Febrero de 1881

Cada miércoles a las siete y media de la tarde Teresa Marqués deja la cena preparada encima del fogón, se tapa los hombros con un chal de lana y sale de casa caminando deprisa. Las vecinas más cortas de vista piensan que va a misa o a confesarse. Las demás saben que no, porque no lleva misal, ni mantilla ni tiene cara de arrepentirse de nada. Entrecierran un poco los ojos, malevolentes, y piensan en mil diabluras.

Teresa Marqués tiene treinta años y no es nada aficionada a ir a misa. Tampoco es de mítines o de griteríos. No le gusta bailar en las fiestas de la calle, que casi siempre acaban a porrazos. No tiene novio ni nadie que la pretenda. Sabe leer y entretiene a las trabajadoras de su madre con fragmentos de novelas. Es «la distinta» de la calle del Prat. Las viejas no paran de murmurar que si quiere ser sabia nunca se casará.

Los miércoles a las siete y media Teresa Marqués camina por la calle de La Habana hasta el hospital y después cuesta arriba hasta la calle de San Simón, la de la Beata María y la plaza de la Basílica de Santa María, que le gusta mirar porque le produce respeto. Desde allá toma la calle Nueva. Un poco más allá de media calle, a la derecha, más o menos delante del Teatro Principal, está la corsetería La Galana a punto de cerrar. Vigilando delante de la puerta aguarda Rita, la corsetera. Teresa Marqués la saluda y se dirige hacia el fondo, sin prestar atención a los maniquíes encorsetados y cubiertos con batines que la reciben como una comitiva. La cita semanal es en la trastienda, donde hay una puerta que chirría y, tras ella, tres o cuatro divanes, algunas butacas, un espacio privilegiado para el orador del día y algunas tazas y platos que muy pronto contendrán la merienda-cena.

Teresa Marqués se sienta en el mismo lugar de siempre, se quita el chal y saluda a los compañeros que van llegando y tomando asiento. En total, nunca son más de quince, incluida la dueña del negocio, aunque las caras se renuevan de tanto en tanto. Ella lleva un año acudiendo, sin fallar ni una sola vez. Al principio, se pasaba toda la semana esperando con ansia los miércoles, como una niña. Le daba miedo que la expulsaran por demasiado silenciosa o por demasiado ignorante. Al principio no se atrevía a decir nada. Poco a poco se le fue pasando la vergüenza y ahora, de vez en cuando, se atreve a añadir algo al comentario de otro o a manifestar sus gustos con un sí o un no. Está encantada con los descubrimientos que hace en la trastienda de La Galana: que no es necesario que las diversiones sean ruidosas para seguir siendo diversiones. Que en el mundo hay mucha gente y que nadie es único en nada, ni siquiera ella con sus gustos estrafalarios. Aquí todos se parecen en algo.

Todo empezó un día en que fue a devolver un libro al notario Fins y el ama de llaves le anunció que debía darle una mala noticia. Su cara subrayaba la gravedad de la situación.

—Éste era el último libro que podemos prestarle —le dijo.

—¿Y eso por qué? ¿Se ha molestado el señor notario por algo? —preguntó Teresa, observando cómo la luz acariciaba los lomos de los libros.

—No es eso. Es que ya los ha leído usted todos. Todos los que no son de leyes, quiero decir.

—Oh —una pausa, para pensar—. ¿Y el señor notario no compra libros nuevos?

—Ya lo creo que sí. El señor notario comparte con usted el gusto por las novelas modernas, aunque no dispone de mucho tiempo para leerlas. Últimamente ha comprado algunas porque se daba cuenta de que usted las prefería. Pero ésas también las ha leído usted todas, Teresa. Ya no tenemos más.

—Oh —repite Teresa, que nunca había imaginado que esto pudiera pasarle. Ni que los libros se terminarían ni que el notario Fins compraría novelas pensando en ella. Medita un instante qué hacer y pregunta:

—Y los de leyes, ¿son muy aburridos?

—Yo no se los recomendaría a nadie —dice el ama de llaves, con una sonrisa pícara—. Pero, mire, tengo una especie de solución. Un consuelo. ¿Quiere oírlo?

—Claro que sí.

—He pensado que tal vez le gustaría asistir a unas reuniones que celebramos con unos cuantos amigos cada miércoles.

—¿Unas reuniones?

—Tertulias. Nos reunimos para hablar de asuntos que nos interesan. Libros, música, arquitectura, a veces política. Hay gente de todo tipo, hombres y mujeres… y todos somos… ¿cómo decirlo? Todos creemos en el libre pensamiento.

—Ah. ¿Liberales?

—Inquietos. Cada cual a su modo. ¿Quiere probarlo?

—¿Usted cree? Tal vez molesto. Yo no tengo ninguna instrucción.

—Ha leído usted tantos libros como un notario, Teresa. ¿Le parece poco?

—Calle, calle, qué tonterías dice.

—Yo voy cada semana. Venga conmigo y mire a ver si le gusta. Le aseguro que los compañeros estarán encantados de recibirla. Y yo pienso que estará a gusto entre nosotros y le interesarán los temas que tratamos. No hace falta que le diga que los señores hablan más que las señoras, pero poco a poco vamos aprendiendo a no callar siempre.

El ama de llaves del notario, que es su sobrina y se llama Carmen Fins, no se equivoca en nada. Teresa Marqués se convierte en la tertuliana más puntual y entusiasta de la corsetería La Galana. Allí oye hablar por primera vez de un montón de cosas: la igualdad entre hombres y mujeres, Carlos María Isidro de Borbón, la independencia de Cuba, el voto femenino, el mesmerismo, Amadeo I —a quien conoce por las monedas—, Nueva York, Alejandro Dumas, las murallas de Barcelona, el general Francisco Savalls, las cortes de Cádiz, la vida después de la muerte, las exposiciones de Londres y París, Jaume Isern, la electricidad, los ejércitos de Napoleón, las personas sin Dios y los amoríos de María Cristina con un sargento de la Guardia de Corps de palacio.

Fue como una iniciación. Lenta pero inexorablemente, Teresa Marqués se fue volviendo todavía más distinta. Un ejemplar exótico entre la fauna autóctona de la calle del Prat. En sólo cinco años de tertulias ya era republicana, sufragista y agnóstica.

Cuando terminan las tertulias, Carmen Fins y Teresa Marqués se quedan un rato más para ayudar a recoger los platos de la merienda-cena. Antes de salir, la última cosa que hacen es quitarles los batines a los maniquíes. Una vez los hombres salen del establecimiento, ya pueden olvidarse de la decencia y pensar en las clientas, todas mujeres, que vendrán al día siguiente.

Diamante azul
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
arbol.xhtml
citas.xhtml
00_000.xhtml
00_001.xhtml
01_000.xhtml
01_001.xhtml
01_002.xhtml
01_003.xhtml
01_004.xhtml
01_005.xhtml
01_006.xhtml
01_007.xhtml
01_008.xhtml
01_009.xhtml
01_010.xhtml
01_011.xhtml
01_012.xhtml
01_013.xhtml
01_014.xhtml
01_015.xhtml
01_016.xhtml
01_017.xhtml
01_018.xhtml
01_019.xhtml
01_020.xhtml
01_021.xhtml
01_022.xhtml
01_023.xhtml
01_024.xhtml
01_025.xhtml
01_026.xhtml
01_027.xhtml
01_028.xhtml
01_029.xhtml
01_030.xhtml
01_031.xhtml
01_032.xhtml
01_033.xhtml
01_034.xhtml
01_035.xhtml
01_036.xhtml
01_037.xhtml
01_038.xhtml
01_039.xhtml
01_040.xhtml
01_041.xhtml
01_042.xhtml
01_043.xhtml
01_044.xhtml
01_045.xhtml
01_046.xhtml
01_047.xhtml
01_048.xhtml
01_049.xhtml
01_050.xhtml
01_051.xhtml
01_052.xhtml
01_053.xhtml
01_054.xhtml
01_055.xhtml
01_056.xhtml
01_057.xhtml
01_058.xhtml
01_059.xhtml
01_060.xhtml
01_061.xhtml
01_062.xhtml
01_063.xhtml
01_064.xhtml
01_065.xhtml
01_066.xhtml
01_067.xhtml
01_068.xhtml
01_069.xhtml
01_070.xhtml
01_071.xhtml
01_072.xhtml
01_073.xhtml
01_074.xhtml
02_000.xhtml
02_075.xhtml
02_076.xhtml
02_077.xhtml
02_078.xhtml
02_079.xhtml
02_080.xhtml
02_081.xhtml
02_082.xhtml
02_083.xhtml
02_084.xhtml
02_085.xhtml
02_086.xhtml
02_087.xhtml
02_088.xhtml
02_089.xhtml
02_090.xhtml
02_091.xhtml
02_092.xhtml
02_093.xhtml
02_094.xhtml
02_095.xhtml
02_096.xhtml
02_097.xhtml
02_098.xhtml
02_099.xhtml
02_100.xhtml
02_101.xhtml
02_102.xhtml
02_103.xhtml
02_104.xhtml
02_105.xhtml
03_000.xhtml
03_106.xhtml
04_001.xhtml
notas.xhtml