CXXIII
Cuenta ahora la historia que cuando Paridés se separó de Lanzarote, cabalgó durante todo el día herido como estaba y llegó por la noche a la abadía en la que Lanzarote había dormido. Había en ella un fraile, hombre anciano, que era muy entendido en sanar heridas. Examinó por la noche la herida de Paridés y puso un ungüento que sabía que era bueno; luego, hizo que se acostara lo más a gusto que pudo. Por la mañana se levantó Paridés temprano y reemprendió el camino; cabalgó con cierto dolor hasta llegar a Wissant y allí se encontró al rey Bandemagus entre sus nobles. Se arrodilla ante él y le dice después de saludarlo:
—Señor, Lanzarote del Lago os hace saber que ha dado muerte a vuestro hijo Meleagant y os pide piedad a través de mí, a quien os envía para decíroslo.
Al oírlo el rey, tiene tan gran dolor en el corazón porque no tenía más hijos, que no puede seguir sentado, sino que cae al suelo desvanecido. Sus nobles corren a levantarlo y empieza entonces un duelo tan grande que no se oiría a Dios tronando: todos lloran por esta noticia. Cuando el rey vuelve en sí, le pregunta a sus nobles entre lágrimas si saben dónde se encuentra el cuerpo, a lo que le dicen que está en el Castillo de las Cuatro Piedras. El rey decide ir allí: hace que toda su gente monte, pero ordena que el caballero herido se quede, porque estaba gravemente dañado. Cabalga mientras dura el día y toda la noche, hasta que llega el día siguiente a la hora de nona al Castillo de las Cuatro Piedras; en la sala se encontró el cuerpo de su hijo, del que la cabeza había sido separada del tronco: en una litera yacían cabeza y cuerpo, pero estaba tan bien preparado con bálsamo y otras especias, que no podía salir mal olor.
Cuando vio el cuerpo de su hijo y tuvo entre las manos la cabeza tan llena de heridas, la besó mientras pudo mantenerse en pie; pero cuando el corazón no pudo soportar más la angustia que tenía, cayó el cuerpo desmayado entre sus nobles que lo retuvieron como pudieron. Permaneció en el suelo gran rato antes de recobrar el habla; al volver en sí, recomenzó el duelo y lamentó la muerte de su hijo con gran dulzura; durante todo el día hizo un duelo tan grande que yo no sería capaz de contároslo, pues no pudo ser consolado por nadie, y no bebió ni comió en todo el día, sino que lloró y se lamentó. La mañana siguiente, hizo que lo enterraran en una ermita con tan grandes honores como corresponde a hijo de rey. Después, se marchó de allí tan triste y dolorido que poco faltaba para que perdiera la razón. Cuando llegó a Wissant y vio a su mesnada alrededor, se acordó de su hijo, del que no había olvidado la muerte. Recomienza el duelo, tal que nadie de cuantos lo veían dejaba de sentir compasión, y no cesa ni de día ni de noche.
El rey Bandemagus llora de este modo, se lamenta y se duele por la muerte de su hijo Meleagant, censurando a la Muerte lo más que puede, diciendo:
—Ay, Muerte traidora y cruel, ¿cómo te atreviste a acercarte a mi hijo?
Por otra parte amenaza a sus nobles, diciéndoles:
—Si lo hubierais guardado bien, todavía no habría muerto, pero os habéis comportado de forma que os odiaré con odio mortal el resto de mi vida, y no tengáis la esperanza de que me consuele, pues esta pérdida es irreparable.
Pero ahora la historia deja de hablar de él y vuelve a Lanzarote del Lago y al rey Arturo.