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Freud y las exageraciones del psicoanálisis
Tal vez más de uno clame aquí que nos hemos salteado las importantes elucubraciones del maestro Freud. Sí y no. Sí, porque —en efecto— las dejamos de lado. No, porque las conocemos, las estudiamos así como durante largos, larguísimos años hemos estudiado esa disciplina que la ciudad de Buenos Aires ama. Incluso escribí una comedia negra cuyo título es Sabor a Freud y —ahí—, como en todo lo que hago, me sometí al estudio de la materia prima que entregaba espesor a mi tarea. Ahí, el psicoanálisis es el tema central de la obra. Tanto como el bolero, ya que todo gira alrededor de la difícil relación entre un analista y una cantante de boleros. Además, y no me jacto de esto, he sido un desmedido neurótico a través de largos y malhadados años. Conozco la disciplina creada por el maestro Freud desde el lado —por decirlo así— del diván. No siempre, ya que no todas las terapias que emprendí lo incluían. Creo que pasé por todas. Desde la hipnosis hasta la Gestalt del maestro Naranjo, que ha manejado desde Chile los hilos de esa divertida superchería. Para terminar, mis avatares neuróticos —muy dolorosos, en verdad— los narré en dos novelas bastante conocidas y que figuran entre las mejores que escribí. Eso, al menos, dicen muchos.
Puedo enmendar la situación indicando en qué textos Freud se ocupa del tema de este ensayo: la cultura anal en la que vivimos, como bien dice Sloterdijk. Aunque —recordemos— no dice por qué. Nosotros lo diremos. Avisamos al amable lector que cada vez estamos más cerca de nuestro capítulo fundamental (aunque, para qué mentir, todos lo han sido). Pero el que tratará la función del culo como arma de la modernidad informática será: «El culo idiotizante como arma del poder, el ultraculo en tanto humillación del ciudadano común, la mentira de los ciber-culos, de los tevé-culos, de los culos espectá(culo)». Es para realizar con la mayor fundamentación posible esa tarea que hemos venido desarrollando el aparato categorial que iniciamos con el Diccionario de Salamanca y continuamos ahora con Foucault.
A partir de la reciente edición de la editorial Siglo XXI de las Obras completas de Freud, señalaremos en qué textos el maestro vienés se ocupa de la sexualidad anal. Son los siguientes: El carácter y el erotismo anal, p. 1354, tomo II[64]. La masturbación, p. 1702, tomo II. La disposición a la neurosis obsesiva, p. 1738, tomo II. El erotismo anal y el complejo de castración, p. 1979, tomo III. Sobre las transmutaciones de los instintos y especialmente del erotismo anal, p. 2034, tomo III. La vida sexual humana, p. 2311, tomo III. Pegan a un niño, p. 2465, tomo III.
Vamos a analizar uno que otro de estos textos del maestro Freud. Los leí todos a lo largo de mis años de estudio, de modo que uno que otro comentario tengo derecho a arrojar sobre este libro y hacer de ustedes sufrientes compañeros de mis largos sufrimientos freudianos.
En un texto de 1908, que tal vez tenga como principal virtud resumir en sí varios de los otros, Freud nos entrega algunas de sus frases más sabrosas sobre el erotismo anal. El texto lleva por título El carácter y el erotismo anal. En alemán, Charakter und Analerotik. Freud abre su investigación planteando con firmeza que, en muchas personas que ha analizado, encontró determinadas funciones que lo remitieron a la niñez. Dice, para protegerse, que no hay ningún prejuicio de su parte en esa remisión. No le creamos. No hay cosa que Freud, si puede relacionarla con la niñez, se prive de hacerlo. Estas personas son ordenadas. «La cualidad de “ordenado” comprende tanto la pulcritud individual como la escrupulosidad en el cumplimiento de deberes corrientes y la garantía personal»[65]. Este tipo de personas, en la temprana infancia, no lograron fácilmente controlar la incontinencia infantil. «Parecen haber pertenecido a aquellos niños de pecho que se niegan a defecar en el orinal porque el acto de la defecación les produce, accesoriamente, un placer»[66]. Acaso podamos interpretar la actitud de la señorita que bañó de heces al actor admirado por el bailarín como una coherente regresión infantil porque la defecación le producía un placer adicional. En este caso, adicional a la penetración sodomítica del actor sometido a la expulsión inesperada y tsunámica de heces. Sin embargo, Freud afirma que la evolución se verifica o puede ser relacionada con la desaparición del erotismo anal. Y continúa: «Los estímulos periféricos de ciertas partes del cuerpo (los genitales, la boca, el ano, el extremo del conducto uretral), a las que damos el nombre de zonas erógenas, rinden aportaciones esenciales a la “excitación sexual”. Pero no todas las magnitudes de excitación procedentes de esta zona reciben el mismo destino (…). En general, sólo una parte de ellas es aportada a la vida sexual. Otra parte es desviada de los fines sexuales y orientada hacia otros fines distintos, proceso al que damos el nombre de sublimación»[67]. Sigue el maestro vienés: «Entre los complejos de amor al dinero y la defecación aparentemente tan dispares descubrimos, sin embargo, múltiples relaciones»[68]. Sigue señalando que en el sueño y la neurosis «aparece el dinero estrechamente relacionado con la inmundicia. El oro que el diablo regala a sus protegidos se transforma luego en estiércol. Y el diablo no es, ciertamente, sino la personificación de la vida instintiva reprimida e inconsciente. La superstición que relaciona el descubrimiento de tesoros ocultos con la defecación y la figura folclórica del cagaducados es generalmente conocida. Ya en las antiguas leyendas babilónicas es el oro el estiércol del infierno»[69]. Hay más: «Si las relaciones aquí afirmadas entre el erotismo anal y la inmundicia (…) poseen alguna base real, no esperamos hallar una especial acentuación del “carácter anal” en aquellos adultos en que perdura el carácter erógeno de la zona anal; por ejemplo en determinados homosexuales. Si no me equivoco mucho, las observaciones hasta ahora realizadas no contradicen esta conclusión»[70]. Sí, gran maestro vienés, amo del siglo XX y de la Argentina en especial, se equivoca usted mucho. Todo lo que acabamos de leer son puros dislates. Hay una frase de Adorno (siempre hay una frase de Adorno) que dice: «En el psicoanálisis todo es falso salvo las exageraciones». Sería, entonces, todo es verdad, ya que todo el psicoanálisis es una exageración. Si usted se siente mal, enfermo, dominado por pulsiones que no puede controlar, vaya a un psicoanalista. Lo mejor que podrá suceder es que entable con él —si es una persona comprensible, llena de humanidad ante el dolor de los otros— una buena relación. Eso lo ayudará. Entre tanto exíjale que le quite los síntomas. Hoy es posible. Libre de síntomas usted podrá enfrentar mejor sus problemas. Pero éste, aquí, no es mi tema.
Freud establece una relación férrea entre erotismo anal y sadismo. Luego se centra en la sublimación. ¿Qué sucede aquí? Al sublimar el erotismo anal, surgen rasgos del carácter del individuo. No queda claro muy bien por qué. Pero esos rasgos son: el orden, la voluntad tesonera y una tendencia irrefrenable al ahorro. La Caja Nacional de Ahorro postal proviene del erotismo anal. Ya no existe. Pero —para ponernos al día— digamos que los plazos fijos que uno puede depositar en —supongamos— el Citibank provienen del «efecto asco» ante la inmundicia anal. Y cómo dejar de lado la neurosis obsesiva. El maestro vienés la relaciona con una poderosa incentivación de ese placer erótico anal con la originaria función excrementicia intestinal.
La relación del dinero con la inmundicia es correcta. Cualquiera que quiera volverse millonario tendrá que defecar sobre varias personas: cagarlas. Qué pena para Long John Silver, el personaje de Stevenson en La isla del tesoro, no haber sabido que la defecación conducía al descubrimiento de tesoros. Se habría puesto a defecar desde el inicio de la novela. Pero Stevenson era un escritor elegante. Creo que el psicoanálisis —o, al menos, la obra de Freud— debe ser sometido a una tarea crítica exhaustiva. Ya es demasiado lo que dura su hegemonía. Se trata del pensamiento de un burgués de fines del siglo XIX, neurótico, con tendencias al incesto, reprimido. El malestar en la cultura siempre será su mejor libro. Expurgado, claro, de todas las cosas que pone —no que encuentra— en la conciencia. La crítica que le formula Sartre en El ser y la nada será siempre un buen punto de partida.