendido, no significa aquí una imagen del mundo sino el mundo entendido como imagen. El ente en su totalidad es tomado ahora de tal modo que es y está siendo sólo en cuanto es establecido por el hombre (…). La imagen del mundo no se convierte de medieval en moderna, sino esto, que el mundo pueda hacerse imagen, caracteriza la esencia de la edad moderna». El concepto de representación es central en este devenir por el cual el mundo se ha tornado imagen. «(Re) presentar significa aquí: traer —como opuesto— ante sí lo presente, referirlo a sí, en cuanto uno es el representante (el que realiza la representación)». En esta representación el hombre es el sujeto y «se hace el representante del ente en el sentido de lo objetivo (…). Sólo ahora hay algo así como una posición del hombre (…). El que el mundo devenga imagen es uno y el mismo proceso que el que el hombre devenga, dentro del ente, sujeto»[122].
Como no es un utopista, su salida remite a ese personaje (que nadie, ni él, ha visto jamás) que recorre su filosofía de una punta a la otra: el ser. El hombre debe estar abierto a la llamada del ser y olvidar la conquista de los entes, que implica el arrasamiento de la naturaleza. En el claro del bosque se producirá por fin una doble apropiación: la del hombre por el ser y la del ser por el hombre. No es arduo advertir que esto es una especie de cuento kitsch-zen que no servirá para detener la marcha destructiva del ente antropológico, de la modernidad, del capitalismo colonialista del nuevo milenio. Si es así, lo que Heidegger dice ha sido dicho por muchos. Cualquiera sabe que «el hombre es el lobo del hombre». Que la naturaleza está al servicio de la elaboración de mercancías. Que si el más hermoso de los árboles del planeta estorba el trazado de una ruta será talado. Que se sigue y se seguirá matando, torturando, violando, vejando, vigilando. Que Dios ni siquiera está muerto, sino algo peor: no está. Y si estuviera no podría responder al planteo severo de San Agustín: si Dios es bueno y omnipotente, ¿por qué no evita el mal?
Lo que Heidegger intenta decir es que, en la modernidad, el mundo se vuelve imagen del sujeto. La revolución comunicacional realiza esta tesis en la modalidad de lo absoluto. El mundo es la imagen de un sujeto centrado en el corazón del imperio. Hay un sujeto constituyente. No es un sujeto. Son las grandes corporaciones mediáticas que se transforman en el poder que impone la imagen del mundo. Esa imagen es la imagen del Poder. El poder mediático es aquel que impone «su» imagen mediática como la imagen de todos, para todos. La imagen hegemónica. Habrá imágenes alternativas. Pero serán débiles ante la potencia de la imagen hegemónica. Tenemos que someternos a «ver» el mundo según la imagen que de él constituye el poder mediático. Precisamente los monopolios buscan eso. Deben ser poderosos, más poderosos que todos, para imponer su imagen del mundo como «la» imagen del mundo. Y que esto se vuelva indiscutible. De aquí que un monopolio no acepte su des totalización. O si se prefiere decirlo con el concepto agobiante que impera en el discurso académico: el monopolio no acepta ser deconstruido. Ya veremos que éste es el conflicto entre los gobiernos nacionales, populares y democráticos de América Latina o Suramérica.
En una entrevista que le hace Julian Assange a Rafael Correa, el líder ecuatoriano dice (es lo primero que dice) que su enemigo más poderoso son los medios de comunicación. Insistamos: los medios de comunicación son el arma más poderosa que el neoliberalismo que busca retornar a los noventa tiene en América Latina.
«Se sabe bien que, según Heidegger, justamente en la medida que la modernidad es la época de la representación técnica también es, inseparablemente, la época de la ciencia y de la técnica (…). El cine, por cierto, no ha sido uno de los grandes temas de Heidegger. Sin embargo, parecería confirmar perfectamente su descripción de la modernidad. A medio camino entre arte e industria, dependiendo del desarrollo de las tecnologías, el cine sería el “arte moderno” por excelencia. En tanto muestra un mundo-imagen a la mirada de un sujeto-espectador, parece duplicar en una estética tecnológica la condición ontológica de la modernidad»[123]. En la primera y segunda década del siglo XXI, el cine ha triplicado o más su estética tecnológica. Su poder para atrapar espectadores y nihilizarlos por medio de los efectos especiales (cada vez más asombrosos), el retorno de lo 3D y el apabullante copamiento de las bocas de las salas de exhibición en los países en que penetra (sin más: todos los de Occidente), lo transforma en un arma poderosa de colonización de los sujetos. Los soldados norteamericanos en Irak son héroes de la democracia en su lucha contra el terror. La barbarie de sus enemigos es exhibida en el modo de la mentira. De tanto en tanto, para mantener la tradición autocrítica de Estados Unidos surge una película como La conspiración (In the Valley of Elah), que no se estrenó en los teatros del imperio y se distribuyó escasamente pese a los grandes trabajos de Tommy Lee Jones, Charlize Theron y Susan Sarandon. Y a la dirección de Paul Haggis. A no engañarse: se trata de una concesión. En USA hay grupos rebeldes y alternativos. Pero están controlados como todos los habitantes. La fábula de George Orwell reina en el país del Norte y en la Gran Manzana sobre todo.