TRES
A las nueve y diez de la noche sonó el teléfono en la sala de Ned Beaumont, que respondió en seguida:
—Dígame... Sí, Jack... Sí... Sí... ¿Dónde? Sí, me parece muy bien... No hay nada más por esta noche. Muchísimas gracias.
Al colgar, Ned sonrió. Tenía los ojos brillantes y la mirada intrépida. Le temblaban ligeramente las manos.
El teléfono volvió a sonar antes de que diese el tercer paso. Titubeó y contestó a la llamada.
—Dígame... Vaya, Paul, ¿qué tal? Sí, me harté de representar el papel de herido... Por nada concreto, simplemente decidí ir a verte... No, lamentablemente no puedo. No me encuentro tan fuerte como suponía y lo mejor será que me acueste... Sí, por supuesto, mañana... Adiós.
Ned Beaumont se puso la gabardina y el sombrero mientras bajaba la escalera. Cuando abrió la puerta el viento arrojó la lluvia sobre él y la lanzó contra su cara mientras caminaba la media manzana que lo separaba de la gasolinera de la esquina.
En el despacho de paredes de cristal de la gasolinera un hombre larguirucho y de pelo castaño, que llevaba un mono que otrora había sido blanco, estaba repantigado en una silla de madera, con los pies apoyados en el estante de encima de la estufa eléctrica, y leía el periódico. Bajó el diario cuando Ned Beaumont dijo:
—Hola, Tommy.
La suciedad del rostro de Tommy hizo que su dentadura pareciera más blanca de lo que en realidad era. Exhibió sus piezas dentales cuando sonrió y comentó:
—Hace una noche de perros.
—Así es. ¿Puedes prestarme un coche que esta noche no me deje tirado en alguna carretera comarcal?
—¡Joder! —exclamó Tommy—. Vaya noche has elegido para dar un paseo. Te podría haber tocado mal tiempo. Tengo un Buick que si le pasa algo me importa un bledo.
—¿Podré circular con ese coche?
—Yo diría que casi como con cualquier otro en una noche como ésta.
—Perfecto. Llena el depósito. ¿Cuál es el mejor camino para subir a Lazy Creek en una noche como ésta?
—¿Hasta dónde quieres llegar?
Ned Beaumont miró pensativo al encargado de la gasolinera y replicó:
—Más o menos hasta donde se une con el río.
Tommy asintió con la cabeza.
—¿A casa de Mathews? —Ned Beaumont guardó silencio—. Todo depende de a dónde vayas.
—¿De veras? Voy a casa de Mathews —Ned Beaumont frunció el ceño—. Tommy, esto queda entre nosotros.
—¿Has venido a verme porque supones que me iré de la lengua o porque sabes que no lo haré? —preguntó Tommy con ganas de discutir.
—Tengo mucha prisa —explicó Ned.
—Sube por New River Road hasta Barton, sigue el camino de tierra que cruza el puente, si es que lo consigues, y en el primer cruce tuerce al este. Así llegarás a la parte trasera de la casa de Mathews, casi en lo alto de la colina. Si no consigues atravesar el camino de tierra a causa del mal tiempo, tendrías que subir por New River Road hasta el cruce y utilizar la vieja carretera.
—Gracias.
Cuando Ned Beaumont subió al Buick, Tommy comentó con tono sospechosamente indiferente:
—En el lateral de la portezuela hay un arma adicional.
Ned Beaumont miró al hombre larguirucho y preguntó impasible:
—¿Adicional?
—Que tengas buen viaje —dijo Tommy.
Ned Beaumont cerró la portezuela y arrancó.