17 de marzo de 1724
La gente compadece a Joseph Pujolar, el segundón de la masía Pujolar de Santa Pau. Sólo tiene veinte años y ya es dos veces viudo. La primera vez, de la heredera más rica de Batet, Tecla Bartrolich, hija de un comerciante de campanas y relojes, a ratos inventor y constructor de prodigios mecánicos. La segunda, de la joven más bonita de Bolós, quien le dejó el corazón lleno de tristeza y las arcas llenas de monedas de oro. Todos están de acuerdo en que un joven así, valiente, rico, guapo y antiborbónico, debe encontrar cuanto antes una esposa.
El cura de la parroquia de Santa María de Argelaguer, que está al corriente de las extrañas muertes de la primera y la segunda esposas, observa a la novia con preocupación. Es Marianna Badosa, hija de un propietario de caballerías que ha hecho fortuna en los últimos tiempos. La muchacha es rica, como las otras dos, pero también muy lista. El cura le advierte que se ande con ojo, que esté siempre atenta. «Si tu marido te sirve algún bebedizo, nunca bebas sola. Si percibes algún sabor extraño en la carne o en el pescado, haz como que comes, pero arroja a escondidas la comida a los perros». Esto le dice el cura a Marianna Badosa.
Hasta aquí han llegado noticias de Santa Pau. Algunos cuentan aquello del hermano gemelo y la injusticia de los cuatro minutos. Otros sólo se preguntan si saben qué ha ocurrido con las dos mujeres. Alguna vieja sabia se atreve a hacer pronósticos: «Yo digo que durará trece semanas». Y otra le contesta: «¿Sólo? Pues yo digo treinta, a ver cuál de las dos se acerca más». El cura, preocupado, en su sermón no hace más que hablar de los lazos perdurables del matrimonio y del regalo de envejecer junto a otra persona. En cuanto puede, se acerca de nuevo a la doncella y muy bajito le recomienda: «No te despistes».
Durante el sermón, el novio asiente con la cabeza, como si pensara portarse bien. La novia sólo sabe llorar de la emoción, la muy boba. Demasiados cambios en un solo día. Esta noche la pasará en Batet, en la masía de su marido, que aún no ha pisado.
El suegro llora también, pero de codicia. La fortuna del joven segundón Pujolar bien merece correr un riesgo. O dos.
No muy lejos de aquí hay una piedra muy derecha en mitad de un campo. Dicen que la plantó ahí el propio diablo, durante una temporada que pasó explorando estas tierras.
El resto, lamentándolo mucho, no cambia. La vieja de las treinta semanas es quien gana la apuesta. Marianna Badosa pasa exactamente veintiocho en la masía de su marido, contemplando la sierra de Batet. Después, lo mismo que las otras. Un mal repentino, que nadie podía esperar, se la lleva de este mundo. En sólo tres inviernos, el segundón de la masía de Santa Pau ha enterrado a tres esposas. También es mala suerte.