CINCO
TAYLOR HENRY ASESINADO
Descubierto el cadáver
del hijo del senador
en China Street
Probable víctima de un atraco a mano armada, Taylor Henry, de 26 años e hijo del senador Ralph Bancroft Henry, apareció muerto en China Street, cerca de la esquina de Pamela Avenue, anoche poco después de las diez.
El forense William J. Hoops declaró que la muerte del joven Henry se debió a la fractura de cráneo y la conmoción cerebral que sufrió al golpearse la nuca contra el canto del bordillo, al caer después de haber recibido un golpe en la frente, golpe asestado con una porra o con otro instrumento sin filo.
Al parecer el cadáver fue descubierto por Ned Beaumont, del 914 de Randall Avenue, que se dirigió al Log Cabin Club, situado a dos manzanas, para llamar por teléfono a la policía. Antes de que se pusiera en comunicación con las autoridades policiales, el agente de ronda Michael Smitt encontró el cadáver y dio parte.
El jefe de policía, Frederick M. Rainey, dio orden inmediata de hacer una redada para detener a todos los sospechosos de la ciudad y emitió un comunicado en el sentido de que no dejaría piedra sin mover en su intento de detener lo antes posible al asesino o asesinos.
Los familiares de Taylor han declarado que alrededor de las nueve y media salió de su casa en Charles Street para dirigirse a...
Ned Beaumont dejó a un lado el periódico, bebió el café que le quedaba, dejó la taza y el plato en la mesilla de noche y se recostó en las almohadas. Estaba pálido y cansado. Se tapó hasta el cuello, cruzó las manos en la nuca y miró con insatisfacción el aguafuerte que colgaba entre las ventanas del dormitorio.
Permaneció media hora en esa postura y sólo movió los párpados. Luego releyó la noticia del periódico. A medida que leía, la insatisfacción escapó de sus ojos y dominó toda su cara. Volvió a dejar el periódico, se levantó lenta y cansinamente, abrigó su cuerpo delgado y cubierto por un pijama blanco con un quimono con dibujos pequeños en marrón y negro, se puso las zapatillas marrones, tosió y se dirigió a la sala.
Era un gran salón antiguo, de techos altos y amplios ventanales, con un enorme espejo encima de la chimenea y metros de terciopelo rojo en los tapizados. Sacó un cigarro de la cigarrera que reposaba sobre la mesa y se sentó en un mullido sillón rojo. Descansó los pies en un paralelogramo de sol de última hora de la mañana y el humo que exhaló adquirió cuerpo súbitamente al atravesar los rayos de sol. Frunció el ceño, y cuando no tenía el cigarro en la boca se mordía una uña.
Alguien llamó a la puerta. Ned se irguió con ojo avizor y alerta.
—Adelante.
Entró un camarero de chaqueta blanca.
—Ah, qué bien —dijo Ned Beaumont desilusionado, y volvió a recostarse en el sillón de terciopelo rojo.
El camarero se dirigió al dormitorio, salió con una bandeja llena de platos y se retiró. Ned Beaumont arrojó al fuego la colilla del cigarro y fue al cuarto de baño. Después de afeitarse, ducharse y vestirse, su rostro había perdido la palidez y su porte casi toda la fatiga.