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Lateralidad: la manteca y el coito anal en el gran film existencial-metafísico Último tango en París
Para ver esta película se hicieron colas de dos cuadras o más en la culta Buenos Aires, aquí en pleno delirio onanista. No era agradable ver a tanta gente tolerando horas de espera, de lenta marcha, sólo para ver una escena del film, porque sólo ésa les interesaba. Era la de la manteca, que ya es propiedad del pasado y es una de las escenas más tristes de la historia del cine. Venía precedida su fama desde antes del rodaje de la película. Bertolucci, en cierto momento en que no conseguía capitales, se dice que dijo: «La voy a hacer aunque tenga que hacerla con manteca». Ingenioso y lucrativo, habrá conseguido los capitales y sin duda compró la manteca que necesitaba. Ese subproducto lácteo se instaló en la cabeza de los espectadores de todo el mundo. Sexo anal y manteca. Muchos habrán hecho la experiencia. Aquí, como se sabe, la autorizó un dirigente del camporismo (ya derrotado en 1974): Octavio Getino, interventor del Ente de Calificación Cinematográfica, que en paz descanse.
Pocas veces el poder mediático exhibió con semejante contundencia su poder de convocatoria, de idiotización. Goebbels no se equivocaba: el cine, arte de masas, debía controlarlas. Para tal cosa, el entretenimiento era decisivo. Y un coito anal con manteca entretiene sin apelación alguna. Goebbels, afortunadamente, no vio Último tango, pero conocía de estas cosas.
En cuanto a nuestro tema, la manipulación de masas, alcanzó con un poco de manteca y un par de tetas. Hoy, lo que se ve en Último tango, es superado con creces, pródigamente, en cualquier programa de Tinelli. El resto es silencio para muchos, tal vez para la mayoría. Pero el film es un estallido de significantes metafísicos, ontológicos. Grande y dolorosa película. Será imperecedera. Durará mientras el mundo exista. No sabemos cuánto, pero ni un día menos.
Este tema fue abordado en mi libro El cine por asalto y lo reproduje en Peronismo, filosofía política de una persistencia argentina. No puedo hacerlo aquí. Sólo digamos que Paul, el personaje de Brando, lleva sobre sí la muerte de su mujer. Y algo más: ella se suicidó. Creo que él no sabe elaborar ese duelo y la angustia lo domina hasta lo intolerable. ¿Cómo se tapa la angustia? Lo mejor es no taparla. Pero Paul no puede con ella. Así, encuentra —de modo casual— a Jeanne. El alcohol, las drogas, el suicidio, los llamados «barbitúricos» son armas para sofocar ese síntoma que impide respirar o respirar hasta donde el dolor lo exige y hace de la vida un infierno del que no se sale. Es el abismo y el abismo no tiene fondo, nunca termina. Siempre hay otro escalón para bajar. Con cada escalón, la enfermedad y el dolor se agravan. Paul, al encontrarse con Jeanne, encuentra también el otro mecanismo para olvidar y calmar el sufrimiento. Como parte del interminable círculo sexual al que se entregan está la escena de la manteca. Es una penetración anal a la que ella se resiste y en la que no se ve en ninguno un atisbo de placer. A Paul, el suicidio de su mujer le reveló la muerte. La muerte lo llevó a la angustia. La angustia le abre el horizonte de la nada. La nada es la muerte. Pero es su muerte. Contra eso, ¿qué puede un poco de manteca, un coito anal prepotente, vestidos los dos, en el piso, con frío, solos en el entero mundo indiferente? ¿Se entiende por qué esta escena (que convocó a innumerables onanistas desbocados) es una de las más dolorosas y perfectas expresiones del desamparo existencial? Esos dos seres, ahí, sobre ese piso, sin saber nada el uno del otro, ni siquiera y sobre todo sus nombres, entregados a ese coito anal mantecoso, son dos desdichados. Uno, angustiado por la nada y por la muerte. Ella, sometida, casi vejada, desorientada por la vida, sin rumbo, devorada por la locura del otro.