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Objetivo del poder mediático: el sujeto-otro
Se puede conjeturar que Nixon necesitaba echar una cortina de humo sobre el rumbo de la guerra de Vietnam. Asume en 1968 y —en lugar de emprender una retirada ordenada: la guerra ya se sabía perdida— persiste en llevar las acciones a Camboya. En pleno suceso del viaje a la Luna, empieza el genocidio camboyano. Nixon decide —asesorado por Kissinger— «3630 ataques aéreos con aviones B-52 contra supuestos enclaves comunistas en el interior de Camboya»[15]. El film de John Wayne, Los boinas verdes, es un ejemplo impecable del cine de propaganda y de su ineficacia, si está mal hecho. La película termina con Wayne llevando tiernamente de su pequeña, tierna mano a un niño vietnamita. La figura de ambos se recorta contra un crepúsculo carmesí y Wayne le dice que la guerra se hace para salvar del comunismo a los niños como él. El problema es que el dulce sol que se posa ante ellos lo hace por el Este, no por el Oeste. El hecho le valió todo tipo de burlas a Wayne. El joven Joe Carter, de 19 años, lo increpa en una proyección especial que Wayne hace en Vietnam para levantar el ánimo de las tropas. Para colmo, minutos antes, el general William Westmoreland les confía a las tropas los fundamentos de la debilidad norteamericana: «Este enemigo es difícil porque es parte de la Naturaleza. Nosotros somos parte de la Civilización». Si Heidegger no hubiera sido un feroz anticomunista, este hecho debió deslumbrarlo: la más poderosa técnica del hombre no podía contra unos guerrilleros que eran parte de esa naturaleza que el tecno capitalismo se empeñaba en arrasar. Sigue Westmoreland: «Nosotros no ignoramos nada sobre tácticas militares. Tenemos la tecnología de guerra más desarrollada del planeta. Pero conocemos poco el país en que estamos. Y hemos de admitir que conocemos poco de nuestro enemigo». Estas palabras de Westmoreland son proféticas. Hoy, la razón imperial se encuentra embarrada, atascada en una situación similar. Otra vez le cuesta vencer a la Barbarie o a esa forma de Barbarie a la que llama Naturaleza. Ya que la civilización es lo que el hombre de la técnica o de la razón instrumental hace con la Naturaleza, cuando no sabe qué hacer y sus enemigos sí, su derrota es segura. En Irak, hoy, el Imperio enfrenta a un enemigo que es parte de la naturaleza, que se mimetiza con el paisaje montañoso o se esconde en los laberintos y en los huecos de las ciudades y ataca desde lugares incognoscibles para la «civilización». Sigue Westmoreland: «Al ser parte de la naturaleza se mimetizan con ella, se emboscan ahí. Se nos meten en el alma con el calor, con el verde del follaje y también con el cansancio o el aburrimiento. Soldados, ésta es una guerra que nunca guerreamos. No tenemos frente a nosotros a un enemigo físico, sino metafísico». ¡Metafísico! Los soldados no entendían nada. ¿Contra qué o contra quién peleaban? ¿Qué era un enemigo metafísico? Sólo quedaba «la bomba». En ese entonces, el partidario de bombardear Vietnam del Norte era el halcón Curtis LeMay, que trabajaba con McNamara. ¿Quién será hoy? ¿Quién estará hoy proponiendo «la bomba» en Irán? ¿Será esta «diferencia» la que marcará el pasaje del gobierno demócrata del tierno Obama al de los asesinos del Tea Party? Malos días nos esperan si es así[16].
Luego de la proyección de Los boinas verdes aparece Wayne y se dispone, generosamente, a responder preguntas de los soldados. Uno le dice que el sol no se pone por el Este, sino por el Oeste. Y pregunta: ¿cómo podemos ganar una guerra si nuestros comandantes no saben ni por dónde se pone el sol? Y Wayne contesta con el discurso LeMay. Curtis LeMay es el antecedente de Sarah Palin. Hay que barrer con todo y el problema se resuelve de un golpe certero. Como hizo Alejandro Magno con ese nudo que lo desafiaron a desatar. ¡Sacó su espada y cortó la cuerda! Wayne le responde al insolente soldado:
—Mira, hijo, si en una película mía el sol se pone por el Este es porque se pone por ese mismísimo podrido lugar, entiendes. Y puedo jurarte que, cuando ganemos la guerra y abandonemos este puto país, el sol saldrá y se pondrá por donde a nosotros se nos antoje. Es más, te diré que ese problema dejará de serlo. Lo solucionaremos al modo americano. Cuando ganemos esta guerra, el sol no saldrá más en el Vietcong. Ni en el Norte, ni en el Sur, ni en el Este ni en el Oeste. En ninguna parte, hijo. Entonces ese día ningún pendejo engreído, jactancioso, fanfarrón y fabulosamente idiota, fabulosamente imprudente, arriesgará sus huevos señalándole al gran John Wayne qué hizo bien o qué hizo mal. Púdrete, hijo[17].
Todo el resto del relato («El viaje a la Luna no ha tenido lugar») es una sátira dura sobre una serie de personajes que pudieron haber jugado un papel relevante en esa construcción mediática. El título se basa en un famoso texto del filósofo francés Jean Baudrillard, el mejor de los posmodernos, el que más radicalmente vio el poder de lo mediático y la destrucción de la realidad: La Guerra del Golfo no ha tenido lugar[18]. Hemos tratado este tema. Aquí recurriremos a lo ya hecho. Pero —más adelante— volveremos a Baudrillard, esperemos con mayor hondura y relación con la «mentira» mediática. Lo que ya dijimos, en otro libro, fue: «Sólo esos pesados de Adorno y Horkheimer (en ese capítulo de Dialéctica del Iluminismo: “La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas”), sólo esos dos marxistas del pasado (pese a haber escrito ese libro “in the sunny California”, donde reina el mundo de la simulación, su Imperio: Hollywood, a quien estos dos pobres dialécticos irredentos odiaron en lugar de amar) pudieron dotar de poderes diabólicos a los media. No, los media no son la realidad. La crean, nos la entregan hecha. Baudrillard recurre a un gran creador de metáforas sobre lo imposible o los mundos imaginarios: Borges. Hay dos cartógrafos —narra Baudrillard narrando a Borges— a quienes se les encarga el mapa de un Imperio. Son tan obsesivos, ellos, que acaban por hacer un mapa tal como el Imperio es. Sólo que ya el Imperio no es el Imperio. Luego de la tarea de esos dos cartógrafos genios de la simulación, es un mapa. Y eso es todo lo que es. No debemos imaginar que el mapa es la irrealidad y debajo de él está el Imperio real. El simulacro Imperio —el mapa— ha eliminado a la “realidad imperio”». «El Imperio es ahora un simulacro (…) lo virtual es el ser. Algo que él no dice, pero corre por mi cuenta, y creo, sin hesitación, que es así: siempre un filósofo pone al Ser en alguna parte. No hay diferencia ontológica porque no hay ontología. Hay, en todo caso, una ontología virtual. Una ontología-simulacro. Una ontología que no es. Y que si algo es, es pura simulación, seducción, simulacro»[19]. Todos los días, el poder mediático crea una realidad que no es. Tiene que hacerle creer al receptor que ésa es la realidad, pero la realidad no es. La realidad se crea y las distintas versiones de la realidad entran en conflicto. ¿Cuál se impone? Lo que llamaremos: la realidad-Magnetto. Por eso este señor —según la versión que dio un periodista— tuvo el siguiente diálogo con un presidente argentino:
Menem:
—Usted habla como si quisiera mi puesto.
Magnetto:
—¿Su puesto?
Menem:
—El de Presidente.
Magnetto:
—Ése es un puesto menor.