XXXVII

Mi señor Galván y la doncella dejaron a la emparedada y cabalgaron hasta que salieron del bosque; entonces se encontraron en medio de una landa un rico pabellón. No se detuvieron en él, sino que pasaron de largo, pero no mucho tiempo después les dio alcance un escudero que montaba un veloz caballo de caza.

—Señor caballero —le dice a Galván—, mi señor os ordena que le enviéis o le llevéis a esta doncella.

—¿Quién es tu señor?

—Bruno el Despiadado.

—Ni se la voy a enviar ni la voy a llevar, si no va ella por su propia voluntad.

—Prefiero ir a que combatáis contra él, dice la doncella.

—No iréis hoy.

El escudero se vuelve y al cabo de un rato, llegó tras ellos Bruno, completamente armado, gritando muy alto:

—Dejadme la doncella o lo pagaréis muy caro.

—No lo haré.

Se enfrentan en medio de la landa. Bruno golpea a mi señor Galván con tanta fuerza, que la lanza le vuela en pedazos; mi señor Galván lo derriba, pero le sujeta el caballo y, devolviéndoselo, le dice:

—Tomad vuestro caballo, pues tengo otras cosas que hacer y me voy a ir.

—¿Quién sois vos que me devolvéis el caballo después de haberme derribado?

—Soy Galván.

—¿Qué es lo que buscáis?

—Buscamos al caballero de las armas rojas que venció en la asamblea.

—No os diré nada de lo que sé, pues voy a resolver mis propios asuntos, pero si dentro de quince días estáis en este mismo lugar, —os daré noticias fidedignas.

—Estaremos, si antes no nos enteramos de nada.

Sin decir más se separan. Mi señor Galván pasó toda la quincena sin tener noticias; volvió al lugar con la doncella, y allí encontraron a Bruno.

—¿Qué me ibais a decir?

—Os daré noticias, con tal de que me concedáis lo que os voy a pedir.

—Os lo otorgo, si es algo que yo os pueda y deba otorgar.

—Sabed que está en un castillo que la dama de Nohaut utiliza porque se lo han concedido dos hermanos, sobrinos suyos, que son sus dueños. He estado en él tres veces: la primera, lo vi ejercitándose en las armas, y al poco le dijo su médico: «Ya es suficiente, señor». El día siguiente lo vi allí mismo, y le cansaba el esfuerzo. Hoy ha sido el tercer día que lo he visto: había salido del castillo, llevaba un escudo al cuello y una lanza en la mano, y estaba probando a llevar armas. Basta con que vayáis a comprobarlo, y si es así, me tendréis que dar mi recompensa, y si no, no me deberéis nada.

Se van y cabalgan hasta llegar al castillo. Bruno se queda fuera, mientras que ellos se dirigen a las casas de la dama. El caballero herido oyó que llegaba mi señor Galván, y le dijo a su médico:

—Maestro, mi señor Galván viene; os ruego que le digáis que estoy muy enfermo.

—Con gusto, señor.

Lo acuesta entonces en una cama en una habitación oscura, y él vuelve a salir. Llegan en ese momento mi señor Galván y la doncella: la señora del castillo los recibe muy bien; después, mi señor Galván le dice al médico en secreto que le muestre al caballero, por lo que más quiera.

—Señor, no puede ser, pues está muy enfermo.

—Si yo no puedo verlo, al menos enseñádselo a esta doncella.

—Con gusto, le contesta sin preocuparse de más.

La lleva a la habitación y ella abre una ventana; cuando el caballero la ve, se tapa el rostro; ella corre hacia él para descubrírselo, pero él la agarra con la mano; lo sujeta por el brazo y ve la mano del caballero, la reconoce y empieza a besarlo, cayendo desmayada encima de él. Al volver en sí le dice:

—No hace falta que os tapéis.

Saca entonces unas cartas, rompe los sellos y lee que la doncella que se quedó en la Dolorosa Guardia saluda a Lanzarote del Lago, hijo del rey Ban de Benoic, y que seguirá en prisión el tiempo que él quiera, pero que sepa que se ha portado de forma villana con ella, mientras que ella le ha sido leal.

Cuando oye esto, siente una gran pena, llama a la doncella y le dice:

—Mi dulce hermana, id inmediatamente y decidle que le pido perdón, pues le he causado un grave daño; que salga ya, porque así lo deseo.

—Eso no puede ser, pues no saldrá si no os ve en persona o si no recibe el anillo de vuestro dedo.

—No se equivoca, pues donde está este anillo es como si estuviera yo. Tomad, llevádselo.

La doncella sale de la habitación riéndose, mientras que él le ruega que no revele a nadie su nombre. Al salir le pregunta mi señor Galván:

—Amiga, ¿qué me podéis decir?

—Algo.

—¿Me vais a decir el nombre del caballero?

—Os llevaré a un lugar en el que os enteraréis; es el mismo que venció en la asamblea.

Se marchan, encontrándose a Bruno que estaba esperándolos en la puerta.

—Señor Galván, ¿me debéis una recompensa?

—Sí; os seguiré hasta que os pueda dar algo de mi gusto.

De este modo se van los tres, y al cabo de tres días llegan a la Dolorosa Guardia. Mi señor Galván reconoce el castillo.

—Bien sé a dónde me lleváis, le dice a la doncella.

—Lo hago sólo por vuestro bien.

Se encuentran con la puerta cerrada; se dirigen entonces hacia la torre; desde fuera llaman a la doncella, pero el portero advierte que no entrarán.

—Entonces —dice la doncella—, tomad este regalo; llevádselo a la doncella que hay en esa torre.

Abre el postigo y ella le entrega el anillo del caballero de la litera. Vuelve a cerrar el postigo y va a ver a la doncella de la torre:

—Señora —le dice— ahí fuera hay una doncella y un caballero que os envían este regalo para poder entrar.

Contempla el anillo y dice:

—Volved con ellos y dejadlos entrar.

Regresa a la puerta y la abre para que pasen; la de la torre les sale al encuentro, diciéndoles:

—Sed bienvenidos. Me iré con vosotros cuando queráis.

Bruno se había quedado en la puerta.

—Doncella —le dice Galván—, aún no sé el nombre del caballero que permitió que mi señor el rey Arturo entrara aquí dentro.

La doncella que lo había acompañado aconseja a la otra, que le dice:

—Señor, os voy a revelar el nombre del caballero, pero tendréis que venir conmigo a donde yo os lleve.

Lo lleva entonces al cementerio y le enseña las tumbas.

—Aquí habéis estado en otra ocasión.

—Así es.

—Sobre esta tumba —le dice acercándolo a una de ellas— estaba escrito: «Aquí yace Galván, sobrino del rey Arturo; ésa es su cabeza»; con todos vuestros compañeros ocurría lo mismo, pero no había nada de eso, al menos cuando vos vinisteis.

—¿Cómo fue posible entonces?

—Ésos son los encantamientos de aquí.

—Decidme el nombre del caballero.

—Lo encontraréis escrito bajo esa lámina de metal.

Se acerca a ella e intenta levantarla, pelo no consigue nada, muy a pesar suyo.

—Doncella, ¿podré saber el nombre del caballero de otra forma?

—Sí, si me acompañáis hasta que lo encuentre; entonces os lo diré.

—¿Cómo puedo estar seguro de ello?

—Os lo prometo con lealtad.

—Os acompañaré.

Salen entonces del cementerio; la doncella monta un palafrén que le habían llevado. Al pasar la puerta se encontraron con Bruno.

—Señor Galván —le dice—, os reclamo mi don.

—¿Cuál?

—La doncella que habéis encontrado ahí dentro.

—Bruno, no la puedo entregar porque no es mía, y además os prometí sólo algo que yo os pudiera y os debiera dar.

—No hubo ninguna condición.

—Sí que la hubo: ésa. Y si queréis estoy dispuesto a someterme al juicio de los compañeros de mi tío; que sea lo que ellos digan, o combatiremos o haremos cualquier otra cosa.

Bruno le responde que no hará nada de eso, sino que lucharán inmediatamente, pero las doncellas le suplican tanto que al fin lo aplaza hasta la próxima asamblea, en que preguntarán a los caballeros qué deben hacer, pero con la advertencia de que si la decisión no le agrada a Bruno, volverá a combatir; mi señor Galván se lo concede. Pero ahora la historia no habla más de ellos, hasta haber hablado del caballero de la litera.

Historia de Lanzarote del Lago
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