DOS

NED Beaumont regresó a sus aposentos. Estaba pálido y con expresión desabrida. Se dejó caer en uno de los mullidos sillones rojos, con una botella de bourbon y un vaso sobre la mesilla contigua, pero no bebió. Miró sombríamente sus zapatos negros y se mordió una uña. Sonó el teléfono. No contestó. El crepúsculo oscureció la estancia, que estaba casi en penumbras cuando se levantó y se acercó al teléfono.

Marcó un número y dijo:

—Buenas tardes. Por favor, quiero hablar con la señorita Henry. —Después de una pausa durante la cual silbó desafinadamente, añadió—: Hola, señorita Henry... Sí... Acabo de decírselo todo a Paul, de hablarle de usted... Así es. No se equivocó. Paul hizo lo que usted estaba segura que haría... —Ned rió—. Atinó en todo. Usted sabía que me tacharía de mentiroso, que se negaría a escucharme y que me echaría. Pues eso mismo hizo... No, no se preocupe. Tarde o temprano tenía que ocurrir... No, no creo... Probablemente es definitivo. Dijimos cosas que no será fácil olvidar... Sí, supongo que toda la noche... Me parece perfecto... De acuerdo. Adiós.

Ned Beaumont se sirvió un vaso de bourbon y bebió. Luego se dirigió a su dormitorio a oscuras, puso el despertador a las ocho y, totalmente vestido, se tendió boca arriba. Contempló un rato el techo. Durmió respirando agitadamente hasta que sonó el despertador.

Se levantó despacio, encendió la luz, se metió en el cuarto de baño, se lavó la cara y las manos, se puso un cuello limpio e hizo fuego en la chimenea de la sala. Leyó el periódico hasta que llegó Janet Henry.

La joven estaba nerviosa. Aunque aseguró a Ned que no se imaginaba que Paul se pondría así al enterarse de su visita y que no contaba con ello, la alegría brilló descaradamente en los ojos de Janet Henry y no pudo evitar que sus labios sonrieran al tiempo que se disculpaba.

—No tiene importancia —dijo Ned—. Habría tenido que hacerlo aunque hubiese previsto las consecuencias. Supongo que, en el fondo, lo sabía. Es de esas cosas que se saben. Si usted me hubiese dicho lo que ocurriría, lo habría tomado como un desafío y me habría lanzado a resolverlo.

Janet Henry extendió las manos hacia Ned y dijo:

—Me alegro, no tengo por qué simular lo contrario.

—Lo lamento, pero no me habría desviado un paso de mi camino para impedirlo —añadió Ned mientras le cogía las manos.

—Y ahora sabe que tengo razón. Paul mató a mi hermano.

La mirada de Janet era inquisitiva. Ned Beaumont asintió.

—Paul me dijo que lo hizo.

—¿Está dispuesto a ayudarme?

Las manos de Janet estrecharon las de Ned. La joven se acercó a él.

Ned Beaumont vaciló y miró con el ceño fruncido la expresión de impaciencia de la muchacha.

—Fue en defensa propia o un accidente —afirmó lentamente—. No puedo...

—¡Fue un asesinato! —exclamó Janet—. ¡Es lógico que Paul diga que lo hizo en defensa propia! —meneó la cabeza—. Aunque lo haya hecho en defensa propia o haya sido un accidente, ¿no es justo que sea juzgado y que tenga que demostrarlo como el resto de los mortales?

—Ha esperado demasiado. El mes que ha permanecido en silencio se volverá en su contra.

—¿Y de quién es la culpa? —quiso saber Janet—. ¿Cree que habría guardado silencio tanto tiempo si lo hubiese hecho en defensa propia?

Ned Beaumont asintió lentamente.

—Calló por usted. La ama y no quería que se enterase de que había matado a su hermano.

—¡Si ya lo sé! —chilló impetuosamente—. ¡Y ahora lo sabrá todo el mundo! —Ned se encogió ligeramente de hombros, con expresión apenada—. ¿Me va a ayudar o no?

—No.

—¿Por qué? Se ha peleado con Paul.

—Porque creo en lo que Paul dice. Sé que es demasiado tarde para que lo explique ante un jurado. Hemos dejado de ser amigos, pero no le jugaré una mala pasada —Ned se humedeció los labios—. Dejémoslo en paz. Es probable que lo juzguen sin su ayuda ni la mía.

—No estoy de acuerdo. No lo dejaré en paz hasta que reciba el castigo que se merece —Janet Henry contuvo el aliento y su mirada se oscureció—. ¿Le cree lo suficiente como para arriesgarse a encontrar pruebas que demuestren que le mintió?

—¿A qué se refiere? —inquirió Ned suspicaz.

—¿Me ayudará a encontrar pruebas de la verdad para comprobar si Paul miente o no? En algún sitio tiene que haber una prueba irrefutable, alguna prueba que podamos encontrar. Si de verdad cree en lo que Paul dice, no tendrá miedo de ayudarme a encontrar esa prueba.

Ned Beaumont estudió el rostro de la joven antes de preguntar:

—Si usted y yo encontramos esa prueba irrefutable, ¿se compromete a aceptarla demuestre lo que demuestre?

—Sí, siempre que usted asuma el mismo compromiso —respondió Janet Henry de prisa.

—¿Y se guardará para sí lo que averigüemos hasta que hayamos terminado la tarea, hasta que hayamos encontrado esa prueba irrefutable? ¿Me promete que no utilizará lo que encontremos contra Paul hasta que hayamos atado todos los cabos?

—Sí.

—Trato hecho —dijo Ned. La joven sollozó dichosa y se le llenaron los ojos de lágrimas—. Siéntese —el rostro de Ned estaba tenso y rígido y habló con tono tajante—. Tenemos que elaborar un plan de acción. ¿Ha tenido noticias de Paul esta tarde o esta noche, después de que nos peleáramos?

—No.

—En ese caso, no sabemos cuál es su situación con Paul. Cabe la posibilidad de que más tarde llegara a la conclusión de que yo tenía razón. Ahora no hace ninguna diferencia en lo que a nosotros se refiere, pues hemos dejado de ser amigos, pero tenemos que averiguarlo lo antes posible —Ned Beaumont miró los pies de la joven con el ceño fruncido y se rascó el bigote con la uña del pulgar—. Tendrá que esperar a que Paul la llame. No puede correr el riesgo de buscarlo. Si tiene sus dudas con respecto a usted, esa actitud podría definir su posición. ¿Está segura de Paul?

Janet Henry estaba sentada en una silla, junto a la mesa. Respondió:

—Estoy tan segura como una mujer puede estarlo de un hombre —rió incómoda—. Sé que suena... Señor Beaumont, estoy segura.

Ned asintió con la cabeza.

—Probablemente todo va bien, pero mañana tendrá que saberlo de manera definitiva. ¿Alguna vez ha intentado sonsacarlo?

—Todavía no. En realidad, no. Decidí esperar...

—Bien, de momento queda descartado. Por muy segura que esté de Paul, a partir de este momento tendrá que moverse con cautela. ¿Sabe algo más de lo que no me haya hablado?

—No —replicó Janet Henry al tiempo que meneaba la cabeza—. No tenía claro cómo hacerlo. Por eso estaba tan desesperada de que usted...

Ned Beaumont volvió a interrumpirla:

—¿No se le ocurrió contratar los servicios de un detective privado?

—Sí, pero me dio miedo, tuve miedo de contratar a alguien que se lo contara a Paul. No sabía a quién apelar, en quién podía confiar.

—Conozco un detective que podría ayudarnos —Ned se pasó los dedos por los oscuros cabellos—. Hay dos cosas que quiero que averigüe, si es que todavía no las sabe. ¿Ha desaparecido algún sombrero de su hermano? Paul dice que tenía el sombrero puesto. Cuando encontré a su hermano, el sombrero no estaba. Intente averiguar cuántos sombreros tenía y si todos están en su sitio..., salvo el que yo tomé prestado. —Ned sonrió con picardía.

Janet Henry no hizo caso de su sonrisa. Meneó la cabeza y levantó las manos desilusionada.

—No puedo —dijo—. Hace tiempo que nos desprendimos de sus cosas y no creo que nadie supiera exactamente qué tenía.

Ned Beaumont se encogió de hombros y añadió:

—Supuse que esa pista no nos llevaría a ninguna parte. Lo otro se refiere a un bastón, quiero saber si ha desaparecido alguno, sea de su hermano o de su padre, en especial un bastón marrón, grueso y pesado.

—Es posible que sea de papá y tengo la impresión de que está en casa —repuso Janet con impaciencia.

—Compruébelo —Ned Beaumont se mordió la uña del pulgar—. Bastará con que lo haga entre esta noche y mañana, aunque tal vez también pueda averiguar en qué estado se encuentra su relación con Paul.

—¿Y qué tiene que ver el bastón? —preguntó Janet y se levantó agitada.

—Paul dice que su hermano lo atacó con un bastón, con el que lo golpeó cuando Paul se lo arrebató. Después se llevó el bastón y lo quemó.

—Estoy segura de que todos los bastones de papá están en casa —declaró Janet Henry, que estaba blanca como el papel y había abierto los ojos desaforadamente.

—¿Taylor tenía bastones?

—Sólo uno, negro y con empuñadura de plata —Janet lo sujetó de la muñeca—. Si todos los bastones están en casa, significa que...

—Podría tener algún significado —dijo Ned Beaumont y le cogió la mano. En seguida advirtió—: Nada de trucos.

—Jugaré limpio —prometió Janet—. Si supiera lo contenta que estoy de contar con su ayuda y lo mucho que esperaba que me la prestase, sabría que puede fiarse de mí.

—Eso espero.

Ned Beaumont apartó la mano.

Obras Completas. Tomo I. Novelas
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