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El fin del Torquemada de los cincuenta y su último mensaje: «Nada como el cine para atrapar a la gente»
McCarthy tiene sus mejores momentos hasta 1954. Aquí comienza a decaer. «Joseph McCarthy» (dice su biógrafo español, que lo admira y lo justifica), «como buen irlandés, bebía con facilidad y nunca tuvo en su juventud problema alguno con ello. Pero en estos continuados años de continua presión, de saberse en el punto de mira de millones de personas, el alcohol se convertía en una posibilidad de escape. No es cierto, como en alguna ocasión se comentó, que el senador comenzara a beber en demasía para olvidar y sobrellevar su fracaso final en 1954»[82]. Virginia Mayo (la actriz que realizara excepcionales papeles en manos de Raoul Walsh, White Heat, donde entrega una de las mejores hembras del cine negro junto a Cagney, Colorado Territory, la mejor mestiza de la historia del cine, superior a Jennifer Jones en Duelo al sol— o Jacques Tourneur, The Flame and the Arrow, una radiante heroína junto a Burt Lancaster—, o William Wyler, The best years of our lives, la esposa sexy y adúltera de Dana Andrews que se entrega con entusiasmo a Steve Cochran, buena elección—) relata breve y graciosamente el final de McCarthy, quien no la molestó para nada, no sólo porque era una all american girl, sino porque un marajá dijo: «Virginia Mayo es la prueba de que Dios existe, y eso se debe respetar». Escribe la heroína de El halcón y la flecha con Lancaster, La princesa y el pirata con Bob Hope, El conquistador de los mares de Walsh y con Gregory Peck y la novia de Danny Kaye en cuatro o cinco películas, una diva que marcó una época hacia fines de la década de 1940 y hoy no se la recuerda como lo merece, pero tampoco se la ha olvidado: «Conocí eventualmente a Joseph McCarthy cuando empezó a destacarse. Se transformó en un alcohólico y perdió el control ya que empezó a llamar comunista a todo el mundo, y presumo que causó el sufrimiento de mucha gente inocente que perdió su carrera en esas famosas listas negras. McCarthy tendría que haber sido detenido a tiempo. Por fin, perdió toda credibilidad y murió aún joven por el alcoholismo»[83].
Pero es su biógrafo y admirador español el que hace la más precisa anotación de las causas que movieron a McCarthy y se relacionan más hondamente con nuestro trabajo: «La influencia del minúsculo, pero subversivo, partido comunista americano (y subversión significa aceptación de sabotajes, espías, métodos violentos y recurso, si es preciso, al terrorismo) se había dejado sentir sobre todo en los medios de comunicación y de cultura (una clara influencia de Gramsci, el modernizador de Lenin) y en la esfera de los intelectuales de la época. El cine, principal espejo de Estados Unidos en el mundo, tenía que ser, a la fuerza, una de las piezas más codiciadas, ya que Hollywood vivía su época dorada y era la auténtica Meca del Cine, la fábrica de los sueños de millones de hombres y mujeres del mundo entero»[84]. Y Alonso Barahona finaliza su libro con una certeza que cierra todo razonamiento: «McCarthy tenía razón»[85]. Sin embargo, la reivindicación de este moderno Torquemada no pareciera poder prosperar mucho. Un franquista (como seguramente lo será Alonso Barahona) podrá entusiasmarse con McCarthy, pero su nombre ha quedado indisolublemente unido a la idea de la intolerancia extrema, de la persecución por causas ideológicas y a la paranoia ante ese enemigo que siempre se requiere para instaurar cualquier régimen dictatorial.
Empezaremos con el tema del tratamiento de los medios en ciertos films en el próximo capítulo. Una vez más no cumplimos lo prometido. Pero no nos importa. Sabemos que la mayoría de ustedes ya no confía demasiado en este aspecto de estos trabajos. Tal vez porque sabe que, antes o después, lo prometido se cumple.