Notas Parte 1

[1] Nosotros somos ensayistas profesionales y novelistas. Tratamos de hacer buena prosa en los dos campos. Porque sobre todo somos una sola cosa: escritores. Pertenecemos —o intentamos pertenecer— a la vieja casta de los escritores integrales: como Voltaire, Sarmiento, Sartre, Camus, David Viñas y Rodolfo Walsh, que hizo de esta mixtura un cóctel explosivo. <<

[2] En un Congreso de escritores de ficción, en Milán, un francés, que cultivaba una prosa exquisita, dijo con todas las letras: «El estructuralismo mató a toda una generación de escritores en Francia». Tenemos tiempo para volver sobre estos temas. Y si usted los encontró en otros libros que hemos escrito, de acuerdo: los encontró ahí. Pero no aquí. Aquí necesitamos desarrollarlos otra vez. De modo diferente, sin duda. Enriqueciéndolos o reduciéndolos. Pero al estar en este libro y ya no estar en otro, son otra cosa. Apelo también a una frase de Heidegger (que se repite en todos, despiadadamente en todos sus libros): «Lo que se dice dos veces se piensa dos veces». Como fuere, las repeticiones no abundarán porque el tema tratado es original, lozano en nuestra tarea y tendremos que desarrollar nuevos conceptos, nuevas ideas. <<

[3] Ante la caída del comunismo y, por consiguiente, del marxismo, ante la caída de las historias totalizadoras, se tornaba necesaria una historia de la vida privada, de lo individual, de lo atomizado, casi de cada hogar, de cada familia, para derruir la visión totalizadora —y por ende totalitaria— del marxismo. Esto ya está bastante archivado. Pero fue un aporte posmoderno interesante. <<

[4] Max Horkheimer y Theodor Adorno, Dialéctica del Iluminismo, Sudamericana, Buenos Aires, 1988, pp. 19, 20 y 22. Traducción de Héctor A. Murena —quien introdujo esta corriente en la Argentina—. Sobre la Escuela de Fráncfort acaba de aparecer un formidable libro exquisitamente editado en 2010 por el Fondo de Cultura Económica: Rolf Wiggershaus, La Escuela de Fráncfort, ver p. 432 para Dialéctica del Iluminismo. En cuanto a Héctor A. Murena, ver el ensayo de Leonora Djament, La vacilación afortunada, Colihue, Buenos Aires, 2007, con prólogo de Horacio González. Bienvenido este rescate de Murena, de quien sólo había restado en nuestra cultura una improbable anécdota según la cual David Viñas, en un arranque de sin duda intenso malhumor, le había roto una jarra de agua en la cabeza. Como dijimos: improbable. Improbable que Murena haya sobrevivido a algo semejante. E injuriosa para con Viñas, a quien siempre se le han atribuido cualidades de matón. Algún biógrafo nos entregará alguna vez una mirada más precisa. Para nosotros, Viñas es un valioso escritor y profesor al que respetamos. Simpático no era. <<

[5] Ibid., p. 17. <<

[6] Ibid., p. 22. <<

[7] Martin Jay, La imaginación dialéctica. Una historia de la Escuela de Fráncfort, Taurus, Madrid, 1986, p. 441. <<

[8] En Tomás Abraham, Vidas filosóficas, Eudeba, Buenos Aires, 1999. El trabajo que hemos citado es de Carlos Correas: «Atisbos sobre Sartre», p. 20. <<

[9] Eduardo Grüner, Las formas de la espada, Colihue, Buenos Aires, 1997, pp. 118, 121 y 122. <<

[10] José Pablo Feinmann, Ignotos y famosos. Política, posmodernidad y farándula en la nueva Argentina, Planeta, Buenos Aires, 1995, pp. 45-49. <<

[11] Martin Heidegger, «La autoafirmación de la Universidad alemana. El Rectorado», entrevista de Der Spiegel, Tecnos, Madrid, 1996, p. 70. <<

[12] Karl Jaspers, El problema de la culpa, Paidós, Barcelona, 1988. <<

[13] Peter Sloterdijk, Venir al mundo, venir al lenguaje, Pre-Textos, Valencia, 2006, p. 109. <<

[14] Si el concepto de la «libertad del individuo» hubiera estado presente en el corpus marxista y en las revoluciones que se hicieron en su nombre, tal vez habría sido otra su historia, o habría sido mejor, sin duda menos violenta y macabra. Pero fue Sartre el que lo introdujo en esa summa metodológica poderosa que es la Crítica de la razón dialéctica. Y cuando la Crítica se publica, las revoluciones socialistas ya se habían llevado a cabo. <<

[15] Peter Cowie, El libro de «Apocalypse Now». La historia de una película mítica, Paidós, Barcelona, 2001, p. 217. <<

[16] Aunque no debiéramos ser ingenuos en este punto: la «diferencia» entre republicanos y demócratas no es tan profunda. Si hay que tirar «la» bomba en Irak o más probablemente en Irán, Obama y el Tea Party estarán de acuerdo. No hay un partido de buena gente y otro de mala en el corazón del Imperio. Cuando hay que llegar a fondo para salvar la libertad, la democracia y los otros valores de Occidente, —Wall Street, por ejemplo— la unidad no se discute. Se tira «la» bomba. Acaso los republicanos quieran tirar diez. Y los demócratas —de tan civilizados y hasta bondadosos que son— nueve. <<

[17] Ver José Pablo Feinmann, Carter en Vietnam, Planeta, Buenos Aires, 2009, pp. 74-85. <<

[18] Jean Baudrillard, La Guerra del Golfo no ha tenido lugar, Anagrama, Madrid, 1991. <<

[19] José Pablo Feinmann, La filosofía y el barro de la historia, Planeta, Buenos Aires, 2008, p. 702. <<

[20] Anthony Phelan, El dilema de Weimar. Los intelectuales en la República de Weimar, Edicions Alfons el Magnànim, Valencia, 1990, p. 11. <<

[21] Lo aclaramos una vez más: nos importa poco y posiblemente nada lo que digan algunos sobre la prohibición «políticamente correcta» para todo escritor de citar otros textos suyos. ¿De qué se trata? ¿De jugarla de modesto? ¿De demostrar que si hemos escrito algo en otro lado y juzgamos que es adecuado citarlo aquí como citamos a cualquier otro autor no podemos hacerlo por tratarse de un texto nuestro? ¿De que nos hacemos propaganda? ¿Que a partir de esta cita el libro mencionado agotará nuevas ediciones? Terminemos con esta tontería. Porque forma parte del sentido común. No te cites, sé modesto. Ésa es, exactamente, una frase del sentido común. De lo que hay que decir. De lo que hay que hacer para «quedar bien». <<

[22] José Pablo Feinmann, La sombra de Heidegger, Planeta, edición Pocket, Buenos Aires, 2005, p. 89. <<

[23] Ibid., p. 20. <<

[24] Rosa Sala Rose, Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo, Quaderns Crema, Barcelona, 2004, pp. 102 y 103. <<

[25] Ibid., p. 106. De Albert Speer se podría decir y, en rigor, mucho se ha dicho. Hombre inteligente, algunos lo rescatan por haberse declarado culpable en el Juicio de Nüremberg. No pareciera ser suficiente. Sólo fue condenado a veinte años de prisión. Sin duda su aplomo, su elegancia, su brillantez expositiva, sedujeron a los jueces. Hizo las fabulosas escenografías para las reuniones del Partido en Nüremberg que luego filmó Leni Riefenstahl. Otro personaje controvertido. En 1969, Speer publica sus Memorias, un libro imprescindible para el conocimiento del nacionalsocialismo. <<

[26] Daniel Muchnik, Negocios son negocios. Los empresarios que financiaron el ascenso de Hitler al poder, Norma, Buenos Aires, 1999, pp. 96, 97 y 106. <<

[27] No le faltaron oportunidades para decirle algo así. Por ejemplo: cuando bajaron juntos al vestuario de los peruanos antes del partido que Argentina ganara por ese irrisorio 6-0 que ha permanecido en los anales del fútbol infamia. Los peruanos —cuando vieron juntos a Videla y Kissinger— comprendieron que debían perder por cuatro goles de diferencia, tal como Argentina necesitaba. En la red del arquero argentino Quiroga —que se había lucido hasta ese momento— entraron seis pelotas al servicio de los campos de concentración. <<

[28] José Pablo Feinmann, La filosofía y el barro de la historia, ed. cit., p. 393. <<

[29] Años más tarde, en medio del debate del estructuralismo contra la subjetividad cartesiana y la centralidad del hombre en tanto sujeto, en una humilde revista teórica de América Latina, un joven ensayista que no llegaba a los 30 años, escribirá una frase, para nosotros, todavía fundamental: «El hombre es el centro de la política». (Envido, N.º 3). La frase es de Horacio González. Él, al menos hasta hace un par de años, nos decía no recordarla. Si él no la quiere, nosotros nos la apropiamos. Qué tanto. Porque hasta recordamos cuándo la dijo. Estábamos en un bar de Independencia y Urquiza y Horacio tenía en brazos a una pequeña niña. Nosotros nos rompíamos la cabeza tratando de salvar al humanismo sartreano de todas las embestidas estructuralistas. Pero nos faltaba algo. Y de pronto, entre otras frases, Horacio largó esa: «El hombre es el centro de la política». La utilizaremos con tal vez obsesiva frecuencia. A veces lateralmente, a veces sin citarla, pero ahí estará. No lo olviden: ahora nos pertenece. Pero, como un faro, por primera vez, se la escuchamos a Horacio González. <<

[30] René Descartes, Œuvres et lettres, Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, París, 1952, p. 126. <<

[31] Ibid., p. 57. <<

[32] Luis Arenas, nota a pie de página de Descartes, ob. Cit., p. 57. <<

[33] Hervé Kempf, Salvar el planeta, salir del capitalismo, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2010, pp. 170 y 171. ¡Qué notables diseños de vanguardia tienen los libros de Capital Intelectual! Se trata de una cuestión de admirativa justicia, sólo eso. <<

[34] Hace dos meses terminamos una novela y nos dijeron: «No la mandes a ningún concurso. Es terrible. Es bella pero es brutal. La van a odiar». ¿Saben por qué? Porque vivimos épocas de novelas de mainstream. Ya la rechazaron lectoras españolas de grandes editoriales. «Porque es terrible. No se aguanta». A joderse, pues. El pesimismo no vende. La negación es lo último que les queda a la mayoría de los idiotas para recibir con buena onda al tsunami cuando cualquiera de estos días se presente. En cuanto a la novela que mencionamos no nos permitiremos abrir ningún juicio de valor. No decimos que sea buena ni mala. Sólo que su radical pesimismo o su abierta brutalidad espanta a editores y a lectores a sueldo de editoriales multinacionales. <<

[35] Nancy Fraser, «Michel Foucault: A “young conservative”?», en Posmodernidad e Ilustración: Ontología social y reflexividad del sujeto en el último Foucault, de Ramón Máiz, recopilado por Pablo López Álvarez y Jacobo Muñoz en La impaciencia de la libertad: Michel Foucault y lo político, Biblioteca Nueva, Madrid, 2000, p. 159. <<

[36] De la miseria humana en el medio publicitario. Cómo el mundo se muere por nuestro modo de vida, Melusina, Barcelona, 2006, p. 193. <<

[37] Martin Heidegger, Ser y Tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 1962, p. 186. <<

[38] Ibid. <<

[39] La bibliografía sobre este tema es más que frondosa. Ver, como guía, el notable libro de Enzo Traverso, La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales, Herder, Barcelona, 2001. <<

[40] Esa larga palabra alemana quiere decir: concepción del mundo. Los filósofos franceses estructuralistas y post han empezado a eliminarla por «la carga de subjetividad que tiene». Por eso mismo la usamos nosotros. Pero ellos son enemigos del sujeto. Quieren sacarlo de la problematicidad de la filosofía. Son hijos de Heidegger. Los aterroriza la sombra de Marx y el compromiso de Sartre: salir de la academia hacia la calle. A nosotros no. Por el contrario, sostenemos que el Poder cree más que nadie en el sujeto y su poder crítico. Por eso quiere colonizarlo y destruirlo. Pocas cosas hay más incómodas para el Poder que el sujeto crítico. Foucault no lo vio nunca. Muy tarde, demasiado. Y de los otros ni hablemos. Todos profesores de la academia norteamericana y de las aulas de teoría crítica. No de la sociedad. De la literatura. Pero la libertad del hombre se empeñará en luchar por sí misma. No por la libertad de la literatura. En todo caso, se alimentarán mutuamente. El sujeto libre encuentra su libertad expresándose literariamente (y no sólo así), pero la literatura, la verdadera, la grande, sólo puede ser creada por la libertad del sujeto, aunque esa libertad sea un resto minúsculo, el último bastión de un condenado a muerte en un campo de exterminio. <<

[41] Martin Heidegger, ob. Cit., p. 143. <<

[42] Es importante ver la materialidad del Poder. Ya que Foucault no se ocupa mucho de la historia francesa. El Poder se reduce al análisis de los manicomios y las cárceles pero nunca responde qué clase social, qué tradición histórica, qué fuerzas hegemónicas impusieron —por ejemplo— el panóptico. ¿Quién era Jeremy Bentham, a qué clase pertenecía, qué intereses impulsó en su vida, qué es lo que se defiende con el panóptico? ¿Estableció alguna vez Bentham una relación entre el panóptico y la lucha de clases en el siglo XIX? ¿Qué se expresaba de la Revolución Francesa en el panóptico? ¿Robespierre aprobó el panóptico como parte del plan represivo que encarnaba el Comité de Salud Pública? Pero no son los temas de Foucault: como discípulo de Nietzsche —a través de Heidegger—, como anticomunista con rencores irresolubles, lo que busca es aniquilar eso que Habermas llama «la razón centrada en el sujeto». Con Historia de la locura en la época clásica exhibía que la razón sólo podía constituirse al precio de negar la locura y con Vigilar y castigar que la sociedad sólo podía existir apartando de sí a los delincuentes, negándolos. Hemos tratado estos temas en otros trabajos. <<

[43] Véase Miguel Ángel Cárcano, El estilo de vida argentino en Paz, Mansilla, González, Roca, Figueroa Alcorta y Sáenz Peña, Eudeba, Buenos Aires, 1969. Sobre todo el capítulo IV: «El general Julio A. Roca». El modo extasiado con que Miguel Ángel Cárcano describe al general dice todo lo que hay que saber sobre el estilo de vida argentino. <<

[44] Además es ya tiempo de aclarar algo. Auschwitz tiene en la cultura occidental y en toda reflexión sobre los derechos humanos una centralidad que oscurece otros hechos. La frase de Löwith debiera poder formularse de otros modos. Ante todo, para ceñirnos al siglo XX (y recordando que Hitler, para justificar el genocidio judío, decía: «¿Acaso alguien recuerda el genocidio armenio?») debiera poder decirse, o debiera decirse más a menudo: Después del genocidio armenio a manos de los jóvenes turcos, es difícil imaginar una divinidad bondadosa. <<

[45] Marta Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histórico, Siglo XXI, México, 1999, p. 131. Concuerdo con los editores de Siglo XXI: el libro de Harnecker tiene ya una estatura histórica y mítica. Haya empujado al error o al acierto, su importancia en América Latina es enorme. No en vano, con orgullo, sus editores consignan que el texto tiene ya treinta años de vigencia. Y la edición que estamos citando es la número 61. Harnecker ha añadido otros textos a su obra. La contundencia es su marca de estilo. La certeza profunda en un sistema de ideas del cual es notable expositora. <<

[46] Ibid., pp. 131 y 132. <<

[47] José Pablo Feinmann, El peronismo y la primacía de la política, Cimarrón, Buenos Aires, 1974, p. 98. <<

[48] Aún no se había producido la revolución comunicacional. Si algunos advierten que este ensayo no lleva a primer plano la educación enajenante y dirigista que se les da a los niños en la Escuela es porque esa tarea ya ha sido hecha, aunque siempre debe continuar. Nosotros nos concentramos en un hecho nuevo. La derecha —y, muy especialmente, en América Latina— en estos momentos se expresa a través del poder mediático, que es la revolución del capitalismo desarrollada salvajemente luego de la caída del Muro de Berlín. Se expresa —así— globalmente. Porque la característica definitoria de esta revolución mediática es la globalización. Es precisamente esa globalización de lo mediático lo que puede darle la fuerza, la potencia del sujeto trascendental constituyente kantiano o del sujeto absoluto hegeliano: centralizado, logocéntrico, falocéntrico, y, para nosotros, sobre todo colonizador de las subjetividades del mundo. <<

[49] En Estados Unidos sucede, sin embargo, algo semejante al panorama político argentino. Los republicanos no tienen un candidato potable. Sarah Palin matando a un ciervo con un rifle de mira telescópica y Julianne Moore desplegando en un film una interpretación devastadora de esa mujer del rifle han casi alcanzado para controlar las ambiciones de los republicanos. <<

[50] Katja Galimberti, Nietzsche, una guía, Nueva Visión, Buenos Aires, 2004, p. 62. <<

[51] Hay un libro de cuentos trash de Robert Bloch, el autor de Psicosis, llamado Yours truly, Jack the Ripper. <<

[52] Sigmund Freud, El malestar en la cultura, Alianza, Buenos Aires, 1992, p. 72. <<

[53] Walter Benjamin, Discursos interrumpidos, Planeta-De Agostini, Barcelona, 1994, p. 57. <<

[54] Demetrio Estébanez Calderón, Diccionario de términos literarios, Alianza, Madrid, 1999, pp. 434-436. <<

[55] Walter Benjamin, ob. Cit., p. 56. <<

[56] Walter Benjamin, ob. Cit., p. 56. <<

[57] Martin Heidegger, Ser y Tiempo, ed. cit., p. 143. <<

[58] Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Centro de Cultura Económica, Buenos Aires, 1999, p. 175. <<

[59] Revista Para Ti, Atlántida, Buenos Aires, N.º 3833, p. 4. <<

[60] Ibid. <<

[61] Cierto amigo mío suele decir que la ingeniera Alsogaray tiene las piernas de Demi Moore; otro cierto amigo mío suele responderle que puede ser, pero que, definitivamente, Demi Moore no tiene la cara de Álvaro Alsogaray. <<

[62] Como señalamiento más que interesante digamos que el hombre europeo del siglo XIX se comportaba como un ave mansa en sus metrópolis y como un tigre sanguinario en sus colonias, por medio de sus ejércitos. El rigor era necesario para educar a los salvajes. Y el rigor es la sangre. No olvidemos que esa frase «la letra con sangre entra» tiene un sentido colonialista insoslayable. Los europeos invaden una colonia. ¿Qué les ofrecen a los sometidos? La cultura. «La letra». Si la aceptan, bien. Si no, la sangre la hará penetrar. El general López Aufranc dice en el documental Escuadrones de la muerte: «Con la sangre se aprende mucho». <<

[63] Max Horkheimer y Theodor Adorno, Dialéctica del Iluminismo, ed. cit., p. 50. <<

[64] Ibid. <<

[65] Nos permitimos recordar —sin duda innecesariamente— que Adorno y Horkheimer residían en California, donde también estaba Schönberg y alguien ajeno por completo a toda esta problemática pero un gran maestro que navegaba en otras aguas: Raymond Chandler. Desde esas aguas, exhibía con más rigor muchas de las tesis de A. y H. Con más rigor, con más estilo y más imaginación. Las exhibía frecuentemente sin proponérselo. Pero sus personajes estaban tan poderosamente delineados que el capitalismo se lee en El largo adiós con tanta profundidad y tanto nivel de crítica como en la Dialéctica del Iluminismo. Sin que Chandler fuera marxista ni tuviera una teoría de superación del sistema del capital. Sólo era —nada menos— un gran novelista. Por otra parte —abundando— acaso la amistad entre Adorno y Horkheimer fuera sincera y productiva, pero la de Philip Marlowe y Terry Lennox nos parte el corazón. Bebemos en la barra el gimlet que ellos beben. Y sufrimos y hasta se nos humedecen los ojos, de sensibleros que somos, cuando Marlowe, en el sombrío final, le dice a Lennox: «Ya le dije adiós una vez. Y fue triste, solitario y final». De donde tomó Soriano el título de su primera novela, tal vez la mejor. <<

[66] Max Horkheimer y Theodor Adorno, Dialéctica del Iluminismo, ed. cit., p. 150. <<

[67] Ibid., pp. 150 y 151. <<

[68] Ibid., p. 164. <<

[69] Max Horkheimer y Theodor Adorno, ob. Cit., p. 166. <<

[70] Ibid., pp. 166 y 167. <<

[71] Ibid., p. 167. <<

[72] Ibid., p. 179. <<

[73] Ibid., p. 156. <<

[74] David Thomson, Rosebud. The story of Orson Welles, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1996, p. 98. <<

[75] David Thomson, ob. Cit., p. 101. <<

[76] Ibid., p. 102. El primer capítulo de la novela de Wells —«La víspera de la guerra»— ahonda en sus planteos racionalistas, culpógenos y terroríficos: «Nadie supuso que los mundos más viejos del espacio fueran fuentes de peligro para nosotros, o si se pensó en ellos fue sólo para desechar como imposible o improbable la idea de que pudieran estar habitados. Resulta curioso recordar algunos de los hábitos mentales de aquellos días pasados. En caso de tener en cuenta algo así, lo más que suponíamos era que tal vez hubiera en Marte seres quizás inferiores a nosotros y que estarían dispuestos a recibir de buen grado una expedición enviada desde aquí. Empero, desde otro punto del espacio, intelectos fríos y calculadores y mentes que son en relación con las nuestras lo que éstas son para las de las bestias, observaban la Tierra con ojos envidiosos (…). Y a comienzos del siglo XX tuvimos la gran desilusión (…). Pero es tan vano el hombre y tanto lo ciega su vanidad que hasta finales del siglo XIX ningún escritor expresó la idea de que allí se pudiera haber desarrollado una raza de seres dotados de inteligencia que pudiese compararse con la nuestra (…) y al mirar a través del espacio con instrumentos e inteligencias con los que apenas si hemos soñado, ven sólo a cincuenta y cinco millones de kilómetros de ellos una estrella matutina de la esperanza: nuestro propio planeta, mucho más templado, lleno del verdor de la vegetación y del azul del agua, con una atmósfera nebulosa que indica fertilidad y con amplias extensiones de tierra capaz de sostener la vida en gran número». (H. G. Wells, La guerra de los mundos, Random House Mondadori, Buenos Aires, 2012, pp. 9-11). Lo que Wells ignoraba es que el planeta Tierra no empezaría su agonía por los marcianos, sino por sus propios habitantes. Los marcianos somos nosotros, señor Wells. Permítanos que volvamos a citar a Cornelius Castoriadis: «Esta destrucción irremediable sigue: en este preciso momento, la destrucción de los bosques tropicales en calidad de especies vivientes continúa. Las medidas tomadas o consideradas para detener esta destrucción son irrisorias. De modo que hablar, como lo hace Marcel Gauchet, de dominación del hombre sobre la antropósfera y el mundo creado por él no hace otra cosa que reproducir la vieja ilusión cartesiano-capitalista-marxista del hombre dueño y señor de la naturaleza, cuando el hombre es, en realidad, más bien como un niño que se encuentra en una casa cuyas paredes son de chocolate, y que se dispuso a comerlas, sin comprender que pronto el resto de la casa se le va a caer encima». (Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 175). <<

[77] David Thomson, ob. Cit., p. 106. <<

[78] No por todos. No podemos pasarnos la vida hablando con el gremio de taxistas que a veces parecieran ignorar lo que todos saben. Pero es cierto que el taxista se alimenta de sus clientes: la clase media antiperonista y antiizquierdista y racista y homofóbica. Son ellos los que habitualmente toman taxis en Buenos Aires. Se establece un diálogo armónico entre el conductor y el pasajero. Entre tanto, escuchan Radio 10. Una radio de una derecha que no creemos exagerar si calificamos de ultra, o con frecuencia abiertamente cavernícola. Aún lo era más en el momento en que se produce el Operativo Blumberg. <<

[79] Homero Alsina Thevenet, Cine sonoro americano y los Oscars de Hollywood, 1927-1985, Corregidor, Buenos Aires, 1986, pp. 191 y 192. El título de este libro tiene un descuido: el autor llama al cine de Hollywood «cine americano» tal como lo hacen los propios norteamericanos. «Cine americano» también se hace en América Latina, algo que Homero sabía muy bien, de modo que el error sorprende. <<

[80] Luiz Alberto Moniz Bandeira, La formación del imperio americano. De la Guerra contra España a la Guerra de Irak, Norma, Buenos Aires, 2007, p. 122. <<

[81] Homero Alsina Thevenet, ob. Cit., p. 192. <<

[82] Fernando Alonso Barahona, McCarthy o La historia ignorada del cine, Criterio, Madrid, 2001, p. 95. <<

[83] Virginia Mayo, The best years of my life. As told to LC van Savage, Beach House Books, Chesterfield, Missouri, 2002, p. 147. <<

[84] Fernando Alonso Barahona, ob. Cit., p. 99. <<

[85] Ibid., p. 194. <<

[86] Paul Ginsborg, Berlusconi, televisión, poder y patrimonio, Foca, Madrid, 2006. <<

[87] Marco Travaglio, Peter Gómez y Marco Lillo, Papi, el escándalo Berlusconi, Duomo, Barcelona, 2009, p. 11. <<

[88] Ibid., p. 79. <<

[89] Ibid., p. 23 <<

[90] Ibid., p. 20 <<

[91] Ibid., p. 12. <<

[92] Alexander Stille, El saqueo de Roma, Papel de liar, Barcelona, 2010, pp. 34 y 35. <<

[93] Ibid., p. 353. <<

[94] Ibid., <<

[95] Ibid., p. 431. <<

[96] Ibid., p. 422. <<

[97] The incredible Shrinking Man —El increíble hombre menguante, en castellano— es una película norteamericana de bajo presupuesto hecha en los años cincuenta. Dirigida por Jack Arnold, el gran director de El monstruo de la Laguna Negra y ¡Tarántula!, y Llegaron del espacio exterior, se basa en un script que Richard Matheson (también un grande) elaboró a partir de su propia novela The Shrinking Man. Hace apenas dos años fue designada por la National Film Registry de la Library of the Congress como un bien estético, cultural e histórico tan significativo como para ser preservado para todos los tiempos, para todas las generaciones. Se trata de un hombre que —afectado por una nube radiactiva— empieza a perder altura, espesor, hasta llegar a ser apenas un átomo extraviado en la inmensidad de la naturaleza. Pese a ello, su última reflexión es: «Todavía soy un hombre». Como se advertirá, los propósitos filósoficos y aún teológicos del film no son sencillos de delinear, pero son sin duda de una vastedad asombrosa en una obra humilde, de clase B, destinada a las matinés de los niños alborotadores de la época. Nosotros la vimos —éramos de esa clase de niños durante esos años— y sólo recordábamos la escena en que el hombrecito se encuentra con una araña, inmensa y monstruosa para él, y la enfrenta con una aguja. Creemos que desde entonces pasamos a formar parte de la inmensa serie de personas que padecen en este mundo de irremisible aracnofobia. Todavía algo más. El film de Jack Arnold Llegaron del espacio exterior (It Came from Outer Space, 1953) era en 3D. El notable director John Carpenter ofreció un testimonio conmovedor (al menos para nosotros) de su visión estremecedora y originaria de la película. «Fui a verla con mi madre. Nos sentamos. Empezó el film. Exhibía el cielo estrellado y una voz grave nos hacía saber que de ahí podían venir los peores peligros para la raza humana. “El que ustedes verán llegó hasta nosotros bajo la forma de un inmenso meteorito”. Entonces una de las aparentemente hermosas estrellas empezó a moverse hacia la Tierra. Cada vez más rápido, más rápido. Hasta que se incrustó en la pantalla y la dejó en blanco. La película era en 3D. No puedo describir el terror que sentí. Arrojé un alarido y empecé a correr como un loco hacia la salida. Cuando llegué ahí… me había enamorado del cine para siempre». <<

[98] Bigelow hizo su film sobre el asesinato de Bin Laden. Nos hemos ocupado de él. Y no como lateralidad. El film de Bigelow no es ninguna lateralidad. Es una centralidad estremecedora. <<

[99] Glenn Beck, The real America, Simon & Schuster Inc., Nueva York, 2005, p. 138. <<

[100] Enzo Traverso, La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales, Herder, Barcelona, 2001, p. 57. <<

[101] Michael Wolff, The Man Who Owns the News. Inside the Secret World of Rupert Murdoch, Random House Inc., Nueva York, 2010, p. 259. <<

[102] La palabra «oligarquía» se ha puesto de moda. Nosotros le damos el sentido nacional y popular con que hace ya muchos años hemos interpretado a Gramsci. Esa modalidad fue desarrollada por Horacio González en un pequeño y formidable mítico libro de 1974, que, por desdicha, sé que no ha vuelto a editar. Ni quiere. <<

[103] Adam Smith, La riqueza de las naciones, Fondo de Cultura Económica, México, 1958, p. 546. <<

[104] Ibid., p. 402. <<

[105] Ibid., p. 403. <<

[106] Durante estos días preelectorales, los supermarkets o supermercados —concentración de los viejos «mercados» y hasta «mercaditos» que los que tienen más de cuarenta han conocido en su infancia y juventud— deciden los precios de las mercaderías que se venden en sus abundosas góndolas. Si quieren generar inflación, aumentarán los precios. Es lo que han venido haciendo. Se trata de una maniobra que tiene un propósito institucional. O, sin duda, electoral. Al generar inflación, los dos o tres grandes supermercados de la Argentina deterioran al Gobierno. El comprador que recorre las góndolas y verifica la suba de precios culpa al Estado. El argentimedio conoce bien la odiosa figura del remarcador de precios. Durante la hiperinflación (cuyo propósito fue derrocar el gobierno de Alfonsín e imponer el de Menem, que venía a expresar sus intereses), los remarcadores de precios hacían su tarea en presencia de los consumidores. Tal era el vértigo de la inflación. Llegaban hasta a empujarlos, a apartarlos de las mercaderías para, abrochadora en mano, meter papeletas con los nuevos precios en todas y cada una de ellas. Eran muchachos jóvenes, fuertes, dinámicos. Nada podía detenerlos. Se deslizaban de una góndola a la otra, siempre con la abrochadora en su diestra, remarcándolo todo. Hoy, por ejemplo, la empresa Disco está en condiciones de convocar a dos monopolios más y acordar los precios de los alimentos. ¿Es libre el mercado? Lo mismo con la información. Al estar monopolizada en dos o tres grandes Grupos lo que se emite no es «información». Menos aún es la «verdad». O sí: es la «verdad» que conviene al grupo monopólico. Así, la lucha por la verdad es la lucha por la concentración del poder en el mercado de la información. Cuando el mercado de la emisión de «verdades» se monopoliza, la verdad es una. Eso busca todo Grupo Monopólico: la monopolización de la verdad. ¿Hay algo más autoritario y antidemocrático que eso? Todo despotismo aspira a la unicidad de la verdad, esa unicidad es la suya, la unicidad de su verdad impuesta como la verdad de todos. Lo Uno aspira a devorarse a lo Múltiple. Y no sólo aspira, casi siempre lo consigue. Al menos hasta el exquisito punto en que la balanza se des-equilibra a su favor. Ahí ha triunfado. El monopolio no requiere que todos los sujetos le crean. Requiere que le crean los suficientes como para dar forma a la opinión pública. «Ya está, ganamos: la opinión pública es nuestra». Qué frase: tan buena que sería digna del periodista que le permitió a un famoso vivir un día más por informar su deceso al día siguiente. <<

[107] Escribo entre comillas «música clásica» porque es un tosco nombre que se le ha impuesto. Todos, al menos, lo entienden. Pero la única música que podríamos llamar «clásica» con propiedad sería la de Mozart y Beethoven; Haydn y Bach son barrocos; Schumann, Liszt, Wagner, Chopin y Brahms son románticos; Mahler y Bruckner son románticos tardíos o neorrománticos; Debussy y Ravel son impresionistas; Schönberg es dodecafónico, salvo en Noche transfigurada, Webern también, Berg también pero va más allá de cualquier etiqueta porque es un genio, tan genial que hasta parece posromántico; Rachmaninoff es un romántico tardío; Prokofiev, en su séptima sonata, es casi atonal; como lo es Gershwin en pasajes de su poco conocida y maravillosa Segunda rapsodia para orquesta con piano y luego vienen los atonales o los que, actualmente, mezclan todos los estilos y ven qué sale. Hace poco comenté la deslumbrante Tango-Rhapsody de Federico Jusid que tocaron gloriosamente Sergio Tiempo y Karin Lechner. Bien, pero para ser comprendidos debemos acudir al lugar común de decir que toda esa música pertenece a la calificación de «clásica». Que es mejor que «seria». Y mejor —ni hablemos— que «música de especulación superior». Que sería la más exacta pero resulta ofensiva. Sucede que esta música —aunque sea más compleja que la «popular»— jamás podría reemplazarla. Si se quiere alegrar una reunión no se pone la Obertura trágica Opus 81 de Johannes Brahms. No, mejor no. <<

[108] Adam Smith, ob. Cit., p. 545. <<

[109] David Ricardo, Principios de economía y tributación, Fondo de Cultura Económica, México, 1959, p. 101. <<

[110] Karl Marx, Discurso sobre el problema del librecambio, Bruselas, enero de 1848. <<

[111] Ibid. <<

[112] Karl Marx, Discurso sobre el problema del librecambio, ob. cit. <<

[113] Sergio Ricossa, Diccionario de Economía, Siglo XXI, Madrid, 1990, p. 412. <<

[114] Ibid., p. 413. <<

[115] Ibid., <<

[116] Adam Smith, ob. Cit., p. 545. <<

[117] Nigel Ashford y Stephen Davies (dirs.), Diccionario del pensamiento conservador y liberal, Nueva Visión, Buenos Aires, 1992, p. 224. <<

[118] Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007, p. 97. <<

[119] Ibid., pp. 163 y 164. <<

[120] Martin Heidegger, Caminos de bosque, Alianza, Madrid, 1995, p. 87. <<

[121] Ibid., p. 87. <<

[122] José Pablo Feinmann, La filosofía y el barro de la historia, Planeta, Buenos Aires, 2008, pp. 370-372. <<

[123] Paola Marrati, Gilles Deleuze. Cine y filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires, 2004, p. 34. <<

[124] Karl Marx y Friedrich Engels, Obras escogidas, tomo II, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1955, p. 383. <<

[125] Sobre Engels ver Tristram Hunt, El gentleman comunista. La vida revolucionaria de Friedrich Engels, Anagrama, Barcelona, 2011. <<

[126] Oscar Terán, Historia de las ideas argentinas, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008. <<

[127] José María Ramos Mejía, Las multitudes argentinas, La Cultura Popular, Buenos Aires, 1934, pp. 280-283. <<

[128] Oscar Terán, ob. Cit., p. 128. <<

[129] Ibid. <<

[130] Ibid. <<

[131] Oswald Spengler, El hombre y la técnica y otros ensayos, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1947, p. 25. <<

[132] Ibid., p. 16. <<

[133] Ibid., p. 21. <<

[134] Ibid., p. 14. <<

[135] Michael Hardt y Antoni Negri, Imperio, Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 16. <<

[136] En estos tiempos la mala onda o el pesimismo no venden. La gente ya sabe que todo está mal, pero no quiere que se lo recuerden. Menos aún en un libro sesudo de apariencia irrefutable. ¿Qué es eso de por toda la eternidad? ¿Tanto habrá que sufrir el poder del Imperio? Se debiera ver, sin embargo, el optimismo implícito en esa frase desmedida de Hardt y Negri. Si el Imperio habrá de durar por toda la eternidad significa que la eternidad existe. Que el ser humano (ese dios con prótesis como lo definió Freud) no habrá de aniquilar el planeta durante los próximos cincuenta años como piensan científicos y ecologistas y filósofos que aman el sabor amargo pero también el ampuloso espectáculo del Apocalipsis. ¿Quién no ansía ver la belleza indescriptible y final del último tsunami? <<

[137] Michael Hardt y Antoni Negri, ob. Cit., p. 17. <<

[138] Ibid., p. 266. <<

[139] Ibid., p. 278. <<

[140] Ibid. <<

[141] Ibid. <<

[142] Gianni Vattimo y otros, En torno a la posmodernidad, Anthropos, Barcelona, 1991, p. 9. <<

[143] Ibid., p. 19. <<

[144] Jean Baudrillard, El éxtasis de la comunicación en la posmodernidad, Kairós, Barcelona, 1985. <<

[145] Ibid., p. 194. <<

[146] Ibid., pp. 196 y 197. <<

[147] Veamos algunos sinónimos de «soez» para fijar bien la vecindad de esta palabra con otras tan desdeñables como ella: grosero, tosco, bruto, salvaje, descortés, desvergonzado, impertinente, insolente, lenguaraz, ofensivo, cerdo, vil, indigno, indecente, villano, astroso, tabernario. <<

[148] J. A. Cuddon, Dictionary of Literary Terms and Literary Theory, Penguin Books, Londres, 1991, p. 223. <<

Filosofía política del poder mediático
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