CAPÍTULO XXVIII
—CUANDO ordena que hagan traer a alguien le hacen caso, ¿no es así? —pregunté a Guild.
—Con calma —me pidió—. Hay más cera de la que arde —se dirigió al gordo pelirrojo—: Vamos, Flint, explícate.
Flint se pasó el dorso de la mano por la boca.
—El chico es un salvaje. No parece muy duro, pero le aseguro que no quería venir. ¡Le prometo que sabe correr!
—Te has convertido en un héroe y pediré al comisario que te cuelguen inmediatamente una medalla, pero de momento lo dejaremos así —puntualizó Guild—. No te vayas por las ramas.
—No quise decir que fue una hazaña —se quejó Flint—. Sucede que...
—¡Lo que hayas hecho me importa un bledo! —lo interrumpió Guild—. Lo que me interesa es lo que hizo el chico.
—Sí, señor, a eso iba. A las ocho de la mañana relevé a Morgan y todo estaba tranquilo y en silencio, como de costumbre, como suele decirse no volaba una mosca, hasta que a las dos y diez oigo una llave en la cerradura.
El policía pelirrojo se mordió los labios y nos dio la posibilidad de dar rienda suelta a nuestra sorpresa.
—Se refiere al apartamento de la Wolf —me explicó Guild—. Tuve una corazonada.
—¡Vaya corazonada! —exclamó Flint, abrumado de admiración—. ¡Vaya corazonada, jefe! —Guild lo fulminó con la mirada y el agente añadió apresuradamente—: Pues sí, señor, oí una llave en la cerradura, la puerta se abrió y entró el jovencito —sonrió a Gilbert con orgullo y conmiseración—. Estaba acojonado. Fui tras él, pero se esfumó de prisa y sólo le di alcance en el primer piso. Por Dios que se debatió y tuve que darle en un ojo para calmarlo. No parece un tío duro, pero...
—¿Qué hizo en el apartamento? —quiso saber Guild.
—No tuvo posibilidad de nada. Yo...
—¿Quieres decir que te lanzaste sobre él antes de ver qué se proponía?
El cuello de Guild se hinchó por encima del borde del cuello de la camisa y su cara estaba tan roja como el pelo de Flint.
—Me pareció que era mejor no correr riesgos.
Guild me dirigió una mirada colérica e incrédula. Hice lo imposible por poner cara de póquer. El teniente añadió con voz rígidamente contenida:
—Está bien, Flint, espera afuera.
El pelirrojo estaba desconcertado.
—Sí, señor —acató lentamente—. Aquí está la llave. —La dejó sobre el escritorio de Guild y caminó hasta la puerta. Giró la cabeza por encima del hombro y añadió—: El chico asegura ser hijo de Clyde Wynant.
Flint rió a mandíbula batiente.
—Ah, ¿de veras? —preguntó Guild, con la voz todavía entrecortada.
—Sí, lo tengo visto. Me parece que formaba parte de la panda de Big Shorty Doland. Creo que lo he visto en los alrededores de...
—¡Fuera de una maldita vez! —ordenó Guild, y Flint puso pies en polvorosa. Desde lo más profundo de su ser Guild murmuró—: Este memo me saca de quicio. ¡Por favor, la panda de Big Shorty Doland! —Meneó la cabeza desesperado y se dirigió a Gilbert—: Adelante, muchacho.
—Sé que no tendría que haberlo hecho —reconoció Gilbert.
—Para empezar no está mal —añadió Guild con cordialidad. Su expresión había recobrado la normalidad—. Todos cometemos errores. Siéntate y ya veremos qué hacemos para sacarte de este lío. ¿Necesitas algo para el ojo?
—No, gracias, no me duele.
Gilbert desplazó cinco centímetros una silla hacia Guild y tomó asiento.
—¿Ese idiota sólo te pegó para tener ocupadas las manos?
—No, no, la culpa fue mía. Me... me resistí.
—Claro, supongo que a nadie le gusta que lo detengan —agregó Guild—. ¿Qué problema tienes?
Gilbert me miró con el ojo sano.
—Estás a merced del teniente Guild —le dije—. Todo te resultará más fácil si le allanas el camino al teniente.
Guild sonrió francamente y comentó:
—Tiene razón. —Se repantigó en el sillón y preguntó con tono amistoso—: ¿De dónde sacaste la llave?
—Me la envió mi padre por correo.
Gilbert sacó un sobre blanco del bolsillo y se lo entregó a Guild.
Me situé detrás de Guild y miré el sobre por encima de su hombro. Las señas estaban mecanografiadas —Sr. Gilbert Wynant, The Courtland— y el sobre no llevaba sello.
—¿Cuándo la recibiste? —pregunté.
—Anoche llegué alrededor de las diez y estaba en recepción. No le pregunté al recepcionista cuándo había llegado, pero supongo que no estaba cuando salí con usted porque, de lo contrario, me la habrían entregado.
El sobre contenía dos hojas de papel con el conocido y patoso texto mecanografiado. Guild y yo lo leímos a la vez:
Querido Gilbert:
Si han transcurrido tantos años sin que me haya comunicado contigo, sólo se debe a que tu madre así lo quiso. Si ahora rompo el silencio para recabar tu ayuda, sólo lo hago porque una necesidad imperiosa me obliga a contrariar los deseos de tu madre. Además, te has convertido en un hombre y, a mi juicio, tú eres el único que debe decidir si debemos o no actuar en consonancia con nuestros lazos de sangre. Creo que sabes que actualmente me encuentro en una difícil situación en relación con mi supuesta conexión en el asesinato de Julia Wolf y confío en que aún me tienes suficiente afecto para, al menos, abrigar la esperanza de que yo sea totalmente inocente de cualquier complicidad en este caso, que es la verdad. Recabo tu colaboración para que me ayudes a demostrar de una vez por todas mi inocencia ante la policía y ante el mundo, en la certeza de que, si no pudiera contar con tu afecto, al menos podría confiar en tu deseo espontáneo de hacer cuanto esté en tus manos para no mancillar tu apellido y el de tu hermana que, además, es el de tu padre. También apelo a ti porque, aunque tengo un abogado competente, convencido de mi inocencia y que está moviendo cielo y tierra para demostrarlo, así como la esperanza de contar con la colaboración del señor Nick Charles, no puedo pedir a ninguno de los dos que hagan lo que, después de todo, es un acto manifiestamente ilegal, ni conozco a nadie, salvo a ti, en quien me atreva a depositar mi confianza. Deseo que hagas lo siguiente: acude mañana al apartamento de Julia Wolf, en el 411 de la calle Cincuenta y cuatro Este, al que entrarás con la llave que incluyo, y entre las páginas del libro titulado A lo grande encontrarás cierto papel o testimonio que quiero que leas y destruyas inmediatamente. Cerciórate de destruirlo por completo, sin dejar ni el más mínimo rastro; cuando lo hayas leído comprenderás por qué debes hacerlo y por qué te he confiado esta misión. En el caso de que surja algo que aconseje un cambio de planes, te telefonearé esta noche a última hora. Si no tienes noticias mías, llamaré mañana por la tarde para saber si has cumplido mis instrucciones y concertar un encuentro. Confío en que te harás cargo de la enorme responsabilidad que deposito en ti y en que mi confianza no será defraudada.
Cariñosamente,
Tu padre
La extensa firma de Wynant figuraba en tinta debajo de las palabras «Tu padre».
Guild me dio pie a que dijera algo y yo aguardé a que hablase. Al cabo de unos instantes preguntó a Gilbert:
—¿Te telefoneó?
—No, señor.
—¿Estás seguro? —pregunté—. ¿No le pediste a la telefonista que no pasara llamadas?
—Bueno..., sí, se lo pedí. Temía que usted se enterara si mi padre llamaba mientras estaba en casa, pero estoy seguro de que le habría dejado un mensaje a la telefonista y no lo hizo.
—¿Te has visto o no con él?
—No.
—¿Tampoco te dijo quién mató a Julia Wolf?
—No.
—¿Le contaste una sarta de mentiras a Dorothy?
Gilbert bajó la cabeza y asintió.
—Fue... fue..., me parece que en realidad lo hice por celos —me miró ruborizado—. Verá, Dorry confiaba en mí y creía que yo sabía más que el resto del mundo sobre lo que fuera y..., verá, si quería averiguar algo acudía a mí y siempre hacía lo que yo le decía, pero todo cambió cuando empezó a verse con usted. Estaba pendiente de usted y lo respetaba más que a... Era lógico que ocurriera, de lo contrario habría sido tonta, porque no hay parangón, aunque..., me..., creo que me sentí celoso y enojado..., bueno, no exactamente enojado, porque yo también lo respeto..., pero quería hacer algo que volviera a impresionarla..., yo diría que quería pavonearme y cuando recibí la carta simulé que me había encontrado con mi padre y que me había dicho quién cometió los asesinatos para que Dorry pensara que yo sabía cosas que hasta usted ignoraba. —Calló sin aliento y se enjugó el rostro con un pañuelo.
Volví a ser más paciente que Guild, que finalmente dijo:
—Hijo, no creo que hayas hecho mucho daño, a menos que ocultes otros datos que deberíamos conocer.
El chaval negó con la cabeza.
—No, señor, no he ocultado un solo dato.
—¿Sabes algo de la navaja y la leontina que tu madre nos ha entregado?
—No, señor. No sabía nada hasta que mamá se las dio.
—¿Cómo está tu madre? —pregunté.
—Me parece que está bien, aunque dijo que pasaría el día en la cama.
Guild entrecerró los ojos y preguntó:
—¿Qué le pasa?
—Ha tenido un ataque de histeria —le expliqué—. Anoche se peleó con su hija y se subió por las paredes.
—¿Por qué se pelearon?
—Sólo Dios lo sabe, una disputa de mujeres.
—Hmmm —murmuró Guild y se rascó la barbilla.
—¿Flint estaba acertado cuando dijo que no tuviste ninguna oportunidad de buscar el documento? —pregunté al chico.
—Sí. Se lanzó sobre mí sin darme tiempo a cerrar la puerta.
—A mis órdenes trabaja un excelente equipo de detectives —despotricó Guild—. ¿No gritó «¡Sorpresa!» cuando se lanzó sobre ti? Es igual. Hijo, tengo dos opciones y la elección depende de ti. Puedo retenerte o dejarte en libertad a cambio de que te comprometas a avisarme en cuanto tu padre se ponga en contacto contigo, a transmitirme lo que te diga y a decirme dónde quiere verte, si es que fija una cita.
Hablé antes de que Gilbert pudiera tomar la palabra:
—Guild, no puede pedirle tanto. Es su padre.
—¿Por qué no puedo? —Me miró cabreado—. ¿No repercutirá en favor de su padre en el caso de que sea inocente? —Guardé silencio. La expresión de Guild se relajó gradualmente—. Está bien, hijo, supongamos que te dejo en libertad bajo palabra. Si tu padre o cualquier otra persona te pide que hagas algo, ¿te comprometes a negarte porque me has dado tu palabra de honor de que no lo harías?
El chico me miró.
—Me parece sensato —opiné.
—Sí, señor, le doy mi palabra —replicó Gilbert.
Guild hizo un gesto ampuloso con una mano.
—Trato hecho. Puedes irte.
El chaval se puso en pie y añadió:
—Muchísimas gracias, señor —se volvió hacia mí—: ¿Estará mucho...?
—Si no tienes prisa espérame fuera.
—Lo esperaré. Adiós, teniente Guild, le estoy muy agradecido.
Gilbert salió.
Guild cogió el teléfono y ordenó que encontraran y le llevaran A lo grande y todo lo que contuviera. Cuando colgó se cruzó las manos en la nuca y se balanceó en el sillón.
—¿Qué le parece todo esto?
—Es como dar manotazos de ciego.
—Dígame, ¿sigue creyendo que Wynant no la mató?
—¿Qué importancia tiene lo que yo creo? Con lo que Mimi le entregó tiene pruebas suficientes contra Wynant.
—Tiene mucha importancia —aseguró—. Me gustaría saber qué piensa y por qué.
—Mi esposa considera que está encubriendo a otra persona.
—¿De veras? Hmmm. Nunca he despreciado la intuición femenina y, si me lo permite, la señora Charles es una mujer muy inteligente. Desde la perspectiva de su esposa, ¿quién es el asesino?
—Según las últimas noticias que tengo, todavía no se ha decantado por nadie.
El teniente suspiró.
—Tal vez el documento que mandó buscar a su hijo nos diga algo más.
El bendito documento no nos dijo nada: los detectives de Guild no lo encontraron ni dieron con el ejemplar de A lo grande en el apartamento de la occisa.