CAPÍTULO VI

A primera hora de la tarde, cuando llegaron los Jorgensen, los tres estábamos desayunando. Nora contestó a la llamada telefónica y cuando regresó intentó disimular su curiosidad.

—Es tu madre —informó a Dorothy—. Está abajo. Le he dicho que suba.

—¡Maldita sea! —exclamó Dorothy—. Me arrepiento de haberle telefoneado.

—Bueno, es como si viviéramos en el vestíbulo —comenté.

—No habla en serio —puntualizó Nora y palmeó a Dorothy.

Sonó el timbre. Fui a abrir la puerta. Ocho años no habían hecho mella en la belleza de Mimi. Estaba más madura y algo más llamativa, pero eso era todo. Era más exuberante que su hija y su cabello rubio resultaba más llamativo. Rió y extendió las manos hacia mí.

—¡Feliz Navidad! Me alegro de verte después de tantos años. Quiero presentarte a mi marido. Nick Charles, éste es Chris.

—Mimi, me alegro mucho de verte —repliqué y estreché la mano de Jorgensen, Probablemente tenía cinco años menos que su esposa; era un hombre alto, delgado, erguido y de tez oscura, vestía con gran esmero, su pelo era liso y estaba perfectamente peinado, y lucía un bigote impecable.

Se inclinó desde la cintura y dijo:

—Señor Charles, encantado de conocerlo.

Poseía un acento claramente teutónico y su mano era delgada y musculosa. Entramos en la suite.

Una vez hechas las presentaciones, Mimi pidió disculpas a Nora por haberse presentado de improviso.

—Quería volver a ver a tu marido, y sé que el único modo de conseguir que mi mocosa llegue a tiempo a alguna parte consiste en llevársela materialmente —sonrió a Dorothy—. Cariño, será mejor que te vistas.

Al tiempo que comía una tostada, la hija espetó que no entendía por qué tenía que pasar la tarde en casa de tía Alice, por mucho que fuera Navidad.

—Apuesto a que Gilbert no va.

Mimi comentó que Asta era encantadora y me preguntó si tenía la más remota idea de dónde podía encontrarse su ex marido.

—No.

Mimi siguió jugando con la perra.

—Está loco, tiene que estar loco de atar para desaparecer en fecha tan señalada. No me extraña que al principio la policía lo considerara sospechoso.

—¿Y qué piensa ahora? —quise saber.

Mimi me miró.

—¿No has leído la prensa?

—No.

—La ha matado un tal Morelli, un gángster. Eran amantes.

—¿Lo han detenido?

—Todavía no, pero es el asesino. Ojalá pudiera encontrar a Clyde. Macaulay no me ha ayudado en nada. Dice que no sabe dónde está, lo cual me parece un disparate. Clyde le ha dado poderes y sé perfectamente que está en contacto con él. ¿Crees que se puede confiar en Macaulay?

—Es el abogado de Wynant —respondí—. No tienes motivos para fiarte de él.

—Es justamente lo que opino —Mimi se desplazó para hacerme lugar en el sofá—. Siéntate, tengo muchas cosas que preguntarte.

—¿Qué tal si primero tomamos algo?

—Lo que sea, menos ponche de huevo. Me sienta mal al hígado.

Cuando regresé del mueble bar, Nora y Jorgensen practicaban francés, Dorothy seguía fingiendo que comía y Mimi volvía a jugar con Asta. Repartí las copas y me senté junto a Mimi, que dijo:

—Tu esposa es un cielo.

—A mí me gusta.

—Nick, dime la verdad, ¿crees sinceramente que Clyde está loco? Quiero decir, ¿supones que está lo bastante loco como para tomar cartas en el asunto?

—No tengo la menor idea.

—Estoy preocupada por los chicos. Ya no tengo derecho a reclamarle nada, el acuerdo de divorcio al que llegamos se ocupó de todo esto, pero sus hijos sí que tienen derechos. En este momento nos hemos quedado sin blanca y estoy preocupada por ellos. Si está loco cabe la posibilidad de que tire todo por la borda y los deje sin dinero. ¿Qué crees que debería hacer?

—¿Has pensado en encerrarlo?

—No —repuso lentamente—, aunque me gustaría hablar con él —me cogió del brazo—. Podrías buscarlo.

Negué con la cabeza.

—Nick, ¿no estás dispuesto a ayudarme? Hemos sido amigos.

Me miró tierna y suplicante con sus ojazos azules. Dorothy, que seguía sentada a la mesa, nos observó recelosa.

—Mimi, por favor, en Nueva York hay mil detectives. Contrata a cualquiera. Yo ya no me dedico a estos menesteres.

—Lo sé, pero... ¿Anoche Dorry estaba muy borracha?

—Puede ser, pero a mí me pareció que estaba bien.

—¿No te parece que se ha convertido en una belleza?

—Siempre pensé que lo era.

Mimi meditó mi respuesta y acotó:

—Nick, no es más que una cría.

—¿Y eso qué tiene que ver?

Mimi sonrió.

—Dorry, ¿qué tal si te vistes?

Dorothy repitió hoscamente que no tenía motivos para perder la tarde en casa de tía Alice.

Jorgensen se volvió y se dirigió a su esposa:

—La señora Charles ha tenido la amabilidad de proponer que no nos...

—Eso es —intervino Nora—. ¿Por qué no os quedáis? Vendrán unos amigos. No haremos nada del otro mundo, pero... —agitó el vaso en lugar de terminar la frase.

—Me encantaría —respondió Mimi pausadamente—, pero supongo que Alice...

—Puedes disculparte por teléfono —propuso Jorgensen.

—Yo la llamaré —se ofreció Dorothy.

Mimi asintió con la cabeza.

—Sé amable con Alice.

Dorothy entró en el dormitorio. Todos se animaron. Nora me miró y me guiñó alegremente un ojo y tuve que aceptarlo sin pestañear porque Mimi me observaba.

—Francamente, no querías que nos quedáramos, ¿verdad? —me preguntó Mimi.

—Estás muy equivocada.

—Me juego la cabeza a que mientes. ¿No le tenías cierto apego a la pobre Julia?

—Viniendo de ti lo de «pobre Julia» suena muy bien. Me caía de maravilla.

Mimi volvió a cogerme del brazo.

—Julia destrozó mi vida con Clyde. Como es lógico, entonces la odiaba, pero ha pasado mucho tiempo. El viernes, cuando la fui a ver, no estaba resentida con ella. Nick, vi cómo moría. No se lo merecía. Fue espantoso. Al margen de lo que pueda haber sentido, ahora sólo siento compasión. Hablaba en serio cuando me referí a la «pobre Julia».

—No sé qué estás tramando —aseguré—. No sé lo que ninguno de vosotros trama.

—Ninguno de nosotros... —repitió—. ¿Acaso Dorry...?

Dorothy salió del dormitorio.

—Asunto resuelto —besó a su madre en la boca y se sentó a su lado.

Mimi se miró en la polvera para comprobar que el carmín no se le había corrido y preguntó:

—¿Alice no se molestó?

—No, lo he resuelto. ¿Qué hay que hacer para conseguir una copa?

—Tienes que caminar hasta el mueble bar, donde están el hielo y las botellas, y servírtela.

—Bebes demasiado —opinó Mimi.

—No tanto como Nick.

Dorothy se acercó al mueble bar.

Mimi inclinó la cabeza.

—¡Esta juventud...! Antes me referí a que le tenías mucho apego a Julia Wolf. ¿Estoy equivocada?

—Nick, ¿quieres beber algo? —gritó Dorothy.

—No, gracias —repuse. A continuación respondí a Mimi—: Me caía muy bien.

—Siempre te escapas por la tangente —se lamentó—. Veamos, ¿te caía tan bien como yo solía caerte?

—¿Te refieres a aquellas tardes en que nos dedicamos a perder el tiempo?

La risa de Mimi fue sincera.

—¡Ahora sí que has respondido! —Se volvió hacia Dorothy, que se acercaba con los vasos en la mano—. Querida, tendrás que comprarte una bata en ese tono azul. Te sienta muy bien.

Cogí uno de los vasos de manos de Dorothy y dije que me vestiría.

Obras Completas. Tomo I. Novelas
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