IV
A continuación cuenta la historia que Claudás consiguió hacerse con toda la tierra del reino de Benoic y de Gaunes, porque el rey Bohores no vivió más que dos días, al saber que había muerto el rey Ban; en muchos sitios se cree que murió de pena por su hermano, y no a causa de la enfermedad que padecía.
El rey Bohores tenía dos hijos, Lionel y Bohores; eran extraordinariamente hermosos, pero eran muy pequeños todavía, pues Lionel sólo tenía veintiún meses y Bohores nueve. Los nobles y los caballeros de Gaunes defendieron la tierra tanto como les fue posible, y la reina Evaine —esposa de Bohores— se refugió en un castillo de su dote que se llamaba Montlair. Claudás conquistó toda la tierra menos este castillo, en el que estaban la reina y sus hijos, al que puso sitio cuando tuvo todo el país en su poder.
Cuando la reina vio su castillo asediado, no se atrevió a quedarse en él, temiendo que la afrentara si conseguía apresarla; huyó con sus dos hijos, pasó al otro lado de un río que corría al pie del castillo y llegó a un bosque que había sido suyo. Allí montaron a caballo la reina y su séquito y con poco acompañamiento se puso en marcha, dispuesta a no detenerse hasta que hubiera llegado al monasterio en el que estaba su hermana, la reina de Benoic. Llegó así a una hermosa landa con sus dos hijos.
En este lugar le ocurrió una gran desgracia, como os contaré: el rey Bohores había desheredado a un caballero porque le había causado la muerte a otro, que era hombre justo. El caballero que había sido desheredado por el homicidio, se pasó al lado de Claudás, pues conocía las alianzas y la fuerza de los dos hermanos. El rey Claudás lo estimaba, lo enriqueció y ensalzó, y le dio una partida de hombres para que fuera donde quisiera. El afecto fue mutuo y el caballero se esforzó en servir bien al rey y en mantenerlo como amigo.
El día que la reina iba de Montlair al monasterio en el que estaba su hermana, pasó por un bosque en el que estaba el rey Claudás cazando un jabalí muy grande en compañía del caballero desheredado; éste esperaba en un seto a Claudás, cuando se encontró con la reina y con sus dos hijos: rápidamente corrió a sujetar el caballo de la dama por el freno, y ella empezó a llorar con desconsuelo. El caballero toma a los dos niños, que iban en sendas cunas sobre una acémila, y se los lleva a su señor. No es necesario preguntar si la dama se afligió: sería imposible describir una tristeza mayor; se desmayaba con tanta frecuencia que todos los que la veían pensaban que no tardaría en morir.
Cuando el caballero vio tal dolor, se compadeció y le dijo:
—Señora, grandes males me produjisteis vos y el rey, que ha muerto, pero el corazón no me toleraría que os entregara a malas manos, pues en cierta ocasión me prestasteis un servicio que ahora os voy a recompensar: vos me salvasteis una vez de la muerte y sentisteis que yo fuera desheredado; os voy a devolver el favor sacándoos a salvo de este bosque, pero tenéis que dejarme a los dos niños: yo los protegeré y criaré hasta que sean mayores y si recobran la tierra, me beneficiará. Si no lo hacéis así, seréis afrentada si caéis en manos de Claudás el de Tierra Desierta.
La reina duda: piensa que no volverá a ver a sus hijos al dejarlos allí, pero teme —a la vez— la vergüenza y el dolor si cae en manos de su enemigo. Decide que más vale tener del mal, el menor y no padecer los dos males: siendo afrentada, sin duda, no evitará la muerte de sus hijos y, por eso, encomienda a los dos niños a Nuestro Señor y se los entrega al caballero, diciendo que prefiere entregárselos a ver cómo los descuartizan ante sus propios ojos; añade que los deja bajo la tutela de Dios y suplica al caballero que los cuide como debe, «pero, por Dios, sacadme de este bosque, para evitar que otro me aprese o moleste».
El caballero tomó a los dos niños, se los dio a aquellos en quienes confiaba más y acompañó a la dama fuera del bosque, a una abadía de legos. La deja allí, diciéndole:
—Señora, quedaos aquí hasta que un mensajero mío os diga que Claudás se ha ido.
La reina se quedó y cuando el caballero se marchaba, ella le cayó a los pies, rogándole por Dios que tuviera compasión de los dos niños y que no los entregara por codicia a sus enemigos; él se lo jura y promete por su fe que si reciben algún daño será porque no los habrá podido defender. A continuación se marchó; cuando llegó al lado de Claudás, el jabalí ya había sido cazado y había llegado la noticia de la toma de Montlair. Claudás estaba muy contento; cabalga sin detenerse hasta el castillo y se encuentra con que ya se había rendido a su gente, pues al irse la reina nadie se atrevió a resistir. Grande fue la cólera de Claudás porque no encontraron ni a la reina ni a los niños; se apoderó del castillo y así se hizo con los dos reinos.
La historia se calla y no dice nada más, y vuelve a la reina Evaine, mujer de Bohores de Gaunes.