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La guerra de la moda

Si uno se pasea, pongamos, por los kioscos de la avenida Santa Fe y mira las revistas, advierte que el verano —el verano como concepto— implica la desmedida liviandad de lo leve. Todo es liviano, fugaz: los romances, las fiestas, las bifurcaciones de la política.

La política, por ejemplo, se lee así: ¿se unen Fulano y Zutano?, ¿se va Fulano del PJ para pasar a las filas de Pino?, ¿se enojan los de la Coalición Cívica?, ¿se va Zutano de Proyecto Sur porque se arregló con Fulano?, ¿y si Mengano vuelve al PJ? Todo esto es impecablemente simétrico a los romances de la farándula. La farándula, por ejemplo, se lee así: ¿durará lo de Piti y Chinchita?, ¿romperán Mariana y Chonghi?, ¿Andresita seguirá hablando con Jeffrey por medio de su movi y gastando fortunas?, ¿será la fiesta de Scarpelli tan maravillosa como siempre o más?, ¿siguen bien Gallito y Gallina?, ¿siguen bien Susana y Porfirio?, ¿y si no?, ¿no se la ve algo triste a Araceli?, ¿algo solitaria a la Hassán?, ¿y si no?, ¿todo queda así o nace un nuevo amor?

Así es el verano: todo es leve. También lo es la ropa, ya que uno usa poca durante su transcurso. Sin embargo, la ropa nunca es leve. Es una cuestión decisiva. Hay un aforismo impecable que dice: «Si quieres odiar a las mujeres, lee las revistas femeninas». Es, digamos, de autor anónimo. Ocurre con estas revistas —las femeninas, decimos— que se colocan en un punto de vista arbitrario pero poderoso: asumen la condición de la mujer, es decir, a través de ellas es el alma femenina la que se expresa. Hace ya un buen tiempo —o no tanto— salió un número de Para Ti que conservamos en la biblioteca junto a algún libro de Gilles Lipovetsky y a cuya lectura hemos decidido seriamente consagrarnos. Comienza con un sólido editorial. Su título: «Los mejor y los peor vestidos». Su estilo es ejemplar: quienes han escrito esas líneas hablan en plural porque expresan un plural: las mujeres. Para decirlo claramente: Para Ti habla en nombre de todas las mujeres. De aquí la recurrencia al plural: vivimos, somos, nos pasa a todas, nos vestimos, sabemos.

El editorial, desde su primera frase, asume un conocimiento absolutamente privilegiado de la condición femenina. Dice así: «Comentar la ropa que usan los otros es el más popular de los deportes femeninos»[59]. Hay, aquí, una premisa que no se discute, un saber que no se discute: el más popular de los deportes femeninos es uno y sólo uno: comentar la ropa que usan los otros. Que ninguna mujer se atreva a aseverar otra cosa: Para Ti sabe lo que dice. Habla desde la mujer y para la mujer. Una cosa, claro, le permite la otra: es por su hondo conocimiento de la esencia de lo femenino que Para Ti puede hablarles a las mujeres con la certeza con que lo hace. Esta certeza básica le permite continuar desplegando o deduciendo las otras certezas. ¿Para qué practican las mujeres su deporte predilecto? Para Ti responde: «Para elogiar o criticar. Para envidiar o destruir». (Es notable cómo esta visión de la mujer convalida la visión machista: las mujeres son seres superficiales, que se la pasan hablando de trapos, que se miran con envidia, que se critican por detrás, lenguas viperinas que se destruyen mutuamente por medio de mezquinos chismeríos). Y continúa, Para Ti, con una afirmación de matices sociológicos, acotada a la Argentina. Dice: «Vivimos en un país donde todas nos vestimos para los demás. Para salir en las fotos, para hacer reventar de odio a las otras mujeres». De este modo, la ropa es un arma, un instrumento de guerra para las mujeres. Una mujer se viste para hacer reventar de odio a las otras. La moda es un espacio de guerra. ¿Cómo no evocar a Hobbes? Para este campeón de las visiones pesimistas de la condición humana (Leviathan, 1651), el hombre, en su estado de naturaleza, vive en una lucha de todos contra todos. Así, el hombre es el lobo del hombre. (Es tan notable esta aseveración del señor Hobbes —aceptada de buena gana por Freud— que uno no se da cuenta y ya está recurriendo a ella). La moda, en la visión de Para Ti, es también un estado de naturaleza, entendiendo por tal un estado de guerra de todos contra todos. O de todas contra todas. La mujer es la loba de la mujer. En Hobbes, el estado de naturaleza se supera por medio de la autoridad del Estado. ¿Cómo se supera el estado de naturaleza de la guerra que plantea Para Ti? No está muy explícito en este editorial, pero algo podemos aventurar: son las grandes casas creadoras de la moda las que vienen a reemplazar en este conflicto la misión del Estado hobbesiano. Dice Para Ti: «Somos, para colmo, prisioneras de lo que se usa». Es decir: hay una instancia superior a la guerra de las meras individualidades. Hay estamentos empresariales que deciden lo que se usa. Y las individualidades —las mujeres, todas— deben someterse a esa férrea legislación. «Es así. Nos pasa a todas. A las famosas y a las ilustres desconocidas». Es así, es decir: es inmodificable, es un autoritarismo al que sólo resta someterse. Y, también, nos pasa a todas, es decir: quienes escriben el editorial de Para Ti se incluyen en el espacio de la guerra. Dicen, entonces: «Nadie sale victoriosa del juicio implacable de las mujeres». Observemos que se trata de una guerra sin triunfadores: todos pierden. Porque el juicio de las mujeres es tan impiadoso, tan implacable que no deja nada en pie. Ser mujer es estar condenada a la derrota en una guerra cuyas armas son los trapos, los vestidos, en suma: la moda. Y las editorialistas de Para Ti incurren (sin saberlo, sospecho) en una venerable verdad sartreana: el experimentador forma parte del sistema experimental. Ellas no están afuera, escriben sobre un tema que, dramáticamente, las incluye: «Este número especial de Para Ti (…) está hecho por mujeres que nos vestimos todos los días (…). Por mujeres que sabemos que lo que a nosotras nos pasa, les pasa a todas»[60].

Sin embargo, a la hora de elegir los blancos sobre los que hacer fuego, Para Ti elige a los famosos. «La fama (dice) tiene su precio». Y el precio de la fama es, sí, el de la infinita visibilidad, que implica el del juicio infinito, el de la infinita exposición. Desfilan, entonces, en un desfile vertiginoso, de a uno o de a varios por página, los famosos. Para Ti abre el paraguas: sólo se trata de un juego, el «más divertido y apasionante juego de mujeres». Así las cosas, divide a quienes se visten en dos categorías: A: las mejor vestidas; B: las peor vestidas. Y la enumeración es larga. Larga, arbitraria, caprichosa, ligera pero… siempre late, en sus ardientes entrañas, el poder del enjuiciamiento. «Una peor vestida de hoy puede ser una mejor vestida de mañana», advierte el editorial. Pero, claro, rige la contraria: una mejor vestida de hoy puede ser una peor vestida de mañana. La guerra continúa y continuará. Amalita, de este modo, está entre las más elegantes porque «no tiene prejuicios y agrega joyas increíbles» (p. 10), Susana es una estrella y se le perdona todo («hace lo imposible para que le perdonemos todo», p. 14), Mirtha es «siempre una señora» (p. 19), Claudia Maradona es de lo peor («¿Se vestirá con lo que a ella le gusta o con lo que quiere verla Diego?», p. 25), Zulema Yoma mal, pero a veces mejor (pp. 31-33), María Julia Alsogaray muy pero muy bien: «ella sabe que su fuerte son las piernas y las muestra»[61] (p. 46), Canela y Teté zafan, Nacha condenada a los infiernos (a Nacha —en el fondo— no le perdonan su pasado di-telliano ni que cante, aún hoy, poemas de Neruda), Mariana Nannis pésimo («No siempre lo más caro es lo mejor», p. 70) y así sucesivamente, porque el desfile es interminable, porque los famosos son muchos y porque «el juego preferido de las mujeres» es impiadoso como la más feroz de las guerras y nunca se detiene, ya que forma parte sustancial de la condición femenina. Según Para Ti, claro. Visión que sería importante refutar, y en cuya refutación las mujeres deberían ocupar el primer plano, porque son ellas —destinatarias directas de estas revistas «femeninas»— las primeramente menoscabadas.

Como vemos —tomando como punto de partida los ejemplos que hemos entregado— nos hemos centrado en la etapa menemista. Fue la que llevó a las más altas cumbres de tipos de ejercicios de frivolidad. Pero volveremos sobre la moda hoy. Y no sólo en nuestro país. La moda es un ejercicio del Poder. Y uno de los más aberrantes. Porque implica todo ese mundo de las modelos, los grandes diseñadores, los desfiles de hembras fabulosas y los books deslumbrantes en los que muchas de esas hembras cotizan tan alto que bien podría hablarse de una Bolsa de Tokio y una Bolsa de la Moda. Volveremos sobre este tema. Es esencial al mundo de hoy. Que vayan preparando la moda tsunami.

Filosofía política del poder mediático
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