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Medios y monopolios: la verdad monopolizada
Cuando ya no nos horroriza, el horror ha triunfado. Cuando se transforma en parte de nuestra vida cotidiana, cuando pierde peso en nuestras conversaciones, cuando se incluye en el entorno existencial dentro del que aceptamos naturalmente vivir, cuando se naturaliza porque aceptamos que es natural torturar, que es una práctica desagradable que el orden, la seguridad, la paz de nuestras sociedades requiere, ahí, la tortura se instala y del lugar en que lo hace difícilmente retroceda, porque se ha instalado en nuestros corazones. Una sociedad o —más aún— una civilización se define por las cosas que puede tolerar y por las que no. Es muy fácil distinguirlas. Las que no se toleran se someten a la Justicia y se condenan. Las que se toleran son parte del elemento en que hemos decidido o aceptado vivir. Toda civilización crea su elemento epocal. Los valores espirituales que la definen y los que rechaza porque niegan los que ha elegido. En Grecia, la esclavitud era parte de su espíritu de época. Podía incomodar a ciertos espíritus muy exquisitos. Pero sólo eso. Durante la Edad Media se aceptaba que el poder de la Iglesia era omnímodo y sus decisiones debían ser acatadas sin discusión posible. La Iglesia representa el poder de Dios en la Tierra y ¿quién se atrevería a negar a Dios? Cuando se establece un absoluto tan poderoso, la libertad de los hombres se encuentra en peligro. Todo absoluto requiere una casta que lo represente. El poder sacerdotal asume la representatividad del ente sagrado y aplica a su antojo las reglas que ha emitido para ser un buen hombre de Dios o no. Esto siempre lleva a un estado de arbitrariedad, ya que finalmente es sólo la casta gobernante la que conoce los dogmas que hacen de un hombre un inocente o un culpable. No fue otro el gran descubrimiento de toda la literatura de Kafka. «Lo que se sitúa en el centro de sus escritos (escribe Enzo Traverso) es más bien la eliminación del hombre en un mundo transformado en universo opresor e incomprensible. La racionalización y la dominación burocrática descritas por Weber adquieren en Kafka la forma de un caos indescifrable donde la ley se ha perdido o, aún peor, se ha transmutado en el código secreto de un orden infernal encarnado por figuras siempre… siempre sucias, grotescas, triviales (…). Josef K. es condenado y ejecutado por un tribunal de reglas siempre misteriosas y su juicio se basa en un crimen inexistente o inexplicable»[100]. Sucede algo semejante en todo régimen de terror. En la Argentina, entre 1976 y 1983, nadie sabía qué era lo que transformaba a un hombre en un «subversivo». Todos estaban librados al azar, al capricho vacilante, nunca férreamente definido, al humor arbitrario, imprevisible, impenetrable, de los verdugos, de los amos. Lo mismo sucedió en los regímenes comunistas y llegó a su clímax macabro con el Reich alemán. El capitalismo (que consolidó sociedades medianamente democráticas en sus fronteras) impulsó regímenes de indecible atrocidad en otros países para frenar «el avance del comunismo internacional». No con poca frecuencia intervino directamente, Corea, Vietnam. Y hoy la llamada «Guerra contra el Terror» en la cual su protagonismo es exclusivo.
Volviendo al tema de la tortura. ¿Qué busca la Fox, qué buscan las otras producciones de Hollywood sobre la tortura? Naturalizarla. Que la aceptemos mansamente como Josef K. acepta su destino. Sí, se tortura. Sí, tal vez no sea correcto. Pero el Imperio está librando una guerra para todos. La guerra contra el terrorismo. No todo lo que se hace en la guerra está bien. Pero el tema a resolver no es si está bien o no. Si es moral o no lo es. El tema a resolver es si es necesario o no es necesario. Sí, es necesario. Incluso se busca que se llegue a tener cierta piedad por los personajes condenados a un trabajo tan duro. Sí, porque no es fácil torturar. No cualquiera puede. Entonces, ¿cómo llamar a los que hacen una tarea que es necesaria pero pocos podrían hacer? Soldados de una causa justa. ¿Por qué no héroes? El razonamiento se transforma en una calesita vertiginosa que termina por justificar todo.