CAPÍTULO XIV

ESA noche Nora y yo asistimos a la inauguración del Radio City Music Hall, al cabo de una hora estábamos hasta la coronilla de tantas variedades y nos fuimos.

—¿Dónde quieres ir? —preguntó Nora.

—Me da igual. ¿Te apetece visitar el club Pigiron del que Morelli nos habló? Studsy Burke te caerá bien. En otra época robaba cajas de caudales. Afirma haber reventado la caja de la cárcel de Hagerstown mientras cumplía un mes de condena por alteración del orden público.

—Me gusta la idea —accedió Nora.

Bajamos hasta la Cuarenta y nueve y, después de consultar a dos taxistas, dos repartidores de periódicos y un policía, dimos con el local. El portero dijo que no conocía a Burke, pero que consultaría. Studsy se asomó a la puerta y dijo:

—Nick, ¿qué es de tu vida? Por favor no os quedéis ahí, entrad.

Era un hombre musculoso, de estatura media, ahora algo grueso, pero sin un ápice de grasa. Había cumplido como mínimo los cincuenta, pero aparentaba diez menos. Su rostro picado de viruelas era ancho y agradablemente feo; sus cabellos no tenían un color definido y ni siquiera la calva lograba que su frente pareciese ancha. Su voz era muy grave. Le estreché la mano y le presenté a Nora.

—¡Te has casado! —exclamó—. ¡Qué sorpresa! Beberemos champán o tendremos una discusión.

Le dije que no reñiríamos y entramos en el club. El local tenía un aspecto de agradable desaliño. Como no era la hora de mayor afluencia, sólo había tres parroquianos. Ocupamos la mesa del rincón y Studsy le dijo al camarero cuál era exactamente la botella que quería. Me miró de arriba abajo y asintió.

—El matrimonio te sienta bien —se rascó el mentón—. Hacía tanto que no nos veíamos.

—La tira —coincidí.

—Me metió en la trena —explicó a Nora.

Nora sonrió comprensiva.

—¿Era buen detective?

Studsy arrugó su frente estrecha.

—La gente dice que sí, pero yo no estaría tan seguro. La vez que me atrapó fue por casualidad. Le di un derechazo.

—¿Por qué me echaste encima al salvaje de Morelli? —quise saber.

—Ya conoces a los forasteros. Se ponen frenéticos. No me imaginaba que haría lo que hizo. Temía que la pasma le endilgara el asesinato de la Wolf, leímos en el periódico que tenías algo que ver con el asunto y le dije: «Nick no es de los que venden a su madre y tú necesitas hablar con alguien.» Dijo que te buscaría. ¿Qué le hiciste, morisquetas?

—Lo vieron cuando se metió a hurtadillas en el Normandie y me echó la culpa. ¿Cómo dio conmigo?

—Tiene amigos y tú no estás de incógnito, ¿eh?

—Sólo llevo una semana en Nueva York y en la prensa no figura dónde me hospedo.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Studsy súbitamente interesado—. ¿Dónde vives?

—Actualmente en San Francisco. ¿Cómo hizo para dar conmigo?

—San Francisco es una ciudad de fábula. Hace años que no la visito, pero es fantástica. Nick, no puedo decírtelo. Pregúntaselo a Morelli, al fin y al cabo es asunto suyo.

—Digamos que me lo endilgaste.

—Sí, claro, es verdad. Pero verás, quise echarle una mano —Studsy lo dijo convencido.

—Eres un auténtico amigo.

—¿Cómo querías que supiera que se saldría de sus casillas? Además, no te hirió de gravedad, ¿verdad?

—Puede que no, pero tampoco me prestó el menor servicio y... —callamos cuando el camarero llegó con el champán. Lo catamos y comentamos que era excelente, aunque dejaba bastante que desear—. ¿Crees que se cargó a la chica?

Studsy negó con la cabeza absolutamente seguro.

—Es imposible.

—Es un individuo al que se puede convencer para que dispare.

—Lo sé. Los forasteros se ponen frenéticos, pero Morelli estuvo aquí toda la tarde.

—¿Toda la tarde?

—Toda la tarde. Lo puedo jurar. Algunos chicos y chicas dieron una fiesta en la planta alta y sé con seguridad absoluta que no se movió de aquí ni salió en toda la tarde. Es verdad y lo puede demostrar.

—En ese caso, ¿por qué estaba tan preocupado?

—¿Cómo quieres que lo sepa? ¿Crees que no se lo he preguntado un millón de veces? Ya sabes cómo son los forasteros.

—Hmmm —murmuré—. Se ponen frenéticos. ¿Es posible que enviara a un colega a visitar a la chica?

—Creo que te equivocas de hombre —afirmó Studsy—. Conocí a la chica. A veces venían juntos. Se divertían. Morelli no estaba lo bastante loco por ella como para tener motivos para cargársela de esa manera. Hablo en serio.

—¿Ella también se drogaba?

—No lo sé. Algunas veces la he visto tomar algo, pero tal vez sólo lo hacía en sociedad, esnifaba porque él lo hacía.

—¿Con quién más jugaba la chica?

—Yo no conozco a ningún otro —repuso Studsy con indiferencia—. Un cabrón llamado Nunheim venía por aquí e intentó ligársela, pero, que yo sepa, no lo consiguió.

—De ahí es de donde Morelli consiguió mis señas.

—No digas disparates. A Morelli sólo le interesaba partirle la cabeza a ese tío. ¿Qué representaba para él decirle a los maderos que Morelli conocía a la chica? ¿Es amigo tuyo?

Pensé antes de responder:

—No lo conozco, pero me he enterado de que a veces colabora con la policía.

—Ya. Muchas gracias.

—¿Por qué me das las gracias? No te he dicho nada.

—A buen entendedor, pocas palabras. Dime algo más: ¿a qué viene tanto cacao? Se la cargó Wynant, ¿o no?

—Muchos piensan que fue él, pero te apuesto cincuenta pavos contra cien a que no lo hizo.

Studsy meneó la cabeza.

—No apostaré nada contigo en tu propio terreno, pero te diré lo que voy a hacer y, si estás dispuesto, entonces apostaremos —su rostro se iluminó—. ¿Recuerdas la ocasión en que me pillaste? Como te he dicho, te di un derechazo y siempre me he preguntado si podrías volver a atraparme. Alguna vez, cuando te hayas recuperado, me gustaría...

Reí y repliqué:

—No, no estoy en forma.

—Y yo tengo muchos kilos de más —insistió Studsy.

—Para colmo, en aquella ocasión tuve suerte, pues tú estabas desequilibrado y yo bien plantado.

—Intentas decirme amablemente que te niegas —afirmó. Añadió pensativo—: Supongo que en aquella ocasión llevaste la delantera. Bueno, si no estás dispuesto a intentarlo de nuevo... Venga ya, llenemos las copas.

Como Nora quería regresar temprano y sobria al hotel, poco después de las once nos despedimos de Studsy y dejamos el club Pigiron. Studsy nos acompañó al taxi y nos estrechó las manos efusivamente.

—Ha sido un verdadero placer —declaró.

Intercambiamos frases igualmente cordiales y nos marchamos.

En opinión de Nora, Studsy era un tío formidable.

—Aunque la verdad es que no me entero de la mitad de las cosas que dice.

—Es de buena cepa.

—No le dijiste que habías abandonado la investigación privada.

—Porque habría pensado que intentaba quedarme con él —dije—. Para un ladrón de la calaña de Studsy, un detective siempre será un detective y prefiero mentirle antes de que piense que le estoy mintiendo. ¿Tienes un pitillo? Hasta cierto punto, Studsy confía realmente en mí.

—¿Le dijiste la verdad cuando comentaste que Wynant no la mató?

—No lo sé, pero supongo que sí.

Al llegar al Normandie encontramos el telegrama que Macaulay me envió desde Allentown:

ESTE HOMBRE NO ES WYNANT Y NO INTENTÓ SUICIDARSE.

Obras Completas. Tomo I. Novelas
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