CAPÍTULO IV

POR la tarde llevé a pasear a Asta y expliqué a dos personas que era una schnauzer y no un cruce de terrier escocés e irlandés. Hice un alto en el bar de Jim para beber unas copas. Encontré a Larry Crowley y lo arrastré hasta el Normadie. En ese momento Nora preparaba cócteles para los Quinn, Margot Innes, para un tipo cuyo nombre no entendí y para Dorothy Wynant. Ésta dijo que quería hablar conmigo, de modo que cogimos las copas y fuimos al dormitorio.

Dorothy no se anduvo con rodeos.

—Nick, ¿crees que papá la mató?

—No. ¿Acaso tendría que pensarlo?

—Bien, la policía tiene... Nick, préstame atención, ¿no era su amante?

—Sí, al menos en la época en que los traté.

—Es mi padre —dijo contemplando absorta su copa—. Nunca lo quise. Tampoco he querido a mamá. —Me miró—. Como no quiero a Gilbert —añadió refiriéndose a su hermano.

—Es bastante corriente. Hay tantas personas que detestan a sus familiares...

—¿A ti te caen bien?

—¿Los míos...?

—No, los míos —me miró con el ceño fruncido—. Por favor, Nick, te ruego que no me trates como a una cría de doce años.

—De eso nada —corregí—. Me parece que empiezo a estar un poco trompa.

—Pero, ¿te caen bien?

Negué con la cabeza.

—¡Qué va! Tú estás muy bien, aunque un poco consentida. Los demás me son indiferentes.

—¿Qué nos pasa? —preguntó, y en el modo de decirlo supe que no se trataba de una frase hecha, tuve la impresión de que realmente quería saberlo.

—Tantas cosas. Tu...

En ese momento Harrison Quinn abrió la puerta y dijo:

—Nick, ven a jugar una partida de ping pong.

—Dentro de un rato.

—Te espero y no dejes de traer a esta bella criatura —dijo, miró a Dorothy con lascivia y salió.

—Supongo que no conoces a Jorgensen —añadió Dorothy.

—Conozco a un tal Nels Jorgensen.

—Los hay que nacen con estrella. Éste se llama Christian y es un encanto. Mamá es así, se divorcia de un chalado y se casa con un chulo. —Se le llenaron los ojos de lágrimas. Preguntó con la voz quebrada por un sollozo—: Nick, ¿qué puedo hacer?

La voz de Dorothy parecía la de una niña asustada.

La abracé y emití sonidos que me parecieron reconfortantes. Dorothy me humedeció la solapa con sus lágrimas. El teléfono de la mesilla empezó a sonar. En la habitación contigua la radio emitió Rise and Shine. Mi copa estaba vacía.

—Aléjate de todos —propuse.

Dorothy volvió a sollozar.

—No puedo alejarme de mí misma.

—Me parece que no sé de qué hablas.

—Te ruego que no me tomes el pelo —añadió con humildad.

Nora entró para responder a la llamada y me miró curiosa. Puse cara de circunstancias por encima de la cabeza de la chica. Cuando Nora dijo «Hola», la muchacha se apartó rápidamente de mí y se ruborizó.

—Lo..., lo siento —tartamudeó—. No pretendía...

Nora le sonrió comprensivamente y yo le dije:

—Déjate de bobadas.

Dorothy buscó el pañuelo y se secó los ojos.

Nora habló por teléfono:

—Sí... Voy a ver si está. ¿Quién lo llama? —tapó el teléfono con la mano y se dirigió a mí—. Llama un tal Norman. ¿Quieres hablar con él?

Repliqué que no me sonaba y cogí el teléfono.

Una voz tajante preguntó:

—¿Señor Charles? Señor Charles, me han dicho que en el pasado tuvo que ver con la agencia de detectives Trans-American.

—¿Quién habla? —pregunté.

—Señor Charles, me llamo Albert Norman, nombre que probablemente no significa nada para usted, pero me gustaría hacerle una propuesta. Estoy seguro de que...

—¿A qué propuesta se refiere?

—Señor Charles, no puedo decirle nada por teléfono, pero si me concede media hora le garantizo que...

—Lo siento, estoy muy ocupado y...

—Escúcheme, señor Charles, es algo...

Oí un ruido estentóreo, que pudo ser un disparo, algo que se cayó o algo que hace mucho ruido. Dije «Hola» un par de veces, pero colgué porque no obtuve respuesta.

Nora había llevado a Dorothy al espejo y le prestó polvos y carmín.

—Me quería vender un seguro... —comenté y me dirigí a la sala en busca de una copa.

Había llegado más gente. Charlé con los presentes. Harrison Quinn se levantó del sofá, donde había estado sentado al lado de Margot Innes, y dijo:

—Ahora jugaremos al ping pong.

Asta pegó un salto y me clavó las patas delanteras en la tripa. Apagué la radio y me serví un cóctel. Oí que el hombre cuyo nombre no había entendido decía:

—Estallará la revolución y lo primero que harán será conducirnos a todos al paredón...

Tuve la sospecha de que le parecía una buena idea.

Quinn se acercó para llenar su copa. Miró hacia la puerta del dormitorio y preguntó:

—¿De dónde has sacado a la rubiales?

—Solía saltar en mis rodillas.

—¿En cuál? ¿Me dejas tocarla?

Nora y Dorothy salieron del dormitorio. Vi el diario de la tarde sobre la radio y lo cogí. Los titulares decían:

JULIA WOLF FUE AMANTE DE UN CHANTAJISTA

ARTHUR NUNHEIM IDENTIFICA EL CADÁVER

WYNANT SIGUE SIN APARECER

Nora se puso a mi lado y comentó en voz baja:

—He invitado a cenar a Dorothy. Sé bueno con la niña —Nora tenía veintiséis años—. Está destrozada.

—A mandar. —Me di la vuelta. En el otro extremo de la sala Dorothy se reía de algo que Quinn le había dicho—. Pero si te metes en los problemas de los demás, no esperes que te consuele cuando te hagan pupa.

—No te preocupes. Eres un viejo encantador. No leas ahora estas cosas.

Nora me quitó el periódico y lo escondió detrás de la radio.

Obras Completas. Tomo I. Novelas
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