DOS

NED Beaumont atravesó la doble puerta de batiente de cristal situada bajo el letrero luminoso en el que se leía Tom & Jerry, situado en la fachada de un edificio desde el que se avistaba Broadway, y se internó por un estrecho pasillo. La puerta de batiente que se encontraba en la pared izquierda del pasillo le permitió acceder a un pequeño restaurante.

El individuo instalado en la mesa del rincón se levantó y lo señaló con el índice. Era un hombre de estatura mediana, joven y atildado, de rostro lustroso, oscuro y bastante apuesto.

Ned Beaumont se reunió con él.

—Hola, Jack —lo saludó al tiempo que se estrechaban las manos.

—La chica y la gente de Brook están arriba —informó Jack—. No habrá ningún problema si te sientas de espaldas a la escalera. Los veré si salen o si él entra y en el medio hay bastante gente como para impedir que ese tío te reconozca.

Ned Beaumont tomó asiento en la mesa de Jack.

—¿Lo están esperando?

Jack se encogió de hombros.

—No estoy seguro, pero por alguna razón intentan ganar tiempo. ¿Quieres comer algo? Aquí abajo no sirven alcohol.

—Necesito un trago —respondió Ned Beaumont—. ¿En la planta alta no hay ningún sitio desde el que no puedan vernos?

—Es un local pequeño —dijo Jack—. Hay un par de reservados donde podríamos permanecer ocultos, pero si él aparece probablemente nos verá.

—Arriesguémonos. Necesito un trago y será mejor que hable con él si se presenta.

Jack contempló a Ned Beaumont con curiosidad, desvió la mirada y añadió:

—Tú mandas. Veré si alguno de los reservados está libre.

Jack titubeó, volvió a encogerse de hombros y se levantó de la mesa.

Ned Beaumont giró en la silla para contemplar al joven apuesto que se dirigía a la escalera y subía. Observó el pie de la escalera hasta que el joven retornó. Jack le hizo señas desde el segundo escalón. Cuando Ned Beaumont se reunió con él, Jack informó:

—El reservado mejor situado está libre y la chica está de espaldas, de modo que al pasar podrás echar un vistazo a los Brook.

Subieron la escalera. Los reservados —cuyas mesas y bancos estaban empotrados en tabiques de madera que llegaban a la altura del pecho— se encontraban a la derecha del rellano. Tuvieron que girar, atravesar un amplio arco y recorrer toda la barra para ver el interior del comedor de la primera planta.

Ned Beaumont clavó los ojos en la espalda de Lee Wilshire, que lucía un vestido de color gamuza sin mangas y sombrero castaño. Su abrigo de piel color marrón colgaba del respaldo de la silla. Ned miró a los acompañantes de Lee. A su izquierda se encontraba un hombre pálido, de nariz aguileña y barbilla alargada, un depredador de cuarenta y tantos años. Frente a ella se sentaba una pelirroja de carnes fofas y ojos muy separados que se reía.

Ned Beaumont siguió a Jack hasta el reservado. Se sentaron frente a frente. Ned Beaumont se acomodó de espaldas al comedor, pegado a un extremo del banco para aprovechar al máximo el refugio del tabique de madera. Se quitó el sombrero y se dejó el abrigo puesto.

El camarero se acercó a la mesa.

—Whisky de centeno —pidió Ned Beaumont.

—A mí tráigame una ginebra con zumo de lima y agua mineral —dijo Jack. Abrió un paquete de cigarrillos, sacó un pitillo, lo miró y añadió—: Sé que tú llevas este asunto y que trabajo para ti, pero ¿no crees que éste es un sitio infernal para hacerle frente si está con amigos?

—¿Acaso tiene amigos?

Jack apretó el cigarrillo con la comisura de los labios, que se movió como una batuta al ritmo de sus palabras.

—Si lo esperan aquí es probable que ésta sea una de sus guaridas.

El camarero les sirvió las copas. Ned vació inmediatamente la suya y se quejó:

—Está tan aguado que no vale nada.

—Puede que tengas razón —comentó Jack, y bebió un trago. Encendió el cigarrillo y bebió otro sorbo.

—Le plantaré cara en cuanto aparezca —declaró Ned Beaumont.

—De acuerdo —el apuesto y moreno rostro de Jack era inescrutable—. ¿Qué quieres que haga?

—Déjalo en mis manos —replicó Ned Beaumont y llamó al camarero.

Pidió un escocés doble y Jack otra ginebra con lima. Ned Beaumont apuró su copa en cuanto se la sirvieron. Jack dejó la primera por la mitad y atacó la segunda. En seguida, Ned Beaumont pidió otro escocés doble y un cuarto a pesar de que Jack no había tenido tiempo de vaciar ninguna de sus dos copas.

En ese momento Bernie Despain apareció al cabo de la escalera.

Jack, que vigilaba la escalera, vio al corredor de apuestas y pisó a Ned Beaumont por debajo de la mesa. Éste dejó de contemplar el vaso vacío y súbitamente adoptó una expresión dura y fría. Apoyó las palmas de las manos en la mesa y se puso en pie. Salió del reservado, encaró a Despain y le dijo:

—Bernie, quiero mi dinero.

El sujeto que había subido la escalera detrás de Despain lo rodeó y asestó un soberbio izquierdazo en el pecho de Ned Beaumont. Aunque no era muy alto, tenía los hombros anchos y puños como grandes globos.

Ned Beaumont chocó de espaldas con el tabique del reservado. Se echó hacia adelante y le fallaron las rodillas, pero no se desplomó. Se tambaleó unos instantes. Tenía los ojos vidriosos y su piel había adquirido un tinte verdoso. Dijo algo ininteligible y se dirigió a la escalera.

Ned Beaumont bajó descoyuntado, macilento y sin sombrero. Cruzó el comedor de la planta baja, salió a la calle y se acercó al bordillo, donde vomitó. Cuando terminó se dirigió a un taxi que se encontraba a cinco metros, subió y dio al taxista unas señas del Greenwich Village.

Obras Completas. Tomo I. Novelas
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