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El terrorismo y las «células dormidas»
Hay puntos tan hondos en estas temáticas que estremecen por transmitir el miedo profundo que los hizo nacer. ¿Por qué los marcianos —que solían venir de afuera, del espacio exterior, en los grandes films paranoicos de los cincuenta— surgen de las profundidades de la Tierra —de adentro— en films ejemplares en su temática, como la versión que ofrece Steven Spielberg de La guerra de los mundos en la primera década del siglo XXI? ¿Qué causa más terror, qué cala más hondo en los terrores secretos de un pueblo: que el peligro venga de afuera o que esté enterrado en nosotros mismos aguardando el momento propicio (que será siempre el más sorprendente, el más inesperado) para surgir e iniciar el ataque destructor definitivo? Nuestra tarea (para lograr penetrar en la lógica interna del manejo del terror de masas que instrumenta un medio masivo como el cine) será la de aprehender el fenómeno que lleva de los «invasores marcianos» a eso que luego del nine eleven (ataque y destrucción de las Torres Gemelas). Donald Rumsfeld y sus usinas propagandísticas empiezan a llamar sleeper cells, la pesadilla de la era Bush, que expresa el film de Spielberg. Las sleeper cells son las «células dormidas». Las células son parte de nuestro organismo. Todos tenemos células. Pero ¿por qué a éstas se las llama dormidas? ¿Duermen o esperan? Todo lo que duerme, en algún momento despierta. ¿Cuándo despertarán las células dormidas? ¿Son buenas para nuestro organismo? No todas las células son buenas. No lo son las cancerosas. ¿Son cancerosas las células dormidas? Pareciera que las sleeper cells expresan una cuestión más compleja. Pareciera que Bush y Rumsfeld nos quieren poner alertas ante un peligro mayor. El mayor peligro sobre el que fueron advertidos los norteamericanos tuvo como cobertura, explicación y encuadre político el período conocido como Guerra Fría. La cosa era así: viejo y enfermo, Roosevelt había sido derrotado por el vigoroso Stalin en la Conferencia de Yalta, que se realiza no bien concluye la Segunda Guerra Mundial. El que no se engaña sobre los proyectos de dominación mundial de los comunistas es el bravío león británico, Winston Churchill, que, el 5 de marzo de 1946, en la Universidad de Fulton (Estados Unidos), dice sus célebres palabras, las que dan nacimiento al concepto de «cortina de hierro». Dice Churchill: «Una cortina de hierro ha descendido sobre el continente. Detrás de esta línea se encuentran todas las capitales de la Europa central y oriental (…), lo que debo denominar la esfera soviética. Y todos están sometidos, de un modo u otro, no sólo a la influencia soviética, sino a una medida de control muy elevada y, en muchos casos, cada vez más intensa, cuyo centro está en Moscú». Este discurso de Churchill es conocido, pero ignoramos si se ha reparado que es el gran león británico el que divide el mundo en dos. Porque es el creador de la «cortina de hierro», un concepto que habría de tener una fortuna política y conceptual extraordinaria. Así, el mundo queda quebrado en «países del Occidente libre y cristiano» y «países detrás de la cortina de hierro». Queda así planteado el concepto de la Guerra Fría. Occidente le añade el aspecto terrorífico de la voracidad expansiva soviética. El grito es: «Vienen por nosotros. Se infiltran en nuestras sociedades. No sabemos distinguirlos. Puede ser cualquiera. Puede ser usted».