CAPÍTULO XXXI

ERAN casi las tres de la madrugada cuando entré en nuestra suite del Normandie. Nora, Dorothy y Larry Crowley estaban en la sala. Nora y Larry jugaban al backgammon y Dorothy leía el periódico.

—¿Realmente los mató Macaulay? —preguntó Nora en cuanto me oyó entrar.

—Sí. ¿La prensa trae algo sobre Wynant?

—No, sólo dice que Macaulay fue detenido —repuso Dorothy—. ¿Por qué?

—Porque también lo mató Macaulay.

—¿De veras? —preguntó Nora.

—No me lo puedo creer —comentó Larry.

Dorothy se puso a llorar y Nora la miró sorprendida.

—Quiero volver a casa con mamá —sollozó Dorothy.

—Te acompañaría a casa de buen grado si... —dijo Larry con poco entusiasmo.

Dorothy insistió en que quería irse. Nora se ocupó de ella, pero no intentó convencerla de que se quedara. Larry disimuló su contrariedad y fue a buscar el abrigo y el sombrero. Dorothy y él se fueron. Nora cerró la puerta y se apoyó en ella.

—Señor Charalambides, haga el favor de darme una explicación —me pidió. Meneé la cabeza. Nora se sentó a mi lado—. Suéltalo todo de una vez. Si te saltas una sola palabra...

—Necesito un trago antes de hablar.

Nora me maldijo pero me sirvió una copa.

—¿Ha confesado?

—¿Por qué iba a hacerlo? Nadie se declara culpable de asesinato. Hubo demasiados crímenes... y al menos dos los cometió a sangre fría, por lo que el fiscal del distrito no le permitirá alegar homicidio por imprudencia. Lo único que puede hacer es defenderse.

—¿Cometió esos asesinatos?

—Sin duda.

Nora me apartó el vaso de la boca.

—No pierdas más tiempo y cuéntamelo todo.

—Por lo visto, hacía tiempo que Julia y él timaban a Wynant. Macaulay había perdido mucho dinero especulando en la Bolsa y se había enterado del pasado de la chica, como Morelli sugirió. Se confabularon para joder al viejo. Hemos asignado contables a los libros de Macaulay y a los de Wynant y no será muy difícil rastrear el traspaso del botín de una cuenta a otra.

—¿Sabéis sin lugar a dudas que robaba a Wynant?

—Lo sabemos con absoluta certeza. A la inversa no tiene sentido. Cabe la posibilidad de que el tres de octubre Wynant pensara irse de viaje, porque retiró del banco cinco mil dólares en efectivo, aunque no cerró el gabinete ni dejó su apartamento. Fue Macaulay quien lo hizo unos días después. La noche del tres Macaulay mató a Wynant en Scarsdale. Lo sabemos porque la mañana del cuatro, cuando la cocinera fue a trabajar a casa de Macaulay, él la recibió en la puerta con una queja inventada, le pagó dos semanas de salario y la despidió allí mismo, sin permitirle entrar porque no quería que encontrara cadáveres ni manchas de sangre.

—¿Cómo lo supisteis? No omitas ningún detalle.

—A través de una investigación de rutina. En cuanto lo detuvimos fuimos a su bufete y a su casa para ver qué encontrábamos. Tú ya me entiendes, para preguntar cosas como dónde estaba la noche del seis de junio de mil ochocientos noventa y cuatro. La actual cocinera dijo que trabajaba para Macaulay desde el ocho de octubre, y una cosa condujo a la otra. En una mesa encontramos ligeros rastros de lo que suponemos que es sangre humana que no ha sido totalmente fregada. Los del laboratorio han sacado muestras para determinar mediante un análisis si vamos por buen camino.

Posteriormente nos enteramos de que era sangre de ternera.

—¿Pero estáis seguros de que...?

—Deja de repetirte. Por supuesto que estamos seguros. Es lo único que tiene sentido. Wynant descubrió que Julia y Macaulay lo timaban y dedujo, con razón o injustamente, que Julia y Macaulay se la pegaban..., ya sabemos que estaba celoso. Fue a casa de Macaulay con las pruebas que tenía y el abogado, que se figuró que acabaría en la cárcel, lo mató. Y no me vengas con que no estamos seguros. Cualquier otra hipótesis no se sustenta. Bueno, Macaulay se encontró con un cadáver, una de las cosas de las que más difícil resulta desprenderse. ¿Puedo hacer un alto para beber un sorbito de whisky?

—Sólo uno —replicó Nora—. Lo que dices no es más que una teoría, ¿verdad?

—Llámalo como quieras. A mí me basta.

—Tenía entendido que cualquiera es inocente hasta que se demuestra su culpabilidad y que en el caso de dudas razonables...

—Lo que dices no se aplica a los detectives, sino a los jurados. Encuentras al individuo que crees que cometió el asesinato, lo metes entre rejas, te ocupas de que todo el mundo se entere de que lo consideras culpable, publicas su foto en todos los periódicos, el fiscal del distrito elabora la hipótesis más sólida que puede con la información que le has dado y entre tanto reúnes datos adicionales donde puedes, la gente que reconoce su foto en la prensa y la que lo habría considerado inocente si no lo hubieras detenido se presenta y te habla de él y al final logras sentarlo en la silla eléctrica.

Dos días después una mujer de Brooklyn identificó a Macaulay como el mismo George Foley al que hacía tres meses le había alquilado un apartamento.

—Parece haber muchos cabos sueltos en este asunto —insistió Nora.

—Cuando los matemáticos cometan un asesinato, resolverás el caso matemáticamente. Pero la mayoría de los crímenes no son matemáticos y éste no es la excepción que confirma la regla. No quiero refutar tu idea del bien y del mal, pero cuando afirmo que probablemente descuartizó el cadáver para trasladarlo a la ciudad en bolsas, sólo me refiero a lo que parece más probable. Debió de hacerlo el seis de octubre o en fecha posterior, porque sólo entonces despidió a Prentice y a McNaughton, los dos mecánicos que trabajaban con Wynant, y clausuró el gabinete. Enterró a Wynant bajo el suelo, vestido con las prendas de un gordo, el bastón de un cojo y un cinturón con las iniciales D. W. Q. Lo organizó para que la cal no los consumiera..., la cal o lo que utilizó para borrar las facciones y quemar las carnes del difunto. Después echó una nueva capa de cemento sobre la tumba. Entre las investigaciones rutinarias de la policía y la publicidad a que ha dado lugar el caso es harto probable que averigüemos dónde compró o consiguió la ropa, el bastón y el cemento.

Posteriormente rastreamos el sitio donde había conseguido el cemento —se lo compró a un comerciante de carbón y madera de la parte alta de la ciudad—, pero no averiguamos nada sobre lo demás.

—Eso espero —afirmó Nora sin demasiadas expectativas.

—Esta faceta está resuelta. Al renovar el alquiler del gabinete y mantenerlo vacío, presuntamente a la espera del retorno de Wynant, Macaulay estuvo relativamente seguro de que nadie descubriría la tumba. En el caso de que fuera descubierta de manera accidental, el gordo señor D. W. Q. habría sido asesinado por Wynant, razón por la cual éste se había largado. A esas alturas los huesos de Wynant estarían descarnados y el esqueleto no permite deducir si se trataba de un hombre delgado o gordo. Resuelta esta cuestión, Macaulay falsifica el poder y, con ayuda de Julia, se dispone a traspasar gradualmente los fondos del difunto Clyde a Julia y a sí mismo. En este punto tengo que volver a postular una teoría. A Julia el asesinato no le gusta, está aterrorizada y Macaulay no sabe si ella se derrumbará o no. Por eso la obliga a romper con Morelli y pone como excusa los celos de Wynant. Teme que en un momento de debilidad, Julia se lo cuente todo a Morelli y, a medida que se aproxima el momento de que Face Peppler, el amor de Julia, salga de la cárcel, Macaulay está cada vez más inquieto. Con Face entre rejas se ha sentido a salvo porque no es probable que Julia haga comentarios peligrosos en una carta que pasa por las manos del alcaide, pero la situación está a punto de cambiar... Macaulay empieza a elaborar planes y de pronto se arma la marimorena. Llegan Mimi y sus hijos, que se dedican a buscar a Wynant; yo vengo a Nueva York, me pongo en contacto con ellos y Macaulay supone que los estoy ayudando. Decide no correr riesgos con Julia y la quita de en medio. ¿Te parece satisfactorio hasta este punto?

—Sí, pero...

—Las cosas se enredan a medida que la situación se despliega —aseguré—. El día que vino a almorzar conmigo, Macaulay hizo un alto en el camino, telefoneó a su bufete como si fuera Wynant y concertó la cita en el Plaza, pues pretendía dejar pruebas de que Wynant estaba en Nueva York. Cuando salió de aquí fue al Plaza y preguntó si habían visto a Wynant para volver plausible la situación. Con ese mismo propósito telefoneó a su bufete para preguntar si había noticias de Wynant. Después llamó a Julia. La chica le dijo que esperaba a Mimi y que ésta había pensado que mentía cuando Julia afirmó que no sabía dónde estaba Wynant. Probablemente Julia estaba muy asustada. Macaulay decidió adelantarse a Mimi y lo hizo. Llegó antes y la mató. Es un tirador espantoso. Durante la guerra lo vi disparar. Probablemente falló a la primera, que es el disparo que dio en el teléfono, y no consiguió matarla con los otros cuatro. Probablemente la dio por muerta porque tenía que largarse antes de que llegara Mimi. Dejó caer el trozo de leontina de Wynant que había llevado como elemento incriminatorio... y el hecho de que lo guardara tres meses hace pensar que desde el principio tenía el propósito de matar a Julia. Se trasladó de prisa al despacho del ingeniero Hermann, donde aprovechó para montarse una coartada. Las dos cosas que no esperaba y que no podía prever eran que Nunheim lo vio salir del apartamento y hasta es posible que oyera los disparos porque rondaba el edificio para ligarse a la chica, y que Mimi, que sólo pensaba en el chantaje, ocultaría la leontina para utilizarla a fin de sacarle dinero a su ex marido. Por eso se trasladó a Filadelfia, me envió el telegrama y más tarde se mandó una carta a sí mismo y otra a tía Alice. Si Mimi pensaba que Wynant hacía recaer las sospechas sobre ella se enfurecería lo suficiente como para entregar a la policía la prueba que lo incriminaba. De todos modos, el deseo de Mimi de fastidiar a Jorgensen estuvo a punto de estropearlo. Antes de que se me olvide, Macaulay sabía que Jorgensen era Rosewater. Inmediatamente después de cargarse a Wynant, encomendó a varios detectives que investigaran a Mimi y a su familia en Europa. El interés que mostraban por los bienes de Wynant los volvía potencialmente peligrosos. Los investigadores averiguaron quién era Jorgensen. Encontramos los informes en los archivos de Macaulay. Como era de prever, dijo que había recabado esa información en nombre de Wynant. A continuación yo le provoqué quebraderos de cabeza porque, en mi opinión, Wynant no era culpable y...

—¿Por qué lo consideraste inocente?

—¿Por qué razón iba a escribir cartas para enemistarse con Mimi, la única persona que lo ayudaba porque ocultaba la prueba que lo incriminaba? Por eso cuando Mimi entregó la leontina pensé que se trataba de algo colocado adrede. Me apresuré al deducir que era Mimi quien la había puesto. Macaulay también estaba preocupado por Morelli, pues no quería que las sospechas recayeran en alguien que, en su deseo de recuperar su buen nombre, acabara por echárselas encima. Con Mimi no había problemas porque haría recaer las sospechas sobre Wynant, pero cualquier otra persona era peligrosa. El que Wynant fuera el sospechoso era lo único que garantizaba que nadie pensara que estaba muerto y si Macaulay no había matado a Wynant, tampoco tenía motivos para haberse cargado a los demás. El elemento más evidente del plan y la clave del mismo consistía en que Wynant tenía que estar vivo.

—¿Desde el principio pensaste que estaba muerto? —preguntó Nora y me miró con severidad.

—No, cariño. Reconozco que debería darme vergüenza no haberlo tenido en cuenta. En cuanto me enteré de que había un cadáver enterrado bajo el suelo del gabinete, me habría importado un bledo que los forenses dijeran que se trataba de una mujer. Yo habría insistido en que se trataba de Wynant, tenía que ser él, era lo único coherente.

—Supongo que estás agotado y que por eso dices lo que dices.

—Macaulay también estaba preocupado por Nunheim. Después de acusar a Morelli con tal de demostrar a la policía que quería colaborar, Nunheim fue a visitar a Macaulay. Amor mío, una vez más hago conjeturas. Recibí una llamada telefónica de un tal Albert Norman. La conversación concluyó con un ruido brusco. Supongo que Nunheim fue a ver a Macaulay para exigirle dinero a cambio de silencio. Macaulay intentó darle largas, Nunheim le quiso demostrar que iba a por todas y me llamó para hacer una cita y ver si yo le compraba la información. Macaulay le quitó el teléfono a Nunheim y le dijo algo, tal vez le hizo una promesa. Guild y yo hablamos con Nunheim y finalmente se largó. Luego telefoneó a Macaulay y le exigió que concretara, probablemente le pidió una suma considerable y se comprometió a largarse de la ciudad, a alejarse de detectives entrometidos como nosotros. Sabemos que llamó esa tarde, la telefonista del bufete de Macaulay recuerda la llamada del señor Albert Norman y también que Macaulay salió inmediatamente después de hablar con él, de modo que no pongas pegas a mi..., bueno, a mi reconstrucción. Macaulay no era tan ingenuo como para suponer que podía confiar en Nunheim aunque le pagara, así que lo convenció de que fuera a un sitio que, probablemente, había elegido de antemano y lo envió al otro mundo. Resolvió el problema de esta manera.

—Es probable —admitió Nora.

—En este oficio esas palabras se utilizan a menudo. La carta para Gilbert sólo pretendía demostrar que Wynant tenía la llave del apartamento de la chica, y pedirle al joven que fuera era la única forma de cerciorarse de que caería en manos de la policía, que lo interrogaría y le impediría ocultar la información sobre la carta y la llave. Finalmente Mimi entregó la leontina pero, en el ínterin, se planteó otro problema. Mimi convenció a Guild de que sospechara ligeramente de mí. Supongo que esta mañana, cuando vino a verme y me planteó esa sarta de tonterías, Macaulay pretendía arrastrarme a Scarsdale y convertirme en la tercera víctima de la lista de Wynant. Puede que cambiara de idea, tal vez creyó que yo desconfiaba porque estaba demasiado dispuesto a ir sin que la policía me acompañara. Sea como fuere, la mentira de Gilbert acerca de que había visto a Wynant le proporcionó otra idea. Si lograba que alguien dijera que había visto a Wynant y no se desdecía... Y ahora viene la parte que está comprobada sin lugar a dudas.

—¡Por fin!

—Esta tarde Macaulay fue a ver a Mimi y le hizo una propuesta. Se apeó del ascensor dos plantas más arriba y bajó por la escalera para que los ascensoristas no pudieran declarar que lo habían dejado en el piso de Mimi. Le explicó que la culpabilidad de Wynant era indiscutible y que estaba por verse si la policía lograba atraparlo. En ese momento todos los bienes estaban en manos de Macaulay. No podía correr el riesgo de apoderarse de nada, pero arreglaría las cosas para que ella se quedara con todo..., siempre y cuando se lo dividieran. Le entregaría los bonos y el cheque que llevaba consigo, pero Mimi tendría que afirmar que se los había entregado Wynant, y debía enviar a Macaulay la nota, que éste también llevaba encima, como si la mandara Wynant. Le aseguró que Wynant, que estaba prófugo, no podría presentarse para negar que había hecho ese regalo y que, con excepción de ella y de sus hijos, nadie más estaba interesado en esos bienes ni tenía motivos para poner en duda el acuerdo. Mimi no es muy sensata cuando se le presenta la ocasión de obtener beneficios, de modo que aceptó y Macaulay consiguió lo que buscaba: alguien que dijese que había visto con vida a Wynant. Le advirtió que todos supondrían que Wynant le pagaba algún servicio prestado, pero si Mimi lo negaba no había quien pudiese demostrar lo contrario.

—En ese caso, ¿no era más que una estratagema lo que te dijo esta mañana acerca de que Wynant le había dado instrucciones para que le entregase a Mimi lo que ésta le pidiera?

—Es posible, aunque tal vez fue un paso previo hacia la concreción de esa idea. ¿Te parece suficiente lo que tenemos contra Macaulay?

—Hasta cierto punto, sí. Parecen existir pruebas suficientes, pero no están muy claras.

—Están lo bastante claras para condenarlo a la silla eléctrica y eso es lo único que importa —afirmé—. Cubren todas las posibilidades y no se me ocurre ninguna otra hipótesis que las abarque. Como es lógico, no nos vendría nada mal encontrar la pistola y la máquina con que escribió las cartas firmadas por Wynant. Seguramente las tenía a mano para cogerlas cuando las necesitaba.

Las encontramos en el apartamento de Brooklyn que había alquilado a nombre de George Foley.

—Como tú digas, aunque siempre pensé que los detectives esperaban hasta atar todos los cabos sueltos...

—¿Y entonces preguntarse por qué el sospechoso tuvo tiempo de largarse al país más lejano con el que el nuestro no tiene tratado de extradición?

Nora rió.

—Está bien, está bien. ¿Aún quieres que volvamos mañana a San Francisco?

—No, a menos que tú tengas prisa por regresar. Quedémonos unos días más en Nueva York. Todo este follón nos ha impedido beber a gusto.

—Estoy de acuerdo. ¿Qué será ahora de Mimi, Dorothy y Gilbert?

—No les pasará nada. Seguirán siendo Mimi, Dorothy y Gilbert, del mismo modo que tú y yo seguiremos siendo nosotros y los Quinn no dejarán de ser los Quinn. El asesinato no mata a nadie salvo a la víctima y, en ocasiones, al asesino.

—Puede ser, pero me parece muy insatisfactorio —opinó Nora.

Obras Completas. Tomo I. Novelas
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