DOS
SHAD O'Rory se puso en pie e hizo una inclinación.
—Beaumont, me alegro de verte. Deja el sombrero y el abrigo donde te plazca —dijo a modo de saludo, pero no extendió la mano.
—Buenos días —dijo Ned Beaumont y se quitó el abrigo.
Whisky declaró desde el umbral:
—Ya nos veremos.
—Sí, claro, ya nos veremos —replicó O'Rory.
Whisky se retiró y cerró la puerta.
Ned Beaumont depositó el abrigo en el brazo del sofá, colocó el sombrero encima y tomó asiento junto a sus prendas. Observó a O'Rory sin la menor curiosidad.
O'Rory había vuelto a repantigarse en su sillón, una pieza muy mullida de color morado opaco y dorado. Cruzó las piernas y juntó las manos hasta que las yemas de los dedos se tocaron sobre una rodilla. Inclinó la cabeza finamente esculpida hacia el pecho, de tal modo que sus ojos de color azul grisáceo escrutaron a Ned Beaumont a través de las cejas. Declaró con su acento irlandés de agradables modulaciones:
—Estoy en deuda contigo por tratar de convencer a Paul de que no...
—No me debes nada —lo interrumpió Ned Beaumont.
—¿No te debo nada?
—No. Cuando intenté convencerlo estaba de su parte. Se lo dije por su propio bien. A mi juicio había hecho una mala jugada.
O'Rory esbozó una sonrisa y comentó:
—Se dará cuenta antes de que todo haya terminado.
El silencio se interpuso entre ambos hombres. O'Rory permaneció medio hundido en el sillón y sonrió a Ned Beaumont. Éste continuó en el sofá y miró a O'Rory, sin denotar en modo alguno qué pensaba.
El silencio se quebró cuando O'Rory preguntó:
—¿Qué te ha dicho Whisky?
—Nada, sólo que querías verme.
—Ha actuado bien —O'Rory separó las yemas de los dedos y palmeó el dorso de una mano delgada con la palma de la otra—. ¿Es verdad que Paul y tú habéis roto definitivamente?
—Me imagino que ya lo sabías —replicó Ned Beaumont—. Supuse que por eso me habías mandado llamar.
—He oído rumores, pero no es lo mismo —explicó O'Rory—. ¿Qué te propones hacer ahora?
—Tengo en el bolsillo el billete de tren para Nueva York y he hecho el equipaje.
O'Rory levantó la mano y se alisó la brillante cabellera blanca.
—¿Viniste de Nueva York a esta ciudad?
—Nunca digo de dónde vengo.
O'Rory apartó la mano de sus cabellos e hizo un ligero ademán de protesta.
—¿Crees que para mí tiene importancia saber de dónde procede la gente? —Ned Beaumont no dijo nada. El hombre de cabellos blancos añadió—: Sin embargo, me preocupa dónde vas y, en el caso de que pudiera salirme con la mía, preferiría que no te largaras tan pronto a Nueva York. ¿Nunca se te ocurrió pensar que aún puedes hacer muchas cosas aquí?
—No —respondió Ned Beaumont—. Mejor dicho, no lo pensé hasta que Whisky vino a verme.
—¿Y ahora qué piensas?
—No lo sé, pero me gustaría oír lo que tienes que decirme.
O'Rory volvió a mesarse los cabellos. Su mirada era amistosa y sagaz.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Un año y tres meses.
—¿Cuánto tiempo Paul y tú habéis sido inseparables?
—Un año.
O'Rory asintió con la cabeza.
—Sin duda sabes muchas cosas de Paul.
—Así es.
—Sin duda sabes muchas cosas que me podrían resultar útiles —añadió O'Rory.
—Hazme una oferta —propuso Ned Beaumont con ecuanimidad.
O'Rory abandonó las profundidades del sillón y se dirigió a la puerta situada enfrente de la que Ned había franqueado. La abrió y entró un enorme bulldog inglés. O'Rory regresó al sillón. El can se tendió en la alfombra, delante del sillón morado y oro, y contempló a su amo con expresión taciturna.
—Puedo ofrecerte la posibilidad de que te desquites de Paul —dijo O'Rory.
—No me interesa —repuso Ned Beaumont.
—¿No te interesa?
—En lo que a mí se refiere, estamos en paz.
O'Rory levantó la cabeza y preguntó en voz baja:
—¿Entonces no te interesa nada que pueda fastidiarlo?
—Yo no he dicho eso —repuso Ned Beaumont ligeramente irritado—. No me molestaría fastidiarlo, pero puedo hacerlo cuando me dé la gana y por mi cuenta, y no me interesa que pienses que me ofreces algo cuando me das la oportunidad de fastidiarlo.
O'Rory meneó la cabeza encantado.
—Me parece bien. Paul está dolido. ¿Por qué se cargó al joven Henry?
Ned Beaumont lanzó una carcajada.
—¿A qué vienen tantas prisas? Aún no me has propuesto nada. Ese perro es un buen ejemplar. ¿Cuántos años dices que tiene?
—Siete años, está justo en el límite —O'Rory estiró un pie y acarició el morro del can con la puntera del zapato. El bulldog movió perezosamente la cola—. ¿Qué te parece lo siguiente? Después de las elecciones te montaré el mejor garito del estado y lo dirigirás a tu manera, con toda la protección que quepa imaginar.
—Tu propuesta depende de que ganes las elecciones —dijo Ned Beaumont como si se aburriera—. No estoy seguro de querer quedarme hasta después de las elecciones, ni siquiera sé si permaneceré aquí tanto tiempo.
O'Rory dejó de acariciar el morro del perro con la puntera del zapato. Volvió a mirar a Ned Beaumont, sonrió como si estuviera soñando y preguntó:
—¿Crees que ganaremos las elecciones?
Ned Beaumont sonrió.
—Nunca se sabe.
Sin dejar de sonreír, soñador, O'Rory hizo otra pregunta:
—Beaumont, no estás desesperado por aunar fuerzas conmigo, ¿verdad?
—No. —Ned Beaumont se puso en pie y recogió el sombrero—. La idea ni fue mía —su tono era indiferente y su expresión amablemente inexpresiva—. Le dije a Whisky que sólo sería una pérdida de tiempo.
Ned Beaumont hizo ademán de coger el abrigo.
El hombre de cabellos albos añadió:
—Toma asiento y seguiremos hablando. Es posible que lleguemos a algún acuerdo.
Ned Beaumont titubeó, se encogió ligeramente de hombros, se quitó el sombrero, lo dejó en el sofá junto al abrigo y volvió a sentarse al lado de sus prendas.
—Te daré diez mil en efectivo ahora mismo si te sumas a nosotros, diez mil más la noche de las elecciones si derrotamos a Paul, y mantendré en pie la oferta del garito para que la tomes o la dejes —propuso O'Rory.
Ned Beaumont apretó los labios y observó sombríamente a O'Rory con las cejas fruncidas.
—Pretendes que me chive.
—Sólo quiero que acudas al Observer con toda la mierda que conoces sobre Paul por estar mezclado en... en los contratos del alcantarillado, el modo y la causa del asesinato de Taylor Henry, el asunto sucio de Shoemaker el invierno pasado, los trapos sucios del modo en que administra la ciudad...
—No hay nada tramposo en el asunto del alcantarillado —dijo Ned Beaumont y habló como si estuviera pensando en otras cosas—. Renunció a los beneficios para no desatar un escándalo.
—De acuerdo —aceptó O'Rory afablemente convencido—. Pero hay algo raro en el asesinato de Taylor Henry.
—Sí, en este asunto podemos apretarle las clavijas —afirmó Ned Beaumont y frunció el ceño—. Sospecho que si sacamos a la luz la historia de Shoemaker me veré metido en líos.
—Entonces no interesa —se apresuró a decir O'Rory—. El tema queda descartado. ¿Qué más tenemos?
—Quizá podamos hacer algo con la ampliación de la franquicia a los tranvías y con los problemas que hubo el año pasado en la oficina municipal. De todos modos, habrá que investigar.
—Nos será útil a los dos —dijo O'Rory—. Me ocuparé de que Hinkle, del Observer, lo ponga todo a punto. Dale la información y que él escriba. Podemos empezar por la historia de Taylor Henry. El asunto todavía está fresco.
Ned Beaumont se atusó el bigote con la uña del pulgar y murmuró:
—Puede ser.
Shad O'Rory lanzó una carcajada.
—¿Tu respuesta significa que deberíamos empezar por los diez mil dólares? —preguntó—. Puede que tengas razón.
O'Rory se levantó y se dirigió a la puerta que había abierto para hacer pasar al perro. La abrió, salió y la cerró. El can no se movió de su sitio delante del sillón morado y oro.
Ned Beaumont encendió un cigarro. El bulldog giró la cabeza y lo observó.
O'Rory regresó con un grueso fajo de billetes verdes de cien dólares, sujetos por una tira de papel de estraza en la que alguien había escrito con tinta azul: 10.000$. Golpeó con el fajo la mano que no sostenía el dinero y dijo:
—Hinkle está aquí y le he dicho que pase.
Ned Beaumont puso cara de contrariedad.
—Necesito un poco de tiempo para aclararme las ideas.
—Cuéntale todo a Hinkle como se te ocurra. Ya se ocupará él de organizarlo.
Ned Beaumont asintió con la cabeza. Expulsó el humo del cigarro y apostilló:
—Sí, es posible. —O'Rory le ofreció el fajo de billetes—. Gracias —agregó Ned, cogió el dinero y lo guardó en el bolsillo interior de la chaqueta.
Los billetes abultaban en la pechera de la chaqueta, sobre el pecho plano de Ned.
—Yo también quiero darte las gracias —afirmo Shad O'Rory y volvió a repantigarse en el sillón.
Ned Beaumont se quitó el cigarro de la boca y añadió:
—Quiero decirte algo antes de que se me olvide. Incriminar a Walt Ivans por el asesinato de West no afectará a Paul tanto como dejar las cosas como están.
O'Rory miró con curiosidad a Ned Beaumont antes de preguntar:
—¿Por qué?
—Porque Paul no le permitirá sostener la coartada del club.
—¿O sea que dará órdenes a sus muchachos para que se olviden de que Ivans estuvo allí?
—Exactamente.
O'Rory emitió un chasquido con la lengua e inquirió:
—¿De dónde sacó la idea de que yo le jugaría una mala pasada con Ivans?
—Bueno, lo dedujimos.
O'Rory sonrió.
—Querrás decir que lo dedujiste tú. Paul no es tan listo.
Ned Beaumont esbozó una sonrisa de modestia y preguntó:
—¿Qué trampa le tendisteis?
O'Rory rió.
—Enviamos al payaso a Braywood para que comprase las armas que se utilizaron —sus ojos de color azul acero súbitamente se tornaron penetrantes y sagaces. Volvió a poner expresión divertida y añadió—: Bueno, no es para tanto, sobre todo ahora que Paul está emperrado en montarlo a lo bestia. De todos modos, fue por esto por lo que empezó a meterse conmigo, ¿no?
—Sí —confirmó Ned Beaumont—, aunque tarde o temprano tenía que ocurrir. Paul cree que te dio una oportunidad y que tendrías que haber permanecido bajo su ala en lugar de crecer lo suficiente como para jugar por tu cuenta.
O'Rory sonrió con afabilidad.
—Y soy yo quien le hará arrepentirse de haberme dado esa oportunidad —prometió—. Paul puede estar seguro de que...
Se abrió la puerta y entró un joven de traje gris y holgado. Sus orejas y su nariz eran enormes. Su pelo de un tono castaño indefinible necesitaba un buen corte, y su rostro torvo presentaba arrugas demasiado profundas para su edad.
—Pasa, Hinkle —dijo O'Rory—. Te presento a Beaumont, que te proporcionará los datos. Quiero verlo cuando le hayas dado forma y haremos la primera entrega en la edición de mañana.
Hinkle sonrió, con lo que dejó al descubierto su pésima dentadura, y murmuró algo ininteligiblemente amable a Ned Beaumont.
—De acuerdo —dijo Ned Beaumont y se puso en pie—. Iremos a mi casa y pondremos manos a la obra.
O'Rory negó con la cabeza.
—Será mejor que trabajéis aquí.
Ned Beaumont cogió el sombrero y el abrigo, sonrió e insistió:
—La lamento, pero espero varias llamadas telefónicas y unos envíos. Hinkle, coja su sombrero.
Con cara de susto, Hinkle permaneció inmóvil y mudo.
—Beaumont, tendrás que quedarte aquí —explicó O'Rory—. No podemos permitir que te ocurra nada. Aquí estarás totalmente protegido.
Ned Beaumont esbozó su mejor sonrisa.
—Si lo que te preocupa es el dinero, puedes quedártelo hasta que os haya dado la información —se llevó la mano al bolsillo inferior de la chaqueta y extrajo el fajo.
—Yo no estoy preocupado por nada —aseguró O'Rory con plena calma—. Las pasarás canutas si Paul sabe que has venido a verme, y no estoy dispuesto a correr el riesgo de que te envíen a ver cómo crecen las raíces de las lechugas.
—Pues tendrás que correrlo porque me las piro.
—No —dijo O'Rory.
—Sí —insistió Ned Beaumont.
Hinkle se volvió de prisa y corriendo y abandonó la estancia.
Ned Beaumont se giró y echó a andar hacia la otra puerta, la que había franqueado al entrar. Caminó erguido y sin prisa.
O'Rory dio una orden al bulldog echado a sus pies. El perro se incorporó pesadamente y acompañó a Ned Beaumont hasta la puerta. Se irguió con las patas separadas delante de la puerta y miró taciturno a Ned Beaumont.
Ned Beaumont sonrió con los labios apretados y se volvió para mirar a O'Rory. Tenía en la mano el fajo de billetes de cien dólares. Alzó la mano, arrojó la pasta a O'Rory y dijo:
—Ya sabes dónde puedes metértela.
Cuando Ned Beaumont bajó el brazo, el bulldog saltó torpemente y se irguió al encuentro de la mano. Rodeó con la mandíbula la muñeca de Ned Beaumont. El choque hizo que Ned girara hacia la izquierda y cayó de rodillas, con el brazo casi en el suelo, para no cargar con el peso del can.
Shad O'Rory abandonó el sillón y se acercó a la puerta por la que Hinkle se había esfumado. La abrió y ordenó:
—Entrad un momento.
Se acercó a Ned Beaumont, que, todavía arrodillado, intentaba relajar el brazo para ceder a los tirones del perro. Éste estaba casi echado en el suelo, con las cuatro patas bien apoyadas, y aferraba el brazo.
Entraron Whisky y dos hombres más. Uno era el patizambo simiesco que había acompañado a Shad O'Rory al Log Cabin Club. El otro era un muchacho de dieciocho o diecinueve años, de pelo rubio rojizo, fornido, de mejillas sonrosadas y expresión amenazadora. Éste rodeó a Ned Beaumont por detrás y se interpuso entre él y la puerta. El rufián patizambo apoyó la mano derecha en el brazo izquierdo de Ned Beaumont, que era el que el bulldog no sujetaba. Whisky se detuvo a mitad de camino entre Ned Beaumont y la otra puerta.
—Tranquilo —ordenó O'Rory al perro.
El can soltó la muñeca de Ned Beaumont y se acercó a su amo caminando como un pato.
Ned Beaumont se irguió. Estaba pálido y tenía el rostro bañado en sudor. Miró la manga desgarrada de la chaqueta, la muñeca y la sangre que corría por su mano temblorosa.
—Te lo buscaste —entonó O'Rory con su musical acento irlandés.
Ned Beaumont dejó de mirarse la muñeca para contemplar al hombre de cabellos blancos y replicó:
—Así es, pero tendrás que recurrir a algo más para impedirme salir de aquí.