Si te cuelgan

DURANTE sus buenos cinco minutos después de que se cerrara la puerta del descansillo tras la que habían desaparecido Casper Gutman y Joel Cairo, Spade permaneció inmóvil, la vista fija en el pomo de la puerta abierta del salón. Su mirada era melancólica bajo su frente sombría. Las hendiduras encima de su nariz eran profundas y rojas. La boca abierta, los labios colgantes. Los movió hasta que formaron una uve dura, y se acercó al teléfono. Ni siquiera había dirigido una mirada a Brigid O'Shaughnessy, que, cerca de la mesa, le miraba con ojos inquietos.

Spade cogió el teléfono, lo volvió a dejar en su repisa y se agachó para consultar la guía, colgada de un lateral de la repisa. Pasó rápidamente las páginas hasta encontrar la que quería, recorrió con el dedo una columna, se enderezó y volvió a coger el teléfono. Marcó y dijo:

—¿Oiga? ¿Está el sargento Polhaus?... ¿Puede avisarle, por favor?... Soy Samuel Spade... —se quedó mirando al vacío, esperando—. Hola, Tom, tengo algo para ti... Sí, mucho. Mira: a Thursby y Jacobi los mató un chico llamado Wilmer Cook —describió al chico minuciosamente—. Trabaja para uno llamado Casper Gutman —describió a Gutman—. También está con ellos el tal Cairo que viste en mi casa... Sí, eso es... Gutman está en el Alexandria, suite 12 C, o estaba, por lo menos. Acaban de salir de aquí y van a abandonar la ciudad, así que tendrás que actuar rápidamente, aunque no creo que sospechen nada... También hay una chica... la hija de Gutman —describió a Rhea Gutman—. Ten cuidado cuando vayas por el chico, parece que es bueno con la pistola... De acuerdo, Tom, y también tengo algo para ti aquí, en casa. Creo que son las armas que utilizó... Exacto. Síguelo... y suerte.

Spade colgó el teléfono lentamente y lo volvió a dejar en su repisa. Se humedeció los labios y se miró las manos. Tenía las palmas húmedas. Aspiró a fondo. Los ojos le relampagueaban entre los párpados rectos. Dio la vuelta y entró en el salón con tres largos trancos.

Brigid O'Shaughnessy, sobresaltada por la brusquedad de su entrada, exhaló aire con una pequeña risita.

Spade, cara a cara con ella, muy cerca, alto, huesudo y musculoso, sonriendo fríamente, duro de ojos y mandíbulas, le dijo:

—Cuando los cojan, hablarán... de nosotros. Estamos sobre dinamita y tenemos unos pocos minutos para ponernos de acuerdo. Cuéntamelo todo, rápido. ¿Gutman os envió a ti y a Cairo a Constantinopla?

Le puso la mano en el hombro.

—¡Mierda, habla! —dijo—. Estoy en esto contigo y no lo vas a estropear ahora. Habla. ¿Os envió a Constantinopla?

—S... sí, me envió a mí. A Joe lo conocí allí... y le pedí que me ayudara. Entonces nosotros...

—Espera. ¿Le pediste a Cairo que te ayudara a quitárselo a Kemidov?

—Sí.

—¿Para Gutman?

Ella volvió a dudar, se retorció bajo la mirada furiosa de los ojos de Spade, tragó saliva y dijo:

—No, entonces no. Creímos que podríamos quedárnoslo nosotros.

—De acuerdo. ¿Y después?

—Oh, después yo empecé a temerme que Joe no jugara limpio conmigo, así que... así que le pedí a Floyd Thursby que me ayudara.

—Y te ayudó. ¿Y?

—Pues que lo conseguimos y nos fuimos a Hong Kong.

—¿Con Cairo? ¿O ya le habías abandonado antes?

—Le dejamos en Constantinopla, en la cárcel... por no sé qué de un cheque.

—¿Por algo que tú arreglaste para que le cogieran?

Ella miró avergonzada a Spade y musitó:

—Sí.

—De acuerdo. Ya estáis Thursby y tú en Hong Kong, con el pájaro.

—Sí, y después... yo no le conocía muy bien... y no sabía si me podía fiar de él. Pensé que sería más seguro... bueno, en cualquier caso, conocí al capitán Jacobi y supe que su barco venía para acá, así que le pedí que me trajera un paquete... el pájaro. No estaba segura de si podía fiarme de Thursby, o de que Joe u otro... alguien que trabajara para Gutman, no estuviera en el barco en que vinimos los dos, así que ese me pareció el plan más seguro.

—De acuerdo. Entonces tú y Thursby cogisteis uno de los barcos rápidos. ¿Y luego qué?

—Luego... yo tenía miedo de Gutman. Yo sabía que tenía gente, contactos... por todas partes, y que pronto sabría lo que habíamos hecho. Y me daba miedo que averiguara que veníamos a San Francisco desde Hong Kong. Él estaba en Nueva York y yo sabía que si le informaban con un telegrama tendría tiempo de sobra para llegar aquí antes que nosotros. Y así ocurrió. Yo no lo sabía entonces, pero tenía miedo de eso y yo tenía que esperar a que llegara el barco del capitán Jacobi. Y tenía miedo de que Gutman me descubriera... que descubriera a Floyd y le comprara. Por eso fui a verte y te pedí que le vigilaras para que...

—Eso es mentira —dijo Spade—. A Thursby le tenías enganchado y tú lo sabías. Era un faldero. Lo dice su expediente... que su única debilidad eran las mujeres. Y ya se sabe: genio y figura... Es posible que tú no conocieras sus antecedentes, pero sí sabías que le tenías seguro.

Ella se sonrojó y le miró con timidez.

Spade le dijo:

—Lo que tú querías era quitártelo de encima antes de que Jacobi llegara con el botín. ¿Qué habías pensado?

—Yo... yo sabía que él había abandonado Estados Unidos después de meterse en líos con un jugador. Yo no sabía en qué había consistido, pero pensé que si había sido suficientemente serio y veía que le vigilaba un detective, él creería que sería para saldar esa antigua cuenta y se asustaría tanto que se largaría. No creí que...

—Le dijiste que le seguían —dijo Spade con seguridad—. Miles no tenía cerebro alguno, pero no era tan torpe como para que le descubrieran la primera noche.

—Se lo dije, sí. Cuando salimos a dar un paseo esa noche, hice como que descubría al señor Archer siguiéndonos y se lo señalé a Floyd —sollozó—. Pero, Sam, por favor, créeme que no lo habría hecho si se me hubiera ocurrido que Floyd lo mataría. Creí que se asustaría mucho y se largaría de la ciudad. Ni por un minuto pensé que podría dispararle así.

Spade inició una sonrisa zorruna, pero sus ojos siguieron serios. Dijo:

—Y si pensaste eso, estabas en lo cierto, cariño.

La chica levantó la cara, atónita.

—Porque Thursby no lo mató —dijo Spade.

El rostro de la chica reflejó incredulidad.

Spade prosiguió:

—Miles no tenía demasiada cabeza, pero ¡Dios! tenía demasiados años de experiencia como detective para dejarse coger por el hombre a quien estaba siguiendo. ¿En un callejón sin salida, con el arma al cinto y con el abrigo completamente abrochado? Ni por asomo. Era tan idiota como cualquiera pero no tanto. Las dos salidas del callejón podían controlarse desde el final de Bush Street, por encima del túnel. Nos dijiste que Thursby era un mal actor. No hubiera podido engañar a Miles para que entrara en el callejón tal cual, ni tampoco pudo obligarle. Era un idiota, pero no tanto como para eso.

Se pasó la lengua por la parte interior de los labios y sonrió afectuosamente a la chica:

—Pero sí que habría subido hasta allí contigo, encanto, si hubiera estado seguro de que allí arriba no había nadie más. Tú eras su cliente, así que no había motivo para no dejar de seguir a Thursby cuando tú se lo dijeras; y si tú le hubieras pedido que subiera contigo... habría subido contigo. También era suficientemente idiota como para eso. Te miraría de pies a cabeza, se relamería y pondría una sonrisa de oreja a oreja... y luego tú te acercarías todo lo que quisieras en la oscuridad y le harías un agujero con el arma que le habías quitado a Thursby esa noche.

Brigid O'Shaughnessy se apartó de él hasta que la detuvo el borde de la mesa. Le miró con ojos aterrorizados y gritó:

—No... no me hables así, Sam. ¡Sabes que no fui yo! Ya sabes que...

—Basta —Spade miró el reloj—. La policía entrará en cualquier momento y nosotros estamos sobre dinamita. ¡Habla!

Ella se puso el dorso de la mano sobre la frente.

—Oh, ¿por qué me acusas de ese horrible...?

—¿Quieres callarte? —le exigió él en voz baja e impaciente—. No es el momento de hacer actuaciones de colegiala. Escúchame. Nosotros dos estamos ya en el patíbulo —la cogió por las muñecas y la obligó a ponerse en pie ante él—. ¡Habla!

—Yo... yo... ¿cómo sabes que se relamió los labios y...?

Spade soltó una risotada áspera.

—Conocía a Miles. Pero eso no importa. ¿Por qué le disparaste?

Retorció las muñecas para liberarlas de los dedos de Spade y le pasó las manos por detrás del cuello, echándole la cabeza hacia adelante hasta que la boca de Spade rozó la suya. Su cuerpo estaba caído sobre el de Spade, desde las rodillas hasta el pecho. Él la rodeó con sus brazos, abrazándola estrechamente. Sus párpados de espesas pestañas le cubrían la mitad de sus ojos de terciopelo. Habló en voz baja y vibrante:

—No quise hacerlo, al principio. Pensé contártelo, pero cuando vi que Floyd no se asustaba...

Spade le palmeó el hombro.

—Eso es mentira —dijo—. Nos pediste a Miles y a mí que nos ocupáramos. Querías estar segura de que el que siguiera a Thursby fuera alguien que te conociera y al que tú no conocieras, para que pudiera irse contigo. Ese día, esa noche, conseguiste el arma de Thursby. Siempre has tenido alquilado el apartamento del Coronet. Tenías baúles, mientras que en el hotel no tenías ninguno, y cuando registré tu apartamento encontré un recibo del alquiler de una semana antes de la fecha en que me dijiste que lo habías alquilado.

Ella tragó saliva con dificultad y dijo humildemente:

—Sí, es mentira, Sam. Tenía intención de hacerlo si Floyd... yo... yo no puedo mirarte a la cara mientras te digo esto, Sam —le empujó la cabeza hasta que estuvieron mejilla con mejilla y, con la boca en la oreja de Spade, murmuró—: Sabía que Floyd no se asustaría fácilmente, pero creí que si sabía que alguien lo estaba siguiendo o lo... Oh, ¡no puedo decirlo, Sam! —se colgó de él, sollozando.

Spade dijo:

—Creíste que Floyd le saldría al paso y que uno de los dos caería. Si era Thursby, te verías libre de él. Si era Miles, entonces podrías organizado para que le cogieran y así librarte de él. ¿No es así?

—A... algo así.

—Y cuando caíste en la cuenta de que Thursby no pensaba salirle al paso, entonces le cogiste el arma y lo hiciste tú misma. ¿Es así?

—Sí... aunque no es exacto.

—Pero sí lo suficiente. Y tenías ese plan guardado en la manga desde el principio. Pensaste colgarle el asesinato a Floyd.

—Creí que le retendrían por lo menos hasta que el capitán Jacobi hubiera llegado con el halcón y...

—Y entonces no sabías que Gutman iba tras de ti. No lo sospechabas o no te hubieras sacudido de encima a tu pistolero. Supiste que Gutman estaba aquí en cuanto te enteraste de que habían matado a Thursby. Entonces supiste que necesitabas otro protector, así que viniste a mí. ¿No?

—Sí... pero ¡amor mío!... no fue sólo eso. Hubiera vuelto a ti tarde o temprano porque desde el momento en que te vi supe que...

Spade dijo con ternura:

—¡Qué encanto! Bueno, si sales bien parada, saldrás de San Quintín dentro de veinte años y entonces podrás volver conmigo.

Ella apartó la mejilla y echó la cabeza hacia atrás para quedarse mirándole sin entender.

Spade estaba pálido. Dijo con ternura:

—Como hay Dios que espero que no te cuelguen de este lindo cuello, preciosa —y le pasó las manos por el cuello, acariciándoselo.

En un momento estuvo lejos de él, de espaldas a la mesa, encogida, con ambas manos extendidas sobre la garganta. Tenía el rostro descompuesto y la mirada enloquecida. Abría y cerraba la boca, seca. Empezó a decir:

—No irás a... —pero no pudo continuar.

Spade tenía el rostro de un blanco amarillento. Exhibía una sonrisa y alrededor de sus ojos unas arruguitas denotaban también una sonrisa. Su voz era suave y amable:

—Te voy a entregar. Hay posibilidades de que salgas con vida. Lo cual significa que estarás fuera dentro de veinte años. Eres un ángel. Te esperaré —carraspeó—. Y si te cuelgan, te recordaré siempre.

Ella dejó caer las manos y se irguió. Se le suavizó la cara, desapareciendo cualquier resto de preocupación salvo un brillo de duda en los ojos. Le devolvió la sonrisa, amable.

—No, Sam, no digas eso ni en broma. ¡Ah, por un momento me has asustado! Creí de verdad que tú... Como haces esas cosas tan salvajes y tan impredecibles... —se interrumpió. Echó hacia adelante la cabeza y le miró profundamente a los ojos. Le temblaban las mejillas y los labios, y el temor volvió a asomarle a los ojos—. Pero ¡Sam! —se llevó las manos a la garganta y se encogió.

Spade rió. Tenía el rostro blanco amarillento lleno de sudor, y aun manteniendo su sonrisa la voz no le salió suave. Graznó:

—No seas tonta. Tú eres el cabeza de turco. Tiene que serlo uno de nosotros, en cuanto hablen esos pájaros. A mí me cuelgan seguro. Tú tienes más posibilidades. ¿Y?

—Pero Sam... ¡no puedes! Después de lo que hemos sido el uno para el otro, no puedes...

—Y una mierda que no puedo.

Ella inspiró, temblorosa.

—¿Es que has estado jugando conmigo? ¿Haciendo como que te importaba... para cogerme así? ¿No te importaba? ¿No... no me querías?

—Creo que te quiero —dijo Spade—. ¿Y qué? —los músculos que le mantenían la sonrisa le sobresalían como verdugones—. No soy Thursby. No soy Jacobi. No voy a hacer el memo contigo.

—No es justo —gritó ella, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—. Es injusto. Es despreciable. Sabes que no fue así. No puedes decir eso.

—Y una mierda que no puedo —dijo Spade—. Te me metes en la cama para que deje de hacerte preguntas. Me llevas hasta Gutman con esa llamada falsa. Anoche viniste aquí con ellos, me esperaste fuera y entraste conmigo. Estabas en mis brazos cuando saltó la trampa... no habría podido sacar mi arma si hubiera llevado una encima ni tampoco podría haberme peleado si hubiera querido. Y si no te han llevado con ellos es por la única razón de que Gutman tiene demasiado sentido común para fiarse de ti salvo en contadas ocasiones en que no tiene más remedio, y también porque creyó que yo iba a hacer el tonto contigo y que, por no hacerte daño, no se lo haría a él.

Brigid O'Shaughnessy parpadeó para quitarse las lágrimas. Dio un paso hacia él y se quedó mirándole a los ojos, erguida y orgullosa.

—Me llamas mentirosa —dijo—. Y ahora eres tú el que miente. Mientes si dices que en el fondo de tu corazón no sabes que te quiero, pese a todo lo que haya podido hacer.

Spade hizo una inclinación breve y brusca. Los ojos se le inyectaban en sangre, pero en su rostro amarillento y sonriente no se apreciaba ningún otro cambio.

—Es posible que lo sepa —dijo—. ¿Y qué? ¿Debo fiarme de ti? ¿De ti, de la que organizó ese bonito truco para mi predecesor Thursby? ¿De ti, que liquidaste a Miles, un hombre contra el que no tenías nada, a sangre fría, como quien aplasta una mosca, sólo por hacerle el doble juego a Thursby? ¿De ti, que has jugado doble con Gutman, con Cairo, con Thursby... uno, dos, tres? ¿De ti, que no has jugado limpio conmigo ni media hora seguida desde que nos conocemos? ¿De ti debo fiarme? No, no, cariño. No lo haría ni aunque quisiera. ¿Por qué iba a fiarme de ti?

Ella le mantuvo firme la mirada y su voz fue igual de firme al murmurar:

—¿Que por qué? Si has estado jugando conmigo, si no me amas, entonces no hay respuesta. Si has estado jugando, no hace falta respuesta alguna.

Spade ya tenía los ojos inyectados en sangre y su largamente mantenida sonrisa se había convertido en una mueca. Carraspeó roncamente y dijo:

—De nada sirve hacer discursos ahora —le puso una mano en el hombro. La mano le temblaba, inestable—. No me importa quién te quiera. Yo no voy a hacer el idiota contigo. No voy a seguir las huellas de Thursby y Dios sabe cuántos más. Has matado a Miles y vas a afrontar las consecuencias. Hubiera podido ayudarte dejando marchar a los demás y aguantando a la policía lo mejor que supiera. Ya es tarde para eso. Ya no puedo ayudarte. Y no te ayudaría si pudiera.

Ella le puso una mano sobre la que le tocaba el hombro.

—Entonces no me ayudes —susurró—, pero no me hagas daño. Déjame marcharme.

—No —dijo él—. Estoy hundido si no te tengo para entregarte cuando llegue la policía. Es lo único que puede impedir que me hunda con los demás.

—¿No vas a hacer eso por mí?

—No voy a hacer el tonto por ti.

—No digas eso, por favor —ella le quitó la mano del hombro y se la llevó a la cara—. ¿Por qué tienes que hacerme esto, Sam? Seguramente el señor Archer no significaba tanto para ti como...

—Miles —dijo Spade ásperamente— era un hijo de puta. Lo descubrí la primera semana que trabajamos juntos y pretendía quitármelo de encima en cuanto pasara este año. No me has perjudicado en absoluto matándole.

—¿Entonces qué?

Spade libró su mano de la de Brigid. Ya no sonreía ni hacía mueca alguna. Su rostro húmedo y amarillo se había endurecido y tenía unas profundas arrugas. Los ojos le ardían enloquecidos. Dijo:

—Escucha. Todo esto no sirve para nada. No conseguirás entenderme, pero lo voy a intentar una vez más y luego lo dejamos. Escucha.

Cuando matan al socio de alguien, se supone que ese alguien tiene que hacer algo. No importa en absoluto lo que pensara de él: se trata de tu socio y se supone que algo debes hacer. Además, ocurre que estamos en el ramo de los detectives. Pues bien, cuando matan a uno de tu empresa es muy mala práctica dejar que el asesino se escape. Es malo en todos los sentidos... malo para la empresa, malo para cualquier detective en cualquier parte. En tercer lugar, yo soy detective, y esperar que coja a delincuentes para luego soltarlos es como pedir a un lebrel que atrape a un conejo y luego lo suelte. Claro que puede hacerse, y a veces se hace, pero no es lo lógico. La única manera de haberte podido soltar, habría sido dejando que Gutman, Cairo y el chico se fueran. Eso es...

—No lo dices en serio —dijo ella—. No querrás hacerme creer que esas razones que me dices sean motivo suficiente para que me envíes a...

—Espera hasta que termine y luego hablas tú. En cuarto lugar, aparte de lo que yo quisiera hacer ahora, sería absolutamente imposible dejarte marchar sin que yo mismo me viera arrastrado al patíbulo con ellos. Además, no tengo motivo alguno para creer que puedo fiarme de ti, y si lo hago y te marchas, entonces tendrás algo que podrás utilizar contra mí cuando te apetezca. Con lo cual son cinco razones. La sexta sería que, ya que yo tengo algo contra ti, nunca estaría seguro de que no quisieras hacerme un agujero el día menos pensado. Séptima, ni siquiera me hace gracia la simple idea de pensar que hay una posibilidad entre cien de que me hayas hecho pasar por imbécil. Y octava... pero ya es suficiente. Todo eso por un lado. Es posible que algunas de estas razones no tengan importancia. Eso no lo discuto. Pero date cuenta de cuántas son. Y en el otro lado, ¿qué tenemos? Lo único que tenemos es que a lo mejor me quieres y a lo mejor te quiero.

—Tú sabrás —susurró ella— si me quieres o no.

—No lo sé. Es facilísimo volverse loco por ti —la miró deseoso de los pies a la cabeza y luego la miró a los ojos—. Pero no sé cuánto vale eso. ¿Acaso lo sabe alguien? Pero bueno, imagínate que yo lo sepa. ¿Y qué? A lo mejor ya no te quiero el mes que viene. Ya me ha pasado otras veces... siempre que haya durado lo suficiente. ¿Y luego qué? Pues que luego sé que he hecho el tonto. Pues bien, si te entrego me arrepentiré lo indecible... pasaré algunas malas noches... pero se me pasará. Escucha —la tomó por los hombros y la echó hacia atrás, inclinándose sobre ella—: Si todo eso no significa nada para ti, olvídalo y lo dejaremos así; yo no voy a olvidarlo porque todo mi ser me lo pide, me pide que diga «a la mierda con las consecuencias, hazlo», y porque, maldita seas, ya contabas con eso de la misma manera que contabas con que los demás sentirían así también —y soltándola, dejó caer las manos a lo largo del cuerpo.

Ella le tomó las mejillas y le atrajo otra vez.

—Mírame —dijo— y dime la verdad. ¿Me habrías hecho esto si el halcón hubiera sido auténtico y te hubieran dado tu dinero?

—¿Y eso qué importa ahora? No estés tan segura de que soy tan bribón como parezco. Semejante reputación es buena para los negocios... suele atraer trabajos bien pagados y facilita el contacto con el enemigo.

Ella le miró sin decir nada.

Spade movió los hombros un poco y dijo:

—Bueno, un montón de dinero habría sido un punto para las razones de la otra parte.

Ella le acercó el rostro. Tenía la boca entreabierta y los labios ligeramente salientes:

—Si me amaras —susurró— no necesitarías más que una razón.

Spade apretó los dientes y dijo:

—No voy a hacer el idiota contigo.

Ella le besó, despacio, rodeándole con los brazos y dejándose abrazar. Seguían abrazados cuando llamaron al timbre.

Spade, rodeando a Brigid O'Shaughnessy con el brazo izquierdo, abrió la puerta del descansillo: allí estaban el teniente Dundy, el sargento de detectives Tom Polhaus y dos detectives más.

Spade dijo:

—Hola, Tom. ¿Los habéis cogido?

Polhaus repuso:

—Los hemos cogido.

—Estupendo. Entrad. Aquí tenéis a otra —Spade empujó a la chica hacia adelante—. Ella mató a Miles. También tengo algunas pruebas... las armas del chico, una de Cairo, una estatuilla negra que fue el centro de todo este lío y un billete de mil dólares con el que se supone que querían sobornarme —miró a Dundy, frunció las cejas, se echó hacia adelante para escrutar la cara del teniente y rompió a reír—. ¿Qué le ocurre a tu compañero de juegos, Tom? Parece descorazonado —rió de nuevo—. ¡Dios, apuesto a que cuando oyó la historia que le contó Gutman creyó que ya me tenía!

—Vale ya, Sam —gruñó Tom—. No creímos que...

—Y una mierda que no —dijo Spade alegremente—. Vino aquí haciéndosele la boca agua, aunque tú hayas tenido el buen sentido de pensar que yo ya tenía atado a Gutman.

—Vale ya —volvió a gruñir Tom, mirando de reojo con inquietud a su superior—. De todos modos, se lo hemos sacado a Cairo. Gutman está muerto. El chico acababa de matarlo cuando llegamos allí.

Spade asintió.

—No podía esperar otra cosa —dijo.

Effie Perine dejó el periódico y saltó del sillón de Spade cuando él entró en la oficina, poco después de las nueve de la mañana del lunes.

Spade dijo:

—Hola, encanto.

—¿Lo... lo que dice el periódico... es... es verdad? —preguntó ella.

—Sí, señora —soltó el sombrero en el escritorio y se sentó. Su rostro tenía un color térreo, pero sus facciones eran firmes y alegres y sus ojos, todavía un tanto enrojecidos, eran de un color claro.

La chica tenía los ojos pardos muy abiertos y su boca formaba una mueca extraña. Se quedó a su lado, mirándole.

Él levantó la cabeza, sonrió y dijo burlón:

—Para que veas tu intuición femenina.

Tenía una voz tan extraña como la expresión de su cara:

—¿Tú le hiciste eso, Sam?

Asintió.

—Tu Sam es un detective —la miró con agudeza. Le pasó el brazo por la cintura, con la mano en la cadera—. Mató a Miles, encanto —dijo con gentileza—, tal cual —y chasqueó los dedos de la otra mano.

Ella se escabulló de su brazo como si le hubiera hecho daño.

—No, por favor, no me toques —dijo con voz entrecortada—. Sé... sé que tienes razón. Tienes razón. Pero no me toques ahora... ahora no.

El rostro de Spade empalideció hasta ponerse del color del cuello de su camisa.

Se oyó el ruido del pomo de la puerta principal. Effie Perine se volvió con rapidez y salió al otro despacho, cerrando la puerta al salir. Cuando volvió a entrar, cerró la puerta. Luego dijo, en voz baja:

—Iva está aquí.

Spade, mirando fijamente su escritorio, asintió de manera casi imperceptible.

—Sí —dijo, y tuvo un escalofrío—. Está bien, hazla pasar.

Obras Completas. Tomo I. Novelas
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml
sec_0155.xhtml
sec_0156.xhtml
sec_0157.xhtml
sec_0158.xhtml
sec_0159.xhtml
sec_0160.xhtml
sec_0161.xhtml
sec_0162.xhtml
sec_0163.xhtml
sec_0164.xhtml
sec_0165.xhtml
sec_0166.xhtml
sec_0167.xhtml
sec_0168.xhtml
sec_0169.xhtml
sec_0170.xhtml
sec_0171.xhtml
sec_0172.xhtml
sec_0173.xhtml
sec_0174.xhtml
sec_0175.xhtml
sec_0176.xhtml
sec_0177.xhtml
sec_0178.xhtml
sec_0179.xhtml
sec_0180.xhtml
sec_0181.xhtml
sec_0182.xhtml
sec_0183.xhtml
sec_0184.xhtml
sec_0185.xhtml
sec_0186.xhtml
sec_0187.xhtml
sec_0188.xhtml
sec_0189.xhtml
sec_0190.xhtml
sec_0191.xhtml
sec_0192.xhtml
sec_0193.xhtml
sec_0194.xhtml
sec_0195.xhtml
sec_0196.xhtml
sec_0197.xhtml
sec_0198.xhtml
sec_0199.xhtml
sec_0200.xhtml
sec_0201.xhtml
sec_0202.xhtml
sec_0203.xhtml
sec_0204.xhtml
sec_0205.xhtml
sec_0206.xhtml
sec_0207.xhtml
sec_0208.xhtml
sec_0209.xhtml
sec_0210.xhtml
sec_0211.xhtml
sec_0212.xhtml
sec_0213.xhtml
sec_0214.xhtml
sec_0215.xhtml
sec_0216.xhtml
sec_0217.xhtml
sec_0218.xhtml
sec_0219.xhtml
sec_0220.xhtml
sec_0221.xhtml
sec_0222.xhtml
sec_0223.xhtml
sec_0224.xhtml
sec_0225.xhtml
sec_0226.xhtml
sec_0227.xhtml
sec_0228.xhtml
sec_0229.xhtml
sec_0230.xhtml
sec_0231.xhtml
sec_0232.xhtml
sec_0233.xhtml
sec_0234.xhtml
sec_0235.xhtml
sec_0236.xhtml
sec_0237.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml