CLXXVI

Cuenta ahora la historia que cuando el criado se separó de mi señor Yvaín, se apresuró en cabalgar y pasó sus jornadas hasta que llegó al mar y lo atravesó; luego, cabalgó sin detenerse hasta que llegó a unos setos cerca de Camalot, donde el rey Arturo estaba cazando. Era un martes y el rey se encontraba completamente solo en el camino. No había cabalgado mucho cuando vio llegar al criado de Lanzarote. Entonces, el rey se detiene, pensando que es un espía o un mensajero. El otro galopa rápidamente y llega hasta el rey, lo reconoce y lo saluda; el rey le devuelve el saludo, reconociéndolo, pues lo había visto muchas veces según le parecía, y le pregunta que de dónde viene, pero el criado no se atreve a decírselo. Entonces el rey lo sujeta por el brazo y jura a Dios que si no se lo dice lo matará. Al oír esto, teme morir y contesta:

—Señor, por Dios, tened compasión.

—No tendré compasión si no me prometes que me dirás de dónde vienes.

Así se lo promete. Entonces el rey lo deja y le pide que se lo diga.

—Señor, vengo de Gaula; he estado en la ciudad de Gaunes, donde se encuentran los de esta tierra y tienen asediado al rey Claudás; allí hablé con mi señor Yvaín, que le pide a Lanzarote que vaya en su ayuda lo más rápidamente que pueda, pues Claudás tiene tal cantidad de gente por los refuerzos que le han llegado de Roma, que apenas pueden los nuestros resistir frente a ellos y si no fueran tan buenos caballeros como son, no habrían durado, pues los otros son muchos y han hecho prisionero al rey Bandemagus y a muchos otros caballeros, por lo que están muy a disgusto.

—Por Dios, bendito seas por lo que me has dicho, pues por Dios, eso me alegra mucho y ahora por nada dejaré de ir contra el traidor Claudás, el desleal, y nada me habría alegrado tanto como tus palabras.

Entonces se puso el cuerno a la boca y tocó tan alto que el sonido llegó lejos. No tardaron mucho en llegar sus gentes, a las que les pregunta dónde está Lanzarote.

—Creemos —le contestan— que os está buscando, igual que nosotros hacíamos hace un momento.

El rey vuelve a ponerse el cuerno en la boca y lo toca como si tuviera gran prisa. No tardó mucho en llegar Lanzarote por un estrecho sendero, cabalgando tan rápido como su caballo podía. Al acercarse al rey, éste empezó a gritarle:

—Lanzarote, Lanzarote, mi señor Yvaín os saluda y os pide que le socorramos, que lo necesitan, pues los refuerzos de Roma, que son muy numerosos, han acudido a apoyar a Claudás.

Al oír estas palabras, Lanzarote se queda muy preocupado y contesta diciendo:

—Señor, ya que me llama, iré con mucho gusto y así debo hacerlo.

—Por Dios, yo también iré y os daré compañía, y llevaré tanta gente a mi lado que Claudás será muy insensato si me espera esta vez.

—Señor, salva sea vuestra gracia, no lo haréis; esta necesidad será cubierta sin vos, y no es justo que os esforcéis tanto por mí.

El rey se enfadó por esto con Lanzarote más que con nada de lo que había dicho nunca, ya que Lanzarote le había servido muchas veces tanto que no pensaba que le hubiera recompensado la mitad de su servicio, ni aunque le diera el reino de Logres: por eso se quedó bien preocupado, como demostró, pues apenas llegó a Camalot y le contó a la reina las noticias, envió por todas partes cartas selladas con su sello ordenando, a todos los que habían recibido tierras de él, que acudieran tan pronto como pudieran, de tal forma que antes de que hubieran pasado quince días se podía ver en su residencia a más de doce mil que eran buenos caballeros y buenos servidores.

De este modo reunió el rey Arturo a su gente. Cuando vio que era el momento de ponerse en marcha, emprendió el camino con Lanzarote y su mesnada, que era muy numerosa. La reina, al ver que se marchaban, sintió una gran preocupación, pues le pesaba mucho que se fuera Lanzarote; pero como ve que no queda más remedio, guarda silencio. Lloró con amargura cuando se marcharon y los encomendó mucho a Dios, para que los condujera al lugar donde fueran, y le rogó a Lanzarote que regresara lo antes posible.

Emprendieron el camino y cabalgaron hasta que llegaron al mar, donde encontraron las naves que el rey había mandado preparar, tan ricas y hermosas como correspondía a semejante hombre; entran en las naves y se hacen a la mar en un momento tan difícil como era alrededor de la fiesta de Todos los Santos. A pesar de todo, tuvieron suerte y pasaron a salvo, sin que nadie muriera, ni ninguna nave quedara en mal estado, y llegaron con gran alegría a la parte de Gaula. Después de salir de las naves, con los arneses, tomaron las armas y se armaron, pues habían entrado en tierra que estaba en guerra. El rey Arturo dejó buenas guardas en las naves, para que no fueran quemadas ni incendiadas, y se marcharon y cabalgaron hasta que llegaron a la tierra de Gaula, que todavía estaba sin señor, pues los nobles no se habían decidido a quién nombrarían rey. Por la gran discordia que había entre ellos desde que el rey murió, llegó un conde de Alemania que se llamaba Frole, con gran abundancia de gente, pues tenía la intención de quedarse con el reino y si no se lo otorgaban de grado, se lo quedaría a la fuerza, pues era hombre muy poderoso, tanto por sus riquezas como por sus amigos. Era más grande que cualquiera, al que le sacaría la cabeza.

Cuando el rey Arturo llegó y supo cómo estaban las cosas, según le contaron, dijo que tenía más derecho al reino que los demás, «pues Faramón, que ya vivía en tiempos del rey Ban de Benoic, recibió la tierra del rey Uterpandragón, mi padre. Por eso, juro que no me iré de aquí hasta que le haya conquistado el reino y puesto bajo mis órdenes».

Toma entonces su guante y llama a Lanzarote, al que le dice:

—Lanzarote, adelantaos, pues quiero que recibáis el reino de Gaula, con el que os invisto mediante este guante; no sé de nadie en el mundo que lo pueda utilizar mejor que vos y por eso os ayudaré a defenderlo contra todos aquellos que pretendan resistiros.

Lanzarote toma el guante y le da muchas gracias al rey. A continuación, el rey llama a un noble que se llamaba Aram, que era discreto y buen hablador, y le dice:

—Aram, id por la tierra de Gaula y decidles a los nobles que por la discordia, que ha durado tanto tiempo entre ellos, les hago saber que les voy a dar como señor a un hombre que los defenderá contra todos y los gobernará de forma justa y recta, como debe hacer todo buen señor. Decidles lo que os he ordenado y si no lo aceptan, que sepan que les combatiré con todos mis poderes.

—Señor, cumpliré con el mensaje.

A continuación se marcha, después de pedir permiso, y cabalga hasta que llega al castillo llamado Bestot. Allí, descabalga y sube al palacio principal, donde encuentra a los nobles del reino que se habían reunido en parlamento para saber qué iban a hacer con el reino. El mismo Frole estaba con toda su gente armada, y había hecho tanto por el miedo que le tenían que casi todos le habían otorgado el reino. Al llegar Aram, les dijo:

—Señores, por la discordia que ha habido durante tanto tiempo entre vos, el rey Arturo os hace saber que os dará por señor a uno que os protegerá contra todos los hombres.

Al oír esto, se ponen muy contentos y le preguntan quién es ese buen caballero.

—Por mi fe, bien se le puede nombrar ante todos, como el mejor caballero del mundo, el más noble y el más querido; pertenece al linaje más importante: Lanzarote del Lago.

Lo hubieran aceptado todos con mucho gusto de no ser por el temor a Frole, que estaba delante de ellos armado con su mesnada. Este se adelanta y le dice al mensajero:

—Buen amigo, vuestro señor está loco, pues quiere tener la tierra que me ha sido dada. Id y decidle de mi parte que se vuelva a su tierra, que es grande, y me deje ésta, pues bien puede estar sin ella y conformarse con la que tiene; si quiere retarme, que sepa que nunca emprendió locura semejante. Si consigue que me cuelgue el escudo del cuello, no escapará sin que le corte la cabeza.

—Buen señor —le contesta Aram—, si todo lo que decís fuera verdad, mal nos iría. Pero me consuela mucho que nunca se cumple todo lo que el loco piensa: os desafío de parte de mi señor y tendréis batalla a muerte al mediodía, si es que os atrevéis a esperar.

Frole contesta que le parece bien.

Aram cabalga hasta que regresa ante su señor y le dice lo que había encontrado y que los de Gaula lo habrían aceptado si se hubieran atrevido, y le contó el orgullo manifestado por Frole.

—¿Ciertamente es así? Entonces sólo queda ponernos en marcha y disponernos pronto y rápidamente, pues sentiré mucho si no hago que Frole se dé cuenta en breve de su locura.

Se disponen lo mejor que pueden, montan los caballos fuertes y rápidos; el rey pone en orden los cuerpos de su ejército, forma diez de ellos, todos con buen jefe, y coloca por encima de todos a Lanzarote como capitán mayor.

Después de que estuvieron ordenados y dispuestos, empezaron a cabalgar, hasta que llegaron bastante cerca de Bestot, el castillo del que Frole había salido con sus gentes armadas para recibir al rey Arturo. Cuando los dos se vieron, temieron el choque, debido a la gran cantidad de gente que tenían por ambas partes. Se atacan con fuerza unos y otros: habríais oído gran estruendo y enorme griterío al quebrar las lanzas; fueron muchos los caballeros muertos y caídos que no pudieron levantarse. Lanzarote, que había roto la lanza, tomó la espada como hombre deseoso de realizar proezas con las armas, pues hacía mucho tiempo que no había hecho nada. Empieza a golpear y a derribar en medio del camino a cuantos encuentra, matando caballeros y caballos y realizando tales maravillas que no había nadie que lo viera que no dijera que era un diablo, «pues un hombre mortal no podría hacer tanto como él hace, ya que va arriba y abajo, parte caballeros y caballos de una lanzada o de un tajo». No hay nadie, por atrevido que sea, que ose esperar su golpe; y realiza tales hazañas que muchos de los enemigos dejan de combatir para contemplarlo y él da valor y atrevimiento a todos los de su parte, ganándole tierra a la gente de Frole y haciéndoles retroceder más de un tiro de arco. Va buscando por las filas y salvando a sus gentes cuando las ve en mala situación; de tal forma dura el combate desde la hora de nona hasta la noche; Frole ha perdido a muchos hombres, que han quedado muertos, y hubiera perdido más de no ser porque la noche hizo que se separaran pronto: lo sintió mucho el rey Arturo, que ve que Frole habría sido derrotado si hubieran permanecido más tiempo en el combate. Pero tuvieron que separarse; Frole regresó pesaroso y preocupado por haber perdido tanto en esta batalla; llama a un mensajero, le hace saber su voluntad y le envía al rey Arturo, que se había alojado y había hecho plantar pabellones bastante cerca del castillo.

El mensajero llegó ante el rey, a su tienda en la que se había hecho desarmar, y en la que estaba acompañado por Lanzarote. El mensajero le dice:

—Rey Arturo, me envía a ti el valiente Frole, que te hace saber que le parece mal que tu pueblo y el suyo mueran de tal manera, sin haberlo merecido. Por eso pide que combatas cuerpo a cuerpo con él, vosotros dos solos. Si puedes vencerlo con la cortante espada, te declarará libre; si él te derrota, quedarás a su merced para hacer lo que él quiera: de esta forma no morirá más que uno de vosotros.

Al oír este mensaje, el rey Arturo siente más aprecio por Frole que antes y le dice al mensajero:

—Ya que Frole desea combatir, lo podrá hacer tal como quiere, y por su petición ha obrado como hombre de gran valor.

Se adelanta entonces Lanzarote y le dice al rey que le conceda el combate, y éste le contesta:

—Lanzarote, Frole me ha pedido que combata yo contra él a solas, y es justo que así sea. Si él hiciera combatir a otro, vos podríais hacerlo por mí; por otra parte, os he dado esta tierra y os debo proteger contra todos, pues si vos libráis el combate y vencéis, se podría decir, y sería verdad, que vos conquistasteis la tierra gracias a vuestro propio valor y yo habría faltado a mi promesa: por todo ello tengo que combatir personalmente, si no quiero faltar a mi juramento. Por eso os ruego que no os pese que no os conceda el combate, pues no puede ser de otra forma.

A continuación, el rey le dice al criado:

—Buen amigo, ve a tu señor y dile que ya que quiere combatir, podrá hacerlo tal como ha dicho.

De este modo queda fijado el encuentro para el día siguiente por la mañana, en una isla que había bajo el castillo y que entonces se llamaba Isla de Roldan. El día siguiente por la mañana, tan pronto como el sol salió, después de que el rey oyera misa, éste fue con Lanzarote y sus nobles al campo de batalla. El rey se hizo armar bien, con riqueza, e hizo que lo pasaran a la isla. Cuando ya estuvo en ella, hizo que le sacaran el caballo.

Al ver al rey, Frole lo estimó poco, pues era pequeño, y le dijo:

—Rey Arturo, antes de que sigas adelante, te aconsejo que no combatas y que te vuelvas a tu tierra, que es grande, y me dejes ésta que me ha sido otorgada, pues sería una gran desgracia que te matara, y bien sabes que no me puedes durar mucho.

—Frole, si pensara que me deberías matar, haría contigo la paz más honrosa que pudiera; pero me tranquiliza el tener la razón y que tú no la tengas: estate seguro de que no te temo.

—¿No? Por Dios, entonces te desafío.

Montan a caballo, se alejan el uno del otro y luego van a encontrarse tan rápidamente como pueden sus caballos, golpeándose de tal forma que las puntas de las lanzas atraviesan los escudos y las cotas de malla, entrando en la desnuda carne y haciendo que choquen con violencia los cuerpos y los escudos, y ellos caen al suelo por encima de la grupa del caballo, quebrándose las lanzas en la caída; permanecen buen rato en el suelo, tan aturdidos que no saben si es de noche o de día; el rey Arturo es el primero en ponerse en pie; desenvaina la espada y ataca a Frole, que se estaba levantando; van el uno contra el otro, malheridos, y se dan grandes golpes en los yelmos, se despedazan los escudos, se rompen las cotas en los hombros y en los costados y hacen volar las mallas a la verde hierba, de tal forma que el campo queda sembrado en donde están combatiendo; están tan cerca el uno del otro que la sangre vuela tras los golpes de las espadas y Frole se encuentra con tal resistencia por parte del rey Arturo que se queda sorprendido, pues pensaba que no hubiera tanto atrevimiento y valor ni en dos hombres semejantes; se mantienen el uno frente al otro con tanto esfuerzo que ninguno de los dos puede ganar ni un pie de terreno: de tal modo dura el combate desde la hora de prima hasta mediodía, sin que en ningún momento se pudiera saber quién llevaba la mejor parte.

Pero entonces empieza a cansarse Frole, pues se había precipitado en golpear al rey. El rey le hacía fallar en muchas ocasiones y tenía mejor espada que Frole, que además había perdido mucha sangre y eso es lo que le hace estar en peor situación. El rey, que se da cuenta de que se está cansando, le ataca cada vez más y lo golpea en el yelmo tan a menudo que lo deja aturdido y no se puede mantener en pie, sino que cae de rodillas. Vuelve el rey y le golpea y le da tantos tajos que lo hace caer. Entonces se le echa encima del cuerpo, le sujeta el yelmo y tira de él con fuerza, pero no puede arrancárselo. Frole, que tenía mucha fuerza y había recuperado el aliento, se vuelve a levantar con dificultades, como hombre esforzado, y ataca al rey intentando sujetarlo con los brazos, pues si lo hubiera conseguido, pensaba que no le duraría mucho. Pero el rey, que era de gran habilidad, salta hacia atrás, arroja el escudo al suelo y toma la espada con las dos manos, atacando a Frole tan encolerizado que no puede más, y le golpea en el yelmo con tal tajo que le hunde la hoja más de dos dedos y si la espada no se le hubiera vuelto, lo habría matado sin solución. El golpe fue grande y pesado y Frole quedó aturdido, cayendo al suelo completamente extendido, pues además le faltaba mucha sangre que había ido perdiendo. El rey lo sujeta por el yelmo, le rompe los lazos y lo arroja lejos; le baja la ventana y le da un gran golpe con el puño de la espada en la cabeza, a la vez que le dice que lo matará si no se da por vencido. Frole, que es traidor y orgulloso, le contesta que no quedará humillada su fama de caballero ante él, y que nadie podrá considerarlo cobarde.

—¿No? Por la Santa Cruz, entonces moriréis ahora mismo.

Le responde que no le importa; el rey levanta la espada y le da tal golpe que le hace volar la cabeza. Luego, mete la espada en la vaina.

Lanzarote se acerca muy alegre y le dice:

—Señor, por Dios, bien merecéis el reino, que bien lo habéis conquistado.

El rey se hace desarmar y manda que un médico le mire las heridas; éste le dice que no tiene ninguna herida que no se le cure en breve. Entonces, el rey ordena que se preparen todos para ponerse en marcha el día siguiente por la mañana para ir contra el rey Claudás.

En el momento que el rey decía estas palabras había allí un espía de Claudás que las oyó; de inmediato se marchó y cabalgó noche y día hasta llegar a la ciudad de Gaunes y presentarse al rey Claudás, al que le cuenta todo lo que había oído del rey Arturo, cómo le había dado muerte a Frole y que Lanzarote había ido con él y que llegarían a la ciudad de Gaunes en tres días.

Al oír estas noticias, Claudás se siente muy a disgusto y se dice a sí mismo que sería demasiado loco si esperara a los dos hombres que Fortuna ha levantado más arriba del mundo. Llama a su hijo Claudín, que era en el que más confiaba, y le dice todo lo que el mensajero le había contado.

—Te ruego que me aconsejes lo mejor que puedas, según tu parecer.

—Por Dios, señor, no sé aconsejaros, pues es mucho el daño que le causasteis a Lanzarote, al que privasteis de sus tierras cuando era niño pequeño de cuna, y cuyo padre murió por el dolor que tuvo porque le habíais quitado sus posesiones. Sé que nadie os podrá salvar si os apresa. En cuanto al rey Arturo, habéis cometido tantos daños que no quisisteis haceros vasallo suyo y pusisteis vuestras tierras bajo el dominio de Roma: no veo cómo pueden perdonaros su cólera.

—Ya que no sabes qué consejo darme, lo pensaré yo.

Se marcha y ve a un escudero, al que había criado desde pequeño; lo llama y le dice:

—¿Podría fiarme de ti?

—Señor, por Dios, ¿qué decís? Os aseguro que cualquier cosa que me digáis no la descubriré.

—Entonces, te diré lo que vas a hacer. Tengo que hablar con un santo ermitaño que hay lejos de aquí; llevaré abundantes riquezas para un asunto mío; para eso es necesario que prepares tres acémilas buenas y fuertes: una para mí, otra para ti y otra para que lleve las riquezas que te entregaré, y dos palafrenes para dos caballeros que me acompañarán.

De esta forma lo hace el criado, tal como Claudás le manda, preparan el asunto lo mejor que pueden, sin que nadie se entere salvo dos caballeros, a los que les dice su secreto. Se pusieron en marcha por la noche, tan pronto como todos estaban en el primer sueño, y nadie se enteró menos ellos tres; cabalgaron y cuando llegó el día estaban a doce leguas largas de allí. Entonces, Claudás mira y ve venir tras ellos a un criado a pie, al que le dice:

—Vuelve a Gaunes y diles a los que encuentres allí que me voy con el emperador a Roma y que terminen lo mejor que puedan, pues yo no volveré a ayudarles. Que tengan por seguro que de ninguna manera los dejaría si pensara conseguir la paz con el rey Arturo y con Lanzarote.

El criado regresa a Gaunes, donde encontró a los nobles desconsolados porque no sabían a dónde había ido el rey Claudás. Entonces les dice el criado lo que le había ordenado. Al oír esta noticia, se quedaron asombrados y se reunieron hasta decidir que prenderían fuego a la ciudad por la noche y se darían a la fuga. Pero Claudín no lo quiso aceptar y dijo que tal deslealtad no sería hecha en ningún sitio donde él estuviera, pues no lo haría por amor a Lionel y a Boores, de quienes debería ser la ciudad:

—Son valientes y buenos caballeros; aunque yo haya sido enemigo suyo, a partir de ahora quiero ser su amigo y quiero mostrarles mi buena voluntad, porque son valerosos y caballeros extraordinarios.

Y no tenía ninguna intención de retener la ciudad frente a ellos.

—¿Qué haréis entonces? —le preguntan los demás.

—Me quedaré hasta que llegue el rey Arturo y si veo que puedo resistir en la ciudad, lo haré.

—Lanzarote —le contestan— odia tanto a vuestro padre, el rey Claudás, que si os puede prender, os destruirá sin tener compasión.

—No temo, pues Lanzarote es un caballero muy bueno y un buen caballero no cometerá nunca daño a otro buen caballero, a no ser que le haya causado un gran mal o que tenga el diablo en el cuerpo.

De esta forma se quedó Claudín en la ciudad y los otros, que tenían miedo, se marcharon llevándose todas las riquezas que pudieron. El rey Arturo, que ya se había ido de donde mató a Frole, se apresuró y al tercer día llegó a Gaunes; salieron a su encuentro los nobles de Logres y lo recibieron con gran alegría. Al descabalgar el rey y Lanzarote, vieron salir de la ciudad a Claudín, a Canart, a Esclamor y a otros caballeros vestidos con gran riqueza, con telas de seda, aunque era en invierno; montaban hermosos caballos e iban derechos a los pabellones; Claudín llevaba las llaves de la ciudad en la mano. Cuando Boores lo vio, le dice al rey:

—Señor, ¿veis al caballero que cabalga delante de los demás?

—Sí.

—Sabed que es el mejor caballero del mundo, salvando el honor de mi señor Lanzarote.

El rey se sorprende y le pregunta a mi señor Galván si es cierto y éste le contesta que sí. Mientras, Claudín desmontó delante de los pabellones, junto con sus compañeros. Se presenta al rey y se arrodilla delante de él, diciéndole:

—Señor, tomad las llaves de la ciudad, pues os las entrego para que hagáis según vuestra voluntad, ya que el rey Claudás, que es mi padre, hace tres días que se marchó y no sabemos a dónde.

Al oír los nobles que se había ido, se quedaron muy preocupados y le dijeron al rey que recibiera las llaves; y éste las toma. Entonces van a la ciudad; el rey entró el primero y Lanzarote después.

De esta forma le fue entregada la tierra al rey Arturo. Tres días más tarde llegó la madre de Lanzarote con gran séquito de monjas; nunca hubo alegría semejante como la que hizo a Lanzarote y a sus dos sobrinos, Boores y Lionel, y al rey Arturo también le mostró una gran alegría. Luego llegó mi señora del Lago con gran acompañamiento de caballeros y le mostró gran gozo a Lanzarote. Se marchó la madre y se dirigió a la abadía, donde murió ocho días más tarde. Lanzarote hizo que la enterraran con tanta riqueza como correspondía a tan alta dama.

Luego, el rey le dijo a Lanzarote:

—Lanzarote, hemos ganado esta tierra y el reino de Gaula: os aconsejo que toméis la corona y seáis nombrado rey en estas Navidades.

Lanzarote le contesta que de ninguna manera lo haría, pero que hiciera rey de Benoic a su hermano Héctor y a Lionel, del reino de Gaula. El rey lo acepta, Lanzarote llama a su hermano Héctor y le dice:

—Buen hermano, tomad el reino de Benoic, que mi padre y el vuestro tuvo durante largo tiempo.

Éste lo recibe. Después llama a Lionel y le dice:

—Buen primo, tomad el reino de Gaula y recibid la corona de manos del hombre más valioso del mundo.

Luego, llama a Boores y le dice que quiere investirle con Gaunes, y Boores le responde:

—Señor, ¿qué queréis hacer? Si yo quisiera recibir el honor de un reino, vos no deberíais permitirlo, pues tan pronto como lo reciba tendré que abandonar los hechos de armas, quiera yo o no, y sería mayor honor seguir como caballero, bueno aunque pobre, a ser rey rico y cobarde. Del mismo modo que lo digo de mí, lo digo de Héctor vuestro hermano, pues sería pecado mortal que lo sacarais de tan altos hechos como realiza y de tan grandes hazañas para hacerlo rey, pues no le faltará corona si vive mucho tiempo, pero si abandona la caballería, nunca jamás la recuperará y no lograremos nada de lo que hemos emprendido.

Habló tanto Boores con Lanzarote que al final consiguió sacarlo de su propósito, y le dijo al rey y a mi señor Galván que no haría más de lo que ya había hecho. Al oírlo el rey, lo sintió más que nadie; pero dejaron de hablar de ello, pues vio que a Lanzarote no le agradaba. Permaneció en Gaula hasta Pascua. Entonces reunió una corte grande y admirable en la ciudad de Gaunes, en la que se juntó tanta gente que era extraordinario de ver. Quince días después de Pascua se marchó, pues los nobles que estaban con él le dijeron que volviera a Bretaña, y así lo aceptó: se marcharon de Gaunes y cabalgaron hasta el mar; pasaron al otro lado tan pronto como pudieron y cabalgaron hasta Camalot, adonde llegaron ocho días antes de Pentecostés.

Cuando la reina, que había permanecido en el país, oyó decir que el rey regresaba, se puso muy contenta por él y por Lanzarote, pues sabía que volvería con él. Salió a su encuentro con gran acompañamiento de damas y doncellas y recibió al rey y a los demás nobles con el mayor honor que pudo. Ya en Camalot, el rey hizo llamar a todos sus nobles de Bretaña y a todos aquellos que tenían tierras y feudos de él, haciéndoles saber que reuniría corte el día de Pentecostés y que sería la mayor y más extraordinaria de cuantas había tenido. Les ordenó que acudieran con las mayores honras posibles. La noticia, que se difundió con rapidez, pronto fue conocida en Escocia y en Irlanda y en todas las islas del mar cercanas; se prepararon los caballeros, las damas y las doncellas para cumplir la voluntad del rey y para ver la gran fiesta, según pensaban que sería.

Corrió la noticia lejos y cerca y la conocieron en la corte del rey Pelés. Su hija, que había tenido a Galaz de Lanzarote, y que lo quería tanto como una mujer puede querer a un hombre, pidió permiso a su padre para que la dejara asistir a la fiesta y éste se lo concedió con mucho gusto. Cuando tuvo el consentimiento, tomó a su aya Brisane, y hasta un total de ochenta damas, y llevó consigo a Galaz, al que portaba un escudero delante de sí en un palafrén, fuerte, rápido y de cómodo andar; de esta forma cabalgó hasta llegar a Camalot la víspera de Pentecostés, y desmontaron en el patio de abajo. El rey le salió al encuentro y le dio la mano para llevarla arriba. Al saber quién era, le mostró tan gran alegría como le había mostrado Boores en cuanto la vio, pero no fue nada en comparación con la que le mostró a Galaz.

Cuando los de la corte vieron su gran hermosura, dijeron con gran firmeza que nunca habían visto mujer tan bella. La reina le mostró la alegría que pudo al ver su gran belleza y al saber que pertenecía a tan alto linaje; le dejó una parte de su habitación para ella y para que colocara sus cosas. Lanzarote, al verla tan bella, se dijo a sí mismo que hubiera hecho gran crueldad si la hubiera matado; se arrepiente de sus intenciones de tal modo que no se atreve ni a mirarla. La joven, que lo ama tanto como a nadie, lo mira con gusto y se deleita en contemplarlo, lamentándose en secreto porque no la mira tan de grado como ella, y no se lo oculta a su aya, a la que le dice:

—Señora, obré como muy loca al poner mi corazón en tan alto hombre como es Lanzarote, que no se digna ni en mirarme.

—No os preocupéis, doncella —le responde Brisane—, pues, por Dios, antes de que nos vayamos de aquí lo pondré bajo vuestro dominio, de tal forma que no habrá cosa que deseéis tener de él que no la obtengáis.

Empezó la fiesta, grande y entretenida, la víspera de Pentecostés, y fue más estimada por la doncella, a la que el rey y todos los demás tuvieron por tan hermosa que se esforzaban en servirla todos, los pobres y los ricos. Por encima de todos, le hacen honores los tres primos, Boores, Héctor y Lionel, y lo hacían por Lanzarote, pues sabían lo que había ocurrido entre él y la doncella, y no había nada que contemplaran con tanto gusto como a su primo, el niño que se llamaba Galaz.

El martes por la tarde, después de Pentecostés, la reina le dijo a Lanzarote que enviaría en su busca mediante una doncella y él le contestó que acudiría tan pronto como enviara por él, pues amaba mucho a su señora la reina. Brisane, que era muy astuta y que estaba pendiente de cómo engañar a Lanzarote, oyó estas palabras y se puso muy contenta; le dijo a su doncella que por la noche le llevaría a Lanzarote, que podía estar segura de ello. La joven le contestó que le agradaría mucho y que tendría un gran gozo, pues amaba a Lanzarote más que cualquier mujer a ningún hombre.

Aquella noche, cuando todos se habían acostado, Brisane, que temía que la reina sorprendiera a Lanzarote antes que ella, se acercó a la cama de Lanzarote y le dijo:

—Señor, mi señora os espera; daos prisa en acompañarnos.

Éste, pensando que es la mensajera de la reina, le contesta:

—Señora, voy…

Salta en calzas y camisa y la dama lo toma por la mano y se lo lleva a la cama de la doncella, acostándolo a su lado. Disfruta como hacía con su señora la reina cuando dormía con ella, pues ciertamente pensaba que era su dama. Con tal alegría y deleite se quedaron dormidos los dos, él a un lado y ella al otro; los dos se tienen por dichosos; él, porque piensa estar con su dama, y ella, porque está con la cosa del mundo que más le agradaba. Mientras tanto, la reina está en su cama esperando que llegue Lanzarote; después de haberlo esperado durante un buen rato, al ver que tarda tanto, se pregunta sorprendida qué puede ser, pues nunca le ordenó nada que no lo hiciera de inmediato. Llama a su prima, la que había estado prisionera en Gaunes tanto tiempo, y en la que confiaba tanto que le había contado su relación con Lanzarote, y le pide que vaya a su cama y lo traiga; le contesta que lo hará con mucho gusto.

La doncella va directamente adonde Lanzarote se acostaba y toca toda la cama, pero no encuentra nada; vuelve a tocar por arriba y por abajo, pero es en vano, pues no estaba. Después de buscarlo, regresa a su dama y le dice que no lo encuentra. Al oírlo, la reina no sabe qué pensar, más que se ha ido de la habitación; espera aún un rato y después vuelve a enviar a la doncella, que no lo encuentra más que la primera vez; vuelve a contárselo a su señora, que lo siente más que nada. La habitación en la que dormía la reina era grande y ancha, de forma que la hija del rey Pelés y sus doncellas tenían una parte y la reina y su prima estaban en la otra mitad; y había mandado que se retiraran las doncellas de su alrededor aquella noche, para que no se dieran cuenta de la visita de Lanzarote.

Pasada la medianoche Lanzarote empezó a lamentarse entre sueños, tal como ocurre muchas veces, que la gente se queja. La reina reconoció a Lanzarote tan pronto como oyó los lamentos y se dio cuenta de que estaba acostado con la hija del rey Pelés; sintió tal dolor que hizo algo por lo que después se arrepentiría mucho, pues Lanzarote no quería molestarla en nada. Lo sintió tanto que no hay nadie que os lo pueda contar: no pudo retenerse, se puso en pie y empezó a toser. Entonces se despertó Lanzarote y oyó a la reina lejos y la reconoció, a la vez que notaba a la otra a su lado: de inmediato se dio cuenta de que había sido engañado. Se viste la camisa y pretende marcharse, pero la reina, que se había adelantado para cogerlos juntos, lo sujeta por el puño, reconociendo la mano que muchas veces había visto, y pensando que va a perder el juicio, le dice:

—Ay, ladrón, traidor desleal, que en mi habitación y delante de mí habéis cometido vuestra felonía, huid de aquí y no volváis jamás a ningún sitio donde yo esté.

Cuando Lanzarote oyó esta orden, no quiso decir una sola palabra más, y se marchó tal como estaba, sin vestirse. Baja al patio y se dirige al jardín, entra en él y emprende el camino hasta que llega a la muralla de la ciudad: sale por un postigo. Cuando ya estaba fuera de Camalot, al acordarse de su dama y de las grandes alegrías que había tenido con ella muchas veces, y al pensar que ahora tendrá que sufrir y soportar las desgracias, los pesares y los esfuerzos sin ella, se entristece y empieza a dolerse, a arrancarse los cabellos, que eran tan hermosos, y a arañarse el rostro de forma que la sangre le sale por todas partes. Se lamenta y maldice a la Fortuna, que ha sido tan cruel y traidora, pues hasta entonces había sido el hombre más bienaventurado del mundo y ahora se encuentra en tal situación que el resto de su vida tendrá que dedicarlo a llorar y a verter lágrimas y a vivir en la desgracia. Esto le mete el dolor en el corazón y preferiría haber muerto, sin importarle con qué clase de muerte.

De esta manera se lamenta Lanzarote y se atormenta hasta que llega el día. Cuando ve que viene el día y que tiene que irse, lo siente tanto que no sabe qué hacer, y dice:

—Ay, Camalot, buena y hermosa ciudad, bien provista de caballeros, bienaventurada por la belleza de las damas, en ti empecé a vivir.

Esto lo decía porque pensaba que había vivido gracias a su señora.

—También he tomado en ti el comienzo de la muerte y sin lugar a dudas he caído en la enfermedad por la que moriré.

Entra en el bosque gritando:

—Muerte, Muerte, apresúrate en venir a mí, pues ya me he cansado de vivir.

Cabalgó por el bosque durante tres días de esta forma, sin beber ni comer, por los lugares más apartados que conocía, como quien no quería ser reconocido por nadie que le encontrara. Durante seis días estuvo Lanzarote así, haciendo tal duelo que resultaba extraordinario cómo podía vivir; en ese tiempo, como no encontraba consuelo, no comió ni bebió: perdió el sentido de tal forma que no sabía lo que hacía y no había nadie, ni hombre ni mujer, con quien no se peleara en cuanto lo encontraba; causó graves daños a muchas gentes en ese tiempo, pues maltrataba a las damas y a las doncellas que veía antes de separarse de ellas: sorprende que por eso no fuera matado en alguna ocasión.

Pero la historia deja ahora de hablar de él y vuelve al rey Arturo y a los que están con él.

Historia de Lanzarote del Lago
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
Section0112.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
Section0116.xhtml
Section0117.xhtml
Section0118.xhtml
Section0119.xhtml
Section0120.xhtml
Section0121.xhtml
Section0122.xhtml
Section0123.xhtml
Section0124.xhtml
Section0125.xhtml
Section0126.xhtml
Section0127.xhtml
Section0128.xhtml
Section0129.xhtml
Section0130.xhtml
Section0131.xhtml
Section0132.xhtml
Section0133.xhtml
Section0134.xhtml
Section0135.xhtml
Section0136.xhtml
Section0137.xhtml
Section0138.xhtml
Section0139.xhtml
Section0140.xhtml
Section0141.xhtml
Section0142.xhtml
Section0143.xhtml
Section0144.xhtml
Section0145.xhtml
Section0146.xhtml
Section0147.xhtml
Section0148.xhtml
Section0149.xhtml
Section0150.xhtml
Section0151.xhtml
Section0152.xhtml
Section0153.xhtml
Section0154.xhtml
Section0155.xhtml
Section0156.xhtml
Section0157.xhtml
Section0158.xhtml
Section0159.xhtml
Section0160.xhtml
Section0161.xhtml
Section0162.xhtml
Section0163.xhtml
Section0164.xhtml
Section0165.xhtml
Section0166.xhtml
Section0167.xhtml
Section0168.xhtml
Section0169.xhtml
Section0170.xhtml
Section0171.xhtml
Section0172.xhtml
Section0173.xhtml
Section0174.xhtml
Section0175.xhtml
Section0176.xhtml
Section0177.xhtml
Section0178.xhtml
Section0179.xhtml
Section0180.xhtml
Section0181.xhtml
Section0182.xhtml
Section0183.xhtml
Section0184.xhtml
Section0185.xhtml
Section0186.xhtml
Section0187.xhtml
Section0188.xhtml
Section0189.xhtml