TRES
CUANDO Ned Beaumont entró, Walter Ivans estaba de pie junto a una hilera de hombres que manejaban las máquinas remachadoras de la fábrica de cajas en la que era capataz. Ivans divisó a Ned de inmediato y lo saludó levantando la mano, pero al caminar por el pasillo central, en sus ojos azul claro y en su cara pálida y redonda había menos alegría de la que intentaba mostrar.
—Hola, Walt —dijo Ned, y al girar ligeramente hacia la puerta se libró de la obligación de estrechar la mano que el hombre más bajo le ofrecía, o pudo ignorarla—. Vayamos a un sitio donde no haya tanto ruido.
Ivans dijo algo que se perdió en medio del estrépito del metal que introducía metal en la madera y franquearon la puerta abierta por la que Ned Beaumont había entrado. Afuera había una ancha plataforma de madera maciza. Varios escalones de madera descendían los seis metros que los separaban del suelo.
Se detuvieron en la plataforma de madera y Beaumont preguntó:
—¿Sabes que anoche se cargaron a uno de los testigos que declaró contra tu hermano?
—Sí, lo leí en el pe-pe-periódico.
—¿Sabes que el otro ya no está tan seguro de identificar a Tim?
—No, Ned, no lo sa-sa-sabía.
—¿Sabes que si no lo identifica tendrán que soltar a Tim?
—Sí.
—No pareces estar tan contento como deberías —observó Ned Beaumont.
Ivans se secó la frente con la manga de la camisa.
—¡Pu-pu-pues lo estoy, Ned, por Dios que lo-lo-lo estoy!
—¿Conocías a West, el tipo al que se cargaron?
—No, pe-pe-pero lo vi una vez pa-pa-para pedirle que no se en-en-ensañara con Tim.
—¿Y qué te dijo?
—Que no podía hacer nada.
—¿Cuándo lo viste?
Ivans arrastró los pies y volvió a secarse la cara con la manga.
—Ha-ha-hace dos o tres di-di-días.
—Walt, ¿tienes idea de quién pudo hacerle el viaje? —dijo Ned Beaumont con tono cordial. Ivans negó enérgicamente con la cabeza—. Walt, ¿tienes idea de quién pudo ordenar que lo mataran?
Ivans volvió a negar con la cabeza.
Durante unos instantes Ned Beaumont miró reflexivamente por encima del hombro de Ivans. El repiqueteo de las remachadoras escapaba por la puerta situada a seis metros y desde otro piso llegaba el zumbido de las sierras. Ivans tomó aire y lo exhaló lentamente.
El semblante de Ned Beaumont adquirió una expresión solidaria cuando volvió a contemplar los ojos azul claro del hombre más bajo. Se inclinó ligeramente y preguntó:
—Walt, ¿te encuentras bien? Quiero decir que seguramente habrá quienes dirán que tal vez te cargaste a West con tal de salvar a tu hermano. ¿Tienes alguna...?
—Es-es-estuve toda la noche en el club, des-des-desde las ocho has-has-hasta las dos de la ma-ma-madrugada —respondió Walter Ivans tan rápido como el tartamudeo se lo permitió—. Harry Sloss, Ben Ferriss y Brager te-te lo con-con-confirmarán.
Ned Beaumont rió y comentó alegremente:
—Walt, por fin una buena racha.
Ned Beaumont dio la espalda a Walter Ivans y descendió los escalones de madera rumbo a la calle. No hizo caso de las amistosas palabras de despedida de Ivans.