3 de marzo de 1920

Cada tarde, a eso de las cinco, el cochero espera a doña Margarita a la puerta de su casa. No le pregunta adónde van porque ya lo sabe.

La ciudad mira al mar y está al amparo de una pequeña sierra. Avanzan en sentido contrario al del agua de la lluvia cuando baja por los torrentes, pasan por la puerta de las monjas capuchinas, y después giran a la derecha. La imponente silueta del edificio de las Hermanitas de los Pobres se perfila en el horizonte como un gigantesco decorado. La berlina sigue su camino, entre los árboles, y se detiene frente al portal de la iglesia neogótica, rematada por una campana altiva, que mira la ciudad con indiferencia. El cochero hace una reverencia cuando ayuda a la señora a apearse de la berlina.

Dicen que el majestuoso edificio es una expiación. Lo mandó construir el señor Antonio-Martín Cabanellas y Casanovas, un indiano mataronés que regresó de Cuba cargado de pecados y de dinero. Para ganarse una parcelita de paraíso dejó su fortuna a los pobres de la ciudad, para quien mandó construir una gran casa con huertas y jardines en estos terrenos alejados de los ruidos del mundo. En sólo tres años el proyecto era una realidad, bajo la estricta vigilancia del rector de Santa María, que había sido nombrado albacea por el testador, y que lo entregó a las monjas para que se ocuparan de administrarlo, cosa que hacen con esmero desde entonces.

También dicen que los pecados del difunto benefactor eran tan graves y tan numerosos que todavía no ha logrado convencer a san Pedro de que le deje entrar en el cielo. Sigue en la puerta, mustio, esperando que el divino portero cambie de opinión. Es por eso que algunas noches se le ve apesadumbrado arrastrando los pies por esos pasadizos, como si no tuviera donde ir. Dicen que a menudo habla con aquellos que tienen un pie en la Gloria y trata de convencerles de que intercedan por él, que den cuenta de sus méritos, que lo recomienden. Pero por ahora no ha conseguido nada, pobre infeliz.

Doña Margarita no niega la existencia de ánimas errantes, aunque nunca haya visto ninguna. Cuando cruza el umbral del asilo, se transforma de señora antipática en ángel benefactor. Las monjas la lisonjean porque es rica. En especial la hermana Consolación, la superiora, una mujer avezada en las relaciones sociales y con mucha vista para los negocios. Siempre encuentra el modo de que Margarita se sienta muy orgullosa de su generosidad y buen corazón.

Hoy la superiora le anuncia que un hombre muy enfermo agoniza en el Pabellón Norte sin ningún consuelo. Ha recibido los sacramentos y está a la espera del momento decisivo. Por lo visto, el hombre parlotea con nadie, o tal vez le acompañe el fantasma del señor Cabanellas, que lo marea con peticiones. Las enfermeras —todas muy jóvenes— no quieren ni acercarse. Margarita dice que lo hará ella. Su figura, derecha como una vela, mengua al amparo de los muros altísimos del hogar benéfico. Sus pasos apresurados contrastan con la quietud de las internas más delicadas, que miran el jardín tras los cristales, como si el tiempo no tuviera importancia.

De una de las sillas de ruedas que forman hilera junto a los ventanales surge de pronto una mano que se aferra a la falda de doña Margarita al pasar. La mujer se detiene en seco y a la fuerza.

Quien la retiene es una mujer de unos setenta años, de pelo blanco, vestida con una de las camisolas de color algodón crudo de las internas. La única parte de su cuerpo que aún conserva algo de su juventud son sus ojos.

—¿Hoy es Santa Teresa? —pregunta.

—Suélteme —ordena Margarita, seca como un esparto, mientras lucha para liberarse de la mano que la retiene.

La mano persiste. Llega una segunda pregunta.

—¿Sabes dónde está mi cómoda? ¿La has visto?

A la señora Margarita esto no le gusta. No quiere alzar la voz ni dar que hablar. No quiere mirar a la cara de la mujer que la molesta. Trata de continuar como si nada, pero no puede. Una monja viene a salvarla.

—¿Otra vez, mujer? —le dice a la interna de la silla de ruedas—. No molestes a la señora Pujolà. Deberías estarle agradecida, ¿recuerdas? Si no fuera por ella, no sabemos dónde estarías. Déjala en paz. ¿Te vas a portar bien?

La monja regaña con una severidad fingida, como se regaña a los niños muy pequeños cuando han hecho una travesura. La mano desciñe la seda de la falda.

—Perdónela, señora Pujolà, no está en sus cabales, pobrecilla. Sólo se altera cuando la ve a usted, ¿se lo puede creer? Y todo el tiempo quiere escaparse. Este mes ya la hemos encontrado dos veces en la puerta. No hace ni un mes tuvimos que ir a buscarla al cementerio. Estaba allí, sentada en un rincón, en la explanada de arriba, muerta de frío. Se le borra la memoria poco a poco, qué lástima. Muy pronto no reconocerá a nadie.

Doña Margarita se sacude la falda. Por fin puede continuar. Lo hace con prisas, deseando pasar de largo. Cuando llega al final del pasillo, se voltea para mirar a la mujer de la silla de ruedas. Está encogida, despeinada, viste una camisola sucia, le faltan dientes: parece una muerta en vida. Se da cuenta de que ella también la está mirando.

Antes de continuar, Margarita se siente por un momento estatua de sal.

Diamante azul
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
arbol.xhtml
citas.xhtml
00_000.xhtml
00_001.xhtml
01_000.xhtml
01_001.xhtml
01_002.xhtml
01_003.xhtml
01_004.xhtml
01_005.xhtml
01_006.xhtml
01_007.xhtml
01_008.xhtml
01_009.xhtml
01_010.xhtml
01_011.xhtml
01_012.xhtml
01_013.xhtml
01_014.xhtml
01_015.xhtml
01_016.xhtml
01_017.xhtml
01_018.xhtml
01_019.xhtml
01_020.xhtml
01_021.xhtml
01_022.xhtml
01_023.xhtml
01_024.xhtml
01_025.xhtml
01_026.xhtml
01_027.xhtml
01_028.xhtml
01_029.xhtml
01_030.xhtml
01_031.xhtml
01_032.xhtml
01_033.xhtml
01_034.xhtml
01_035.xhtml
01_036.xhtml
01_037.xhtml
01_038.xhtml
01_039.xhtml
01_040.xhtml
01_041.xhtml
01_042.xhtml
01_043.xhtml
01_044.xhtml
01_045.xhtml
01_046.xhtml
01_047.xhtml
01_048.xhtml
01_049.xhtml
01_050.xhtml
01_051.xhtml
01_052.xhtml
01_053.xhtml
01_054.xhtml
01_055.xhtml
01_056.xhtml
01_057.xhtml
01_058.xhtml
01_059.xhtml
01_060.xhtml
01_061.xhtml
01_062.xhtml
01_063.xhtml
01_064.xhtml
01_065.xhtml
01_066.xhtml
01_067.xhtml
01_068.xhtml
01_069.xhtml
01_070.xhtml
01_071.xhtml
01_072.xhtml
01_073.xhtml
01_074.xhtml
02_000.xhtml
02_075.xhtml
02_076.xhtml
02_077.xhtml
02_078.xhtml
02_079.xhtml
02_080.xhtml
02_081.xhtml
02_082.xhtml
02_083.xhtml
02_084.xhtml
02_085.xhtml
02_086.xhtml
02_087.xhtml
02_088.xhtml
02_089.xhtml
02_090.xhtml
02_091.xhtml
02_092.xhtml
02_093.xhtml
02_094.xhtml
02_095.xhtml
02_096.xhtml
02_097.xhtml
02_098.xhtml
02_099.xhtml
02_100.xhtml
02_101.xhtml
02_102.xhtml
02_103.xhtml
02_104.xhtml
02_105.xhtml
03_000.xhtml
03_106.xhtml
04_001.xhtml
notas.xhtml