CAPÍTULO XXX

MIMI apareció con el médico.

—Hola. ¿Cómo está? —preguntó rígidamente a Macaulay y le estrechó la mano—. Doctor Grant, le presento a los señores Macaulay y Charles.

—¿Cómo está el paciente? —pregunté.

El doctor Grant carraspeó y repuso que, en su opinión, a Gilbert no le pasaba nada grave, sólo sufría las consecuencias de una paliza, había tenido una ligera hemorragia y debía guardar cama. Volvió a carraspear, añadió que se alegraba de conocernos y Mimi lo acompañó hasta la puerta.

—¿Qué le pasó al chico? —me preguntó Macaulay.

—Wynant lo envió al apartamento de Julia para que cumpliera una misión imposible y se topó con un poli muy agresivo.

Mimi volvió a la sala y preguntó a Macaulay:

—¿Le ha dicho algo el señor Charles sobre los bonos y el cheque?

—El señor Wynant me envió una nota informándome de que se los iba a entregar —explicó el abogado.

—¿De modo que no habrá...?

—¿Problemas? Que yo sepa, no.

Mimi se tranquilizó y su expresión perdió parte de su frialdad.

—A mi juicio no tenía por qué surgir ningún problema, pero a él... —Mimi me señaló con el dedo— a él le gusta asustarme.

Macaulay se prodigó en sonrisas.

—¿Me permite preguntarle si el señor Wynant dijo algo acerca de sus planes?

—Dijo que se va, pero me parece que no le presté mucha atención. No recuerdo si dijo cuándo o a dónde se va.

Mascullé para expresar mi escepticismo y Macaulay simuló creer lo que Mimi dijo.

—¿Le hizo algún comentario que pueda referirme acerca de Julia Wolf, las dificultades por las que está pasando o cualquier cosa relacionada con el crimen y todo lo demás? —inquirió.

Mimi negó taxativamente con la cabeza.

—Ni un solo comentario que pueda referirle o callar, no dijo una sola palabra. Se lo pregunté, pero usted ya sabe que, cuando se lo propone, Clyde es de un discreto subido. No conseguí arrancarle ni siquiera un gruñido.

Planteé la pregunta que a Macaulay le pareció indecoroso hacer:

—¿De qué habló?

—En realidad, de nada, salvo de nosotros y de nuestros hijos, sobre todo de Gil. Estaba ansioso por verlo y lo aguardó casi una hora, con la esperanza de que regresara a tiempo. Preguntó por Dorry, pero no se mostró muy interesado.

—¿Hizo algún comentario acerca de que le había escrito a Gilbert?

—No dijo nada. Si es necesario, puedo repetir la conversación de pe a pa. No sabía que Clyde vendría, ni siquiera avisó en recepción. Sonó el timbre y cuando abrí la puerta me lo encontré, mucho más viejo que la última vez que lo vi e incluso más delgado. Dije «Clyde, ¡qué sorpresa!» o algo parecido. Me preguntó: «¿Estás sola?» Le respondí que sí y entró. Después...

Sonó el timbre y Mimi fue a abrir la puerta.

—¿Qué te parece? —preguntó Macaulay en voz baja.

—Espero que cuando empiece a creer a Mimi aún me quede suficiente sentido común para no reconocerlo.

Mimi regresó en compañía de Guild y Andy. El teniente me saludó con una inclinación de cabeza, estrechó la mano de Macaulay, se volvió hacia Mimi y dijo:

—Bien, señora, me veo en la obligación de pedirle que me diga...

Macaulay lo interrumpió:

—Teniente, permítame que primero le explique algo. Es anterior a las palabras de la señora Jorgensen y...

Guild hizo un magnánimo ademán al abogado y añadió:

—Soy todo oídos.

El teniente tomó asiento en un extremo del sofá. Macaulay le refirió lo que esa mañana me había contado. Cuando dijo que me lo había comentado, Guild me dirigió una mirada de reproche y a partir de ese instante me ignoró. El teniente no interrumpió a Macaulay, que refirió los hechos clara y concisamente. En dos ocasiones Mimi estuvo a punto de decir algo, pero se calló y siguió escuchando. En cuanto terminó, el abogado entregó a Guild la nota que hacía referencia a los bonos y el cheque.

—La trajo esta tarde un mensajero.

Guild leyó la nota con suma atención y se dirigió a Mimi:

—Señora Jorgensen, la escucho.

Le contó lo mismo que nos había dicho sobre la visita de Wynant, se fue por las ramas con los detalles mientras el teniente la interrogaba pacientemente e insistió en que Clyde no le había dicho una sola palabra en relación con Julia Wolf o sobre su asesinato, añadió que al entregarle los bonos y el cheque se limitó a decir que deseaba proveer a las necesidades de ella y de sus hijos y comentó que se iba, aunque Mimi no sabía a dónde ni en qué momento. Mimi no pareció inmutarse ante la incredulidad de los presentes. Esbozó una sonrisa y concluyó:

—En más de un sentido Clyde es un hombre maravilloso, pero está como una cabra.

—¿Quiere decir que está realmente loco en lugar de un poco trastornado? —preguntó Guild.

—Sí.

—¿Por qué lo dice?

—Tendría que convivir con él para saber hasta qué punto está loco —repuso Mimi con ligereza.

Guild no parecía satisfecho.

—¿Cómo iba vestido?

—Llevaba traje, abrigo y sombrero marrones, zapatos del mismo color, camisa blanca y una corbata gris con dibujos rojos o pardo rojizos.

Guild inclinó la cabeza hacia donde estaba Andy.

—Dilo de una vez.

Andy salió.

Guild se rascó el mentón y frunció el ceño cavilante. Los demás lo observamos. Cuando acabó de rascarse miró a Mimi y a Macaulay, evitó observarme y preguntó:

—¿Conocen a alguien que responda a las iniciales D. W. Q.?

El abogado negó parsimoniosamente con la cabeza.

—No, ¿por qué lo pregunta? —dijo Mimi.

Guild me miró y preguntó:

—¿Qué le parece?

—No conozco esas iniciales.

—¿Por qué lo pregunta? —repitió Mimi.

—Hagan memoria. Probablemente el hombre que responde a esas iniciales tuvo tratos con Wynant.

—¿Cuánto tiempo hace? —quiso saber Macaulay.

—En este momento es difícil saberlo. Puede que haga unos meses, quizá unos pocos años. Era un hombre corpulento, de huesos grandes, tripudo y tal vez cojo.

Macaulay volvió a negar con la cabeza.

—No recuerdo a nadie con esas características.

—Yo tampoco —dijo Mimi—, pero me muero de curiosidad. Explíquenos de qué se trata.

—Puede estar segura de que se lo diré —Guild sacó un cigarro del bolsillo del chaleco, lo miró y volvió a guardarlo—. Un muerto de estas características está enterrado bajo el suelo del gabinete de Wynant.

—Ah —murmuré.

Mimi se tapó la boca con las manos y no pronunció una sola palabra. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos y empañados.

—¿Está seguro? —preguntó Macaulay con el ceño fruncido.

Guild suspiró y replicó:

—No es una cuestión con la que se hagan conjeturas.

Macaulay se ruborizó y sonrió avergonzado.

—Reconozco que he hecho una pregunta absurda. ¿Cómo lo encontraron?

—El señor Charles insistió en que prestáramos atención al gabinete. Me figuré que sabe mucho más de lo que dice de buenas a primeras y esta mañana envié a varios detectives para que practicaran un registro. Ya lo habíamos revisado y no habíamos encontrado nada, pero esta vez ordené a mis hombres que se aplicaran a fondo porque el señor Charles insistió en que prestáramos más atención al gabinete. Y el señor Charles, aquí presente, tenía razón. —Guild me miró con fría hostilidad—. Al cabo de un rato descubrieron un ángulo del suelo de cemento que parecía más reciente que el resto, picaron y encontraron los restos mortales del señor D. W. Q. ¿Qué tal?

—A mi juicio fue una suposición endiabladamente atinada de Charles —opinó Macaulay y se volvió hacia mí—. ¿Cómo hiciste para...?

Guild lo interrumpió:

—Su comentario no me parece justo. Al considerarlo una mera hipótesis, no concede al señor Charles los honores que se merece por ser tan listo.

El tono de Guild desconcertó a Macaulay, que me miró extrañado.

—Me ha castigado porque esta mañana no le conté nuestra conversación al teniente Guild —expliqué.

—¿Qué le hace una mancha más al tigre? —preguntó Guild resignado.

Mimi rió y como Guild la traspasó con la mirada sonrió a modo de disculpa.

—¿Cómo murió el señor D. W. Q.? —pregunté.

Guild titubeó, como si no supiera si responder o no. Encogió ligeramente sus hombros gruesos y dijo:

—Todavía no lo sé. Tampoco sé cuánto tiempo ha pasado. No he visto los restos, mejor dicho, lo que queda de los restos y, según mis últimas noticias, el forense aún no ha terminado de examinarlos.

—¿Lo que queda de los restos? —repitió Macaulay.

—Exactamente. Según el informe que me enviaron, lo serraron y lo enterraron en cal o algo parecido, por lo que no queda mucha carne. Sin embargo, lo envolvieron con la ropa arrollada y en el interior quedaron suficientes fragmentos para extraer alguna pista. También encontramos parte de un bastón con la puntera de goma. Por eso pensamos que era cojo y concluimos que... —el teniente se interrumpió cuando apareció Andy.

Andy meneó la cabeza con pesimismo.

—Nadie lo ha visto entrar ni lo ha visto salir. ¿Cómo era aquel chiste del tío tan delgado que tenía que ponerse dos veces en el mismo sitio para que se viera su sombra?

Reí, aunque no para celebrarle la gracia, y dije:

—Wynant no es tan flaco, aunque sí es muy delgado, digamos que tanto como el papel del cheque y el de las cartas que diversas personas han recibido.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Guild imperativamente, se ruborizó y adoptó una expresión de malestar y recelosa.

—Wynant está muerto. Hace mucho tiempo que está muerto, salvo en los papeles. Me juego la cabeza a que lo que encontraron son sus huesos vestidos con la ropa del gordo cojo.

Macaulay se inclinó hacia mí y preguntó:

—Charles, ¿sabes lo que dices?

—¿Qué se propone? —espetó Guild.

—Si le interesa, la apuesta sigue en pie. ¿Quién se tomaría tantas molestias con un fiambre y dejaría intacto aquello de lo que es más fácil desprenderse, la ropa, a no ser que...?

—Pero la ropa no estaba intacta. Se encontraba...

—Claro que no. No habría dado resultado. La ropa tenía que estar parcialmente destrozada, aunque debía quedar lo suficiente para indicar lo que se pretendía demostrar. Apuesto a que las iniciales estaban a la vista.

—Pues no lo sé —reconoció Guild menos envalentonado—. Estaban en la hebilla de un cinturón.

Lancé una carcajada.

—¡Nick, qué disparate! —exclamó Mimi frenética—. No puede tratarse de Clyde. Sabes que estuvo aquí esta tarde, sabes que...

—Calla. Cometes un error al seguirle el juego —le sugerí—. Wynant está muerto. Probablemente tus hijos son sus herederos y eso representa más dinero del que tienes en aquel cajón, ¿para qué quieres parte del botín si puedes quedártelo todo?

—No sé de qué hablas —insistió muy pálida.

—Charles opina que Wynant no estuvo esta tarde aquí, que otra persona le entregó las acciones y el cheque o que quizá usted misma las robó —le explicó Macaulay. A mí me preguntó—: ¿No es así?

—Casi, casi.

—Pero es absurdo —insistió Mimi.

—Mimi, no pierdas la sensatez. Supongamos que mataron a Wynant hace tres meses y que hicieron pasar su cadáver por el de otra persona. Se supone que se marchó y dejó poderes a Macaulay. En ese caso, sus bienes están en manos de Macaulay para siempre o, al menos, hasta que se harte de robar, porque ni siquiera tú puedes...

Macaulay se puso en pie y dijo:

—Charles, sé a dónde quieres llegar, pero te aseguro que...

—Calma —le aconsejó Guild—. Deje que el señor Charles se exprese.

—Macaulay mató a Wynant, a Julia y a Nunheim —aseguré a Mimi—. ¿Qué pretendes? ¿Quieres convertirte en su próxima víctima? Deberías saber que cuando accediste a ayudarlo diciendo que habías visto a Wynant... Porque éste era el único punto débil, ya que Macaulay es la única persona que desde octubre afirma haber visto a Wynant... Macaulay no correrá el riesgo de que cambies de idea..., sólo se trata de matarte con la misma arma y echar las culpas a Wynant. ¿A cambio de qué lo haces? Lo haces por esos miserables bonos que tienes en ese cajón, una fracción de lo que recibirías a través de tus hijos si demostramos que Wynant está muerto.

Mimi se volvió hacia Macaulay y exclamó:

—¡Hijo de puta!

Guild la miró boquiabierto, más sorprendido por esa expresión que por todo lo que se había dicho.

Macaulay se puso en movimiento. En lugar de esperar a ver qué se proponía, le di un izquierdazo en el mentón. Fue un golpe certero, que lo alcanzó de lleno y le hizo perder el equilibrio, pero experimenté una sensación de ardor en el lado izquierdo del cuerpo y me di cuenta de que la herida de bala se había vuelto a abrir.

—¿Qué espera que haga? —pregunté mosqueado a Guild—. ¿Pretende que lo envuelva para regalo?

Obras Completas. Tomo I. Novelas
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