CXXVI
Cuenta ahora la historia que Dodinel cabalgó alrededor de media legua y aún más, tras la doncella que lo llevaba, hasta que encontró a un caballero armado con todas las armas y a una doncella montada en un palafrén de muy ricos arneses; delante de ellos iba un enano en un caballo fuerte de caza. Era un enano pequeño, retorcido y jorobado y tan feo que Dodinel se queda admirado; lo saluda, pero el enano no le contesta una palabra, sino que va hacia la doncella, la sujeta por los hombros e intenta besarla a la fuerza, por lo que la joven siente gran enfado y vergüenza: levanta la mano y le da un golpe con los cinco dedos que lo derriba aturdido del caballo al suelo y le dice:
—Vete, vieja cosa despreciable. Maldito sea quien os ordenó que tocarais el cuello de ninguna doncella.
El caballero se adelanta y dice:
—¿Qué es eso, doncella? ¿Por qué habéis golpeado a mi enano?
—Porque he querido y, si os pesa, me agrada.
—Por mi cabeza, en mala hora lo tocasteis.
Levanta la lanza que tenía en la mano y se la arroja, dispuesto a herirla en el cuerpo, pero la doncella se echa hacia atrás y falló el golpe. Dodinel el Salvaje acude entonces con la lanza en la mano, y mostrando gran cólera le dice al caballero:
—Poco falta para que os golpee, mal caballero falso. Maldita sea la hora en que nacisteis, pues sois el peor caballero y el más cobarde de cuantos he visto, porque os enfrentáis a una doncella. Así me ayude Dios, habéis merecido perder el puño con que le arrojasteis la lanza.
El caballero se enfada mucho por estas palabras y le dice a Dodinel muy airado:
—Vasallo, me habéis dicho mayores villanías que ningún caballero de cuantos he encontrado, y no sabéis quien soy; podríais tenerme por malvado si me conocierais; no sé por qué os lo debo ocultar más: tenéis que defenderos frente a mí, pues os desafío.
—Y yo a vos, porque no os quiero en absoluto.
Se separan y van a encontrarse con la intención de causarse daño el uno al otro; se golpean con la rapidez de los caballos, de forma que los ejes de los escudos se les rompen, y se detienen. Dodinel permanece entre los arzones, mientras que el caballero vuela al suelo por encima de la grupa del caballo; cae tan mal que por poco no se le rompe el brazo. Cuando Dodinel lo ve en el suelo, descabalga, porque no quiere ir a caballo contra él: le entrega el caballo a la doncella que lo acompañaba y luego desenvaina la espada y le ataca. El caballero se levanta dispuesto a defenderse; se cubre con el escudo lo mejor que puede y Dodinel levanta la espada para golpearle. Cuando el caballero ve venir la espada, pone la suya delante y se cubre con el escudo; Dodinel lo alcanza con tanta fuerza que le parte el escudo desde arriba hasta la bocla, pero no puede recuperar su espada que se había quedado apresada con firmeza en el escudo. Entonces, el caballero se quita la correa del escudo y lo tira, atacando a Dodinel con rapidez, pues le parece que no podrá resistirle durante mucho tiempo, ya que ha perdido la espada; le descarga grandes tajos donde puede alcanzarle. Dodinel, que sabía mucho de este oficio, se cubre con el escudo y deja que el caballero se canse y se agote. Cuando lo vio fatigado y acalorado le golpea con el escudo en medio del pecho y le hace caer en el suelo obligándole a apoyar las dos manos; la espada le vuela del puño y Dodinel la coge, que ya la necesitaba mucho. Al verse tan desguarnecido, el caballero corre al escudo que se había quitado, pero cuando intenta levantarse, Dodinel le da tal golpe en el yelmo que lo deja aturdido; se tambalea y cae con una de las rodillas al suelo. Dodinel le arranca el yelmo de la cabeza y lo arroja lo más lejos que puede.
Cuando el caballero se siente al descubierto se pone en pie con rapidez, toma el escudo y la espada y dice que se encuentra más a gusto que antes, «pues el yelmo me daba tanto calor que por poco no me he quedado agotado». Dodinel le ataca y éste se defiende lo mejor que puede, cubriéndose con el escudo. Dodinel le da grandes golpes, destrozándole el escudo por todas partes, y arrancándole trozos, de modo que es muy poco lo que le queda. El caballero resiste como puede y retrocede ante los golpes, porque teme por su cabeza que nota desarmada. Dodinel le descarga un gran golpe desde arriba y el caballero, al verlo venir, no se atreve a esperarlo, sino que retrocede y cae de espaldas al suelo. Dodinel lo sujeta rápidamente, levanta la espada y le dice que está muerto si no se rinde. Éste, que tenía gran miedo, le entrega la espada, diciéndole que hará lo que le ordene y así se lo promete:
—Tienes que prometerme que vas a ir ahora mismo a donde está mi señora la reina Ginebra, que se encuentra con sus doncellas en la Fuente de las Hadas y allí te rendirás a ella de parte de Dodinel el Salvaje; le dirás que no he podido ir a casa de Mathamás pues una doncella me alejó de allí; dile que le contaré cómo ha sido todo y salúdala de mi parte.
El caballero le contesta que lo hará todo con gusto; va en busca de su yelmo, adonde Dodinel lo había arrojado, y se lo ata en la cabeza.
Luego, Dodinel le pregunta cómo se llama y él le contesta que Malruc el Pelirrojo; después se marcha con la doncella, que se lamentaba mucho y con el enano que había vuelto a montar en el caballo del que la doncella lo había derribado. Dodinel, por su parte, reemprende el camino y después de alejarse un poco, llama al enano y le dice:
—Dime, por Dios, ¿cómo fuiste tan atrevido que intentaste besar a la doncella delante de mí?
—Por mi fe, señor, tenía que hacerlo así.
—¿Cómo, por qué?
—Por Dios, mi señor me había ordenado por los ojos de mi cabeza que besara a todas las doncellas que encontrara, siempre que fueran acompañadas por caballeros, y yo así lo hacía; cuando algún caballero se oponía, mi señor combatía con él hasta vencerlo. Ciertamente, en este año ha derrotado a más de cuarenta de ese modo y no pensaba que podría encontrar ningún caballero capaz de vencerlo con las armas. Ya os he dicho lo que me habéis preguntado; me iré cuando os parezca bien.
—Vete y saluda de mi parte a mi señora la reina Ginebra.
El enano le contesta que lo hará con mucho gusto; se marcha luego y Dodinel emprende su camino; Malruc cabalga hasta llegar a la Fuente de las Hadas, donde estaba la reina, y allí le indicaron dónde se encontraba. Al verla a ella y a sus doncellas, descabalga un poco alejado de la reina, con su amiga y su enano; la saluda de parte de Dodinel y se rinde a ella, tal como le había sido ordenado; la reina lo recibe como prisionero con muy buen gesto.
Pero la historia ahora deja de hablar de la reina, de él, de Dodinel y de Saigremor y vuelve a Lanzarote del Lago.