CAPÍTULO VII
AL salir del cuarto de baño encontré a Nora y a Dorothy en el dormitorio. Nora se cepillaba el pelo y Dorothy estaba sentada en el borde de la cama y de la mano le colgaba una media. Nora me envió un beso a través del espejo del tocador. Parecía muy contenta.
—Nora, ¿quieres mucho a Nick? —inquirió Dorothy.
—Es un viejo griego insensato, pero me he acostumbrado a él.
—Charles no es un apellido griego.
—Me apellido Charalambides —expliqué—. Cuando mi padre llegó a este país, las autoridades de migración consideraron que Charalambides era muy largo y difícil de escribir, así que lo redujeron a Charles. A mi padre le pareció perfecto porque, con tal de que lo dejaran entrar, habría aceptado que lo llamaran X.
Dorothy me miró fijo.
—Nunca sé si mientes —empezó a ponerse la media y se detuvo—. ¿Qué pretendía mamá de ti?
—Nada. Sólo intentaba sonsacarme. Quería saber qué hiciste y dijiste anoche.
—Me lo sospechaba. ¿Qué le respondiste?
—¿Qué esperabas que le dijese? Que no hiciste ni dijiste nada.
Dorothy frunció el ceño y cuando retomó la palabra planteó otra cuestión.
—No sabía que entre mamá y tú hubo algo. Claro que yo sólo era una niña y no me habría enterado de nada aunque hubiese reparado en algo. Lo cierto es que ni siquiera sabía que os llamabais por el nombre de pila.
Nora dio la espalda al espejo y rió.
—Ahora sí que nos hemos enterado de algo —señaló a Dorothy con el peine—. Prosigue, querida.
—Pues yo no lo sabía —insistió Dorothy seriamente.
Quité los alfileres que en la lavandería habían puesto a mi camisa.
—¿Y qué sabes ahora?
—Nada —replicó lentamente y empezó a ruborizarse—, pero lo puedo imaginar.
Dorothy se subió la media.
—Puedes imaginarlo y lo imaginas. Eres ingenua y no hace falta que te pongas como un tomate. Es inevitable que te ocurra si piensas mal.
La muchacha alzó la cabeza y rió, pero estaba seria cuando preguntó:
—¿Crees que me parezco tanto a mamá?
—No me sorprendería.
—¿Lo crees o no?
—Quieres que responda negativamente. No, no te pareces.
—Es lo mismo que yo soporto cada día de mi vida —terció Nora divertida—. No hay nada que hacer.
Terminé de vestirme y regresé a la sala. Mimi estaba sentada en las rodillas de Jorgensen. Se puso en pie y preguntó:
—¿Qué te han regalado por Navidad?
—Nora me ha regalado un reloj.
Se lo mostré. Mimi comentó que era muy elegante y no faltó a la verdad.
—Y tú, ¿qué le has regalado?
—Un collar.
—¿Puedo servirme una copa? —preguntó Jorgensen y se acercó al mueble bar.
Sonó el timbre. Hice pasar a los Quinn y a Margot Innes y les presenté a los Jorgensen. Cuando Nora y Dorothy terminaron de vestirse abandonaron el dormitorio y Quinn se pegó como una lapa a la muchacha. Larry Crowley se presentó con una tal Denis y pocos minutos después llegaron los Edge. Jugué con Margot al backgammon y gané treinta y dos dólares que me abonó a plazos. Denis se encontró mal, por lo que acabó en el cuarto de baño y tuvo que recostarse un rato. Con la ayuda de Margot, poco después de las seis Alice Quinn logró separar a su marido de Dorothy y llevárselo para cumplir con otro compromiso. Los Edge se marcharon. Mimi se puso el abrigo y se las ingenió para que su marido y su hija la imitaran.
—Ya sé que es muy improvisado pero, ¿por qué no cenáis mañana con nosotros? —propuso Mimi.
—Encantados —replicó Nora.
Nos estrechamos las manos, intercambiamos unas cuantas palabras amables y se fueron. Nora cerró la puerta, se apoyó en ella y comentó:
—¡Cielos, qué guapo es ese hombre!