19 de marzo de 1890

Tomasa habla y el gato Gato la escucha, con los ojos entrecerrados y girando las orejas como si fueran dos periscopios, aunque pone más interés en olisquear los olores que emanan de la cocina que en escuchar los discursos de la cocinera.

—El secreto de un buen fricandó es la cebolla. Escúchame bien, porque éste es un truco que no sabe nadie. Tres cebollas bien gordas y casi dos horas a fuego muy lento, sin dejar de remover. Es la paciencia lo que espesa la salsa, ¿te das cuenta? Las cosas ricas quieren tiempo, como el amor, por ejemplo. Yo nunca me he enamorado, pero al amor lo conozco porque le he visto la cara muchas veces. La gente enamorada pone cara de tonta. Ahora hay que poner a remojo las senderuelas. Estas setas, que son imprescindibles para el plato, se venden secas porque tiernas apenas tienen sabor. Como los tomates de hoy día. Ya nada sabe como antes. El humo de las fábricas lo ha estropeado todo. El campo está echado a perder y las gallinas ya no saben poner huevos. Y luego las aceitunas, muy verdes, cuando ya todo está listo. En una receta, como en la vida, todo debe ocurrir a su debido tiempo.

»Tenemos ejemplos por todas partes. La hija mayor del señor Silvestre, Mercedes. Sus ojos no son los de una mujer enamorada de su marido. Él sí la quiere, pero no es correspondido, pobrecillo. O el caso contrario, el del señor Silvestre y su esposa Teresa. Nunca he visto una pareja más amorosa que ésta. Se ve a la legua que juntos no se aburren, que tienen mucho que decirse. Hay un montón de gente que nada más casarse agota todos los temas de conversación. Llegan a viejos hartos de silencio. Por eso hay que escoger bien, sin precipitarse. ¿Lo ves? Hace falta tener paciencia para acariciar la cebolla como si la quisieras mucho. En la cebolla está todo el secreto del fricandó, créeme.

»También hay personas que son como un ingrediente que sobra. Una naranja en enero, que de tan ácidas no se dejan comer. Si haces con ellas un zumo, pobre de quien lo pruebe. Más vale echarla a la basura y escoger otra. Digo naranja y debería decir limón. Sabes en quién estoy pensando, ¿verdad? Los gatos conocéis a los humanos mejor que nadie. La vecina aquella, la estirada. No la madre, pobrecilla, la madre es una buena mujer. Un poco rústica, pero buena. Yo hablo de la hija, Margarita se llama. ¿Le has visto la cara de antipática? Camina derecha como un palo, mira a todo el mundo con aires de marquesona. ¡Sí, sí! Marquesa de corral, como yo misma.

»Y luego está su padre, que también es insoportable. Un hombre que sólo piensa en el dinero y en la boda de su hija. Ha puesto el ojo en esta casa y ahora pretende poner también los pies. Conquistarla, como si fuera un castillo. La muchacha lo ayuda, y el señorito Florián es un berzas. Todo el día mirando por la ventana para verla entrar o salir. Y como ella lo sabe, no hace más que pisar la calle y recogerse, salir y entrar, y así todo el santo día, para tenerlo a él ocupado todo el rato. Se supone que todo esto lo hace el señorito mientras estudia. Porque se supone que estudia, ¿sabes?

»—Tienes que aprender química, hijo mío —le dijo su padre— porque es la única forma en que podrás seguir con el negocio en estos tiempos.

»Pero Florián se pone nervioso con la cabeza en los libros. Hay gente que no sirve para tener quietas las piernas. La vecina desagradable debe de ser de ésas, a juzgar por lo mucho que sale de paseo. Está claro lo que pretende: pescar un buen marido y poder dedicar el resto de su vida a coser, rezar y dormir. ¡Como si no hubiera visto mil como ella en mi vida! Alguien debería decírselo a Florián, que es un inocente. Teresa Marqués intenta quitarle a la moza de la cabeza con palabras sensatas, pero ésta no es medicina para un joven de diecisiete años. Silvestre, mientras tanto, sólo critica a su vecino, el señor Antonio Gomis Daviu.

»—Este hombre no parará hasta que me meta la hija en casa. Pero no sabe que, si él es tozudo, yo lo soy más aún.

»Para tratar de evitarlo, Silvestre ha prohibido a su hijo ver a la vecina. Ni siquiera en presencia de carabinas o doncellas. Otro error. No sabe que es como soplar en las brasas. Nada aviva más los sentimientos de un enamorado que tener el mundo en contra. ¿Verdad que somos extrañas, las personas humanas, Gato?

»Al fin todo fue para nada. Ocurrió lo que tenía que ocurrir. Sí, bonito, sí, no muevas los bigotes. Toma, ¿quieres una miguita de bacalao? Cómelo despacio, no te vayas a atragantar. Pues pasó lo que yo esperaba y todos trataban de evitar. ¿Hay alguien mejor que un hijo para llevar la contraria? Florián Pujolà ahora está enamorado hasta las trancas de la vecina con aires de marquesa. La naranja ácida. Qué digo naranja. El limón más verde. En esta casa nadie puede verla. Por suerte, el señor Silvestre es un hombre con mucha experiencia.

»Ya todo esto no es más que una historia. Una parte tan sólo de una historia. Una más en la cabeza de esta cocinera charlatana. No me hagas mucho caso, Gato. Si te lo cuento es porque tú me escuchas del modo en que me gusta.

»Ay, Gato, ¿no te das cuenta? La memoria es un recetario.

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