XCV

Cuenta ahora la historia que fue grande la alegría y la honra que le hicieron a Lanzarote en Escalón el Tenebroso, cuando conquistó la gran gloria debido a su valor como caballero sobre las tinieblas, a las que consiguió hacer desaparecer y que volviera la claridad al monasterio y al castillo. Por la mañana —según cuenta la historia—, después de que él, mi señor Yvaín y la doncella oyeron misa, se pusieran en marcha y cabalgaron, tal como ella les llevaba, lo más recto posible hacia el Valle de los Falsos Enamorados, y les ocurrió que se encontraron con el vasallo que le había dado hospedaje al duque; éste les cuenta las noticias tal como las conocía. Cuando se alejaron de él, cabalgaron muy deprisa, pues mucho les tarda alcanzar al duque; llegaron a la hora de nona a la capilla que separaba los dos caminos y encontraron al escudero que esperaba al duque allí: les contó que se había separado de él y a qué hora había ocurrido. Cuando lo oyen, se quedan sorprendidos, y les pesa no haberlo alcanzado. Lanzarote le pregunta que durante cuánto tiempo había ido con él.

—Señor —responde—, dos largas jornadas.

Al ver a la doncella, la reconoce muy bien y ella a él, mostrándose ambos una gran alegría.

—Bueno, señor —pregunta el vasallo—, ¿qué vais a hacer con el duque? ¿Vais a dejar el Valle sin saber noticias de él? Él no os hubiera dejado, aun a riesgo de morir.

—Así me salve Dios —contesta Lanzarote—, no se quedará de tal forma, pues iremos tras él y veremos por qué no puede salir ningún caballero del Valle.

Lanzarote toma entonces el camino de la izquierda, con mi señor Yvaín y la doncella, que deseaba aumentar la fama de Lanzarote con todas sus fuerzas. Cuando llegaron a la entrada de la cerca que parecía ser humo, la doncella le dijo a Lanzarote:

—Superad las aventuras que encontréis, y no sintáis vergüenza, pues algunos de vuestros compañeros no han logrado llevarlas a término; ésta es una de las más difíciles de cuantas hay en todos los dominios del rey Arturo, ya que no ha conseguido salir de aquí ningún caballero que hubiera entrado. Si queréis, vos —añade, dirigiéndose a mi señor Yvaín—, intentad antes esta aventura o Lanzarote se ocupará de ella, y después tomad vos la que venga y Lanzarote se quedará con ésta.

Mi señor Yvaín teme mucho a la doncella y tiene miedo de que si rechaza esta aventura, ella se lo tome como maldad y que sólo lo diga para probarle: le contesta que con mucho gusto se ocupará primero de esta aventura; Lanzarote no se atreve a hablar contra la voluntad de la doncella, pues teme que ésta se lo recrimine, igual que lo había hecho cuando se vanaglorió de llevar a cabo todas las aventuras que encontrara y de soportar las penas y los sufrimientos.

Mi señor Yvaín entra entonces por la puerta, mientras que la doncella le dice a Lanzarote:

—Esperadme un poco hasta que os traiga noticias ciertas, buenas o malas, no tardaré mucho.

Y va tras mi señor Yvaín para saber cómo lo hace. Pero del mismo modo que le había ido al duque, así fue tratado mi señor Yvaín, hasta que la doncella vio que lo desarmaban y que los servidores se lo llevaban al mismo lugar en el que estaba el duque con los otros, haciendo por él el mayor duelo que podían.

Regresa la doncella al lado de Lanzarote y al verlo, le dice:

—Franco caballero, ahora veréis qué gran honor os espera, pues así me ayude Dios, según me dice el corazón, vais a sacar de aquí, fuera de este valle, a todos los que están prisioneros en él por las malas costumbres que fueron establecidas; no lo conseguiréis por ninguna proeza que realicéis, sino por otra virtud que hay en vos.

—Doncella, ¿de qué virtud habláis? Tengo muchas menos virtudes del mundo de las que debe haber en todo caballero y menos de las que yo desearía.

—Os los voy a decir. No saldríais nunca en vuestra vida si hubierais faltado o engañado a vuestra amiga en obra o en pensamiento.

Al oírla, empieza a reír y luego le dice:

—Doncella, y si viniera un caballero que nunca hubiera faltado, ¿qué pasaría con él?

—Tened por seguro que pondría en libertad a todos los que están aquí dentro y no sería un honor pequeño, porque hay más de doscientos caballeros que piensan que no saldrán jamás. Vos sois tan valiente que sería un daño muy doloroso que cayerais en tan mala prisión: os aconsejo que vayáis a donde pensáis que encontraréis a mi señor Galván, pues no creo que haya nacido todavía el caballero que, amando con amor, no haya faltado alguna vez a su amiga.

—Eso lo veremos en breve, pero ahora seguidme.

Entra con gran valor, seguido por la doncella que siente gran miedo por él. Lanzarote ha avanzado hasta llegar a los dos dragones, ya había dejado fuera su caballo. Los dragones le atacan y él atina muy bien al primero, golpeándolo entre los dos ojos, pero la espada le salta hacia atrás y lo siente tanto que poco faltó para que arrojara la espada lo más lejos posible; pero piensa que todavía podría necesitarla, y la vuelve a meter en la vaina; sacándose el escudo del cuello, se lo coloca delante del rostro, porque teme que el fuego le queme la cara. Entonces se dirige contra el dragón que tiene más fuerza y comienza a darle puñetazos; el dragón salta, le golpea con las garras en el escudo y lanza de la garganta llamas ardientes. Lanzarote adelanta la mano y lo sujeta contra la pared que estaba cerca y después de agarrarlo con los puños, le aprieta con tanta fuerza que le rompe la garganta por el vigor de sus brazos. Después de darle muerte a éste, ataca con agilidad al otro, como el que no teme ningún daño que le pueda sobrevenir. Cuando el dragón lo ve, le salta a los ojos, pero él se cubre con el escudo para evitar la llama que vuela espesa y caliente. ¿Qué más cosas os podría contar? Del mismo modo que mató al primero, así le dio muerte al otro; la doncella que lo ve se pone muy contenta. Lanzarote regresa a donde había dejado la lanza, la toma y continúa su camino hasta llegar al profundo río en el que la doncella había visto caer a mi señor Yvaín; la joven siente gran miedo, más que el que había tenido hasta entonces.

Cuando Lanzarote llegó al río y vio la tabla larga y estrecha y a los tres caballeros en la otra parte, se detiene y les pregunta si el paso le está prohibido, pero no le contestan. Al ver que no dicen nada, decide que no dejará de intentarlo por ellos, si es que alguna vez debía ir al otro lado un fiel enamorado. Adelanta el pie derecho; se había quitado el escudo del cuello, va al otro lado de la tabla poco a poco, como si fuera un sendero, y como si fuera el más ágil y firme de todos los caballeros. Al llegar a la mitad de la tabla, vio al caballero que tenía la lanza dispuesto a golpearle en el cuerpo, pero se quedó callado; separa el escudo del cuello tanto como le permite el brazo y coloca su lanza bajo la axila. La lanza del caballero golpea contra su escudo y él se sujeta en la tabla lo más firmemente que puede y arroja el escudo contra la lanza hasta que se le queda clavado en ella. Entonces tira el escudo fuera del camino, para que no le moleste, dejándolo caer al río. Calcula muy bien su golpe y corre tan rápido como los pies le pueden llevar hacia los tres que le están esperando; golpea al de la lanza con la suya bajo el cuello, derribándolo tan aturdido que no puede levantarse; a la vez ataca a los otros dos con tal fuerza que los derriba al suelo y cae encima de uno, pero tarda poco en volver a levantarse pues tenía agilidad y fuerza. Se pone en pie con rapidez y coge al que había debajo de él tumbado y aturdido, lo lleva hasta la tabla y lo arroja al río; luego, desenvaina la espada y regresa para atacar a los otros dos que había dejado en el suelo, pero no consigue encontrar a ninguno y se admira de forma extraordinaria.

Mira a la doncella, que está muy contenta:

—Por mi fe, doncella, y por la cosa que más queráis, decidme a dónde han ido, si lo sabéis.

Le contesta que no lo sabe, así le ayude Dios. Entonces Lanzarote se enfada pues teme haberlo perdido todo porque se le han escapado y se mantiene pensativo durante un gran rato en pie. La doncella le pregunta qué espera:

—Esperaba a esos dos malvados cobardes que han huido de aquí, pues temo que vuelvan cuando yo me haya ido y que digan que huí de ellos.

—Teméis una locura. ¿No os parece que es mejor que las aventuras huyan ante vos a que vos huyáis ante las aventuras? Continuad en busca de otras, pues en esta habéis fracasado. Del mismo modo me gustaría que fracasarais en todas las demás.

—Que no me vuelva a ayudar Dios, doncella, en modo alguno lo desearía: me habríais privado del gran honor que me prometisteis no hace mucho.

A continuación, se baja la manga izquierda de la cota, contempla el anillo, y deja de ver el gran río y la tabla que había visto y había pasado, dándose cuenta de que era un encantamiento. Vuelve a colocarse la manga, toma el escudo allí en medio y avanza hasta llegar a una gran hoguera que ocupa el camino por el que debe pasar. El fuego era tan grande que daba la impresión de que ninguna cosa que entrara en él dejaría de quemarse, y llegaba desde el muro de la derecha hasta el de la izquierda; por encima del fuego había una escalinata de piedra tallada que subía a una sala muy rica que había arriba. La escalinata estaba curvada y era muy alta, de forma que tenía más de un pie de lado y en la puerta de la sala había dos caballeros completamente armados, cada uno de los cuales sostenía una hacha grande y maravillosa; uno estaba arriba y el otro abajo, un poco más alto que donde empezaba la escalinata. Cuando Lanzarote ve el fuego se admira y se pregunta qué puede significar, pero al contemplar que su camino seguía por la escalera se puso muy contento, pues estimaba en poco el obstáculo que veía. Se dirige a la escalera y sube hacia el primer caballero que ve. Éste, cuando lo tiene cerca, se dispone a darle un grandísimo golpe; Lanzarote se coloca el escudo sobre la cabeza para recibirlo y finge seguir subiendo: el caballero se precipitó al dar el golpe, pensando alcanzar a Lanzarote en medio de la cabeza, pero falló pues Lanzarote se echa hacia atrás; el hacha golpea contra el escalón con tanta fuerza que se mete en la piedra más de medio pie. Cuando intentó volverla a sacar, no lo consiguió; Lanzarote le ataca con la espada en la mano y le da un gran tajo en el hombro derecho, de forma que se lo corta y le hiere también el izquierdo. El guardián deja caer el hacha y se desmaya sobre la escalera, Lanzarote recoge el hacha que estaba metida en la piedra y vuelve a envainar la espada; cuando el caballero iba a levantarse para ponerse a salvo, que ya estaba de rodillas, Lanzarote levanta el hacha y le da un golpe tan grande sobre el yelmo que lo vuelve a derribar en la escalera, y le fallan las manos, que no puede apoyarse en ellas.

Cuando el otro caballero que estaba en la puerta, en la parte de arriba, vio que su compañero estaba a punto de caer en el fuego, fue en su ayuda y se adelantó para sujetarlo, pero no lo consiguió, porque Lanzarote le atacó con el hacha en la mano y le hubiera dado un gran golpe en la cabeza, pero éste no esperó, sino que se volvió a la puerta y allí aguardó a Lanzarote empuñando una hacha. El caballero al que Lanzarote había herido cayó en el fuego y murió en poco rato.

A continuación, al ver al otro caballero que le está esperando en la puerta, va hacia él con valentía, mientras que éste le aguarda firme sobre los dos pies para dar un golpe más fuerte. Ya estaba Lanzarote tan cerca de él que sólo faltaba golpearle, y lo puede contemplar muy bien; se quita el escudo del cuello, lo toma con la mano derecha y empuña el hacha con la izquierda: mira al caballero y le arroja el escudo lo más atinadamente que puede, alcanzándole en el nasal. Luego, cuando lo ve cubierto de sangre, le arroja el hacha y se la mete por el nasal en la cara, derribándolo al suelo completamente extendido. Lanzarote no se quedó parado, sino que con rapidez se acerca a él y lo encuentra desmayado; le arranca el yelmo de la cabeza. Presta atención y ve salir por la puerta de una habitación a un caballero armado con todas las armas, con la espada ceñida, con un escudo en la mano izquierda y una lanza empuñada, de corta y gruesa asta; en la mano derecha sujeta una hacha de filo claro y cortante. Al verlo llegar dispuesto de esta forma, le pregunta:

—¿Qué venís a buscar, señor caballero?

—Vengo más por vuestro daño que en vuestro provecho.

—Está bien.

Entonces se dirige hacia él con el hacha que tenía en la mano derecha y el escudo en la izquierda; se le acerca y le arroja el escudo a la vez que el caballero descarga el golpe, con tal fuerza que el hacha le entra hasta la bocla y cuando intenta recuperarla, no puede. Lanzarote le da un golpe con su hacha sujetándola con las dos manos, y hace que caiga de rodillas; mira en ese momento y ve que el otro caballero ya se había levantado y se le acerca con el hacha, cubierto de sangre como estaba, le golpea en lo alto del yelmo y hace que se tambalee, y falta poco para que lo tire al suelo.

Al verse golpeado con tanta fuerza, Lanzarote sintió vergüenza por haberse aturdido. Levanta el hacha y demuestra que está enfadado al dar el golpe al caballero, pues lo ha alcanzado de tal forma que le ha partido el yelmo hasta la ventana y no se ha detenido en su golpe hasta llegar a los hombros, de modo que lo derriba muerto al suelo y, sin esperar más, ataca al otro; éste lo estaba esperando, y se dan grandes y pesados golpes peligrosos sobre los yelmos. Pero Lanzarote golpeaba con mayor fuerza, y le partió al caballero el yelmo un palmo, haciéndole caer de rodillas. Al intentar recobrar el hacha, no lo consigue pues estaba clavada con fuerza; se retira a una parte y el caballero a otra, hasta que la logra arrancar, y lo ha hecho con tal fuerza que por poco no se ha golpeado contra una pared que había allí. Vuelven otra vez a enfrentarse; Lanzarote sujeta el hacha con las dos manos para golpear al caballero, que al verlo venir no se atreve a esperarlo más y se da a la fuga hacia una habitación. Lanzarote lo persigue tan de cerca que poco falta para que lo tire al suelo. Viendo que no podrá resistir, el caballero va hacia una ventana baja que daba a un prado y se arroja por ella; cuando Lanzarote lo ve en el suelo le grita que así no se le escapará. Se arroja también él por la ventana, mientras que el caballero huye por el prado, sin atreverse a esperarlo, hasta que llega a un río caudaloso de orillas altas y escarpadas: el caballero se mete dentro y llega a la otra orilla antes de que Lanzarote haya alcanzado el río.

Cuando ve a Lanzarote en la otra parte con el hacha, le dice:

—Señor caballero, os tendría por valiente y atrevido si atravesarais el río y vinierais a esta orilla a cambiar contra mí.

—Decidme, como leal caballero, por dónde habéis pasado tan rápidamente.

—Como leal caballero os digo que he pasado justamente por donde vos estáis.

—Nunca vi a ningún caballero que realizara alguna proeza sin pensar hacerla después que él; me arriesgaré a ir a la otra orilla, si me prometéis que me vais a esperar.

—Os lo prometo lealmente.

Al ir a saltar, la doncella lo sujeta por el faldón de la cota, lo lleva hacia ella y le dice que no entre en el agua, pues se ahogaría.

—Doncella —le responde Lanzarote—, ya que ha entrado él, ¿no sería una vergüenza que yo no pasara? La misma ventaja que tiene él en el agua pienso tenerla yo, pues en el agua me crié.

Se mete en el río completamente armado, con el hacha en la mano, y pasa a la otra orilla sin dificultad, pues todo era un encantamiento. Cuando el caballero lo ve venir por el agua, y que alcanza la orilla a salvo, se da cuenta de que es de gran valor y que ha llegado a donde ningún caballero se atrevió a llegar por la fuerza, pero a pesar de todo quiere saber qué ocurrirá después. Va a su encuentro y le golpea con el hacha, de forma que le estropea y le rompe el yelmo. Lanzarote se quedó aturdido por el golpe; el caballero, nada más golpearle, no esperó, sino que dio la vuelta y se fue tan deprisa como pudo; Lanzarote va tras él corriendo hasta que entran los dos en una gran sala.

La sala era larga y ancha, y en el centro tenía una gran tarima puesta de través; el caballero llegó hasta allí y saltó encima; cuando iba a bajar por la otra parte, que Lanzarote estaba a punto de alcanzarle, éste le golpea con el hacha en el hombro derecho, le rompe la cota y le corta la piel y la carne hasta el hueso. Temiendo morir, no se lamenta por nada, porque puede escapar; se vuelve muy deprisa y se mete en un jardín. En el jardín había plantado un pabellón muy hermoso y muy rico. El caballero entra en él seguido por Lanzarote, y ve dentro doncellas numerosas y caballeros sentados a su lado. En medio del pabellón había una cama de madera que estaba preparada con gran riqueza, y en ella dormía Morgana el Hada. El caballero va corriendo hasta la cama y por el miedo que tiene a Lanzarote se mete debajo; Lanzarote no quiere hacer lo mismo y coge la cama como si no se diera cuenta de que en ella estuviera una dama o una doncella y la arrastra con toda su fuerza, volcándola. Cuando la que dormía se sintió debajo de la cama, lanza un grito y Lanzarote se pregunta sorprendido qué ha sido eso: mira y se da cuenta de que es el grito de una mujer; se tiene por villano, vuelve a coger la cama y la coloca otra vez en su lugar, y entonces ve al caballero que sale muy deprisa; lo persigue y todos los que estaban en el pabellón corren detrás de ellos para ver lo que va a ocurrir. El caballero huye hasta que llega a la sala donde estaba el gran estrado, seguido de cerca por Lanzarote, que lo odia profundamente. Ha perdido tanta sangre que está muy debilitado y cuando pretende subir al estrado, Lanzarote lo alcanza por la espalda y lo golpea con el hacha con tanta fuerza que le corta el muslo izquierdo haciéndole caer al suelo. Pero Lanzarote no quiere dejarlo ahí, salta tras él, lo encuentra desmayado y le da con el hacha grandes golpes hasta que le hace volar la cabeza; la coge con el yelmo y la lleva al pabellón en el que Morgana estaba acostada. Entonces encuentra caballeros y doncellas en abundancia que lo contemplan admirados; entra en el pabellón con la cabeza en la mano derecha. Morgana estaba lamentándose por el golpe que había recibido en la cama.

Lanzarote, que la oye quejarse, se da cuenta que es sobre ella sobre quien ha volcado la cama: siente gran vergüenza y apenas se atreve a mirarla, pues era uno de los caballeros del mundo que más a disgusto les causaba daño a las damas o a las doncellas. Se arrodilla delante de ella y, mostrándole la cabeza, le dice:

—Señora, os vengo a pagar el daño que ese caballero me hizo cometer, al esconderse debajo de la cama.

Cuando Morgana lo ve, siente gran miedo y lanza un grito; una doncella que era amiga del caballero muerto acude lamentándose como mujer enloquecida y, sujetando una pica en las manos, golpea con toda su fuerza a Lanzarote entre los hombros, de tal forma que le rompe la cota y le mete en la carne la punta, haciendo que salte la roja sangre, que le gotea por la espalda abajo.

Al sentir el golpe salta con rapidez y desenvaina la espada, y cuando ve que es una doncella, se sorprende y vuelve a meter la espada en su forro. La joven jura, por todo lo que puede jurar, que nadie impedirá que lo mate o que él le dé muerte a ella, «pues no desearía vivir después de la cosa a la que más he amado, a quien vos le habéis dado muerte como desleal que sois».

—Así me salve Dios, doncella, ninguna doncella de valor debería amarlo, pues era el caballero más cobarde y el más malvado de cuantos he visto, a pesar de la hermosura de su cuerpo y de lo grande que era.

Cuando la doncella lo oye siente tal dolor que poco falta para que se encolerice, le ataca y va contra él; Lanzarote la sujeta entre sus brazos y le arranca la pica de las manos.

No tardó mucho en llegar un criado allí, y ante Morgana dijo:

—Señora, os traigo noticias bastante extrañas.

—¿Cómo son? Habla de inmediato.

—Señora, los encantamientos de aquí han cesado y las cercas han sido derribadas: podéis encontrar a más de cien caballeros a la puerta que habían estado durante mucho tiempo prisioneros.

—¿Cómo, eso acaba de ocurrir? ¿Quién lo ha hecho?

—Señora, ha sido este caballero que hoy ha realizado tantos hechos de armas como nunca había llevado a cabo ningún caballero.

Después de decir esto el criado, entra el caballero que era amigo de Morgana, por quien los hechos maravillosos habían sido establecidos; al ver a Lanzarote, lo saluda diciéndole: «Señor, sed bienvenido, como la flor de los caballeros del mundo», y a continuación se deja caer a sus pies.

—Por Dios —dice Morgana—, sea malvenido como el caballero del mundo que ha hecho el mayor daño.

—Ay, señora —dice la doncella que había llegado después que Lanzarote—, ¿qué es lo que habéis dicho? Es el mejor caballero y el más firme que ha nacido de mujer y es leal en el amor como bien se ve, y vos habéis podido apreciarlo.

—Doncella —le responde Morgana—, si es leal en amor, es para honor y alegría de su amiga; pero en otros la honra y el gozo no se debe a la amiga, que recibe daños, pues aquí dentro hay muchas doncellas hermosas y enamoradas que han estado durante tiempo con sus amigos a gusto porque éstos no podían salir de aquí. Pero en cuanto salgan cambiará mucho su relación, pues nunca más volverán a estar tan a menudo en su compañía. Este caballero ha merecido ser honrado y apreciado en todas las tierras por la gran lealtad que hay en él, pues su amiga, quienquiera que sea, se puede alabar de que es la más amada; yo no pensaba ver nunca a ningún caballero que no hubiera faltado en algo al amor. Que Dios lo tenga, tal como es ahora, para siempre.

A continuación se levanta y se dirige a Lanzarote mostrándole gran alegría y gran júbilo. En ese momento entran mi señor Yvaín y los demás compañeros de la casa del rey, y gran abundancia de caballeros que habían estado presos allí durante mucho tiempo. Cuando lo vieron los que lo conocían, corren a él con los brazos extendidos para mostrarle la alegría, como al que es compañero y a quien les ha sacado de tan dolorosa prisión. Morgana hace que lo desarmen con grandes honores y cuando supo que era Lanzarote, sospechó que amaba con amor a la reina; decide que le causará a ésta alguna tristeza y piensa hacerlo de tal manera que nunca más vuelva a tener alegría si la reina lo ama tanto como él a ella, pues Morgana odiaba a la reina por encima de todas las mujeres.

Este odio surgió entre las dos tal como vais a oír. Morgana era hija del duque de Tintagel y de Igerne su mujer, que después fue reina de Bretaña y mujer de Uterpandragón; de ella nació el rey Arturo, que fue engendrado en ella mientras vivía el duque, gracias a la traición que cometió Merlín. Cuando Igerne fue al lado de Uterpandragón, que se casó con ella, se llevó a Morgana, su hija, y dejó a un criado en el ducado de Tintagel, que era hijo del duque y de otra mujer que había estado con él antes que Igerne. El duque era un caballero muy feo y Morgana se le parecía, pues era muy fea también; cuando llegó a la edad, era tan apasionada y lujuriosa que no era necesario buscar a ninguna mujer tan apasionada. El rey Arturo acababa de casarse con la reina y había en su casa un caballero, sobrino de Ginebra, llamado Guiamor de Tarmelide, que era un caballero muy hermoso y valiente. Por aquel entonces Morgana era doncella de la reina y se enamoró de Guiamor de Tarmelide con un amor tan grande que no podía apartarse de él y dejar de verlo. Un día estaban acostados juntos los dos y la reina ya había sido advertida y hacía que los vigilaran, pues quería apartar a Morgana de cualquier locura para evitar la afrenta del rey y de Guiamor, y por otra parte para esquivar cualquier daño, pues el rey la hubiera odiado si se hubiera enterado. El caso es que la reina los sorprendió juntos y Morgana no pudo ocultarse. Ginebra se dirigió a Guiamor y le dijo que se considerara muerto si el rey se enteraba y se esforzó tanto, mediante ruegos y mediante amenazas, que él juró abandonarla; y así lo hizo con facilidad, pues no la amaba con tal amor como para no poder separarse fácilmente de ella. Cuando Morgana vio que la había dejado por culpa de la reina, lo sintió mucho, pues estaba embarazada de él, y eso le causó mayor dolor; al ver que había fracasado decidió huir en busca de Merlín por todas partes hasta encontrarlo, pues pensaba que nadie podría encontrar solución para su dolor si no era él. Lo buscó tanto que lo encontró; llevaba consigo grandes riquezas y una cabalgadura hermosísima; se juntó a Merlín, y lo amó más que a nada, y éste le enseñó todos los encantamientos y sortilegios que llegó a aprender y después permaneció con él durante mucho tiempo. El niño que tuvo con Guiamor después fue caballero muy valiente. A eso se debía el odio que tenía a la reina Ginebra y que le duró el resto de su vida.

Al ver a Lanzarote pensó que por él podría conseguir entristecerla más que por ninguna otra cosa, pues creía saber que la reina lo amaba, porque él había realizado más hazañas que ningún otro caballero por ninguna dama. Pero para que no se diera cuenta de nada de lo que había decidido, le mostró la mejor cara que pudo. Cuando Lanzarote oye que Morgana ordena que lo desarmen, dice que tiene que cabalgar y ella jura que sólo debe permanecer allí esa noche, pues desea honrarle y festejarle.

—Cuando os vayáis —añade Morgana— de este valle, quedará tan abandonado por los caballeros, que no quedará ni uno sólo para albergarse en él, y todas estas hermosas casas se hundirán en la tierra y se convertirán en nada, y el valle quedará tan destruido y desierto como antes: esta noche habrá una gran alegría por parte de los caballeros que aquí están, pues no tendrán que volver a dormir en este lugar.

Le ha dicho tanto y le ha suplicado tanto, que al final se queda; le muestran gran alegría y le hacen gran fiesta, y Morgana cuanto más lo mira, más lo aprecia; él no quería quedarse al principio, hasta que ella le hubiera prometido que todos los caballeros saldrían de allí cuando quisieran, y ella le aseguró aún más, que cada uno de ellos podría irse con su caballo y con las mismas armas con que llegó allí dentro. Fue grande el júbilo que hubo aquella noche, que hicieron los caballeros en espera del día siguiente, y no es necesario hablar de la riqueza de la comida, pues fue como hubiera sido en la ciudad más rica del mundo. Llegado el momento de ir a dormir, las camas fueron dispuestas y acostaron a Lanzarote con gran riqueza, y a mi señor Yvaín y al duque a su lado, y a los otros tres compañeros de la casa del rey. Morgana fue entonces a preguntarle a Lanzarote que por qué se había puesto en marcha con los otros dos. Cuando oyó las noticias de mi señor Galván, lo sintió mucho y le dijo a Lanzarote: «Si el caballero que tiene a mi señor Galván prisionero os tuviera a vos y os conociera tanto como yo, tendríais mal alojamiento en su casa, pues bien os lo habéis merecido». Él le responde que quizás ocurra así en breve, si vive tanto como para llegar hasta allí.

—Pero cómo —añade Lanzarote—, ¿acaso he merecido que me dé muerte, si llega a apresarme?

—Así es —contesta Morgana—, pues le habéis matado hoy a su sobrino, cuya cabeza me habéis traído.

—Dios, ahora estoy más contento que antes, pues mi señor Galván ha sido vengado un poco. Ojalá estuviera ahora con él en un lugar en el que no tuviera que preocuparme nada más que de él.

Morgana se echa a reír. Luego, se marcha y hace como que va a acostarse, pero se dispone a realizar lo que ha empezado a hacer; cuando lo tenía todo dispuesto, se acuesta. Cuando piensa que Lanzarote ya se había dormido se acerca a él y le pone un anillo en uno de los dedos de la mano derecha; este anillo tenía la virtud de que si se le ponía a un hombre dormido en la mano, seguiría durmiendo mientras lo tuviera puesto. Después de hacer esto, se acostó y al cabo de un rato volvió a levantarse y fue a donde estaba Lanzarote acostado e hizo que cuatro de sus servidores lo pusieran en una alfombra y se lo llevaran al prado, allí lo colocaron en una litera sobre dos caballos muy rápidos y fuertes que se lo llevan muy deprisa; Morgana va con él y sus amigos también. De tal forma lo llevan lejos, a un bosque en el que Morgana tenía un albergue muy rico y una casa hermosísima. Cuando amaneció, lo bajaron a una profunda cárcel y lo dejan allí de tal forma.

Pero ahora la historia no habla más de Lanzarote ni de Morgana, sino que vuelve a mi señor Yvaín y a los demás caballeros que todavía se encuentran en el valle.

Historia de Lanzarote del Lago
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