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¿Por qué un oligopolio no puede retroceder?
Lo único que se opone a esta teoría es que las guerras civiles (las de adentro, no las del extranjero, sino las de la patria) suelen ser más crueles que las otras. Nuestra respuesta es que el hombre que va a matar por la orden de un Estado está tan sometido como el que paga la factura de la electricidad, del gas o una multa automovilística. Y cuando el Estado se divide y la guerra se transforma en guerra civil son dos los estados que envían a los hombres maniatados a matarse entre ellos. Lo inexplicable es por qué lo hacen. Por la propaganda bélica. Por la creación de causas que matarán a millones y beneficiarán a muy pocos. Por orgullo. Por valor. Por miedo. Por compulsión de matar. Por miedo a morir en una cárcel del Estado. Por miedo a que en su comunidad lo señalen como a un cobarde. Por miles de causas. Lo real es que los hombres son aves de rapiña en todas las guerras. Y que —es cierto— sólo maniatados por la autoridad del Estado logran cierta convivencia, siempre injusta, siempre desigual, siempre inarmónica, siempre violenta, aunque sin una guerra de por medio.
En Nietzsche, encontramos la idea del superhombre, el hombre que desdeña el rebaño, que desdeña lo gregario. Este hombre se encuentra constituido por una voluntad a la que Nietzsche llama voluntad de poder. Esta voluntad —según la interpretación que da Heidegger, a la que adherimos— no puede detenerse jamás. Es la más perfecta concepción de la voluntad imperial. Heidegger dice algo notable: la voluntad de poder, para mantenerse, tiene que seguir creciendo de manera incesante. Existencialmente, esa voluntad es una condena. Es como un íncubo que ahí donde se instala somete a ese ser a una sed insaciable. No detenerse jamás. Detenerse es morir. Piensen algo así llevado a la vida de cada uno de ustedes. No podrán reposar jamás. Aflojarse nunca. Hay, en ustedes, una fuerza que los impulsa a la conquista permanente. Esa conquista es la que les asegura vivir. Para ser lo que son siempre tienen que ser más. Esto es terrible pero esto es el hombre capitalista. No crecer es morir. Sólo conservarse es morir. Conservación y aumento son los dos factores que dan forma a la voluntad de poder. Un grupo oligopólico (por dar el ejemplo que queremos dar) no puede retroceder jamás. Morirá si lo hace. Al parecer, en los días de los peores enfrentamientos con el Gobierno, el jefe máximo del Grupo Clarín reunió a sus periodistas «estrella». La mayoría de ellos ignoraban que respondían al diario de la Señora Noble. No pongo los nombres que me dieron porque son increíbles. El Jefe Máximo (creemos que las mayúsculas corresponden) habría hecho una aparición casi relámpago y habría dicho sólo lo siguiente: «Señores, este Grupo está en peligro de perder muchas de sus posiciones. Y mucho dinero. Si eso sucede, la mayoría de ustedes tendrán que ser despedidos o sus sueldos reducidos más que considerablemente. Ahora saben qué tienen que hacer y, sobre todo, qué tienen que decir. Buenas noches».
La voluntad es, para Nietzsche, el devenir de la historia. Ese devenir está alimentado por la necesidad de crecer para conservarse. En otro lado postulé que el ser humano está constituido por el espíritu de dominación. Que este espíritu tiene como aliada esencial a la pulsión de muerte. La pulsión de muerte puede incluso instrumentar al Eros —mintiendo— para realizar sus propósitos. A alguien a quien se necesita se le puede decir: «Te amo». Pero el Eros que creyó descubrir Freud (y que es un buen apunte para tratar de entender la esencia humana) está en retroceso permanente. No así la voluntad de poder.
Y ahora, reclamamos amablemente su atención: ¿por qué un oligopolio no puede retroceder? Si queremos traer otra vez la situación a nuestro país, donde se produce una situación teórica fascinante: ¿por qué pelea a muerte el Grupo Clarín? Porque en esta pelea le va la vida. ¿Por qué el capitalismo —lejos de lo que planteaba Adam Smith— tiende a formar monopolios y luego oligopolios? ¿Por qué ese deseo constante de aumentar el poder formando Grupos de Poder? Porque así funciona la voluntad de poder. Crecer o morir. Conquistar o morir. Aumentar siempre. Aumentar incesantemente. La mera conservación conlleva la muerte. La frase: «Me conformo con lo que tengo» no existe en el capitalismo imperial, el de siempre. «No me puedo conformar con lo que tengo porque mis competidores siguen creciendo. Ellos no se conforman con lo que tienen. Siguen conquistando mercados porque nosotros no les presentamos pelea. Así, moriremos. Ellos vendrán a nuestro sepelio. Se trata, por el contrario, de que nosotros vayamos al de ellos».
De aquí que el poder comunicacional se haya planteado la conquista de las almas. Es la primera vez que lo decimos así. Pero así salió y está bien. Tiene algo que lo relaciona con el poder pastoral. «Conquistadles el alma y los tendréis para siempre de vuestro lado» (han de haber dicho los evangelizadores de todos los tiempos y de todas las geografías). Si convencemos a todos de que nosotros somos los mejores, nos elegirán. Si tenemos el poder y no queremos que nadie se nos rebele, idioticémoslos. Hagamos de ellos una pandilla de tontos, de babosos, de come culos, pongámosles a Luly Salazar en la cabeza, que se rían de cualquier idiotez, démosles cómicos ridículos, que todo el día esté Tinelli en el centro de sus almas idiotizadas. Conquistando las almas, el poder no sólo se conserva, crece. Siempre hay que crecer. Hoy, el caño. Mañana, lo que haga falta. Ni un paso atrás.
Comprender adecuadamente el mecanismo de la voluntad de poder (crecer para conservarse) es comprender adecuadamente el capitalismo y el imperial-capitalismo. ¿Por qué el capitalismo globaliza? Porque globalizar es crecer.