XLIV
Según cuenta la historia, el rey Arturo estuvo durante mucho tiempo en Carduel, y no ocurrían muchas aventuras, con lo que se aburrían los compañeros, porque llevaban mucho tiempo allí sin ver nada de lo que estaban acostumbrados a ver. Y al senescal Keu le molestaba más que a nadie: hablaba frecuentemente y decía ante el rey que aquella inactividad era muy aburrida y que ya duraba demasiado.
—Keu —le pregunta el rey—, ¿qué queréis que hagamos?
—Yo aconsejaría que fuéramos a Camalot.
Al día siguiente se iban a poner en marcha, pero por la noche le ocurrió al rey una cosa extraordinaria, pues soñó que se le caían todos los pelos de la cabeza y de la barba; esto le asustó mucho y por eso se quedaron en la ciudad. Tres noches más tarde volvió a soñar que se le caían los dedos de las manos; se asustó más que antes, y se lo dijo a su capellán:
—Señor —le contestó—, no os preocupéis, pues los sueños no son nada.
Después se lo dijo a la reina que le respondió lo mismo.
—Por Dios —exclamó—, no me conformo con eso. Convoca a sus obispos en Camalot veinte días más tarde, y que lleven a los clérigos más sabios que conozcan.
Entonces se va de Carduel, deteniéndose en sus castillos y fortalezas, de modo que llega a Camalot quince días más tarde y cinco días después acudieron los clérigos.
Les pide que le aconsejen acerca de su sueño; ellos eligen diez de los más sabios y le dicen que serán éstos quienes le darán consejo, si es que alguien puede hacerlo. El rey hace que los encierren y les dice que no saldrán de la prisión hasta que le expliquen el significado de sus sueños. Durante nueve días comprobaron sus conocimientos, y al cabo le dijeron al rey que no habían llegado a ninguna conclusión.
—Me da igual —les dice el rey—, no os dejaré salir. Le piden entonces un nuevo plazo, y él se lo concede. Vuelven a decirle que no han conseguido averiguar nada, «pero dadnos tres días más, igual que vos soñasteis con tres noches de diferencia».
—Os daré ese nuevo plazo, pero no tendréis ninguno más.
Al cabo de los tres días le dijeron que no habían llegado a ninguna conclusión.
—Me da igual. Haré que os maten a todos si no me decís la verdad.
—Podéis hacer con nosotros lo que queráis, pues no os diremos nada más.
Entonces piensa el rey que hará que teman por sus vidas; manda que preparen una gran hoguera y ordena que arrojen a ella a cinco, y que los otros cinco sean ahorcados. Así lo ordenó ante ellos, pero les dijo en secreto a sus alcaides que no lo fueran a hacer, sino que sólo los asustaran. Llevaron a cinco a la horca y cuando tenían las cuerdas al cuello temieron por sus vidas y dijeron que si los otros cinco querían decir algo, que ellos también hablarían. La noticia llegó a los que iban a ser quemados, que dijeron que ya que los otros se habían ofrecido a confesar la verdad, que ellos también lo harían.
Se reunieron ante el rey, y el más sabio tomó la palabra:
—Señor, os vamos a decir lo que encontramos, pero no querríamos que nos considerarais malos ni mentirosos si las cosas no ocurren del modo que os diremos; desearíamos y deseamos que, sea como sea, nos prometáis que no nos sobrevendrá ningún daño.
El rey se lo promete. Y el sabio continúa:
—Señor, estad seguro de que perderéis todos los honores terrenales y aquellos en los que más confiáis os tendrán a su merced, pues así tiene que ser.
Ante estas palabras el rey se asusta y les pregunta:
—Decidme si hay algo que me pueda salvar.
—Señor, hemos visto una cosa, pero sólo pensarlo es una gran locura, y por eso no nos atrevemos a decíroslo.
—Hablad tranquilamente, pues no me podríais decir nada peor de lo que ya me habéis dicho.
—Os lo revelaré: nada os puede salvar de perder todo el honor si no lo hacen el león acuático y el médico sin medicina aconsejados por la flor. Esto nos parecía tal locura que no nos atrevíamos a decíroslo.
El rey se queda muy sorprendido con esto.
Otro día decidió ir al bosque a ejercitarse; se puso en marcha muy temprano y le dijo a mi señor Galván que iría con él y con Keu, el senescal, y con otros tres de su agrado.
Ahora, la historia deja al rey y a su compañía y vuelve al caballero cuyo nombre había llevado mi señor Galván a la corte; y habla a partir del momento en que se fue del lugar donde había combatido contra el caballero que le dio alojamiento.