77
¿Qué poder derrotará al de Berlusconi?
Si un escritor escribe un cuento como «Papá sale en televisión» es porque hay algo que lo condiciona. En este caso tal vez —o sin duda— la pasión de los italianos por las imágenes que salen por la tele. Algo quiso decir Stefano Benni. Y no sería arriesgado suponer que lo que ha dicho tiene profunda relación con el hecho humano y cultural que ha permitido en Italia el imperio berlusconiano. Que es parte de un fenómeno mundial. Pero que en las costas mediterráneas ha logrado una expresión casi absoluta. Si el poder de Berlusconi es el de la televisión, y si sólo existe lo que aparece en ella, ¿qué otro poder podrá derrotarlo? Hasta ahora, Il Cavaliere ha sorteado todos los obstáculos, no hay quien no pareciera tener un pacto tácito con él, la mafia sobre todo. Su carisma, que es poderoso, tampoco ha requerido de una elaboración excesivamente minuciosa. Il Cavaliere sonríe. La sonrisa no abandona su cara, está ahí tan firme y tan cómoda como su nariz o sus ojos. Levanta la mano derecha y sonríe. Su autopermisividad no tiene límites. Llegó al grado de hacerle cuernitos a un pulcro parlamentario británico. En sus fiestas —lo veremos— casi nadie falta. Ahí, el exceso se expresa por medio de todo: del alcohol, de las drogas, del sexo, de las mujeres imposibles. Hay fotos de Tony Blair, rojo por el sol del Mediterráneo, con sus ojitos extraviados y una sonrisa tan cercana a la bobería que sólo puede ser la mismísima bobería. De pronto, aparece Mike Tyson. Tiene la exacta cara que tenía cuando Evander Holyfield le dio esa memorable paliza que derivó en la pelea absurda en que, desesperado, Tyson le mordió una oreja. Aquí pareciera andar buscando alguna. Que quiere morder es evidente. Y por fin, en la cumbre de todo ese aquelarre dispendioso, surge la figura de Lele Mora, obeso, vestido de blanco en una mansión blanca, semejando una Moby Dick juguetona, llena de picardías y secretos de ésos que se revelan en los ámbitos insondables, donde el pecado puede llegar a ser absoluto pero no para muchos, sólo para los elegidos, rodeado de efebos, de núbiles con cuerpos musculosos y tostados por el sol opulento de ese lugar del mundo donde los poseedores del dinero, los ya asqueados por la indecencia de su abundancia, se obstinan en buscar una sensación nueva, algo que les diga que aún no lo han probado todo.