20 de enero de 1924
Cuando doña Margarita descubre que su hija se ha escapado de casa, se apresura a buscar la botellita de Agua del Carmen. Sólo con tenerla en las manos ya siente que respira mejor. Llama a las criadas. Pepa no sabe nada. Rosina ni siquiera es preguntada. Es un milagro que siga aquí.
«Debería haberla encerrado con llave en su habitación antes de salir», piensa la señora, que si supiera cómo borrar de su vida el día de ayer, lo haría sin dudarlo.
A continuación llama a Eusebio Fort. No se rebaja a hacerle una visita en su tienda, como sería natural. Que camine él.
El profesor de piano ya no se cree en edad de dar explicaciones, pero las da en este caso:
—Está en casa de una señora llamada Rosa y su marido, Jaime Valls. Ella trabaja en la fábrica de Minguell y él es ebanista.
—¿Y esta gente quiénes son, si puede saberse?
—Familia de Claudio Torres. Una medio hermana y su marido.
—Así que ahora vive con él… —murmura.
—No, señora. No estaría bien. El señor Torres ha llevado a Teresa a casa de su hermana para que se sosiegue un poco mientras él arregla los asuntos de la boda.
—¿Para que se sosiegue? ¿Está nerviosa?
Eusebio Fort no responde. «Esta mujer tiene el corazón como un zapato», piensa.
—De modo que habrá boda. —Margarita Gomis no puede pronunciar la palabra sin sentir que algo le duele por dentro.
—Sí, señora.
—Con el lechero.
Eusebio Fort teme por un instante que doña Margarita le sacuda un bofetón. Se lo tendría merecido, por pasarse la vida ejerciendo de mensajero.
—Ya puede decirle a aquella ingrata que no cuente con nada de lo que hay en esta casa —dice—. Ni con nadie.
Eusebio Fort calla.
—Y que aquí no volverá a poner los pies ni aunque me lo pida de rodillas. ¿Me está escuchando?
—Sí, señora.
—Y que cuando ese hombre la avergüence o la abandone o le haga cosas peores, no pienso consolarla.
Eusebio Fort piensa que tendría que aprovechar esta ocasión para recordarle a la señora que aún le debe la factura por sus honorarios, pero un sexto sentido le advierte de que no es buen momento.
Una vez terminada la entrevista, cuando Fort ya se ha marchado, Margarita se sienta en su butaca de hacer ganchillo y piensa: «Se ha acabado», y comienza a tomar una batería de decisiones.
Mañana mismo irá a hacer testamento y desheredará a Teresa. De lo que queda no tocará ni un céntimo. Vaciará su habitación para instalar un cuarto de costura. Regalará toda su ropa a los pobres, zapatos incluidos. Prohibirá a sus hijas pequeñas nombrar a su hermana y, por supuesto, visitarla. Mandará que sacrifiquen al gato Gato. Ah, y buscará de una vez una cocinera, esto es lo más importante, necesita con urgencia a alguien que sepa guisar.
Doña Margarita acaba de decidir que se le ha muerto una hija.