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Los marcianos de Spielberg
Con la llegada del general Eisenhower al poder llegan también los republicanos. Aquí confesamos que nuestra creencia en puntos divergentes entre los dos partidos de Estados Unidos es muy débil. Fue el demócrata Truman el que ordenó arrojar las bombas sobre Japón. Bobby Kennedy participó de los comités de interrogación de McCarthy. Joseph Kennedy, el padre del clan, fue embajador en Alemania durante el nazismo, y sus simpatías por los nacionalsocialistas fueron notorias. Incluso —si damos un salto al presente— nos encontramos con el fracaso de la «esperanza Obama». Las guerras del Terror (planteadas y propagandeadas como guerras contra el terror) han seguido su curso. Eisenhower llega e intensifica la lucha contra la «infiltración» comunista. La gran película de la época es (y por eso hemos tratado detenidamente el experimento radial del Mercury Theatre de Welles). La guerra de los mundos, que se realiza en 1953. No desató la paranoia generalizada del experimento de Welles. Pero no lo pretendía. Hasta —lo confesamos— pareciera injusto incluir este film entre los tantos similares de la década. Sobre todo por un punto: el diseño de las naves espaciales que lleva a cabo el más que talentoso (cuando escribimos «más que talentoso» es porque nos cuesta escribir «genial») diseñador de efectos especiales George Pal es asombroso, deslumbrante. Qué belleza satánica tienen sus naves del Mal. Si el Príncipe de las Tinieblas alguna vez nos visitara o decidiera salir de ese lugar desde el que maneja los hilos decisivos de la historia humana en tanto el Todopoderoso se distrae mirando a Tinelli, programa que el Ángel Oscuro le recomendó para neutralizarlo, debiera venir en una de las naves de George Pal. Creemos que son conocidas porque han sido copiadas y porque se hizo una serie utilizando ese poderoso diseño. Se trata de una manta-raya y un largo cuello que emerge y es el de una serpiente cobra. La gran cabeza de la serpiente tiene dos grandes ojos y desde ellos las naves disparan sus rayas mortales. Arrasan la Tierra. ¿Qué podrá derrotarlas? Pareciera que nada, porque —de otro modo— reaparecen en la remake que hace Steven Spielberg en 2005 con el título algo más lacónico de Guerra de los mundos. Ahora no son los comunistas. Spielberg hace pie en el nine eleven (el 11 de septiembre, caída de las Torres). Pero sucede algo increíble. Admitimos habernos sorprendido al ver el film. Lo acabamos de ver otra vez para escribir este ensayo y el efecto parte en busca de un nuevo miedo, de una nueva paranoia. Los marcianos surgen de las entrañas de la Tierra. McCarthy siempre dijo que el país estaba infiltrado por los comunistas, pero a ningún cineasta se le ocurrió lo que hizo Spielberg: los alienígenas no vienen de afuera. Son alienígenas de adentro. ¿Puede haber alienígenas de adentro? No. Pero, sin embargo, recordemos que en Alien (el film de Ridley Scott) el Monstruo surge desde las profundidades del pecho de John Hurt. Que Kevin McCarthy, en el final de La invasión de los usurpadores de cuerpos, grita a los automovilistas en medio de la vertiginosa autopista: «Están entre nosotros. Usted es el próximo». Pero los marcianos de Spielberg no vienen de afuera, no se apoderan de nada. Esperaban bajo la Tierra el momento de aparecer.