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¿Qué es lo que realmente debe pensar la filosofía?

Queremos decir: vivir bajo «el señorío de los otros» no es una abstracción. Heidegger no menciona las cosas que nosotros mencionamos. Suponemos que eso lo acercaría demasiado a lo óntico y lo alejaría de lo ontológico. Pero nosotros no nos preguntamos por el Ser. Nos preguntamos por el Poder. Y por la expresión del Poder en el siglo XXI: su expresión mediática, que se dirige a los sujetos, a las subjetividades. No nos importa el Ser. Que las cosas son no significa nada ni tiene ninguna importancia. Preguntarse por qué es el ser y no más bien la nada puede desvelarlo a uno alguna que otra noche, pero al día siguiente algo lo hará olvidar una pregunta tan inquietante y tan inútil. Más aún si a uno le dicen que para Heidegger ésa no es la pregunta fundamental de la metafísica. Eso tiene de simpático Heidegger. Siempre que uno se rompió el alma y aprehendió algo con certeza, con hondura, viene otro y le dice que no, que no es así. Que Heidegger, en tal lugar, ya dice otra cosa.

Así, la cuestión del Ser es como la del Universo. Somos absolutamente in esenciales al Universo. A nosotros lo que sea el Universo nos importa poco. Que no podamos entender la infinitud nos importa menos. Sí —y mucho— nos importa entender el Poder que nos somete día a día, que día a día arroja sobre nosotros imágenes, dibujos animados, cómics, revistas cuasipornográficas, mujeres imposibles, frases-poder, frases-ideología, todo eso, en fin, que nos quita el ser. Y que, día a día, por medio de un sistema económico triunfante, que funciona excluyendo y no incluyendo, que funciona concentrando el capital en pocas manos, en ricos cada vez más ricos y cada vez más recluidos en sus lugares de Poder porque pronto van a entrar en una sola, lujosísima habitación, en tanto el resto del planeta se atiborra de desesperados, no ya de pobres, sino de hombres y mujeres sin futuro, agónicos, cuya única ilusión en penetrar en los lugares donde la riqueza está, donde el dinero puede conseguirse, donde si uno es aceptado puede comer y —tal vez— alimentar a los suyos, día a día, entonces, ante este espectáculo ya apocalíptico, postulamos sin hesitación alguna que los temas de los que la filosofía debe ocuparse son otros. Ante todo, el moral. ¿Qué clase de moral alimenta este sistema de hambre y de muerte? ¿Qué es lo que realmente debe pensar la filosofía? ¿Qué relación hay entre el Ser y el hambre, el dolor, el sufrimiento, la guerra, la tortura y la muerte cruel, vejatoria? Hemos descartado a Dios porque su silencio ya no es sólo atronador por su ausencia, sino porque, si pensáramos que algo tiene que ver con este mundo, sólo podríamos concluir que es el Mal el que lo constituye, ya no una compleja mixtura entre el Bien y el Mal. Ya no eso que Karl Löwith decía: «Después de Auschwitz es imposible imaginar una divinidad solamente buena» (cito de memoria). No, peor que eso. Sólo el Mal puede constituir a esa divinidad, la indiferencia, la insensibilidad, en suma: el desdén. A Dios no le importa el sufrimiento humano. Por algún motivo que desconocemos, ese Dios que intervenía en la historia humana y —con su presencia— salvaba a los judíos de los padecimientos que sufrían en Egipto, se ha desvanecido. Pero aun analizando la Biblia surge una pregunta inquietante, dolorosa: ¿por qué envió Dios tantas plagas sobre Egipto? ¿Por qué hizo sufrir tanto a un pueblo para salvar a otro? ¿Tenía necesidad de cerrar las aguas sobre los soldados egipcios? Posiblemente sí, para que los judíos pudieran huir. Pero, aunque no creyeran en Él, ¿no eran los egipcios también creaturas de Dios? En un reciente film que lleva por título God on Trial (difícil traducción: Juzgando a Dios, digamos; o Dios bajo juicio) un grupo de judíos hacinados en la barraca de un campo de concentración alemán decide emprender un juicio a Dios. Uno de ellos, en un álgido momento, dice:

—Y es cierto: nos sacó de Egipto. ¿Pero cuántos egipcios mató para hacerlo? ¿No eran también sus hijos? ¿No debía amarlos como a nosotros? ¿Que no eran su pueblo elegido? ¿Debe Dios matar a los hijos de los pueblos que no son el que ha elegido? No, Dios, ahí, fue bueno con nosotros y cruel con los egipcios. Bueno, ahora nos tocó a nosotros. Por eso estamos aquí[44].

Por eso, en tanto filósofos del nuevo siglo y, muy especialmente, del castigado continente de América Latina, hemos elegido dejar de lado la problemática del Ser porque tenemos la certeza de estar ante una variación de la temática de Dios. Nuestras temáticas son menos lujosas. Nos preguntamos por qué millones de niños mueren de hambre cada año. Por qué los hambreados tienen que asaltar a los países ricos en su desesperación por trabajar y comer. Por qué los ricos cada vez construyen más muros. ¡Ha caído el Muro de Berlín!, exclamaban los neoliberales triunfantes a comienzos de la década del noventa. Sí, y ahora levantan decenas de Muros en todo el mundo porque los «bárbaros» están a las puertas de las ciudades de la abundancia. Y creemos, por todo esto, que el hombre no ha muerto, como proclamó el joven Foucault en Las palabras y las cosas. El hombre no ha muerto pero lo están matando en todo el planeta. De aquí nuestra opción por los derechos humanos. Esta opción nos lleva a formular una vieja y hoy actualísima frase del gran pensador alemán Karl Marx: «El hombre es el ser supremo para el hombre». Y en seguida enuncia el imperativo categórico que propone: Derribar todas las relaciones sociales en que el hombre es un ser rebajado, humillado, abandonado, despreciado (Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie). (Anoten los «comisarios políticos» que aún quedan en nuestro país el reconocimiento que hago aquí de Marx, porque luego no siempre lo trataré con semejante unción. Sobre todo cuando trate el tema de la dialéctica y la cuestión colonial. No creo que sea en este libro). Al llegar al hombre como objeto esencial de nuestro filosofar, penetramos en la cuestión del humanismo. Y al penetrar en el humanismo, lo hacemos en el sujeto. El último resto que le queda al hombre de hoy es su subjetividad libre, acceder a ella, conquistarla. De aquí que el Poder busque su sometimiento. Busque colonizar esa subjetividad. Busque hacer de cada sujeto un sujeto-Otro. Un sujeto que cree, hace, dice, vive y hasta muere como lo ordena el poder. A través de la más poderosa de sus armas actuales: el poder mediático. Si el sujeto (según las filosofías académicas actuales) es tan irrelevante, ¿por qué el Poder mediático se ha fijado como meta central sujetarlo?

Filosofía política del poder mediático
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