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Un encuentro entre Marcuse y Sartre
De la Escuela de Fráncfort es Marcuse, el que habrá de reconocer que la Crítica de la razón dialéctica es un gran libro. Como lo hará también Deleuze. (Ignoro cómo pudo cuando ya se encontraba sometido a Nietzsche y al rechazo de la negatividad). En 1967, Marcuse se moría por conocer a Sartre. John Gerassi (autor de Jean-Paul Sartre: La conciencia odiada de su siglo) consigue armar una cita. Sartre le dice:
—Vea, no he leído una página de Marcuse. Estoy muy ocupado con mi Flaubert.
—Suspendamos la reunión.
—No, yo también quiero conocer a Marcuse. Tiene mucho ascendiente sobre los estudiantes activistas. Haremos esto: usted hágale preguntas. Él las responderá. Con lo que él responda me bastará a mí para enterarme de lo que piensa y hacerle preguntas como si me interesara mucho por su pensamiento.
Se realiza la reunión. Sale espléndida. John Gerassi acompaña a Marcuse a tomar un taxi. Escribe: «Cuando acompañé a Marcuse a tomar un taxi en las afueras del restaurante, tomó mis manos en un gesto de gratitud exclamando: No sabía que Sartre estuviera tan familiarizado con mi obra. Yo nunca lo había visto a Marcuse tan complacido»[8].
Tenemos que continuar en el camino áspero y —para nosotros amargo, triste y odioso— de la destrucción del sujeto y del humanismo en los estructuralistas y los post. Lo haremos al estilo de un rápido punteo. Sólo para mostrar la instauración del sujeto bélico comunicacional sobre la derrota del sujeto-hombre, del sujeto-praxis, del sujeto-inmerso en la Historia, que es el único que puede oponerse al poder. Estos desarrollos tienen una primera y extensa formulación en mi libro La filosofía y el barro de la historia. No en vano el subtítulo que lleva es: Del sujeto cartesiano al sujeto absoluto bélico comunicacional. No hemos podido arribar al tema pero no es arduo avizorar que nos dirigimos a una formulación definitoria: en tanto Europa sacrifica al hombre y al sujeto (no olvidar la fórmula impactante y esencial de Las palabras y las cosas de Foucault, 1966: el hombre ha muerto), América Latina, en esa época, se lanza a la épica del hombre nuevo. Y ahora necesitamos de nuevo al sujeto, al hombre, al humanismo. Porque nuestra lucha es por los derechos humanos y por impedir el avasallamiento de la razón imperial. No estamos solos ni estamos locos.
Escribe Eduardo Grüner: «La insistencia extrema en la desaparición del Sujeto (…) puede fácilmente hacer que sea precisamente el Poder quien quede liberado en su omnipotencia: en condiciones de desigualdad e injusticia sustantiva (…). Esta visión de las cosas tiene sin duda de dónde agarrarse (…). Pero de allí a postular la desaparición de toda noción de una subjetividad social o cultural (y sobre todo de toda capacidad de resistencia a las formas alienantes e irracionales que adquiere la desubjetivación supuestamente en marcha) hay un gran paso. Y es un paso que nos deja inermes —tanto desde el punto de vista teórico como empírico— ante un sistema de dominación “global” que sigue actuando con la omnipotencia instrumental cada vez más nacionalizada del conquistador Sujeto cartesiano. “Ellos” no se han hecho cargo, en todo caso, del desvanecimiento de su propia subjetividad, mientas que “nosotros” nos apresuramos a liquidar la nuestra mucho antes de que un mundo más justo e igualitario ofrezca las condiciones para que esa crítica sea reasumida por “todos” como un paso más hacia el horizonte en perpetuo desplazamiento de la Verdad»[9].
Nos queda la tarea de desarrollar con minuciosidad qué entendemos por sujeto-Otro y por qué le decimos sujeto pasivo. Los tiempos son pésimos para la libertad subjetiva porque ha sido elegida por el Imperio como su conquista prioritaria, la más anhelada y la más eficaz para sus proyectos de dominio. Sabemos cuál es nuestro camino. Qué tenemos que aceptar y qué rechazar del pensamiento de los países hegemónicos del Saber. Esto ya es una conquista importante. En una cena de amigos de fin de año, a la hora de los brindis, uno de ellos alzó su copa y no dijo Feliz Año Nuevo, que sea un buen año, que la pasemos bien, que seamos felices, que se realicen nuestros sueños, que evitemos los zarpazos de Duhalde y Pando y del periodismo-letrinógeno. No, dijo algo sorprendente. Dijo: «¡Por Jean-Paul Sartre!». Fue el mejor modo de terminar la noche.