CAPÍTULO XXIII

ERAN cerca de las dos cuando nos despedimos de Studsy y de Morelli y abandonamos el club Pigiron. Dorothy se dejó caer en un rincón del taxi y murmuró:

—Me siento mal, estoy segura de que voy a vomitar.

Daba la impresión de que decía la verdad.

—Es la bebida —comentó Nora y apoyó la cabeza en mi hombro—. Nicky, tu esposa está borracha. Oye, tienes que contarme qué ocurrió..., del principio al fin. No digo ahora, sino mañana. No me he enterado de lo que han dicho ni de lo que han hecho. Son fantásticos.

—Escuchadme, no puedo ir a casa de tía Alice en este estado —reconoció Dorothy—. Le daría un patatús.

—No tendrían que haberle pegado tanto al gordo, aunque, con crueldad, puede que haya sido divertido —añadió Nora.

—Será mejor que vaya al apartamento de mamá —concluyó Dorothy.

—Nicky, ¿qué fue aquello de las orejeras?

—Se refiere a un hombre que escuchaba a hurtadillas.

—Tía Alice tendrá que verme porque me he dejado la llave y tendría que despertarla —insistió Dorothy.

—Nicky, te quiero porque hueles bien y conoces un montón de gente fascinante —añadió Nora.

—¿Os aleja mucho dejarme en casa de mamá? —preguntó Dorothy.

—No —repliqué y di al taxista las señas de Mimi.

—Ven con nosotros —propuso Nora.

—No, es mejor que no —replicó Dorothy.

—¿Por qué dices que no? —quiso saber Nora.

—Porque creo que no debo ir —repuso Dorothy.

La conversación discurrió por esos derroteros hasta que el taxi paró frente al Courtland.

Me apeé y ayudé a Dorothy, que apoyó todo el peso de su cuerpo en mi brazo.

—Subid aunque sólo sea un minuto.

—Aunque sólo sea un minuto —repitió Nora y abandonó el taxi.

Pedí al taxista que esperara. Subimos. Dorothy tocó el timbre. Gilbert nos abrió la puerta en pijama y batín. Levantó una mano a modo de advertencia y dijo en voz baja:

—La policía está aquí.

—Gil, ¿quién es? —preguntó Mimi desde la sala.

—Los señores Charles y Dorothy.

Mimi acudió a nuestro encuentro en cuanto franqueamos la puerta.

—Nunca me he alegrado tanto de ver a alguien. Francamente, no sabía qué hacer.

Mimi llevaba una bata de raso rosa encima de un camisón de seda, del mismo color, y su rostro estaba sonrosado, pero no se la notaba afligida. Ignoró a Dorothy y estrechó la mano de Nora y a continuación la mía.

—Nick, ya puedo quedarme en paz y dejar todo en tus manos. Tendrás que decirle a esta tonta qué debe hacer.

A mis espaldas Dorothy exclamó «¡y un huevo!» en voz bajísima, pero con gran convicción.

Mimi no dio señales de haberla oído. Sin soltarnos las manos nos condujo a la sala, al tiempo que parloteaba:

—Ya conoces al teniente Guild. Ha sido muy amable y estoy persuadida de que he sometido su paciencia a una dura prueba. Me sentía tan..., ¿cómo decirlo?, bueno, estaba francamente confundida. Pero ahora estás aquí y...

Pasamos a la sala. Guild me saludó con un hola y le dio formalmente las buenas noches a Nora. El oficial que lo acompañaba —el mismo al que había llamado Andy y que lo había ayudado a registrar nuestras habitaciones la mañana de la visita de Morelli— nos dedicó una inclinación de cabeza y nos saludó con un gruñido.

—¿Qué pasa?

Guild miró a Mimi por el rabillo del ojo, volvió a observarme y repuso:

—La policía de Boston encontró a Jorgensen, a Rosewater o como se llame en casa de su primera esposa y le hizo algunas preguntas. Al parecer, su respuesta principal consiste en que no tiene nada que ver con el asesinato de Julia Wolf y que la señora Jorgensen puede demostrarlo porque ha ocultado lo que equivale a una prueba fehaciente de que lo hizo Wynant. —Su mirada volvió a desviarse para mirar a Mimi—. Por lo visto, la señora no está dispuesta a decir ni que sí ni que no. Sinceramente, señor Charles, en lo que a esta mujer se refiere no sé a qué atenerme.

Lo comprendí perfectamente y repuse:

—Probablemente está asustada —Mimi intentó poner cara de temor—. ¿Se ha divorciado de la primera esposa?

—Según lo que dice la primera esposa, no.

—Me juego la cabeza a que miente —intervino Mimi.

—Calla. ¿Piensa volver a Nueva York? —dije.

—Todo indica que nos obligaría a presentar una orden de extradición si queremos que vuelva. La policía de Boston dice que se ha desgañitado reclamando un abogado.

—¿Usted está tan interesado en que vuelva?

Guild encogió sus musculosos hombros.

—Siempre y cuando traerlo nos ayude a resolver este crimen. No me preocupan mucho las acusaciones anteriores ni el cargo de bigamia. Creo que no hay que perseguir a nadie por cuestiones que no sean asunto mío.

—¿Qué dices? —pregunté a Mimi.

—¿Puedo hablar a solas contigo?

Miré a Guild, que añadió:

—Haga todo cuanto sea necesario siempre que sirva.

Dorothy me cogió del brazo.

—Nick, primero escúchame. Yo... —Calló.

Todos la mirábamos.

—¿Qué quieres?

—En pri... en primer lugar tengo que hablar contigo.

—Adelante.

—Quiero que hablemos a solas.

Le palmeé la mano y añadí:

—Dentro de un rato.

Mimi me llevó a su dormitorio y cerró meticulosamente la puerta. Me senté en la cama y encendí un cigarrillo. Mimi se recostó en la puerta y me sonrió delicada y confiadamente. Así transcurrió medio minuto.

—Nick, ¿verdad que te caigo bien? —como guardé silencio, Mimi apostilló—: ¿No te caigo bien?

—No.

Mimi rió y se apartó de la puerta.

—Lo que quieres decir es que mi proceder no te gusta —se sentó en la cama, a mi lado—. ¿Al menos te caigo lo bastante bien como para que me ayudes?

—Depende.

—¿Y de qué depende?

En ese momento se abrió la puerta de la habitación y Dorothy entró.

—Nick, tengo que...

Mimi se irguió de un brinco e hizo frente a su hija.

—¡Sal inmediatamente de aquí! —exclamó con los dientes apretados.

Aunque reculó, Dorothy replicó:

—No me iré. No conseguirás que...

Con el dorso de la mano derecha, Mimi golpeó la boca de Dorothy.

—Sal de aquí inmediatamente.

Dorothy chilló y se llevó la mano a la boca. Se la cubrió, no apartó su mirada aterrada del rostro de Mimi y abandonó el dormitorio. Mimi volvió a cerrar la puerta.

—Tendrías que venir a visitarnos y traer tus latiguillos blancos —dije.

Tuve la sensación de que no me oía. Sus ojos denotaban una expresión turbia, cavilante, y tenía los labios entreabiertos. Cuando habló su voz sonó más grave y gutural que de costumbre.

—Mi hija se ha enamorado de ti.

—No digas chorradas.

—Está enamorada de ti y siente celos de mí. Le da un ataque cada vez que me acerco a ti.

Mimi habló como si pensara en otra cosa.

—No digas tantas chorradas. Tal vez le queda algo de la chifladura que sintió por mí cuando tenía doce años, pero no hay más cera de la que arde.

Mimi negó con la cabeza.

—Estás equivocado, pero no importa —volvió a sentarse en la cama, a mi lado—. Tienes que ayudarme a salir de este embrollo. Yo...

—Por supuesto. Eres una flor de invernadero que clama a gritos la protección de un hombre fuerte.

—¿De veras? —Señaló con la mano la puerta que Dorothy acababa de traspasar—. ¿Acaso pretendes que...? Calla, no se trata de una novedad... y, si a eso vamos, de algo que nunca hayas visto o hecho. No tienes de qué preocuparte —volvió a sonreír como antes, con la expresión turbia y cavilante y los labios entreabiertos—. Si deseas a Dorothy, tómala, pero no te metas en sentimentalismos. Dejémoslo estar. Te aseguro que no soy una flor de invernadero, y tú jamás me consideraste como tal.

—Es verdad —coincidí.

—Entonces quedemos así —declaró con tono tajante.

—¿Que quedemos cómo?

—Deja de hacerte el coquetón —me regañó—. Sabes a qué me refiero. Me comprendes tanto como yo a ti.

—Es posible, pero eres tú la que ha coqueteado desde que...

—Ya lo sé y no fue más que un juego. Ahora no estoy jugando. El muy hijo de puta me dejó en ridículo, Nick, me hizo hacer el ridículo de una manera demoledora y ahora que tiene dificultades espera contar con mi ayuda. Y, para colmo, lo ayudaré. —Apoyó una mano en mi rodilla y sus uñas afiladas se hundieron en mi piel—. La policía no me cree. ¿Qué puedo hacer para que me crea cuando digo que él miente, que he dicho todo lo que sé sobre el asesinato?

—Probablemente nada, sobre todo porque Jorgensen se ha limitado a repetir lo que me contaste hace unas horas —respondí pausadamente.

Mimi contuvo el aliento y volvió a clavarme las uñas.

—¿Se lo has dicho a la policía?

—Todavía no.

Aparté la mano de Mimi de mi rodilla. Suspiró aliviada.

—Y ahora no dirás nada, ¿eh?

—¿Por qué tendría que guardar silencio?

—Porque es una mentira. Él mintió y yo también. No encontré nada, absolutamente nada.

—Volvemos al principio y ahora te creo tanto como antes. ¿Qué ha sido de ese nuevo acuerdo al que habíamos llegado? Tú me entiendes, yo te entiendo, nada de coqueteos, flirteos ni juegos.

Me dio una ligera palmada en la mano.

—Está bien. Encontré algo..., no es mucho, aunque peor es nada, y no estoy dispuesta a entregarlo para ayudar al muy cabrón. Nick, hazte cargo de mis sentimientos. Tú sentirías lo mismo...

—Puede ser —reconocí—, pero tal como están las cosas no tengo motivos para ponerme de tu parte. Chris no es mi enemigo ni ganaría nada si te ayudara a implicarlo.

Mimi suspiró.

—Me lo he pensado mucho. Supongo que ahora no hay cifra que te importe demasiado —Mimi sonrió diabólicamente—, como tampoco te interesa mi bello y blanco cuerpo. Dime, ¿no te interesa salvar a Clyde?

—No necesariamente.

Se rió de mi respuesta.

—No te entiendo.

—Tal vez significa que creo que no hace falta salvarlo. La policía no tiene casi nada en su contra. Le falta un tornillo, estaba en Nueva York el día en que mataron a Julia, y ella lo timaba. Todo esto no basta para detenerlo.

Mimi volvió a reír.

—¿Y con mi colaboración?

—No lo sé. ¿Con qué podrías contribuir? —pregunté y seguí hablando sin aguardar una respuesta que no esperaba—. Mimi, sea lo que sea, estás haciendo la tonta. Has pillado a Chris con lo de la bigamia. Refriégaselo por las narices. No hay razón para que...

Sonrió tiernamente y comentó:

—Me lo reservo para usarlo en el caso de que...

—¿En el caso de que se libre de la acusación de asesinato? Muy bien, señora mía, pero lo cierto es que no dará resultado. Lograrás que lo metan tres días en chirona. El fiscal del distrito lo interrogará y hará las comprobaciones necesarias para saber que no se cargó a Julia y que tú te has burlado del fiscal. Cuando presentes tu modesta denuncia por bigamia, el fiscal te mandará a hacer gárgaras y se negará a entablar una acción judicial.

—Nick, no puede hacerlo.

—Puede hacerlo y lo hará —le aseguré—. Si logra encontrar pruebas de que ocultas algo te pondrá las cosas muy difíciles.

Mimi se mordió el labio inferior y preguntó:

—¿Estás hablando de verdad?

—Te he dicho exactamente qué ocurrirá, a no ser que los fiscales de distrito hayan cambiado mucho desde que yo estaba en activo.

Mimi volvió a morderse el labio.

—No quiero que sea absuelto ni me apetece meterme en más problemas —dijo al cabo de unos segundos y me miró—. Nick, si me has mentido...

—No puedes hacer nada, excepto creerme o no creerme.

Mimi sonrió, me acarició la mejilla, me besó en la boca y se puso en pie.

—Eres un cerdo irredimible. Tendré que creerte.

Caminó hasta el otro extremo del dormitorio y volvió. Tenía los ojos brillantes y expresión de agradable entusiasmo.

—Llamaré a Guild —dije.

—Espera un momento. Prefiero... prefiero que antes me des tu opinión.

—Te la daré, pero déjate de payasadas.

—Es evidente que tienes miedo hasta de tu propia sombra, pero no sufras, no pienso ponerte una zancadilla.

Le dije que me parecía maravilloso y que me mostrara lo que quería que viera.

—Supongo que a estas alturas los demás estarán muy inquietos.

Mimi rodeó la cama, se acercó al armario, abrió una de las puertas, apartó varias prendas y metió una mano hasta el fondo.

—¡Qué gracioso! —exclamó.

—¿Gracioso? —me incorporé—. Me parece lamentable. Ya verás cómo Guild rueda de risa por los suelos.

Eché a andar hacia la puerta.

—Nick, tienes un genio insufrible. Ya lo tengo.

Mimi se volvió hacia mí y en la mano sostenía un pañuelo que envolvía algo. Al acercarme estiró el pañuelo y me mostró ocho centímetros de leontina, rota en un extremo y en el otro unida a una navaja de oro. El pañuelo era de mujer y tenía manchas de color pardo.

—¿Y? —pregunté.

—Julia lo tenía en la mano. Lo vi cuando me dejaron a solas con ella. Supe que era de Clyde y me la quedé.

—¿Estás segura de que es de Clyde?

—Sí —replicó con impaciencia—. Fíjate, los eslabones son de oro, de plata y de cobre. Hizo fabricar la leontina con las primeras tandas de metal obtenidas mediante el proceso de fundición que inventó. Cualquiera que la conozca podría identificarla, ya que no hay otra igual —Mimi dio vuelta a la navaja y vi grabadas las iniciales C M W—. Son las iniciales de Clyde. No había visto la navaja con anterioridad, pero reconocería la leontina donde la viera porque Clyde la ha usado durante años.

—¿La recordabas lo suficiente para describirla aunque no la hubieras vuelto a ver?

—Por supuesto.

—¿El pañuelo es tuyo?

—Sí.

—¿Las manchas son de sangre?

—Sí. Ya te he dicho que Julia tenía la cadena en la mano... y las manos ensangrentadas —me miró con el ceño fruncido—. ¿Acaso no pensarás...? Te comportas como si no me creyeras.

—No van por ahí los tiros, pero creo que esta vez deberías cerciorarte de que hablas sinceramente.

Mimi dio una patadita en el suelo.

—Eres un... —rió y su cólera se deshizo—. Eres un verdadero incordio. Nick, te he dicho la verdad. Te he contado cuanto ocurrió exactamente como ocurrió.

—Eso espero. Ya era hora. ¿Estás segura de que, mientras estuviste a solas con ella, Julia no recobró lo suficiente el conocimiento para decir algo?

—No intentes volver a enfurecerme. Por supuesto que estoy segura.

—Está bien —acepté—. Espera. Iré a buscar a Guild. Si le explicas que Julia tenía la leontina en la mano y que todavía no había muerto, el teniente se preguntará si no tuviste que darle unos golpes para quitársela.

Mimi abrió desmesuradamente los ojos.

—¿Qué explicación crees que debo darle?

Cerré la puerta al salir del dormitorio.

Obras Completas. Tomo I. Novelas
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